sábado, diciembre 16, 2006

NAVIDADES

En estas fechas de invierno, las calles del centro se llenan de luces y de colores, de gente abrigada mirando escaparates, de puestos de belenes y de cuernos de reno para ponerse en la cabeza, de villancicos y reguetones a todo volumen, de cursilería y horterada a partes iguales... La ciudad se convierte toda ella de pronto en un Todo a Cien. En Navidades, cuando el sol se pone, no atardece. Aturdece.

lunes, diciembre 11, 2006

LO PEOR QUE TE PUEDE PASAR EN LA VIDA

Modestia aparte, creo que tengo mi vena trágica bastante controlada, y no suelo ponerme demasiado intenso cuando me ponen una multa, pillo un constipado o me quedo sin trabajo, pero conozco gente que a menudo siente la tentación de dramatizar (incluso cae en ella) cuando le suceden cosas malas o incluso simplemente regulares. Vamos, cuando las cosas no salen como ellos querían, que a veces es lo mejor que le puede pasar a uno.

Hoy creo que he descubierto qué es lo peor que le puede pasar a uno en la vida. Lo peor que le puede pasar a una persona es... (si esto fuera una película, aquí soltaría un estertor y moriría). En realidad, lo peor que le puede pasar a uno no creo que sea en la vida, sino después.

Me explico. Es difícil, casi imposible, ya sabemos, llevarse bien con todo el mundo y caerle bien a todos. Lo que te acerca a unos, te aleja de otros, y así. Eso es inevitable. Como tampoco depende de uno que, de pronto, alguien te envidie. Por lo que sea. Por un dudoso talento, por un golpe de fortuna, merecido o inmerecido, pero deseable. Esas pequeñas antipatías y ojerizas son el pan nuestro de cada día de las relaciones humanas. Pero de ahí al odio hay un paso largo. El odio real, el odio en serio, no lo despliega uno tan alegremente hacia nadie sólo porque se le haya colado en la frutería, por ejemplo. Para eso ya hay que hacer méritos. O deméritos, más bien. En fin, llamadme Cándido, pero creo que realmente no es complicado evitar el odio de los demás. Es más, existen barreras que el odio normalmente no consigue traspasar. Se odia más fácilmente al fuerte que al débil, al rico que al pobre, al sano que al enfermo. Tu enemigo más odiado sufre un revés, y de pronto sientes lástima por él. Y entre todas las barreras, las más grande, la más insalvable es la de la muerte. El odio persigue al vivo, pero cuando éste muere, se para y le deja ir. ¿Qué clase de barrabasadas debe hacer una persona para que, después de muerta, se la siga odiando? Pues también sucede. Hoy lo he visto, quizá por primera vez, y me ha impresionado.

Lo peor que te puede pasar en la vida es que la gente se alegre de tu muerte.

jueves, diciembre 07, 2006

ESCENAS DE LA TELE

A menudo los guionistas nos sentimos tentados a titular nuestros episodios para televisión con referencias a novelas o películas conocidas. En nuestro programa, decidimos hace tiempo dejar de hacerlo. Ahora, de pronto, escribo un episodio con el título "Déjà vu", y a la semana siguiente empiezo a ver en televisión promociones de una película que se llama precisamente así: "Déjà vu". Esta vez me he adelantado. Por lo que he leído, poco tienen que ver ambos deyavís.

La reina del periodismo, la libertad y la modernidad no deja hablar a sus invitados si no piensan como ella piensa que se debe pensar. No me cae bien este joven perilludo, pedante y malhablado, que va de provocador. Se trabuca, habla rápido y alambicado y uno pierde el hilo de su argumento. Él también. Si la periodista le dejase terminar las frases, él solo se ahorcaría. Pero es dura y cortante, y acaba consiguiendo que el concursante nos dé pena.

Un periodista de programa rosa (más bien "colorada"), hace una proclama pública porque les han censurado un reportaje. Dice, textualmente: "Se puede estar de acuerdo y no se puede estar de acuerdo". ¿Cómo funciona la cabeza de una persona que piensa que una cosa es posible e imposible a la vez? Evidentemente, lo que quiere decir es que "se puede estar de acuerdo y se puede no estar de acuerdo". Eso sí. Los noes hay que saberlos poner en su sitio. Primero hay que entrar en el terreno de las posibilidades, donde hay muchas, entre ellas estar de acuerdo y no estarlo. Pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

Patética, por otro lado, la movilización por la censura de un reportaje absolutamente innecesario sobre las supuestas infidelidades de un hombre famoso, pero poco, ya fallecido, con su mujer famosa y muy famosa, y también fallecida. Apenas unas horas antes de emitirse el reportaje, el juez ha suspendido cautelarmente la emisión por una denuncia. Se queja el periodista de que lo haga sin haber visto el documento. Me parece lógico. Si no le da tiempo, lo primero es evitar el posible daño. Luego, cuando reciba la cinta, la verá con tiempo, y se decidirá a secuestrar definitivamente el reportaje o levantar la suspensión. Normal. A lo mejor piensa el presentador que un reportaje "No se puede emitir, pero se puede emitir". En ese caso, tiene toda la razón. Y no la tiene.

jueves, noviembre 30, 2006

PUBLICIDAD ENVOLVENTE

Ayer vi la hasta ahora mayor agresión publicitaria de mi vida. Una conocida marca de refrescos se ha apoderado literalmente de la estación de autobuses de Avenida de América. Tomando las escaleras de bajada hacia el metro, uno se ve envuelto por todos los lados por los colores de su campaña. Colores vivos, alegres y azucarados que invitan a vivir con euforia y entusiasmo... aunque, dada la superficie que ocupan, más que invitar, obligan.

Resulta que uno entra en un intercambiador de transportes de la Comunidad de Madrid - es decir, un servicio público que nos pertenece a los ciudadanos -, y sin embargo, se siente como si hubiera entrado en el mundo de este refresco. ¿No debería haber alguna medida o control sobre la ocupación publicitaria del espacio público? ¿Os imagináis que las cuatro fachadas que rodean la Plaza Mayor fueran pintadas con los colores y logotipos de una única marca comercial? Ahora ya no somos público que elegimos fijarnos o no en los anuncios... Ya no miramos la publicidad: la publicidad nos mira a nosotros. Ahora el anuncio se nos presenta como el ojo ubicuo de un Gran Hermano que todo lo ve y que nos vigila. Quizá no sepa dónde vivimos, pero al menos sabe qué autobús cogemos.

Ante semejante demostración de fuerza, sólo se me ocurre una cosa: no beber más cocacola.

(1.- Algún día me haré con una cámara digital y aprenderé a colgar fotos para este tipo de notas visuales.
2.- Con esta nota "refrescante" interrumpo la sequía de mi blog -hasta olvidé cómo acceder-.)

viernes, noviembre 10, 2006

DILATACIÓN DE PUPILAS (MÁS ES MENOS)

De un tiempo a esta parte veo peor. He perdido agudeza visual. Veo MENOS. Fui a graduarme la vista, pensando que me hubiera aumentado la miopia. Y así ha sido. Tengo MÁS dioptrías.

La mujer que me atiende - supongo que médica oftalmóloga - no es la titular de la consulta. A mitad de la tarea, y mientras estoy mirando al frente, sin mis gafas de ver y con unas de "ir viendo qué tal", se presenta el amo: alto, mayor, canoso, trajeado, con aire de aristócrata que bajara a los establos de la mansión, a echarle un vistazo a los caballos. Lee mi apellido y lo reconoce: "a tus padres los trataba yo, ¿no?". En efecto. Le contesto sin poder mirarle y casi sin verle. Descubre que hacía tres años que no pasaba por allí. "Entonces hay que dilatarle". "Eso pensaba hacer", dice la médica. Y aún me pregunta el doctor: "¿Y no has pensado en operarte?" "Pues sí, me lo estaba pensando". Otra vez se le ha adelantado el hombre a la mujer. "Se lo iba a preguntar ahora". Y mientras tanto, no me dejan a mí consultar mis dudas, incertidumbres y miedos al respecto. Veo así que el médico, con su brusca interrupción, no busca sólo desautorizar a su empleada y desconcertarme imponiéndome una segunda opinión antes aún que la primera. Viene a captar operaciones, a convertir al paciente en cliente sin que sé dé cuenta. Le bastan diez segundos para romper el "tempo" y la confianza médica-paciente, sembrar el espacio de avidez, y llevarse todo el sosiego que pudiera haber en ese espacio. La médica me dice que sí, que me ha aumentado media dioptría en cada ojo, pero que no me hace receta hasta dilatarme la pupila, y sin darme lugar a preguntar, me conduce con una tarjeta hasta la recepción y se va. Ella sigue en la consulta, así que no se despide. Yo también, así que tampoco. Pero luego no hay más ocasión. La recepcionista me pregunta qué día prefiero para dilatarme. El viernes, sin duda, y me cita. Le pregunto cuánto tiempo tengo que estar, y me dice que una hora. Y aun quiero asegurarme de algo más, cómo voy a ver después y si no veo bien, por cuánto tiempo, y contesta, como regañando: "¡Pues mal, cómo va a ver! Después de dilatarse la pupila tiene la visión disminuida 24-48 horas". No lo hace con mala intención, sino para demostrar cuánto sabe y lo rápida que es, que no para de atender llamadas, dar citas y despachar en el mínimo tiempo posible a los clientes (digo, pacientes). Pero a uno le parece haber oído subliminalmente un "que parece usted tonto". Chica, sólo me han dilatado las pupilas una vez y no lo recordaba. (Por cierto, otro día hablaremos del uso del singular y del plural en oftalmología: las pupilas son la pupila y las gafas son la gafa). El caso es que uno sale del oculista con las orejas gachas, sin despedirsey con una cierta desazón. Le queda a uno la extraña sensación de que lo fueran a operar ya de improviso sólo por haber dicho que se lo está pensando, que ahora no se puede echar atrás, y que sería una impertinencia preguntar por los riesgos.

De momento, hoy me dilantan las pupilas. Mis pupilas serán MÁS grandes; mi visión MENOS aguda.

viernes, noviembre 03, 2006

ESGRIMA Y LLUVIA

(Dedicado a mi amigo Txopsuey)

De mis tiempos de aprendiz de esgrimista poco conservo. El traje, la careta y la espada, pero pocas enseñanzas. No fui precisamente un discípulo aventajado. Sin embargo, en días de lluvia como hoy encuentro una insólita utilidad en los movimientos básicos que trataron de inculcarme. Según se me acerca algún transeúnte con paraguas (habitualmente mujer mayor bajita, gorda y que circula bajo la cornisa, para ser más preciso), se pone en marcha un reflejo adquirido. A derecha o a izquierda, aparto de mi camino ese instrumento del demonio con una eficaz parada de sexta.

(Si tuviera paraguas lo llevaría cerrado y sin fintas ni arabescos, les atacaría por sorpresa con un fondo.)

martes, octubre 31, 2006

CAMBIO DE HORA

Nunca me ha gustado el horario de invierno. Eso de que a las seis de la tarde sea totalmente de noche me deprimía bastante. Este otoño, afortunadamente, he entrado con buen pie, me encuentro con buena salud mental, nerviosa y anímica, y me doy cuenta de que todas las circunstancias son neutras. La tristeza la pone uno. Por supuesto, me sigue gustando mucho más el sol, el calor y la luz que la noche, las nubes y la lluvia, pero no me hago un conflicto por eso. Es otoño, luego el día dura menos, hace más frío y llueve. Es un hecho objetivo. Si el otoño no fuera así, el verano tampoco podría ser el que es. Pero me desvío, no quería hablar de las estaciones en sí, sino de la manipulación del hombre con los horarios.

Creo que siempre tenemos una desviación de horario con respecto al sol, no sé por qué (por otro lado, ¿qué sabe el sol de las horas?). Pero, por encima de esa supuesta desviación, nos sacamos otra más haciendo los cambios de hora de invierno y de verano. Uno pensaría, lógicamente, que cuando los días duran más, se podría retrasar una hora, y cuando duran menos, adelantarla. Así anochecería más o menos a la misma hora todo el año. Sin embargo, es al contrario. Cuando el día es suficientemente largo, se adelanta la hora para que se haga de noche más tarde todavía, y cuando es más corto, se atrasa, para que a uno la merienda le sepa a cena. Se argumentan razones de ahorro de energía. Estarán estudiadas, digo yo.

Ahora bien, pensemos en este detalle: la duración de los días va subiendo o bajando (según las estaciones), a razón de aproximadamente un minuto al día. Eso quiere decir que para que anochezca una hora antes, tienen que pasar dos meses. De modo que lo que la mecánica del universo tarda dos meses en hacer, el hombre lo hace en una sola noche. Yo no entiendo mucho de casi nada, pero me da la sensación de que eso no puede ser sano.

viernes, octubre 27, 2006

¿QUÉ SE CREEN QUE SOMOS?

Desde hace algún tiempo, en los andenes de las estaciones de metro de Madrid hay pantallas de televisión. Sería más apropiado decir de vídeo, ya que imagino que no son receptores de emisiones sino reproductores de piezas grabadas. Eso es lo de menos. Lo que me ha dado por pensar es ¿por qué?

Metro de Madrid ("Vuela", decía una publicidad) se enorgullecía de dar un servicio rápido y eficaz, y en la medida en que yo lo uso, creo que lo dan. Los trenes vienen , según la franja horaria, más o menos distanciados, pero en general con bastante frecuencia, a excepción del final del día, en que sólo pasan cada cuarto de hora o así (en todo caso, mucho mejor que el autobús en cualquier momento del día). A veces llegan cada dos o tres minutos; otras cada cinco, cada siete, cada diez... Pongamos que la espera media sea de siete minutos. Bien. ¿No somos capaces los ciudadanos de estar en silencio siete minutos, simplemente esperando que llegue el tren? ¿Tienen que entretenernos en cualquier situación de pausa por la que pasemos? ¿Se creen nuestros gobernantes en la obligación de mantenernos siempre distraídos?

Si nos paramos a pensar es hasta ofensivo. Como unos padres modernos sin tiempo para sus hijos, cambian su mala conciencia por tecnología y nos despachan con un vídeo, como si fuéramos niños a los que mantener calladitos un par de horas con una película de Disney, aunque la hayan visto cien veces (como los reportajes del metro, por cierto). ¿Quiénes se creen que son? ¿Qué creen que somos nosotros? Lo peor es que igual nos hemos hecho a la idea y nos hemos vuelto tan infantiles como piensan. El día menos pensado, a alguno de nosotros no nos gusta el vídeo que echan, y nos ponemos a berrear, a patalear y nos tiramos al suelo.
A ver quién viene a recogernos y qué piruleta nos da para que nos callemos.

miércoles, octubre 25, 2006

¿POETA MALDITO? MALDITO POETA

Me cuelo en la celebración del aniversario de un centro de talleres alternativos, y nos obsequian con muestras de sus actividades: bailes diversos y lecturas de poemas. Rondan dos niños pequeños, que supongo hijos de los organizadores. Uno de los aprendices de poeta se sienta en un silla en la cabecera de la sala y enuncia el título de su poema. Algo sobre una despedida en una estación de tren. Suena a pareja que rompe, pero él lo adorna de dramatismo con palabras como muerte, ataúd, y cosas así. Se ve que lo ha superado. Y mientras el lector se recrea en su negrura, a uno de los niños se le escapa una pelota en color, verde, redonda y alegre. La pelota bota y rueda hasta la silla del poeta. Su cara, ahora, es otro poema. Al ojo atento no pasa desapercibida su irritación por haber sido interrumpido. El joven coge la pelota, y no la suelta. Piensa así retener el juego del niño, sus gritos, e incluso captar su atención. ¡Que el mundo se detenga! Como debió de detenerse sin duda en la escena de despedida que describe. Falta un cartel de prohibición: Atención, personas sufriendo, prohibido disfrutar. El niño, ajeno a todo esto, interrumpe más, reclamando lo suyo: "Dame mi pelota". Alguien le hace callar, y el niño no insiste. Se pone a mirarnos a todos con asombro. Cuando termina la lectura, se le regalan al autor unos desganados aplausos de compromiso, y éste juega ahora a hacerse el guay devolviéndole el juguete al pequeño con una sonrisa falsa. Para poeta, el niño.

sábado, octubre 14, 2006

EXTRAÑAS DECEPCIONES

Hay satisfacción cuando se colman las expectativas. Frustración cuando se tuercen y no llegan a buen fin o lo hacen a deshora. Esto sucede, si hablamos de deseos, de proyectos, de cosas que queremos. Pero, ¿y si nos referimos a nuestros miedos y temores? Debo de tener una mente tortuosa (ya hago por arreglarla), pero alguna vez me ocurre también en esos casos. Ahí va un ejemplo reciente, con cuestiones de esta nuestra comunidad.

Tenemos que revisar la red de saneamiento de la comunidad de vecinos, engorrosa labor, que sin duda va a trastornar a los locales comerciales de la casa. De pronto, descubro que el bar está en obras, de reforma total, el mejor momento para que entren los poceros a ver qué hay ahí abajo y, si tienen que picar, que piquen. Total, el suelo van a ponerlo nuevo. Pero hay que darse prisa, porque los albañiles quieren ponerse a solar pronto. Tienen fecha de entrega y compromisos posteriores. Si queremos que coincidan, hay que elegir rápidamente el presupuesto, y uno no sabe, así que tiene que esperar a algún vecino sabio a pedir consejo, y luego llamar a la empresa elegida. Puede que tengan ya otros trabajos contratados y no puedan venir cuando a uno le interesa, en todo caso, ya estamos advertidos también de que hay que pedir permisos al ayuntamiento, y la cosa suele ir lenta... Uno, pues, hace lo que puede para hacer coincidir dos obras, cuando nada está en su mano, y se preocupa y se estresa inútilmente pensando en que va a llegar el tío Paco de la realidad con sus rebajas en forma de problemas. Y sin embargo, de pronto, como mágicamente, resulta que la empresa más barata les inspira confianza a los expertos, se les llama, y están disponibles y dispuestos para empezar de un día para otro. Podrán venir el miércoles. Una satisfacción, por supuesto, y un gran alivio. Las sensaciones positivas protagonizan este momento.

Pero, fuera de guión, escondida en algún oscuro rincón de la mente, hay una sombra decepcionada, la del mártir masoquista que esperaba dificultades que dieran sentido a su estrés, dimensión a su trabajo y voz a su queja. Está decepcionado, porque todo está siendo más fácil de lo que pensaba, y, por tanto, se ha estresado en vano como un gilipollas; su trabajo, ahora, ha quedado a la vista como lo que es, una simple llamada de teléfono, y, por tanto, no podrá contestar a quien le diga que eso de ser presidente de comunidad "no es para tanto".

Esto es sólo un caso. Podríamos, sin duda, encontrar anécdotas similares. Pero bastante me he extendido ya con el ejemplo. No quisiera que se perdiera de vista la reflexión: a veces, al ingrato, hasta la buena suerte decepciona.
Para el lector curioso, le diré que la tarde anterior a la fecha concertada para que viniera el camión-bomba de los poceros, habiendo coordinado la parte más difícil - los dos locales - apareció un problema donde menos se esperaba. Había que advertir al vecino del bajo de que iban a venir los operarios a las nueve de la mañana (su vivienda da acceso a dos patios, y tendría que permitirles entrar). Pero no estaba en casa, ni había dejado llave a nadie ni se le pudo localizar en toda la tarde ni por la noche. A uno de los patios se puede llegar también desde la farmacia, así que sólo cabía rezar para que no fuera necesario entrar en el otro. Después, por la mañana, los poceros no vinieron a las nueve. Un poco más tarde, uno recibe una llamada informando de no pueden dejar el camión como pensaban, y necesitarán acotar una zona con vallas. Quedan, por tanto, en volver el lunes. Este retraso anula - o dilata - el problema con el vecino, y vuelve a poner de relieve los problemas de coordinación: casi imposible que el bar no pongan nada de suelo hasta entonces.

Este que os escribe da en ese momento un salto cualitativo, y, ni satisfecho ni decepcionado, simplemente acepta lo que viene (y lo que no viene). Por cierto, es sábado, seguimos sin localizar al del bajo y el bar está solado casi del todo. Salga el sol por Antequera.

miércoles, octubre 04, 2006

¡EUREKA! ¡ME ENCONTRARON!

El lunes me encontraron. No es que estuviese fugado ni huyendo de nadie; es sólo que tuve uno de esos encuentros fortuitos que me son tan habituales, sólo que, en esta ocasión, no fui yo quien me encontré a otra persona, sino que fue la otra persona la que me encontró a mí. ¿El orden de los factores no altera el producto? No lo sé: siempre se ha dicho que Colón descubrió América, no que América descubrió a Colón, que también podría ser. Comparaciones aparte, sí es lo mismo en cuanto al hecho práctico de volver a vernos una antigua compañera y yo, ponernos al día de nuestras vidas, informarme de que tiene dos niños, uno de ellos presente durante el encuentro, e intercambiarnos teléfonos y correos electrónicos. Pero no en el hecho trascendente y real del azar. El acontecimiento, en este caso, le pertenece a ella. Ella es el sujeto afortunado (no por encontrarme a mí, sino por encontrarse a alguien) y yo el objeto de su casualidad. Desde algunos puntos de vista, si a uno le ocurren las cosas por algo, ella se ha encontrado conmigo por alguna razón; es decir, que mi localización, en teoría, será para aportar alguna clave a su vida, en este caso no a la mía. Debo decir que a la inmensa mayoría de los encuentros que tengo no consigo verles una razón última (ni primera, muchas veces), y alguna vez he pensado si el "receptor" de mis encuentros no serían los demás; por justa viceversa, a lo mejor podría ser yo el beneficiado de esta casualidad. Como no le he visto aún la ventaja, volveré a mi primera teoría: ella me ha encontrado, y yo he sido visto. Ahora sé cómo se sintió el Principio de Arquímedes cuando el propio Arquímedes lo vio claro y meridiano y salió a la calle gritando "¡Eureka!". ¿Qué puedo gritar yo?

sábado, septiembre 30, 2006

LA LEY DE LA VIDA

Desde hace cuatro o cinco años - quizá más -, cada vez que termina la temporada de futbito, hacemos una votación en el equipo para ver si seguimos. Algunos compañeros se van fuera los fines de semana y tienen que venir expresamente el domingo a jugar. Nos vamos haciendo mayores, somos pocos, venimos justos, y nos cansamos. Y raro es el año en que no nos lesionamos alguno, y tardamos en recuperar, con lo que, encima, somos menos. Incluso ha aparecido el reúma en nuestras filas. Una ruina. Pero aunque nos cueste, nos gusta jugar, y son tantos años, que se hace duro decir "ya no jugamos más". Este año el equipo ha cumplido el 25 aniversario, una cifra muy redonda como para poner fin, pero ha vuelto a salir que sí. De hecho, creo que nadie ha votado en contra.

Sin embargo, a la hora de apuntarnos, nos hemos quedado sin nuestro tradicional turno de los domingos por la mañana. Sólo nos dejaban los sábados por la tarde (imposible para los padres de familia con niños y para los que salen los fines de semana), y los domingos de 3 a 6 (imposible para los que tenemos la penosa manía de comer). ¿Total? Que, finalmente, no nos hemos apuntado. La vida ha impuesto su ley.

Quizá nosotros no nos hubiéramos atrevido nunca a dejarlo. Quizá estábamos prolongando demasiado una época. Quizá era necesario hacerlo incluso por salud. Por tiempo. Por tranquilidad... El deporte no es necesariamente tan saludable como dicen.

No escribo esto por contar mi vida, que poco interés tiene, por no decir ninguno, sino para hacer ver cómo, a menudo, ante nuestras indecisiones, nuestra confusión, nuestros bloqueos, apegos, inconsciencias o falta de metas, es la vida la que decide por nosotros. Éste, desde luego, no es un giro demasiado importante en la vida de ninguno, pero estoy seguro de que todos hemos vivido algún acontecimiento ajeno e involuntario que, positiva o negativamente, ha marcado el rumbo de nuestro camino durante un tiempo o para siempre.

lunes, septiembre 25, 2006

DOS COMO GREGUERÍAS

El hombre no desciende del mono: directamente empieza siendo mono. Impepinablemente, cada vez que una persona ve a una madre con su bebé en el cochecito, dice: Qué niño más mono.

Cuánta impertinencia la de esos desconocidos que paran a las madres con hijos pequeños y les hacen preguntas: "¿Cómo te llamas?". El niño, tímido, hosco o lento de reflejos, calla, mientras una voz impostada contesta en su nombre "Me llamo Carlos, y tengo cinco años". Tienen algo de ventrilocuas las madres.

miércoles, septiembre 20, 2006

MI PRIMERA VIDA

Tengo un amigo, Dani, que tiene un blog (aquí tenéis el enlace), y hace unos días traía una referencia sobre una página web en la que, simplemente poniendo tu fecha de nacimiento, te decía quién habías sido en tu vida anterior. Llamémoslo reencarnacionismo lúdico.

Un compañero de trabajo, Manu, dedicó hace poco un guión al tema de las vidas anteriores. Llamémoslo reencarnacionismo humorístico.

También otro blogger que me visitó recientemente tenía un post sobre el particular. Reencarnacionismo poético, en este caso.

Incluso Carlos Martínez Vallés, cuya página web referencio aquí, tiene un libro titulado "¿Una vida o muchas?", en el que aporta razones a favor y en contra de este asunto. Reencarnacionismo filosófico... o no.

Excepto el último, cuyo libro leí hace tiempo, los otros tres documentos han aparecido en mi vida en el plazo de dos semanas (incluso dos de ellos con pocos días de diferencia), de modo que he querido hacer una reflexión.

Se supone que el asunto éste de las reencarnaciones tiene que ver con la ley del karma, según la cual y hasta donde la entiendo toda acción tiene su consecuencia, en esta vida o en una futura, y uno debe seguir encarnándose hasta liberarse de todas sus deudas kármicas o aprender la lección que le toque. Esa ley del karma, según algunos, nos hace relacionarnos con antiguos familiares, parejas, amigos, enemigos, compañeros, y trocar amores en odios y odios en amores, y vivir en otra vida el rol del que fue tu antagonista en la anterior, y en definitiva sufrir los vaivenes, subidas y bajadas de las pasiones humanas. Así, cada vida es un tiempo para saldar cuentas de una anterior.

Pero... ¿y si fuera ésta mi primera vida?

jueves, septiembre 14, 2006

FELICIDAD Y ESTADÍSTICA

9.999 veces de 10.000 uno sale de casa con la cartera y vuelve con ella. Podría decirse incluso que 99.999 de 100.000, pero siempre hay uno que la pierde dos veces al año y jode la media. La única vez de las diez mil en que uno la pierde, se siente el hombre con más mala suerte del mundo. Sin embargo, nadie da gracias por las nueve mil novecientas noventa y nueve veces en que fue afortunado porque no la perdió. Pongamos que tres o cuatro de esas veces, uno estuvo atento, y le corresponde el mérito de haberla custodiado, pero las otras nueve mil novecientas noventa y cinco la ha conservado por mera suerte, sólo porque no se le ha caído ni se la han quitado.

El lunes fui al cine a la Plaza de España. Al salir, fui andando por la Gran Vía y en Callao me di cuenta de que no llevaba la cartera encima. Fácil que se me hubiera caído sola de un bolsillo lateral del pantalón, o al sacar el móvil, sin darme cuenta, o incluso que me la hubiera quitado un artesano carterista. Di el dinero por perdido, e hice un somero inventario de tarjetas y carnés que habría que anular y volver a tramitar, y entretanto corrí todo lo que pude para llegar antes del siguiente pase de la película. No tenía mayor confianza en encontrarla, pero ir mirando el suelo de la acera por si se me hubiera caído y siguiera allí sí que me pareció un trabajo duro, ingenuo y seguro que infructuoso. Llegamos (hice correr también a mi amigo Dani), y, sí, ahí había estado, la habían encontrado, la habían entregado en taquilla y, por fin, me la devolvieron.

Cuando llegué a casa, me di cuenta de que había salido con la cartera y había vuelto con ella, y me sentí un hombre afortunado, a pesar de haber estado viendo Alatriste.

Fue una fortuna también que me acompañara Dani y no una modelo del club Fuera de Cibeles. Si en Callao me doy cuenta de que no llevo la cartera, ¿cómo pedirle que se ponga a correr a mi lado con los tacones? O sigo con ella sin saber qué habrá sido de mis carnés, y pidiéndole que me invite a todo, o la despacho a su casa, mientras yo me entretengo en estas minucias prosaicas. Nunca hubiera acertado.

Y a quien piense que le debo una carrera a mi amigo (que por cierto no llevaba cartera, porque se la había dejado en casa) le diré que se equivoca, él después se dejó un libro, y le tuve que acompañar yo. Entre los dos hemos roto la estadística en un solo día.

martes, septiembre 12, 2006

YO TAMBIÉN SOY TOP MODEL

Me siento más bello en estos días.

He leído las últimas informaciones sobre las tablas de pesos y medidas que debe tener una modelo para desfilar en la pasarela Cibeles. Hay una magnitud denominada índice de masa corporal que está relacionada de algún modo con la salud (no con la belleza, que a las modelos, como el valor a los soldados, se les supone), y determina que una persona saludable debe marcar entre 18 y 25. Esta cifra se halla dividiendo los kilogramos de peso del individuo por el cuadrado de su altura en metros, de modo que, a más altura y menos peso, menor índice de masa corporal. Ni que decir tiene que las modelos llegan raspando al 18 mínimo exigido. Por ejemplo, dos chicas de 1'75 (cuadrado, 3'06) que pesen respectivamente 56 y 55 kilos, tendrán un índice de masa corporal de 18'30 (sana), en el primer caso, y de 17'97 en el segundo (insana). Con este rasero se han quitado de en medio en Cibeles a un tercio de las desfilantes aspirantes en la pasarela. A ellas, sobre todo, dirijo mi solidaridad. Si no os quieren en Cibeles, que sepáis que bajo mi techo, si no quedaros, al menos sí podréis siempre desfilar.

No penséis ahora que todos los hombres somos iguales y pensamos en lo mismo. Yo me considero en este caso semejante a vosotras. ¿Verdad que coméis bien y con apetito, y que en realidad es vuestra constitución delgada la que os mantiene así de esbeltas y etéreas? Pues yo igual. Coma lo que coma y en la cantidad en que lo coma, en el último año no he conseguido pasar de 58 kilogramos de peso. Midiendo como mido, 1'80 metros (cuadrado: 3'24), me sale un IMC de 17'90. Sí, a mí también me hubieran echado. Yo también soy top-model.

En resumidas cuentas, mis espigadas amigas, que si queréis que hagamos algún tipo de asociación para protestar, consolarnos o lo que sea, no tenéis más que decírmelo, que para eso estamos.

domingo, septiembre 10, 2006

NO SÓLO DE TORRES GEMELAS VIVE EL 11-S

Propongo un reto a mis dos lectores, entre los cuales me incluyo: adivinad a qué otra efeméride hace referencia el título de este post. Es decir, ¿qué acontecimiento señalado se conmemora el once de septiembre? (Pista: ocurrió en España).

jueves, septiembre 07, 2006

ENVIDIO MI CASA

Se dice que los franceses son chovinistas, y les gusta más lo suyo que cualquier otra cosa, y los españoles somos envidiosos, y nos gusta lo de los demás más que lo nuestro (excepción hecha de las opiniones y prejuicios: nuestras ideas son siempre insuperables, faltaría más). Para uno, ser español no es más que un cúmulo de circunstancias y condicionantes a menudo favorables, pero a veces no tanto, y se mueve, por tanto, entre el tópico nacional y el individualismo rebelde. Traducido: que, a veces, lo propio me parece mejor que lo ajeno, mientras que, por temporadas, me da por encontrar siempre en los demás elecciones más acertadas. Por ejemplo, la vivienda: el tipo de casa, su situación, su decoración, el estilo de vida... Se trata de una envidia de escaso alcance, que se agota en sí misma, pero me sorprende por su comportamiento compulsivo y desordenado. Así, puedo un día envidiar el estilo recogido y hogareño de la casa de unos amigos, para el día siguiente soñar con el elegante piso de techos altos que he visto en una película francesa; un día admiro el minimalismo de un pequeño estudio que te muestra una revista, otro deseo el ático con terraza del prójimo, en el mismísimo centro, y más tarde me da por pensar que el que sí que se lo sabe montar es el que se ha ido a vivir al campo, alejado del mundanal ruido, en una casa grande, con terreno y huerto. Vamos, que me das el catálogo de ikea y me vuelves loco. Y luego mira uno su casa, y le parece que está bien, que tiene su gracia, pero no tiene un estilo muy definido, que está un poco desordenada, algo sucia, y que si tuviera que decorarla ahora, no metería tantos colores, pondría menos muebles... o igual se iría a vivir a otro sitio, de otra manera... Y en este punto es donde sucede lo asombroso. De pronto, veo el reflejo de algún espacio de mi casa en un espejo, y me impresiona. Pero no al reconocerlo como de mi casa, sino, al contrario, como si fuera un rincón entrevisto en cualquier otro sitio. Como si acabara de ver la foto en una revista y pensara: qué buena idea, me encantaría tener un escritorio así. Al fin y al cabo, como ya nos anticipaba la Alicia de Lewis Carrol, al otro lado del espejo, está el País de las Maravillas. En este caso, mi casa simétrica. Qué locura.

Me gustaría tener mi casa. Me gustaría ser yo.

martes, septiembre 05, 2006

¿QUÉ SABE EL CUERPO?

El lunes me quise apuntar a clases de natación en un polideportivo municipal cerca de casa. La inscripción para las actividades deportivas estaría abierta desde las ocho y media, y yo tenía que irme a las nueve y media para una reunión, luego me convenía estar a primera hora, pero ¿qué hora era ésa? Es posible que, tratándose de plazas limitadas y baratas, hubiera grandes colas para conseguirlas. Sin embargo, sin una confirmación de este punto, no tenía mucho sentido llegar a las siete de la mañana para esperar el primero delante de nadie. Me planteé, por tanto, ir a las ocho, media hora antes de la apertura. Si no era suficientemente temprano, mala suerte.


Ignoro por qué razón, esa noche no conseguí conciliar el sueño. Pasadas las seis de la mañana, después de tratar de aburrirme con un capítulo de un libro denso, de hipnotizarme con un par de sudokus difíciles (que resolví) e intentos infructuosos de aplicar técnicas de control mental contra el insomnio (que no resolví), di la cosa por imposible, y me levanté para adelantar un trabajo pendiente. Después, hice tiempo para ir al polideportivo. Llegué sobre las ocho menos diez. Había apenas veinte personas que esperaban de forma desordenada. ¿Quién es el último?, pregunté. Hay que coger número, me dijeron. Efectivamente, en la puerta había un hombre repartiendo turnos. Me dio el 97.


Por las conversaciones que pude oír después, me enteré de que, aunque las puertas no se abrían hasta las ocho y media, se empezaron a dar números a las seis de la mañana. Los primeros que lo cogieron podían llevar desde las tres. Se especuló con que alguno había dormido allí. Me encontré (¿cómo no?) con una compañera, que había estado a las seis y poco, y le habían dado el 56. Y yo pensé que la noche que había pasado en blanco sobre la cama perfectamente la podía haber pasado en la cola del gimnasio. ¿Sabía mi cuerpo eso y no le hice caso?


Abriendo a las ocho y media, para que atendieran el número 97 - el mío - en la taquilla antes de las nueve y media tenían que ir a una velocidad de más de tres números cada dos minutos (90 en 60). Cuando a las nueve menos cuarto, supe que iban por el 8, desistí de esperar más. No obstante, parecía que la gente buscaba más bien actividades para sus hijos que para ellos. Quizá hubiera suerte con la natación para adultos. Por la tarde volví a ver si quedaban plazas para mi curso de aprendizaje... y sí. Quedaban, e incluso elegí entre distintos horarios. Podía haberme ahorrado el madrugón (que, puesto que no dormí, no lo fue tanto, aunque tampoco "trasnochón", pues resultó involuntario). Eso no lo sabía el cuerpo.


En el polideportivo, no habían tenido la deferencia de poner el listado de plazas libres visibles desde la calle para que nadie hiciera cola en balde, ni tampoco habían sacado el cartel con el horario de inscripción. Con suerte, había podido verlo días atrás, pegando la cara al cristal de la puerta, colgado de un tablón de anuncios interior (¿Qué sentido tiene informar de algo en un tablón de anuncios no accesible al público?). Lo que no pude ver fue la letra pequeña: se repartirán números desde las 6. Una faena, porque, de haberlo sabido, habría estado antes. Pero una suerte, porque no me era necesario hacer esa cola. Y también otra vez una faena, puesto que, al no dormir, no me costaba haberme acercado antes, y podía haber aprovechado, si lo hubiera sabido. Aunque una suerte de nuevo el que me dieran un número suficientemente alto para que no tuviera que plantearme quedarme a ver si daba tiempo. Qué mezcla de azares afortunados y desafortunados en un solo suceso.

Pero en definitiva: ¿sabía mi cuerpo que tenía que estar radicalmente temprano en la cola y por eso se negó a dormirse? ¿Y sabía mi instinto que habría plazas de sobra como para apuntarme después, y por eso insistía en buscar el sueño? ¿Y qué sabía mi razón? Poco, muy poco. Lo justo para decir: me voy, vendré después por si acaso. No tenía ninguna expectativa, esperanza ni corazonada de salirme con la mía, pero podía ir, estaba cerca y tenía tiempo. No perdía nada por intentar. Así fue cómo al final conseguí el objetivo sólo actuando razonablemente. Se ve que la razón también tiene razones que el corazón desconoce.

jueves, agosto 31, 2006

NO TENGO CALOR

Para rabia y envidia de mis conciudadanos madrileños colegas en rodriguicia agostera y aun a sabiendas de que puedo ganarme una justificadísima bofetada, declaro con osadía que no tengo calor. Reconozco que lo hace y, en cierto modo, lo capto, pero no me mueve a queja ni a lamento ni a respiración fatigosa siquiera. Y si noto la espalda empapada en sudor, lo achaco, claro, al calor, pero como si éste fuera una circunstancia periférica de escasa importancia. O mejor, como el inevitable defecto que se disculpa al amigo sin siquiera mencionarlo.
El verano es, en efecto, nuestro amigo, y sudores y mosquitos son esos pequeños inconvenientes que hay que saber pasar por alto, so pena de vernos privados de su amistad para siempre. A mí a veces me pregunta esta estación "¿tienes calor?". Y, aunque podría contestar un agónico "sííííggg" con voz de asfixia para crearle mala conciencia, prefiero sobreponerme y, sin llegar a mentir, ofrecer un discreto "un poco". Como cuando el amigo lleva media hora anclado en los prolegómenos de la historia que te quiere contar y de pronto se inquieta - "a lo mejor me estoy poniendo un poco pesado" -, y uno le tranquiliza con un "No, no te preocupes". Pues con el verano igual. "¿Calor? Sí, un poco, pero lo normal, no es ni para mencionarlo".


Debo apuntaros una cosa a este respecto. He observado que cuanto menos te quejas del calor, menos lo notas. El indiscreto que confiesa abiertamente "estoy sudando" (qué innecesario, además), destila gotas más gordas y en mayor cantidad en el momento de decirlo. Decid "qué calor hace" (o qué calor azo, que viene a ser lo mismo), y el propio calor al oírlo se hinchará de orgullo y se le hará mayor.

Y no es sólo eso. Asiste a mi argumento una razón moral. Algunos no me conocéis personalmente, pero enseguida os pongo en situación. Soy un delgadito sin reservas calóricas y me paso el invierno encogido en un ovillo como queriéndome hacer de lana para resguardarme del frío. Los días en que me destemplo ya podría ponerme encima el doble de mi peso en jerseis, y seguiría temblando. Paso mucho frío en invierno. Frío de tiritar, de no quitarme a veces la bufanda ni siquiera en interiores; de quedarme sentado temblando de miedo al frío y de frío propiamente dicho. Entonces sueño con el calor y anhelo la llegada de la primavera y más aún del verano, y me declaro friolero cuando me preguntan, y afirmo, si se plantea la cuestión, que soporto mejor el calor que el frío. Dónde va a parar.


Dicho esto, ¿qué clase de hombre sería, qué sinvergüenza incoherente o inconformista gruñón, si al llegar los rigores del verano, tan deseados, me empezara a quejar? No, señores. Si opto por el calor, cuando viene lo acepto. Y si es fuerte, lo aguanto, y si es insoportable, lo soporto con entereza. Sobre todo, eso: no perder la compostura y la dignidad. Nada de doblegarse ante el clima. Cuerpo firme, sudor controlado y sonrisa impertérrita de eterna gratitud al sol, por el buen tiempo.

Preguntadme, os reto, con malicioso retintín, sin queréis, "¿no tienes calor?". Entonces me volveré y, sin sombra de duda ni de sufrimiento, con un abierto contento que todo lo acepta (y lo que no lo disimula), que, por cierto, interpreto muy bien, contestaré "¿Calor? No. No tengo calor".

miércoles, julio 12, 2006

EL CINE ESTÁ ENLADRILLADO

No es el comienzo de un trabalenguas, sino la triste realidad. No tengo cámara digital para incluiros una foto, pero la verdad es que impresiona. Si alguno tenéis ocasión de pasar por la calle General Oraa, podéis ver como han emparedado las dos entradas contiguas y simétricas del cine Dúplex (en lenguaje inmobiliario estricto, debería ser "adosado" o "pareado" más bien). La imagen me recuerda la escena de la película "Solas" (creo que la vi en ese cine, solo, por cierto), en que María Galiana abre la ventana de la habitación de su hija y se encuentra una pared de ladrillos. No estaba el cielo ni el sol al otro lado, ni están ya las películas dentro del cine. Lo malo es que no me extraña. Cuando me acercaba muchos martes por la noche (su día del espectador), a menudo tenía un pase privado para mí solo. Cuando estaba el hombre mayor (dueño o gerente, no sé), era un poco más estricto, y no pasaba la peli si no había un mínimo de tres o cinco personas de público. Parece que hay una normativa al respecto. Qué gusto de sesiones, que ya no disfrutaré. Hacía algún tiempo que habían puesto un cartel agorero de "Se Vende", pero yo esperaba que nadie lo comprase y el cine siguiera como estaba, a mi disposición para los pases privados de los martes. No ha podido ser. Me queda el temor de que dentro de poco lasofertas que presente este local no sean un reducción de precio un día a la semana, sino unos prosaicos 3 x 2 en latas de atún y detergente para lavadoras. Espero equivocarme. Los chinos que están al lado, también lo esperan.

viernes, julio 07, 2006

BISES

Por invitación de una amiga, estuve el otro día en el concierto de un cantautor. Un lugar pequeño, pero muy bien aprovechado. A decir del artista, el mejor garito. No quiero hablar de sus canciones, ingeniosas, emotivas, bonitas, tristes y también duras; de amor, desamor, altibajos emocionales y desgarro; entre lo brillante a veces, y lo sensiblero siempre. Arrastró mucho público incondicional que se sabía las letras, a menudo complicadas. Tampoco se trata ahora de sacar pegas a la excesiva optimización del espacio en el local, aunque la incomodidad fue la que me llevó a la reflexión que ahora os traigo.

Después de hora y media larga de música, solo, con un bajo, con un batería, o con el batería y un bajo, por fin el cantante anunció su última canción. Y la cantó. Le aplaudimos.La canción había estado bien, el concierto había estado bien... incluso ya estaba bien de concierto. Él y sus amigos desaparecieron de la escena no se sabe bien por dónde, y la gente aplaudió pidiendo más. Yo me congratulé de ver que ellos ya no estaban. Pronto podríamos salir de ese microespacio reducido. Se encendieron las luces. Los aplausos ya eran muy dispersos. De vez en cuando, alguien gritaba: Otra, otra... y despertaba las palmadas y las reclamaciones de más música por parte de otros fans. Todo muy intermitente, sin un entusiasmo general muy sólido. Pero los provocadores eran tenaces y siguieron, y poco a poco consiguieron un aplauso más continuado y que el "otra, otra" tomara cuerpo. Y entonces salió el artista, volvió al escenario y cantó tres o cuatro canciones más.

Y digo yo: ¿a qué viene ese juego tonto entre público y cantantes? Si dices que terminas, termina, y si vas a cantar más, cántalo ya y no nos hagas sufrir ni a los que te quieren seguir escuchando ni a los que soñamos con verdaderamente has terminado. Podía haberme ido, pensaréis... Era difícil entre ese mar de taburetes. Además, había venido con gente, y estaba un poco obligado.

Son cosas extrañas estos añadidos postizos que nos encontramos en la vida: la coletilla del torero, la propina del camarero, las tomas falsas de las películas o series de televisión, que cada vez son más falsas y menos tomas, los bises y las posdatas. Curioso tema este de las posdatas. Inventadas para las cartas manuscritas, para poder añadir algo, una vez firmadas, y no tener que reescribirlas enteras de nuevo, adquieren un carácter un poco absurdo en la era informática, en que se puede editar, poner y quitar palabras a nuestro antojo antes de imprimirla en papel. Entonces, si la carta se firma después de la posdata... ¿por qué la posdata es posdata, habiendo habido ocasión de que fuera antedata? He visto - probablemente yo mismo he escrito - posdatas en un e-mail. ¿Qué sentido tiene eso?

Al final, todo se trata de tradiciones, rutinas y complicidades creadas. El cantante con su público, sabiendo ambos que aunque diga que termina, luego seguirá si le ruegan un poquito; el camarero con sus clientes, que sabe que sabe que éstos se van a dejar alguna moneda de más sobre lo marcado en la cuenta porque hay una ley no escrita que lo manda; el remitente y el destinatario de un e-mail, que juegan a imitar en su mensaje una realidad de referencia: la carta manuscrita de siempre, sin firma, sello ni sobre, pero con posdata.

miércoles, junio 28, 2006

A POR NOSOTROS, OÉ

Define el diccionario la ilusión como "concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por el engaño de los sentidos". Metáfora de la vida.

Se viste la gente de un color, llevan banderas, tambores, pitos, se pintan la cara, se reúnen en un mismo lugar para hacer masa y cantar las mismas canciones, como si eso fuera a durar siempre... pero siempre termina antes de tiempo (no lo digo porque nos eliminen, pues incluso la victoria se agota en sí misma). El caso es que perdemos y, de pronto, se deshace la ilusión, desaparece el engaño, no hay razón de ser para esas caras pintadas ni esas canciones. "A por ellos, oé"... ¿A por quiénes? Ya no iremos a por nadie más. Se ve entonces la sinrazón de tanta parafernalia y pienso que, más allá de la decepción patriótica, se despierta en los aficionados un cierto sentido personal de ridículo. ¿Qué hace uno, en medio de la calle, pintado de rojo y amarillo, si su equipo ya no juega? Imagino que uno, entonces, preferiría no haberse vestido tanto con su ilusión, y pasar desapercibido ante los demás y ante sí mismo.

Cuando todo termine, ¿qué haremos con la camiseta de nuestra profesión, la bandera del dinero, la cara pintada con los colores de la familia, los cánticos de nuestros amigos o los tambores del "así soy yo"? Esas derrotas nos llegarán todas juntas cuando menos nos las esperemos, y uno tendrá que buscarse debajo de la camiseta, el maquillaje y los gritos de ánimo, y apenas tendremos unos instantes para tratar de encontrar algo. Y entonces uno desearía no haberse dedicado tanto a corear el "a por ellos", y haber practicado más el "a por mí". Nosce te ipsum.

jueves, junio 22, 2006

¿TE MOLESTA QUE FUME? PUES MIRA, SÍ.

Transcurridos unos meses desde la ley de protección al no fumador, quisiera hacer unas reflexiones. En el día a día, no he encontrado grandes cambios. Ahora trabajo en casa, quizás en las oficinas sí se note. Conste que soy partidario de que hubiera la posibilidad de habilitar salas (smoking rooms) para los fumadores a los que costara dejar su hábito. Pero en todo caso, creo que es un hábito personal y perjudicial no sólo para ellos (allá cada uno), sino para todos los que están a su alrededor. Y a esos hay que protegerlos.
Sin embargo, tanta amenaza de persecución y en el 95% de los bares lo son de fumadores. Lo entiendo, es su negocio, y muchos no-fumadores ya están acostumbrados a convivir y tolerar el humo.
Por cierto, hay una organización llamada "Fumadores por la tolerancia", en cuya página web he intentado entrar repetidas veces sin conseguirlo. Siempre me he preguntado a qué tolerancia se refieren, porque es evidente que una persona que fuma en un lugar público está obligando a todos los demás a que toleren su hábito... pero ¿qué tolerancia ofrecen ellos a cambio? ¿A qué tolerancia obliga un no-fumador?
¿Y eso del "derecho personal de cada uno"? Claro, el fumador tiene derecho a ahumarte cuando y donde quiera... ¿y el derecho de uno a que no le ahúmen?
Todo sería más fácil con educación y civismo entre todos, desde luego. A mí me da un poco de vergüenza que tenga que ser una ley la que ordene esta convivencia, pero así es. Lo más cercano a la educación que podemos ver en los fumadores es esa pregunta, que en el fondo es retórica (o si no, ¿por qué siempre se hace con el cigarrillo en una mano y el mechero en la otra?): ¿Te molesta que fume? Con eso creen que quedan como señores caballeros educadísimos, y claro, si a uno le molesta, tiene que contestar "Sí", y chafare al amigo, causarle estupor, frustración y un enojo mal disimulado. Sí, evidentemente uno queda mal si contesta que sí a la pregunta "¿te molesta que fume?". En mi opinión, lo más educado es no fumar delante de conocidos no fumadores o desconocidos de hábitos también desconocidos.
Y en cuanto a la ley, si bien creo que se han pasado en el ámbito del trabajo, al no permitir las salas de fumadores, se han quedado cortos en otras cuestiones. Fumar al aire libre no es legislable y uno siempre puede evitar ponerse al lado del que fuma, pero ¿y en los puntos de encuentro o lugares de espera donde uno debe permanecer? Hablo de las colas. La cola del autobús, la cola del cine... ¿Tiene uno que aguantar el humo del que va detrás de él? Claro, uno podría moverse... y perder el turno.
Los fumadores sienten ahora que se les acosa, pero no se dan cuenta de que hasta ahora (y siguen un poco) han sido ellos quienes han acorralado a los no fumadores con sus cigarros.
Sí, todo esto es un problema, pero lo es de los fumadores. Toda ayuda que se pueda aportar, será bienvenida, pero la solución no es aguantar los humos.
Os dejo con un poemilla que escribí al respecto en mi casa para mis amigos tabaquistas que, cómo no, les hizo mucha gracia y que, cómo sí, no les quitó la intención de fumar.

MI ÚNICO RUEGO.

Amigos que venís, y encantado os recibo,
recordad que es aquí la casa donde vivo.
Así que si fumáis, habéis de saber, pues,
que, sin querer fumar, fumaré ahora y después.

Os quiero como sois y no os quiero cambiar,
y si fumáis, fumad, no dejéis de fumar.
Ni opino sobre ello ni tampoco os ataco.
(Sólo debo decir que odio el tabaco).

Pero odio el tabaco como se odia el delito,
y al igual que al ladrón la ley le compadece,
para mí un fumador en nada desmerece.
Lo que fume, pa’ él; a mí me importa un pito.

Un amigo es amigo aun siendo fumador,
y por toser un poco no creo que me muera,
pero dejad que sueñe en un mundo mejor:
el que quiere fumar fuma muy poco, y fuera.

Deciros esto aquí resulta doloroso,
pero es que, si fumáis, yo luego después toso.
No lo pido por mí, que si quiero me aguanto,
pero otras razones a mi razón se suman,
y es que tengo también amigos que no fuman
y no quiero, si vienen, el causarles quebranto.

¿Os suena estricto?
Obrad como queráis,
que si me preguntáis
negaré haberlo escricto.

En fin, nada prohibo;
si os empeñáis me haréis un fumador pasivo
del tabaco cautivo
aun en mi propia casa.
Pero esto es lo que pasa:
que estáis en vuestra casa,
al fin, en todo caso;
y haré la vista gorda, haré como que paso.
Enfadarme por eso no sería de recibo.

Esto, pues, es lo más que puedo hilar de fino:
y creo que el respeto, al menos, compagino
con mi aversión al humo en grado sumo,
y como veis abajo muy breve lo resumo:

Si podéis no fumar,
yo lo prefiero.
Si me queréis matar,
tomad el cenicero.

Si decidís fumar a mi costa y pesar,
el caso el rizo riza,
si también además
me ensuciáis todo el suelo con la propia ceniza.

domingo, junio 11, 2006

CAMBIO DE RUMBO

Me encuentro a un conocido el viernes, un redactor de la tele con quien coincidí en un programa hace seis años. Me cuenta que ha dejado la tele, y ahora está de guardia de seguridad en el aeropuerto. Estaba harto de la incertidumbre de los programas, de tener que "trabajarse" el siguiente trabajo...y más cosas. Conozco la historia. Otro amigo también dejó el medio para coger el traslado de una papelería. Una amiga quiere hacer las oposiciones a profesora de instituto, pero si trabaja no tiene tiempo para estudiar y si no trabaja no puede vivir... Es difícil cambiar. Sobre todo, si toda tu experiencia es el mismo campo. De pronto, empezar de cero y, probablemente, ganando menos. Acertada o no su decisión, admiro en él la valentía de encarar su vida, darse cuenta de lo que no le gusta, y cambiar de rumbo pasados los cuarenta. La vida no es un laboratorio donde puedas comparar dos decisiones en dos probetas de circunstancias idénticas para ver cuál se desarrolla mejor, de modo que uno nunca sabe si acierta... pero hay personas que consiguen tener muy claro que su camino, sea cual sea, debe ser otro del que están llevando. Le pregunto: "¿Y estás bien?". Es sincero: "No, bien no, pero cuando termina mi turno me voy a casa y ya se puede hundir Barajas". Le deseo mucha suerte... y toco madera porque no se hunda el aeropuerto. Antes de separarnos, descubro la paradoja de este encuentro. "Fíjate en tu camiseta", le digo. Es una camiseta con frase que en este caso no sé a qué quiere referirse, pero por un momento resulta desafortunada. Pone "Usted no me conoce". Y precisamente yo sí que le conozco.

jueves, junio 01, 2006

COMO UNA PRESENTACIÓN DE POWER POINT

Podría cagarme en todo, como hacen las palomas en mi coche. Sí, podría, pero no lo hago. Al contrario, me siento extrañamente feliz y aliviado, como si hubiera sido bendecido con un chorro de buena suerte. ¿Quizás me he convertido, sin darme cuenta en un personaje de presentación de power point? Qué horror. A partir de ahora puedo ir de una dirección de correo a otra, repartiendo bendiciones y maldiciones a quienes continúen o interrumpan la cadena. No, decididamente no autorizo a comerciar así con mi historia. Os la cuento, no obstante.

Quienes me conocen, saben que una de mis pertenencias más queridas es un renault cinco (por el culo te la hinco) del año 1985 (por el culo te la hinco otra vez). Sí, tengo un blog y simultáneamente un coche de más de veinte años. Son las paradojas del ser humano. Para lo que lo uso no me compensa cambiarlo.

Para mañana tenía programado un ¿viaje? a Alcobendas, y se me ha ocurrido mirar qué tal seguía aparcado el coche. Hay que hacerlo de vez en cuando, por si de pronto te colocan un aviso de mudanza y, sin que te des cuenta, estás en plaza prohibida. Aparte de encontrarlo guarro como él sólo, me ha parecido ver una grieta en el parabrisas. Efectivamente, siguiendo el rastro de la raja, he llegado al centro de un impacto con su "tela de araña" alrededor y rayas en todas direcciones. Mi primer impulso ha sido no hacer nada y posponerlo todo, pretendiendo - como Dani siempre recuerda que hace Homer Simpson - que todo se resuelva por sí mismo. Pero, ¿no sería peligroso llevar así el cristal? ¿Y si se termina de romper por el camino? Había pensado incluso en pasar por un lavado automático, pero en estas condiciones me parecía temerario exponer el cristal a ningún tipo de presión. He subido a casa, he cogido la llave, he sacado el limpiacristales que llevo en el maletero y he limpiado todas las ventanas con cuidado. Después, he cogido la carpeta del seguro para ver si me cubría la luna, esperando que sí.

Pues no. Tengo lo menos que se despacha en seguros. No sólo es a terceros y nada más, sino que abajo del todo, como recochineo, te lo pone expresamente: no ha contratado incendios, robos ni lunas (así dicho, parece lógico: ¿quién iba a contratar un incendio?). En todo caso, he llamado haciéndome el tonto, por si las moscas. Lo mismo en los años que llevo con el seguro las cláusulas han cambiado a favor del cliente o qué se yo. Pues tampoco. Me han ofrecido los nombres de algunos talleres, pero yo, estando a 20 metros de un Arevalillo, y puestos a tener que pagar, he preferido no desplazarme demasiado. Hasta aquí hemos llegado al límite de mi desgracia: cristal roto, seguro que no paga y explicación de que, en las condiciones que describo, el parabrisas es irreparable y hay que cambiarlo.

Entro en el taller y pregunto: cuánto cuesta el cristal, cuánto tardan en hacerlo y si me lo pueden hacer mañana mismo. A todo que sí, pero me hacen la pregunta del millón: ¿es un renault cinco o un supercinco? Si el tamaño es el mismo, no entiendo la diferencia. Pues resulta que el cristal del renault cinco vale 120 euros porque va con goma y se pone en una hora, y el del supercinco son 255 (sólo 45 euros menos de lo que me costó el coche), porque va pegado y necesitan tres horas. El caso es que siempre he pensado que era un Supercinco, pero nunca lo he tenido claro. Ya estoy multiplicando (sí, más 40.000 pelas).

No obstante, vuelvo al coche, donde había dejado la carpeta del seguro, miro la ficha técnica y - aquí llega el giro de guión hacia el final feliz - no encuentro en ningún lugar el prefijo "super". Vuelvo al taller y lo confirmo: es renault cinco, y el cristal me va a salir barato.

No sé cómo se ha roto el cristal ni por qué, pero los accidentes ocurren. Puedo cabrearme pensando que tengo que gastarme 120 euros con los que no contaba o saltar de alegría porque me ahorro 135 de si el coche fuera un poco mejor. Puedo, además, dar gracias de que me venga en un momento en que no me supone un descalabro económico. E incluso, con las mismas, he medio negociado que me consigan un retrovisor de desguace a modo de favor, que me iba haciendo falta. Y a todo esto, la actividad y la eficacia desplegada me han dado de pronto una mayor seguridad en mí mismo; he podido manejar una situación sin agobiarme y prácticamente la he neutralizado (que todas las cosas sean como ésta, claro). Así son mis desgracias y mis accidentes: prudentes y de efectos discretitos. El universo confabula a mi favor incluso en estos casos.

No enviéis este post a nadie, que vengan aquí a verlo. Os deseo a todos mucha suerte, pero no os garantizo nada.

martes, mayo 30, 2006

ELLA NO ERA ASÍ

Ayer vi "Juana la Loca" de Vicente Aranda en la tele y recordé una anécdota. Hace unos años, cuando la estrenaron, coincidí en el cine con una vecina de mi casa, una mujer mayor. Yo iba a ver una comedia ligera y ella a "Juana la Loca". Unos días después, coincidí con la vecina en el portal de casa y, por tener una conversación algo más personal, le pregunté qué le pareció la película. "Bien", me dijo, "pero ella no era así". Me quedé pasmado y no me atreví a preguntar nada más. No había visto la película y no sabía cómo retrataba a Juana la Loca, pero, francamente, tampoco tenía una idea preconcebida de cómo podía haber sido esta mujer. Quizás mi vecina tenía más inquietud histórica que yo, y había leído libros sobre el particular, aunque lo dudo. Y, con todo, cualquier cosa que se diga de un personaje histórico se hará a partir de los escritos que otras personas hayan hecho sobre el mismo. Si ya es difícil conocer a una persona con la que convives, imagínate a una que vivió hace siglos. Sin embargo, la frase de mi vecina creo que es muy representativa de nuestra actitud ante las cosas. La realidad o (como dice un amigo) confirma nuestros prejuicios o es mentira. En este caso, la imagen de Juana la Loca no coincidía con la que tenía de ella mi vecina, así que su opinión sobre la película era, sencillamente que "ella no era así".

viernes, mayo 26, 2006

HOY, PROGRAMA DOBLE

Improviso hoy un nuevo formato: un solo post y dos temas. Pensé que iban a ser tres, pero se me ha olvidado el tercero. Dada la desigualdad de longitudes, y siguiendo con el símil cinematográfico, consideremos la primera nota el "corto" previo y a la segunda la "peli" propiamente dicha.

LOS AMIGOS DE MIS AMIGOS SON AMIGOS DE OTROS AMIGOS MÍOS.

Da vértigo pensarlo, pero nuestros amigos tienen vida propia, conocen a gente por su cuenta sin que nosotros lo controlemos ni tan siquiera a veces lo sepamos. Me informa ahora una amiga de que un antiguo compañero de piso y amigo suyo conoce a otra amiga mía. Ambos me conocen, pero no se han conocido por medio de mí. Qué pequeño es el mundo y qué prescindibles somos.

EL CÓDIGO DA VINCI

Desde que me puse a trabajar muchas horas y empecé a no disponer de tanto tiempo para leer, fui prefiriendo el relato corto al novelón y, desarrollé una especie de "tochofobia" (manía a los libros voluminosos), que aliada con una "popfobia" (reticencia ante lo excesivamente popular), han dado como resultado una "best-seller-fobia".

Todo es justificable. La tochofobia, porque en mi adolescencia, me tragué "La Montaña Mágica" , como si fuera un plato nuevo y extraño (si no te lo terminas en la comida, te lo pongo a la merienda, y, si no, a la cena, y, si no, para mañana... y así varios meses), y creo que no le saqué la sustancia. Al menos, vi que la tenía. En cuanto a la "popfobia", llámenme elitista o esnobista, pero pienso que algo que le gusta a la mayoría de la gente no puede ser malo, de acuerdo, pero tampoco demasiado bueno. Al contrario que un antiguo eslogan de no sé qué producto que rezaba "millones de personas no pueden estar equivocadas", pienso que lo más probable es, precisamente, que lo estén.

Por todo ello, no sentí ninguna curiosidad por leer el código Da Vinci hace un par de años cuando empezaba a ponerse de moda, ni me parece prioritario ver la película. Debo de ser, por tanto, la persona que menos sabe de esta historia en el mundo civilizado. Y sin embargo, viendo la tele (ahora ya no parezco tan esnobista, ¿verdad?), no hago más que encontrarme debates en torno al libro y la película de marras. Por lo que deduzco, el mayor interés de todo el asunto se centra en si Jesús tuvo descendencia con María Magdalena. ¿Estamos locos o qué? ¿Qué más da? Si Jesús fue una persona realizada, el haber mantenido relaciones sexuales ni le quita ni le pone nada. Y en cuanto a los hipotéticos descendientes, ¿qué pasa? ¿Que los hijos del "Hijo de Dios", son "nietos de Dios", y de alguna manera "semidioses"? ¿O la cosa es que alguien nos oculta información? Si la información la queremos para ponernos a hacer "Salsa Rosa" de la Historia, diré que hasta me parece bien. No obstante, no he leído el libro ni he visto la película, así que, seguramente, estaré equivocado.

miércoles, mayo 24, 2006

¿Y SI NOS COLAMOS NOSOTROS?

Parece que el tema de las coladuras ha levantado ampollas. En estas "reglas del juego" no escritas, cada uno cree que su interpretación es la válida. Me pasó una vez en un supermercado, cuando estaba pagando, que una mujer (no es misoginia, es que es así), voceó con mal tono algo como "gracias por guardarme el sitio". Yo no sabía de qué me hablaba, la miré y aguanté un rapapolvo con la mirada de Robert de Niro que sugiere Txopsuey. Querido amigo, eso da igual: esta gente no va al cine. Parece ser que delante de la caja había dejado una cesta de plástico con su compra y se había ido a por algo que se le había olvidado. Ella no estaba cuando yo llegué, y la cesta ni la vi. Aunque hubiera sido absurdo no entrar a pagar por esperar a un fantasma. Y sin embargo, ella daba como ley que basta un objeto para guardar el puesto. Creo que todos coincidimos en que eso sólo puede ser válido - si lo es - si llegas antes de que le toque el turno al siguiente. No sería lo mismo si dejas en tu lugar a otra persona que puede ir pasando la compra e incluso pagar. Ya te arreglarás tú con ella. Por eso hacer la compra uno solo es más complicado. No se te puede olvidar nada. Si no, mala suerte.

Recuerdo mis angustias de pequeño cuando me mandaban a por un recado a la frutería. En otros sitios, basta con que te fijes en quién está antes que tú, y la cola circula fluida y armoniosamente movida por las reglas de la educación y la cortesía. Aquí como se te olvidara pedir la vez se te colaba hasta el Tato. En un ambiente tan hostil, uno aguantaba estoico las interminables tertulias personales de las mujeres con el frutero mientras improvisaban qué podían ir queriendo. Y tú, que tenías superclaro que querías sólo una ramita de perejil y dos limones, aguantando una hora. Luego, para más inri, te decían: ah, si querías sólo eso, haberlo dicho. Decididamente, el gran invento del siglo XX es la máquina de turnos.

Pero la máquina de turnos también presenta su casuística. No ignoraréis, claro, que hay personas que cogen un turno en un puesto, en otro y en otro, y esperan sólo en aquel donde prevén que les llegue antes la vez, para aprovechar el tiempo. Nada que objetar. Pero, ¿y si se les pasa el turno de otro puesto? ¿Puedes, con el 82, pedir después de que hayan atendido al 83, colándote al 84 que ya se frotaba las manos? Y si es así, ¿hasta cuántos números?

Me distraigo de mi propósito. Después de las iras suscitadas sin pretenderlo (yo mismo no las sentí tan fuertes) con el artículo anterior, quería reflexionar si uno mismo no recaerá o habrá recaído alguna vez en pecados similares. Por ejemplo, en el coche. Uno está en un carril de incorporación a una vía atascada. La norma indica esperar a que pase la fila, aunque el sentido común no lo recomienda (no pasarías nunca). ¿Qué hace uno? Ir asomando el morro hasta que la presencia de tu vehículo en la vía principal sea un hecho consumado. ¿Coladura o no? En mi defensa y justificación, diré que cuando estoy en la vía preferente, asumo y llevo a término lo que he venido en llamar el "efecto cremallera". He observado que, de forma orgánica, se va produciendo una especie de turno: pasa uno de la incorporación, uno de la principal, uno de la incorporación, uno de la principal... Evidentemente, esto se forma en parte gracias a la cortesía de los vehículos con preferencia y en parte por la osadía de los otros que van metiendo la cabeza. Yo asumo este efecto cremallera desde ambos lados sin colgarme medallas en un caso ni sentirme culpable en el otro.

Pero, acerquémonos más a los casos propuestos en el post anterior. Tú haces la compra y se te olvida una tontería (a la del otro día no era una tontería lo que se le había olvidado, pero en fin); se te ha olvidado comprar, por ejemplo, una cabeza de ajo. Vuelves a la frutería. Ya antes habías esperado una cola antes de atenderte. ¿Esperarías cola otra vez, o tratarías de exponer tu caso? Y si lo expusieras, ¿lo harías como pidiendo un favor o como asumiendo que te lo van a hacer? Lo paradójico es que el que materializa el favor es el frutero, pero quienes realmente te lo hacen (queriendo o sin querer y sin que nadie les pregunte) son los otros clientes.

¿Y en el teatro? Llegas pronto, compras las entradas, te sientas a tomar algo. Cuando te quieres fijar, ves que se ha formado una cola importante delante de la entrada. Toda (o casi toda) esa gente ha llegado más tarde que tú. Eso sí, no se han sentado tranquilamente, se han currado la espera de pie. Pero, realmente, ¿iríais humildemente desde la cabecera del vestíbulo donde están las mesas, hasta el final de la cola para poneros en vuestro sitio? ¿O más bien intentaríais ir buscando un hueco? Es difícil saberlo. ¿Os habéis puesto a tomar algo a sabiendas de que había una cola aparte u os ha pillado de improviso? Yo, si me hubiera sucedido sin darme cuenta, seguramente hubiera tratado de colarme discretamente, sin pretender ser el primero de la fila y sin pretender tener razón si alguien me lo afeaba, pero creo que lo hubiera hecho. Es parecido a cuando vas en coche y empiezas a ver una cola de coches a la izquierda o a la derecha, y tú sigues circulando, adelantando a todos los que están parados. De pronto, te das cuenta de que la cola es para tomar tu salida o incorporación y que, realmente, deberías haberte puesto el último y tragarte la retención. En este caso no se puede retroceder, de modo que no hay otra que colarse. Cuando eres tú el que espera y lleva media hora para recorrer un kilómetro, tiendes a pensar mal del que quiere colarse casi al final, pero hay que recordar que, por ignorancia, despiste - y a veces por llevar prisa, reconozcámoslo - uno también lo ha hecho. Pensad en ello y veréis con menos odio a los que se os cuelan. Ellos son vosotros.

Queda, por último, hablar de esa trampa que hemos hecho todos y por la que no sentimos ningún tipo de remordimiento: la de colar a alguien. ¿Por qué nos parece tan mal que una persona se cuele a título individual, y toleramos, sin embargo, que la cuele otra persona? Como si el orden en una fila fuera una propiedad con la que negociar. Vamos a ver, si yo estoy el tercero y cuelo a la que está la décima porque la conozco y le tengo simpatía, yo puedo asumir perder un puesto y esperar un poco más, pero ¿por qué puedo obligar a perderlo a las otras seis personas que estaban entre nosotros? La cosa es más grave cuando el producto de la cola es escaso. Quedan diez entradas para los diez primeros. Si yo cuelo a alguien, puede ser que deje sin entrada a alguien que había llegado antes que mi beneficiada. ¿A que no habíais pensado en ello? (Por eso, Liuva, aunque te lo dije en los comentarios, creo que si nos encontramos en una cola no debería colarte. Ni tú a mí. Ya tendremos tiempo de hablar después).

El que esté libre de pecado... (no sé por qué, pero me temo que hoy me vais a lapidar).

lunes, mayo 22, 2006

GENTE QUE SE CUELA

Escribí una nota sobre el sábado sin pararme a hacer una asociación al menos tan casual como la editada. En el mismo día, dos mujeres (tres en realidad) se me colaron. Cada una con sus razones y con toda seguridad creyéndose en posesión de la verdad. Pero se me colaron. Una, favorecida por la dependienta de un comercio con un dudoso sentido de la justicia. Fue, pues, realmente, la tendera quien la coló, pero el resultado es que se me coló. Y en orden a romper este círculo obsesivo, quizá sea mejor que haga el relato concreto de ambas coladas.

Pollería. Una y pico (y pata) del mediodía. Entro a comprar media docena de huevos. Hay dos personas atendiendo, pero me toca esperar. Se va una señora, atienden a otra, y se me despierta la impaciencia. Yo soy el siguiente. Mientras la despachan, entra una mujer. No me parece que sea la que se acaba de ir (pero aunque lo fuera). Aparece teatral y, con muchos aspavientos, dice que qué loca está, que se le va la cabeza, y que se le ha olvidado comprar algo. Así recuerda a clientes y dependientes que ella "ya ha estado allí". Yo me temo lo peor. Me temo lo peor muchas veces, y la mayoría de ellas no llega a suceder, así que, junto con lo peor que me temo, también me espero que ocurra lo correcto; es decir, que al terminar con las clientas que están comprando, me despachen a mí, y, en cuanto hayan terminado con los que estábamos antes, por fin se dediquen a la mujer olvidadiza cuyo turno, por cierto, ella misma había dado por cerrado con anterioridad. ¿No parece razonable? Lo peor que me temo es, por supuesto, que se me cuele. Y se me cuela. La cuela en realidad, ya lo he anticipado, la dependienta, que se dirige directamente a ella. Me parece inaceptable. Podría, por supuesto, haberle dicho algo, pero me pone nervioso reaccionar en estas situaciones en las que no cabe la razón. Quizás hubieran respetado mi turno; quizá no; quizá, en atención a que sólo quería media docena de huevos, me hubieran despachado, en plan favor (inaceptable también, pero me hubiera valido). El caso es que, paralizado, esperé que el olvido de la doña hubiera sido escaso (uno olvida comprar el perejil, no las patatas), pero no pintaba: empezó con un pedido de mayorista y tono de enumeración, y, como antes, volví a temerme lo peor. Y ahora sí era seguro: estaba en racha. Así pues, sancioné a la pollería con mi castigo callado y me fui. Di la espalda a un lugar donde acababan de ofenderme con una tonta injusticia. No soy tan ingenuo como para pensar que los dependientes captaron mi mensaje. Pensarían que, al igual que la señora olvidó comprar algo, yo habría recordado de más, y que en realidad no necesitaba nada. Ahora veo que en la vida todo es riesgo e inversión, hasta en la compra. Para conseguir seis huevos, debería haberle echado un par y, aunque hubiera parecido redundante e incluso paradójico, no debería haberme cortado en montar un pollo en la pollería.

Y luego a la tarde, en el teatro. Voy invitado por la actriz principal (espléndida en su papel Esperanza Elipe, reitero la recomendación: Café, sala Cuarta Pared, calle Ercilla, 17, Madrid), quien me dice que tengo que estar al menos media hora antes para recoger las entradas y me advierte de que éstas son sin numerar y conviene guardar cola un rato para entrar pronto y escoger buen sitio. Obediente a sus recomendaciones, estoy a las ocho y cuarto (la obra es a las nueve), y espero fuera a que llegue mi acompañante.

El vestíbulo del teatro es profundo y amplio. Junto a la puerta de acceso a la sala hay un bar y unas mesas con sillas para tomar algo mientras se espera. Nosotros rehuimos la comodidad y nos quedamos de pie, pendientes de tomar una buena posición en una cola aún no formada. Me parece de mal efecto pegarme a la puerta, aunque hubiera podido. En cuanto vemos que un grupo de personas se arremolina en primera fila ante la entrada, tomamos la segunda posición. A continuación, tras nosotros y un poco al lado se va formando una cola informe que no transmite mucha seguridad sobre el puesto que uno ocupa. No obstante, sí parece que será suficiente para conseguir un asiento centrado. No bien se abren las puertas, las "cigarras" comodonas que eligieron esperar sentadas en las mesas sin hacer cola se ponen de pie como un solo hombre y vienen a invadir las posiciones que como "hormigas" laboriosas nos hemos trabajado otros de pie. La chica de la sala que ha abierto la puerta nos pide paso a todos para dejar entrar a un hombre mayor que viene de las mesas caminado con dificultad. Me parece correcto. Eso sí. No tanto el que, tras él, dos gordas quieran aprovechar el carril abierto como un coche espabilado que siguiera la estela de una ambulancia urgente en medio de un atasco. La primera nos ha adelantado ya por la derecha, mientras que su amiga se mantiene a nuestro lado, en una especie de incorporación con ceda el paso que, obviamente, no se la ve dispuesta a respetar. La fila avanza y nosotros tratamos discretamente de avanzar con ella. La mujer, haciendo palanca con el codo en nuestro espacio personal, se cuela. Podéis creerme que lo asumo y no me importa. Pero, y aquí viene lo gracioso, cuando mi amiga constata: "Se nos ha colado por todo el morro", y yo lo ratifico con resignación "¿Qué iba a hacer, no iba a empujarla?", nos encontramos con que la doña ha seguido nuestra conversación, y una vez dentro, se justifica airada: "Perdona, pero yo no me he colado, que cuando yo he venido no había nadie". Bonito razonamiento para una persona que, además de llevar cuarenta y cinco minutos en el teatro, ha guardado veinte de cola. Eso le contesto: que cuando he venido yo tampoco había nadie, pero que, además, me he puesto a la cola (que es lo que hay que hacer). Por supuesto, no la convenzo, ni lo pretendo. Sólo faltaba que por hacer entrar en razón a una aprovechada de la vida, perdiéramos nuestra capacidad de elección de sitio, tan justamente ganada. La obra es muy ágil y divertida y hace olvidar el incidente. Pero, en algún lugar de la mente, se me queda grabada una pregunta inquieta: ¿por qué estas personas, además de morro, quieren tener razón?

domingo, mayo 21, 2006

ENCUENTROS PROPIOS Y DELEGADOS

Ayer, mientras espero a una amiga en el teatro, observo a la gente. Miro a las chicas sin preocuparme de si lo hago demasiado fijamente. Una me devuelve la mirada y se me queda mirando más fijamente que yo. Casi me asusta, como si me reprobara. En realidad estoy hablando de segundos. La chica en cuestión me pregunta, como identificándome: ¿Fernando? Qué alivio, no es que yo la haya mirado impertinentemente; es ella la que me ha mirado a mí, creyendo conocerme. "No", le digo, "te has debido de confundir". Ella se justifica, un poco cortada: "Es que eres idéntico". Y, yo, por aliviarle el apuro a la mujer, y por decir algo, suelto sin pensar: "Tengo un hermano que se llama Fernando, eso sí". Lo digo como una anécdota, como una casualidad: ese nombre está en mi vida. Pero es el de un hermano como podía haber sido el de mi padre o el de un perro; es decir, que no lo digo creyendo que eso vaya a solucionar la confusión. Ella sí agarra el cabo: "¿y vais por El Espinar?". En efecto, el Fernando al que ha reconocido es mi hermano. Mi hermano que nunca ha llevado barba, como la llevo yo ahora, que no acostumbra a llevar gafas, como hago yo siempre, y que, desde luego, tiene una nariz más grande que la mía, que ya es decir. "Pues sí, claro, de El Espinar". Ella se identifica, enumera amigos comunes de mi hermano y ella, y sale airosa. Y yo me quedo flipado de que, en ausencia de propios, se me presenten encuentros delegados. Luego, porque la cosa no quede así, me encuentro a una conocida propia, guionista de Globomedia. Esa es mi auténtica coincidencia de la tarde.

Me remito ahora al tema con el que comencé mi blog: los parecidos. A mí me sacan muchos parecidos, y no es (no creo) porque tenga una cara demasiado estándar. ¿Es normal que a uno, fuera de las asociaciones familiares (te pareces a tu padre, a tu madre, a tu tío o tu abuelo) le saquen tantos parecidos? En un programa de televisión en que trabajé había una sección de anónimos parecidos a famosos. Un día la hicimos con los compañeros que trabajábamos. Hubo a quien se sacó un parecido más o menos razonable y a quien no hubo manera. Yo hice cinco apariciones: con barba, como El caballero de la mano en el pecho, Cervantes y don Quijote; afeitándome el bigote, y de perfil, emulé a Lincoln, y quitándomela del todo y ayudado de una camiseta de rayas, era Wally (el de ¿Dónde está Wally?). Me han sacado parecidos a mi padre y a mi abuelo materno (al que no conocí, pero por las fotos no me encuentro el aire), al actor John Turturro, a Franco Battiato (de hecho, en un blog amigo me han puesto como nombre para el enlace "El que se parece a Battiato"), recientemente al personaje de Bernardo de Camera Café (y en consecuencia al actor que lo hace), y ayer (no es la primera vez) a mi hermano. ¿Puede alguien igualar este record de parecidos? Ahí va ese reto. Descuento los parecidos anónimos al primo de alguien o al amigo de alma de otro alguien y retiro también, si queréis, los parecidos familiares, que al fin y al cabo, quien más quien menos los tiene igual. Y, por lo demás, quede constancia de este párrafo en sustitución de la foto de carné que no he puesto adornando mis datos personales en el blog.

Por cierto, a los que estéis en Madrid, os recomiendo la obra "Café", en la Cuarta Pared. Mucho ritmo y mucho humor. Un pelín estirada, quizá, como si terminara dos veces, pero se ve con agrado.

viernes, mayo 19, 2006

¿CUÁNDO TERMINA EL PASADO?

El pasado ha pasado y lo único que existe es el presente, pero el presente también pasa y el pasado, a veces, se hace presente.

Aunque hoy precisamente sí me he encontrado con una persona conocida (la conocía poco, esa es la verdad), mi característica encontradiza de que a veces alardeo lleva un tiempo de capa caída. Últimamente cuando camino por la calle o en el metro no se me da con la misma frecuencia eso de encontrarme con amigos, familiares, amigos de amigos, amigos de familiares, familiares de amigos, profesores, condiscípulos, compañeros de trabajo, jefes u otros conocidos de diversa índole. En compensación, se me presentan dos tipos distintos de encuentros:
- En un blog, encuentro (o me encuentran) de forma inopinada personas desconocidas que de otra manera hubiera sido difícil encontrarme en la vida.
- Suena el teléfono, y alguien del pasado vuelve a hacerse presente. Esto segundo me ha sucedido tres veces en lo que va de mes. Qué digo tres; hasta cuatro (O cinco, si tomamos un mail recibido hace más tiempo).

El primero se presentó precisamente como un "vestigio de mi pasado", lo cual así dicho da un poco de susto. Era un antiguo compañero de trabajo. Calculamos que haría unos catorce años desde que trabajamos juntos por última vez. Alguna vez nos habíamos visto en pasillos de Antena 3, pero aunque conservamos la estima profesional el uno del otro y un cierto sentimiento de cercanía, no era una amistad que hubiéramos cultivado. Me llamaba para pedir mi opinión sobre un proyecto de televisión. Dejo aparte el halago y la extrañeza por sentirme buscado como punto de referencia. De salir adelante el proyecto, necesitaría una persona que hiciera un trabajo similar a algo que yo, en su día, hice en ese programa que compartimos. Eso puede explicar la llamada. Y la verdad es que sería divertido.

Curioso es que este amigo es muy amigo de unos conocidos míos, y sin embargo no nos relacionó y removió Roma con Santiago para encontrar mi teléfono. Es agradable saber que en algún lugar entre estas ciudades el número de abonado de uno puede ser localizado. No estamos tan perdidos.

Otra llamada, una humorista cuentachistes y también actriz que intervino como tal en el concurso de chistes de más repercusión en que he participado. De este programa hace menos tiempo (unos doce años), pero hemos coincidido más veces, y había sabido que andaba tratando de vender un proyecto de ficción. Y en eso anda, y por eso también me buscaba: para que le echara un vistazo y lo puliera (Me maravilla la imagen que los demás se crean sobre uno). En todo caso, no dispongo de tiempo para ello, así que no acepté el encargo.

Otro: mi primo. Uno tiene muchos primos, pero siempre hay uno de edad coincidente (o casi). En mi caso, son dos. Ambos nacieron un año después que yo, y con dos días de diferencia (entre ellos), pero uno vivía en el norte (y ahora en el sur) y no nos hemos visto nunca con demasiada asiduidad. Así pues, si digo mi primo es Guillermo. Desde los tiempos de la adolescencia empezamos a distanciarnos y a tener otros amigos y otras vidas, y tampoco hemos cultivado la amistad. ¿Cuánto tiempo podía hacer que no nos veíamos? Igual dos años, a lo tonto. De ahí la sorpresa. Sí habíamos tenido entre medias un par de encuentros "desencontrados". Por un azar desconocido compartimos el mismo homeópata (o sea, que al final, no nos diferenciamos tanto), y una vez estando él en consulta, por otro azar, salió mi ficha en el ordenador y él vio mi nombre. Como si hubiera visto un fantasma. Recientemente, a mí me pasó parecido: estando en consulta yo, su ficha estaba sobre la mesa. Se ve que en ambas ocasiones los dos fuimos el mismo día, pero a distintas horas. Si eso tenía que significar algo, mi primo fue quien recogió el testigo y me invitó a su cumpleaños el sábado pasado. Conocí su casa en el campo y a sus niños, a quienes tampoco había visto apenas. (Tuvimos hace tiempo otro encuentro similar, cuando una amigo me mandó un correo masivo y, entre las direcciones de los destinatarios, vi su nombre y apellido: era él. Y sí, soy un cotilla, que leo los nombres de los destinatarios de los correos que recibo; ¿cómo, si no, va uno a encontrarse con tanta gente).

Más. Siguiendo con cumpleaños. Rosa y Carlos, mis dos primeros compañeros de trabajo (años 88-92, más o menos). Rosa cumple el 15 de mayo, fecha señalada y fácil de recordar. El domingo me acordé y pensé en llamarla al día siguiente. Vano propósito: se pasó el día sin volverme a aparecer la idea. Pero por la noche suena mi teléfono, y es Carlos. Se ha acordado también y la ha llamado, no está en casa y le ha dejado un mensaje en el contestador, y, ya que se ha puesto, ha dicho: pues voy a llamar a Álvaro. Y nos ponemos al día el uno del otro (lo mío es rápido, la verdad). Después se me ocurre llamar a Rosa, que ya ha llegado, y cierro el círculo, no sin reconocerle el mérito del recuerdo a Carlos, que no me gusta colgarme las medallas de otros.

No creo que ninguno de estos encuentros vayan a tener excesiva significación en mi vida ni que le aporten un nuevo rumbo, aunque quién sabe. En todo caso, se da uno cuenta de que su pasado empieza a tener una cierta longitud, una cierta consistencia, y que nunca sabes por dónde te va a salir. Y puesto que cualquier persona que haya aparecido en tu vida puede volver a salir, más vale estar a bien con todos, por la cosa del karma (que en español traducimos como "no la hagas y no la temas"). Sed buenos.

martes, mayo 16, 2006

FUSIONES

Dejo en mi post anterior la evidencia exhibicionista de mi propia torpeza, al tiempo que una pequeña constancia en mi vida y en mi blog de esas "pérdidas" de las que hablaba otro post más atrás. Por hablar de los links, los he perdido, y mis dos últimos temas se han fundido en un pequeñito acontecimiento ligeramente desquiciante. Para este "hombre pulga", la desobediencia informática es otro perro más. Me pediría el cuerpo eliminar el blog de los links y la vergonzante frase: "he aprendido a ponerlos". Puestos estaban, pero, tal y como me indicó un visitante, no funcionaban. Tratando de corregirlos, sólo conseguí hacerlos desaparecer y que dejara de operar correctamente el único que estaba bien. Ni siquiera el intento bienintencionado de otro visitante (dándome las instrucciones ya escritas sólo para copiar y pegar) ha dado resultado. No descarto volverlo a intentar el día de mañana (el día de mañana como frase hecha, se entiende). Me pediría el cuerpo, digo, eliminar el blog como si nunca lo hubiera escrito, pero al menos ahí quedan indicados y recomendados estos amigos de blogspot: loctary.blogspot.com
humoradas.blogspot.com
lanavajaenelojo.blogspot.com
vicisitudysordidez.blogspot.com
http://www.carlosvalles.com/
y, por supuesto, del que no había hablado todavía: http://www.klikowsky.com/,
la página de la telecomedia de ETB en que servidor colabora. Ahí va la reseña: un argentino enamorado pasa del cosmopolitismo tecnológico y postmoderno al ambiente rural y tradicional vasco. Enamorado de su novia y puteado por su suegro, logra hacerse un hueco en la comunidad, y hasta se lo pasa bien. Nosotros, por lo menos, nos divertimos escribiéndola.
Recomendaría también los desechos de Jacobo Bergareche que me aficionaron al mundo del blog, si mi amigo no hubiera cerrado la página.
Saludos.

sábado, mayo 13, 2006

MIS LINKS

Me costó aprender a hacerlo, pero lo conseguí. Desde hace algunos días, ya tengo links, con lo que puedo corresponder a quienes me incluyen como referencia en sus blogs y recomendar a otros que también me parecen interesantes. Y puesto que últimamente no me sé organizar bien y estoy escribiendo demasiado espaciado, creo que es oportuno hablar un poco de mis direcciones favoritas para que el visitante que entre en la Columna de Juguete y no encuentre novedades, pueda reconducirse a estos otros blogs (algunos más regulares que el mío; otros menos) con un poco de conocimiento de causa.

DANI es un buen amigo; su blog, LOCTARY, es cercano al diario personal; escribe habitualmente en primera persona de sus problemas y de sus ilusiones con el trabajo o con la obra de su casa (se la están reformando, pero parece que se la estuvieran construyendo de cero). Entre tanto, nos plantea temas de reflexión como, últimamente, los prejuicios que tiene que sufrir un hombre viudo y mayor por tener una relación con una mujer a la que dobla la edad, o si (como plantea Un mundo feliz ) no sería preferible vivir en una ignorancia feliz en lugar de ser conscientes sufriendo. Eso sí, si quieres comentar algo en su blog, no se te ocurra decir nada en contra de la abominable trilogía de "El señor de los anillos" o de la divertida serie de animación "Los Simpsons".

HUMORADAS es un lugar lleno de cultura y erudición aplicadas al arte de hacer reír. Aún no sé por qué casualidad de la vida, su autor - ENRIQUE GALLUD JARDIEL, me visitó en una ocasión. Encontrar de nuevo los nombres de Enrique y Jardiel, aunque fueran separados por un Gallud, despertó mi interés y curiosidad. A quien no lo sepa, le diré que Enrique Jardiel Poncela ha sido el más grande humorista que ha dado España, entendiendo humorismo en el sentido literario e incluso filosófico del término, y no del significado de cuentachistes que actualmente se le da. El blog de Gallud es un desafío al ingenio. Lo pasaréis bien.

Al autor de LA NAVAJA EN EL OJO - no doy su nombre porque no lo he visto publicado, y de hecho ese masculino debe tomarse como forma no marcada - lo conozco personalmente. No mucho, esa es la verdad, pero no ha sido un encuentro virtual causal en plan: andaba yo por la selva de los blogs, de linkana en linkana, como Tarzán, y llegué hasta aquí. Pues no. El blog me gusta. Da una sensación de claridad y de orden, aunque tiene tantas secciones literarias que uno se perdería. Allí fue el primer sitio en que entré y no lo he explorado al máximo, pero sí lo suficiente para recomendar sus microrelatos. La fantasía y la imaginación no está reñida con la síntesis y la concreción. En los posts que cuelga casi a diario "La navaja en el ojo" nos propone temas de reflexión y conversación, de una forma muy sintética, clara y concreta, y me recuerda que yo, cuando me pongo, me enrollo demasiado.

Aunque no lo tengo en link, porque sinceramente tiene menos que ver conmigo, sí aprovecho para hablar de VICISITUDYSORDIDEZ, también en blogspot, que conocí el mismo día que a la navaja. Vaya por delante que su estilo ingenioso, excesivo, locuaz y un poco desmesurado resulta altamente divertido. Pero tienes que echarle un rato largo (un poco como a mí). Por lo que he leído, trata temas de música rock, heavy y demás (igual me equivoco, tampoco lo he explorado del todo). Lo último que he visto ha sido un test para descubrir qué tipo de "cock-rocker" eres, y creo que no soy ninguno. A mí lo que me pasa es que no controlo nada de eso, y aunque pueda despertarme una sonrisa constante su barroquismo criticón, en el fondo no me entero de nada. Pero echadle un vistazo.

Por último CARLOS VALLÉS, que no es exactamente un blog, sino una página web y no tiene abierta una sección de comentarios, aunque sí le puedes escribir. Para entrar, os tenéis que despojar de todos vuestros prejuicios anticlericales. Llamadme meapilas si queréis, pero aquí me atrevo con dos cojones a recomendaros la página de un cura jesuita que ha trabajado mucho en la India, y que, entre anécdotas personales y bromas zen (sección "os cuento"), nos hace reflexionar sobre la condición humana y sus posibilidades. La cambia el 1 y el 15 de cada mes.

Ahora, cuando me retrase en cambiar mi blog, ya me quedo más tranquilo de que os dejo en buenas manos.

viernes, mayo 12, 2006

PÉRDIDAS

Hay un best-seller folletinesco ambientado en la Edad Media que es el libro favorito de un amigo mío. Una vez me lo regalaron y no desprecié su lectura. Reconozco que la historia te atrapa y quieres saber qué pasa con los personajes: la dama corajuda, el hombre de Iglesia, el artista, el malo malísimo... Toda la historia está jalonada de construcción y destrucción, consecucines y pérdidas, ascensos y caídas... en fin, las típicas cosas que en una novela dan la vida, pero que uno en la propia preferiría mantener alejadas. Nadie quiere tener una vida de novela y pasar del éxito al desahucio de la noche a la mañana.

Me chocó mucho esta cuestión: la inseguridad, sobre todo económica, pero también social y familiar. Un hombre se queda sin trabajo y cuando se traslada con su familia a otro pueblo a buscar un empleo, le asaltan y le roban los pocos ahorros que tenía. Y su mujer se muere. Pero se busca la vida y con el tiempo vuelve a casarse, hace dinero y se hace una casa. Es como si para "volver a empezar" hubiera que desposeerse de todo lo anterior. Si así fuera, ¿cuántos se atreverían? Un noble es asaltado, lo asesinan y toman su castillo. Su hija, hasta entonces una dama, lo pierde todo: techo, familia, posición social, dinero. Pero se busca la vida, se convierte en mujer de negocios, gana dinero, y vuelve a ser, ahora por mérito propio, una importante personalidad de su pueblo. Ambos personajes volverán a perderlo y ganarlo todo al menos una o dos veces más, en medio de un continuo de incendios, destrucciones, desastres y tragedias que interrumpen sus vidas cada vez que parece que hay calma y estabilidad.

A nosotros nos da vértigo no tener trabajo fijo y no saber a ciencia cierta si dentro de tres años, dos o seis meses tendremos un sueldo que llevarnos a la cuenta corriente y a la hipoteca. Y sin embargo, la mayor parte del mundo vive instalada en esa inseguridad e inestabilidad que son inherentes a la vida. La vida es cambio, y nosotros nos empeñamos en forzarla para que sea siempre igual, estable e inmutable. Es comprensible y lícito hacerlo hasta donde uno pueda. Pero si nuestro refugio está en el trabajo, en el sueldo, en el dinero, en la salud, en el respeto social o en tener una familia o una pareja, al final nos estamos engañando: estamos a la intemperie porque sólo nos tenemos a nosotros mismos.

Yo siento fobia a cualquier tipo de pérdida de dinero. Quisiera darle a todo lo que entra el uso y rendimiento óptimos, pagar el precio mínimo por las cosas y sacarles la máxima utilidad. Una especie de "ley del mínimo esfuerzo" económica. En términos médicos, por cierto, se llama economía al conjunto armónico de los órganos y funciones fisiólogicas de un cuerpo. O sea, que "economía" es, simplemente, el buen funcionamiento natural de las cosas. Pero qué difícil es que nunca te timen, que nunca pierdas una moneda, que todo el dinero que prestes te sea devuelto, incluso que te guste todo lo que te compras o que si inviertes en algo, tenga la máxima revalorización. Y luego, por muy ahorrativo que quiera ser uno, ya sabéis lo que dicen: "lo barato sale caro". Claro, que a veces lo barato sale verdaderamente barato, y lo que nunca puede salir barato es lo caro. ¿Por qué uno no tengo ningún problema en aceptar las entradas insólitas o inmerecidas de dinero que a veces se dan - injusticias a favor - y se rebela tanto contra las pérdidas sobrevenidas - injusticias en contra -? No podemos controlarlo todo.

En fin, que vienen todas estas disquisiciones a colación de que una amiga me dijo ayer que ha perdido cierta cantidad de dinero en la estafa del Forum Filatélico. No era el dinero con el que vivía, sino el que le daba seguridad, para cubrir imprevistos, para hacer algún gasto extra, para darle algún impulso necesario a su vida... No ha perdido el pan de hoy, ni siquiera el de mañana... pero sí la seguridad en él. Me ha dado vértigo ponerme en su lugar. Uno cree o quiere creer que estas cosas no pasan, que uno está a salvo, que ahorra dinero y eso le da seguridad y estabilidad, pero luego llega la estafa, la corrupción, un crack de la bolsa, una devaluación de moneda, un corralito, y lo pierde uno todo, o casi. Y eso por no hablar de una enfermedad, un accidente o una guerra, que da más mal rollo todavía.

Siempre recuerdo una frase latina que me enseñaron que dijo no sé quién (si alguien conoce todo el contexto, por favor, que me lo diga) cuando perdió a su casa y su familia en un incendio. "Omnia mea mecum porto" (todas mis cosas las llevo conmigo; o, de otra forma, "lo que soy no es lo que tengo"). Si fuéramos verdaderamente conscientes de esto, nos dedicaríamos más a atesorarnos a nosotros mismos y a darnos el máximo interés, sabiendo que, a pesar de estar invertidos en acciones, podríamos "rescatarnos" siempre que nos necesitáramos.

Termino con un chiste que le escuché a Pepe Carrol: "El dinero no da la felicidad; el que tiene 300 millones - hablaba de pesetas - es igual de feliz que el que tiene 500".

martes, mayo 02, 2006

MI QUERIDA

Todos queremos a la nuestra, y los que no la tienen se esfuerzan en conseguirla. Y qué cara nos sale a todos. ¿Por qué nos empeñamos siempre en ponerles un piso?

A veces me enorgullezco,
como de un hijo, de ti.
En mantenerte me empeño,
pensando en ti yo me crezco,
y por ti me siento dueño.
Ya, dueño yo... ¡Tararí!

Ya soy mayor, responsable,
le doy vida a una criatura...
¡Doy vida a una sanguijuela
que me va a chupar la sangre
y que, de casa, me jura,
no se irá hasta que se muera!

A una criatura doy vida
y ella me la quita a mí.
Le debo lo que me pida;
sin buscarlo, soy su siervo.
Es absurdo, y es así.
Ya dice el refrán... ¡cría cuervos!

Me miro y no te merezco;
no es que a tu altura no esté
o sea poco lo que ofrezco,
no es que piense que yo apesto
es que no imagino qué
haya podido hacer yo para merecer esto.

¿Cómo, di, te las arreglas?
Yo tengo más albedrío
y tengo más libertad.
A ti todo te da igual,
no discutes lo que es mío...
pero tú pones las reglas.

Eres mi eterno retorno,
puntual, simple y sin adorno,
que pide siempre su pan,
aunque no sea mucho plan,
aunque yo esté como un flan...
y aunque no haya puesto el horno.

Eres mi eterno retoño;
en verano y en invierno,
en primavera y otoño,
tú eres mi cielo y mi infierno,
mi carga, mi cruz, mi karma,
mi ensordecedora alarma...

Eres lo que no se ve
ni se oye ni se toca,
pero se sabe que está;
y aunque no eres un bebé
ni crees que soy tu mamá,
me saca el jugo tu boca.

Multiplicación de peces,
milagro en forma de ripio:
siempre te creces con creces,
siendo constante tu cobro,
al final serás el doble
de lo que fuiste al principio.

Tú mi espada de Damocles,
pendiendo sobre mis bucles;
tu reino es el del terror.
Si me vences, la debacle,
y, si no, tan sólo un chicle
masticado y sin sabor.

Del círculo cuadratura
se sabe que no es posible,
¿cómo es que, entonces, criatura,
puedes sentirte tan libre
de emplear tus malas artes
y al alza redondearte?

Si al alza te haces redonda,
las cuentas no son cuadradas.
Juega la ley con espadas,
pero tú pintas en bastos,
y dejas monda y lironda
la hierba de nuestros pastos.

Aunque voy detrás de ti
y voy con la lengua fuera,
y bailo al son que me tocas,
tú no me dejas vivir,
y yo quiero que te mueras;
oye lo que me provocas:

Estoy en deuda contigo,
y - esto te sorprenderá -
conmigo lo estás también;
yo te aguanto, y si no, ¿quién
iba a quererte aceptar?
¡Si tú no tienes amigos!

Compartiremos la casa,
pero tú me caes fatal.
La convivencia es letal,
lo digo sin disimulo.
Eres un grano en el culo
y tu existencia me abrasa.

Si se salva el que nos ama
y el que odia es el que peca,
no miente, pues, quien me llama,
sin dudarlo, pecador.
Odio porque soy deudor,
y te odio a ti, hipoteca.

Nunca seremos iguales
ni nuestra relación sana:
yo podré ponerte verde
y dudar de lo que vales,
que al final seré quien pierde,
pues la banca siempre gana.

No tiene cuerpo; es ficticia,
pero me lleva y me trae,
y si con su nuevo TAE
por casualidad me asfixia,
¡eso no será noticia!
Yo seré uno más que cae.

viernes, abril 28, 2006

EL BLOGGER IMPUNTUAL

Ya sé que no habíamos quedado en nada, que lo mismo puedo aparecer todos los días, que uno de cada tres o sólo semanalmente, pero la pauta que estaba siguiendo era de mayor frecuencia, y ahora tengo un cierto sentimiento de impuntualidad. En el último post, mencionaba el jueves, como un día que llegaría en el futuro. Ese jueves fue ayer (¡joder, y si ayer fue 27, hoy es 28 y es el cumpleaños de mi hermano! Si no me llego a poner a escribir, se me pasa). Bueno, la cosa es que entro todos los días a ver si alguien me ha puesto algo, como un niño levantándose el día de Reyes. Y a lo mejor a mis visitantes les pasa lo mismo: que entran, a ver si ya he cambiado el post. Y nos decepcionamos mutuamente. De pequeño no tuvimos mascotas en casa, porque no había sitio, y porque "no eran un juguete". Luego había que ocuparse de ellas: darles de comer, sacarlas a pasear... En los tiempos modernos se ha inventado el tamagochi, que es como una mascota, pero de plástico y con botones, no abulta nada y si se caga no huele. Y yo he tomado mi blog como una mascota virtual, pero hay algo que me dice que "no es sólo un juguete". El blog también pide comida. Espero que le alimenten estas reflexiones.

Por otro lado, todavía no he definido mi blog - y tampoco lo voy a hacer, que se vaya definiendo solo, por sus contenidos -, pero tengo el día metalingüístico, así que voy a opinar sobre la cosa esta de los blogs y de internet. Si lo que hace uno en la red es navegar (o dejarse caer, en caso de trapecistas), un blogger es un navegante más. Pero ese pequeño territorio que coloniza - su blog - es como una isla desierta que tiene que llenar y habitar y desde la que envía mensajes en una botella que no sabe qué destino tendrán. Hoy dejo, pues, un nuevo post, como un náufrago que enviase sus mensajes , con constancia y tenacidad, porque no sabe qué día el mar tendrá la corriente precisa que envíe la botella al lugar indicado.

Pido disculpas a mis visitantes bloggers a quienes aún no he puesto link. Una vez lo intenté y no me salió. No soy muy bueno yo con las nuevas tecnologías. Para muestra, basta ver las fotos de mi "columna"
(- Pero si no hay.
- Por eso).

Por primera vez, escribo el post directamente en el blog, sin haberlo redactado previamente (hasta ahora primero me lo escribía en word, y luego lo transcribía, así de espontáneo es uno).

Otro día, más. (Lo había escrito sin coma, y de pronto me he visto preso en una cárcel, marcando barrotes y tachándolos en orden cinco o siete, por semanas, para ser consciente del paso del tiempo. No era ésa la intención. Sólo apuntar que otro día escribiré más cosas).