martes, marzo 11, 2008

EL SEGURATA QUE SONRÍE

Todos los días aparco en una calle paralela a mi trabajo, más o menos en el mismo sitio, coche arriba, coche abajo. Salgo del coche, noto el fresco de la mañana, veo el sol, escucho el silencio, los pajaritos, respiro un aire diferente del de Madrid... La verdad es que el mini-paseo hasta el canal es bastante agradable, así que me recreo un poco en mis pasos. De pronto, me doy cuenta de que estoy pensando en estar ya dentro, trabajando, y veo que me he acelerado involuntariamente y mi cabeza va por delante de mis pies. Bajo el ritmo y y vuelvo a caminar como Dios manda. Los adosados iguales, la tranquilidad, los coches que se paran en el paso de cebra cuando cruzo... Todo es orden y armonía.

Luego, cuando llego a la puerta de entrada, veo siempre al guardia de seguridad del parking. No tienen fama de simpáticos los seguratas, y no se lo reprocho. Ocho horas de pie en el mismo sitio sin hablar con nadie y a veces incluso con frío o lluvia puede ser un trabajo un poco coñazo. Pero todo es siempre como te lo tomes. Si es un rollo no ver a nadie, ver a cualquiera tiene que alegrarte. Eso es lo que debe de pensar el guardia de la puerta, porque cada vez que llego, me mira sonriente y me saluda, casi como si me conociera. Por supuesto, yo hago lo mismo, le devuelvo el saludo y la sonrisa alegre y amistosa. Parece un hombre feliz el segurata, y yo lo parezco también. De hecho, anticipo mi buen rollo unos metros antes de llegar a su garita, y me dura hasta un poco más tarde, cuando entro por la absurda puerta giratoria como de hotel antiguo. Me recuerda un poco en los rasgos y los gestos a un amigo mío... y por momentos pensaría que él ya es otro amigo mío. Pero no nos conocemos ni sabemos nuestros nombres. No es mi amigo. Confieso que, por un momento, me decepcionó saber que saludaba con la misma simpatía a todos mis compañeros. Yo quería pensar que mi presencia le daba buen rollo, pero no: es que él es así. No es mi amigo, ya digo. Lo es de todo el mundo y de ninguno. No lo hace por amistad ni dependiendo de a quién se encuentre. Lo hace porque es así, y eso es lo mejor de todo. Lo último que ve del mundo exterior cada persona de la plantilla que entra a trabajar es una sonrisa. Aunque estoy seguro de que la mayoría no la valoran o ni siquiera si fijan.

Yo tuve una época en que saludaba cada mañana a mis compañeros y conocidos con un "feliz día".

martes, marzo 04, 2008

EL RINCÓN DE LOS CHISTES PERDIDOS

Parafraseo a Víctor Manuel (que ya son ganas de parafrasear), y me pregunto adónde van los chistes que no hacemos, que nos tiran, que se pierden. ¿Quedan, quizás, en un limbo, esperando que otra mente en otro momento y lugar los capte y los formule con más fortuna? Por si acaso quedan aprisionados en la inexistencia (inechistencia en este caso), quisiera compartir dos pequeños y malogrados juegos de palabras que no llegaron a ver la luz de los focos ni a resonar en las cuerdas vocales de una presentadora. Nuestras criaturas más débiles son las que más despiertan nuestro instinto paternal de protección. Allá van.

La noticia real es que en Filipinas a los testigos protegidos han dejado de ponerles guardaespaldas en los traslados a los juicios, y ahora son monjas las que les custodian, unas monjas bajitas sin conocimientos de artes marciales ni ningún entrenamiento especial, pero a las que, por lo visto, se respeta mucho. Y digo yo:

- Pero bueno, ¿en Filipinas siguen siendo filipinos... o se han vuesto "filipollas"?

Y como filipinos ni empieza ni termina igual que gilipollas, no se entendió, a pesar de que las estructuras silábicas de ambas palabras (filipinos y gilipollas) tenían un recuerdo más que notable y de que una prima mía, siendo niña, pensaba que el insulto era así, con "f" (filipollas). No obstante, me parece más gracioso, si cabe, por el hecho de que la palabra filipollas no existe. Reconozco que era arriesgado. Jugamos... y perdimos. A la tarde lo intentamos con otro, más sólido, que además de la fonética aportaba un concepto:

- Parece mentira que desprecien así a los guardaespaldas en Filipinas, con lo famoso que ha sido siempre el "matón de Manila".

Pues tampoco. Tampoco entró la idea de que unas monjas bajitas e inexpertas no podrían proteger a los testigos de posibles disparos. Como mucho, de que no les dieran en los huevos.

En fin, que una mala tarde la tiene cualquiera.