jueves, noviembre 30, 2006

PUBLICIDAD ENVOLVENTE

Ayer vi la hasta ahora mayor agresión publicitaria de mi vida. Una conocida marca de refrescos se ha apoderado literalmente de la estación de autobuses de Avenida de América. Tomando las escaleras de bajada hacia el metro, uno se ve envuelto por todos los lados por los colores de su campaña. Colores vivos, alegres y azucarados que invitan a vivir con euforia y entusiasmo... aunque, dada la superficie que ocupan, más que invitar, obligan.

Resulta que uno entra en un intercambiador de transportes de la Comunidad de Madrid - es decir, un servicio público que nos pertenece a los ciudadanos -, y sin embargo, se siente como si hubiera entrado en el mundo de este refresco. ¿No debería haber alguna medida o control sobre la ocupación publicitaria del espacio público? ¿Os imagináis que las cuatro fachadas que rodean la Plaza Mayor fueran pintadas con los colores y logotipos de una única marca comercial? Ahora ya no somos público que elegimos fijarnos o no en los anuncios... Ya no miramos la publicidad: la publicidad nos mira a nosotros. Ahora el anuncio se nos presenta como el ojo ubicuo de un Gran Hermano que todo lo ve y que nos vigila. Quizá no sepa dónde vivimos, pero al menos sabe qué autobús cogemos.

Ante semejante demostración de fuerza, sólo se me ocurre una cosa: no beber más cocacola.

(1.- Algún día me haré con una cámara digital y aprenderé a colgar fotos para este tipo de notas visuales.
2.- Con esta nota "refrescante" interrumpo la sequía de mi blog -hasta olvidé cómo acceder-.)

viernes, noviembre 10, 2006

DILATACIÓN DE PUPILAS (MÁS ES MENOS)

De un tiempo a esta parte veo peor. He perdido agudeza visual. Veo MENOS. Fui a graduarme la vista, pensando que me hubiera aumentado la miopia. Y así ha sido. Tengo MÁS dioptrías.

La mujer que me atiende - supongo que médica oftalmóloga - no es la titular de la consulta. A mitad de la tarea, y mientras estoy mirando al frente, sin mis gafas de ver y con unas de "ir viendo qué tal", se presenta el amo: alto, mayor, canoso, trajeado, con aire de aristócrata que bajara a los establos de la mansión, a echarle un vistazo a los caballos. Lee mi apellido y lo reconoce: "a tus padres los trataba yo, ¿no?". En efecto. Le contesto sin poder mirarle y casi sin verle. Descubre que hacía tres años que no pasaba por allí. "Entonces hay que dilatarle". "Eso pensaba hacer", dice la médica. Y aún me pregunta el doctor: "¿Y no has pensado en operarte?" "Pues sí, me lo estaba pensando". Otra vez se le ha adelantado el hombre a la mujer. "Se lo iba a preguntar ahora". Y mientras tanto, no me dejan a mí consultar mis dudas, incertidumbres y miedos al respecto. Veo así que el médico, con su brusca interrupción, no busca sólo desautorizar a su empleada y desconcertarme imponiéndome una segunda opinión antes aún que la primera. Viene a captar operaciones, a convertir al paciente en cliente sin que sé dé cuenta. Le bastan diez segundos para romper el "tempo" y la confianza médica-paciente, sembrar el espacio de avidez, y llevarse todo el sosiego que pudiera haber en ese espacio. La médica me dice que sí, que me ha aumentado media dioptría en cada ojo, pero que no me hace receta hasta dilatarme la pupila, y sin darme lugar a preguntar, me conduce con una tarjeta hasta la recepción y se va. Ella sigue en la consulta, así que no se despide. Yo también, así que tampoco. Pero luego no hay más ocasión. La recepcionista me pregunta qué día prefiero para dilatarme. El viernes, sin duda, y me cita. Le pregunto cuánto tiempo tengo que estar, y me dice que una hora. Y aun quiero asegurarme de algo más, cómo voy a ver después y si no veo bien, por cuánto tiempo, y contesta, como regañando: "¡Pues mal, cómo va a ver! Después de dilatarse la pupila tiene la visión disminuida 24-48 horas". No lo hace con mala intención, sino para demostrar cuánto sabe y lo rápida que es, que no para de atender llamadas, dar citas y despachar en el mínimo tiempo posible a los clientes (digo, pacientes). Pero a uno le parece haber oído subliminalmente un "que parece usted tonto". Chica, sólo me han dilatado las pupilas una vez y no lo recordaba. (Por cierto, otro día hablaremos del uso del singular y del plural en oftalmología: las pupilas son la pupila y las gafas son la gafa). El caso es que uno sale del oculista con las orejas gachas, sin despedirsey con una cierta desazón. Le queda a uno la extraña sensación de que lo fueran a operar ya de improviso sólo por haber dicho que se lo está pensando, que ahora no se puede echar atrás, y que sería una impertinencia preguntar por los riesgos.

De momento, hoy me dilantan las pupilas. Mis pupilas serán MÁS grandes; mi visión MENOS aguda.

viernes, noviembre 03, 2006

ESGRIMA Y LLUVIA

(Dedicado a mi amigo Txopsuey)

De mis tiempos de aprendiz de esgrimista poco conservo. El traje, la careta y la espada, pero pocas enseñanzas. No fui precisamente un discípulo aventajado. Sin embargo, en días de lluvia como hoy encuentro una insólita utilidad en los movimientos básicos que trataron de inculcarme. Según se me acerca algún transeúnte con paraguas (habitualmente mujer mayor bajita, gorda y que circula bajo la cornisa, para ser más preciso), se pone en marcha un reflejo adquirido. A derecha o a izquierda, aparto de mi camino ese instrumento del demonio con una eficaz parada de sexta.

(Si tuviera paraguas lo llevaría cerrado y sin fintas ni arabescos, les atacaría por sorpresa con un fondo.)