jueves, diciembre 19, 2013

SI TÚ ME DICES VEN 2.0

Plantean los filósofos un problema ontológico: si a una silla se le rompe una pata y la cambias por otra, ¿sigue siendo la misma silla? ¿Y si se le rompe una segunda y una tercera y hasta la cuarta también sucesivamente, e igualmente las cambias, y después el asiento y finalmente el respaldo, hasta que no queda ninguna de las piezas originales? ¿Sigue siendo entonces la misma silla? Dicen que el hombre va regenerando todas sus células de tal forma que al cabo de siete años no queda una igual. O así lo he entendido yo.
 
Hablo de esto en relación con el Trío Los Panchos. Tengo conocimiento de su existencia desde hace más de treinta años, y ya me parecían viejísimos.Pero el caso es que sigue existiendo el trío, aunque no quede nadie de ese trío en concreto. La wikipedia dice que se formaron en el año 44, pero los tres miembros fundadores ya han muerto. Por el camino, han ido apareciendo y desapareciendo nuevas voces. Se da incluso el caso de que uno de los miembros actuales es hijo de uno de los primeros Panchos y, por tanto, podría decirse que "ha heredado" el grupo.
 
¿Y por qué hablo de Los Panchos? Pues la verdad es que no hay ningún asunto de actualidad que lo justifique. De hecho, no hay nada menos actual que Los Panchos. Pero el caso es que, quizá precisamente por ello, me ha dado la ventolera de "actualizar" uno de sus más célebres boleros, "Si tú me dices ven". Aquí el tema original:

 
Después de escuchar esto, yo les cambiaría el nombre por "Los tan panchos". A mí me parece que ese alarde de sentimentalismo esconde una falta total de prudencia y sentido común, de modo que me he propuesto lanzar otra versión más razonable para evitar que Los Panchos ablanden el cerebro a las generaciones venideras. Como no me gusta mostrar en público mi imagen ni en foto ni en movimiento, no voy a colgar un vídeo de mí mismo cantándola (al menos de momento), pero sí quisiera compartir con ustedes la letra que sustituiría a la que acaban de escuchar.

SI TÚ ME DICES VEN
 
Si tú me dices ven, te lo agradezco;
si tú me dices ven, será un honor para mí.
Mi momento de ir al baño
quizás lo he de ceder,
mis objetos, que son pocos,
¿dónde los guardaré?
 
Si tú me dices ven, me querrás cambiar,
si tú me dices ven, siempre de canal;
si tú me dices ven, ¿qué más tendré que hacer?
 
No aceleres el momento por precipitaciones
para mudarme a tu casa, a tu misma habitación,
dormir contigo sobre un mismo colchón,
guardar mi ropa, toda mi ropa,
en un solo cajón.
 
Pero si tú me dices ven, no lo descarto,
que no se me haga tarde,
que vives en un barrio
perdido, muy chungo, lejos de todo...
Si tú me dices ven... yo me lo pienso.




lunes, diciembre 09, 2013

A BUEN EMPRENDEDOR, POCAS PALABRAS

Admiro a los llamados "emprendedores", algunos me caen bien, pero desconfío de los que pretenden convertirnos a todo a la religión del emprendimiento. Me suena a timo.

Con el "compra ahora, que una casa nunca baja", llevaron al redil de la propiedad hipotecada a toda la clase media, de la que buena parte se ha arruinado y el resto se ha esclavizado de por vida. Ahora, para terminar con los que quedan, los animan con palabras de aliento y apoyo institucional y crediticio a que se hagan "emprendedores". Con eslóganes como "no esperes que te den trabajo, genera tú tu propio trabajo" estimulan la fantasía de la autonomía económica, como si al registrar una empresa te regalaran unas planchas de imprimir dinero.

Encuentro este mito similar al de los "españoles por el mundo", que salen en la tele y hacen que se sienta uno gilipollas por quedarse en España, como si por el solo hecho de salir ya te adjudicara el universo un palacete, una fortuna y una novia heredera, culta y amorosa. "¿Por qué no te vas a Yemen como el de la tele? Allí se gana mucho dinero", dirá una madre, mirando a su hijo con esa mezcla rara y condescendiente de cariño y maldisimulado desprecio, angustiada por el futuro de su retoño y saturada de su presencia prolongada a lo largo de los años en el salón comedor de la casa familiar. No sabe la madre que todo el dinero disponible en Yemen para extranjeros está en manos del atontado que se despide ahora de las cámaras haciendo adiós con la manita. Y al hijo le aflorará el trauma infantil de la permanente comparación que, con respecto a las notas y al comportamiento, le hacían sus padres con su repelente primo Luisito. El empollón.

Dejar de trabajar para otros y convertirte en tu propio jefe, eso cualquiera lo compra. Pero la realidad es que el ser tu propio jefe fácilmente se convertirá en ser tu propio esclavo, o el esclavo de la empresa que has montado, e incluso el esclavo del banco que te ha dejado dinero, si has tenido suerte. De modo que, cuando te animan a ser "emprendedor", te están diciendo "olvídate de la mediocridad de trabajar para vivir y conviértete en un guerrero del mercado que vive para trabajar". En palabras del señor Mercadona: "toma ejemplo de los chinos" (que se pasan el día metidos en su tienda con toda la familia sin hacer otra cosa en la vida que atender el negocio).

Observarán irritados que estoy entrecomillando la palabra "emprendedor", cada vez que la empleo, en singular o en plural. A mí también me disgusta, no se crean. Escrita, leída, hablada y escuchada. Porque ¿qué es eso de ser "emprendedor"? Se usa como si fuera una profesión o una función social, cuando es más bien un rasgo de carácter (por lo que se ve, muy positivo) que les es propio sólo a algunos privilegiados y cuya carencia nos convierte a los demás en poco menos que parias de la sociedad actual.

Toda la vida ha habido gente más "echada p'alante" y otros más "parados" (que no desempleados), y a ninguno de ellos ha habido que espolearlos con campañas para que elijan el riesgo o la seguridad, gente con pájaros en la cabeza que volaban buscando aventuras y fortunas y otros más árboreos que echaban raíces en su terruño por instinto de conservación propia o del entorno. Funcionarios y freelances, comerciales y contables, misioneros y párrocos de barrio, y no ha de ser mejor una cosa que otra. Mucho con cuidar las discriminaciones por razón de sexo, edad o procedencia, y no decimos nada de la discriminación por carácter. Pues desde aquí me opongo a que la carta astral se considere un mérito.

Y todo esto, además, por evitar la palabra adecuada: empresario. Tampoco tenemos muchos alma de empresario, pero, en todo caso, podemos encajar mejor la sugerencia "hazte empresario" que la de "hazte emprendedor", porque emprendedor no se puede hacer uno, como no se puede hacer bajito el que es alto ni rubio el que ya es calvo irremediablemente. ¿Y a qué viene, dirán (lo digo hasta yo), este eufemismo? ¿Tanto mal ha hecho Díaz Ferrán que ya el solo nombre de empresario tira para atrás? ¿Se hace quizás para eludir el natural pudor que puede sentir un trabajador de toda la vida al creer que va a traicionar a su clase para pasarse al "lado oscuro" del mercado laboral? Y digo "cree" porque si se piensa que va a trabajar menos o a ganar más, además de emprendedor será un ingenuo.

Me inclino a pensar (mal, y acertaré) que se trata de una maniobra empresarial, de los grandes empresarios, de los de toda la vida, para distinguir su supuesto buen nombre, del de los nuevos inmigrantes que están llegando a su gremio en oleadas, pequeños empresarios, unipersonales muchos de ellos, de recursos frágiles como pateras, que no se sabe por cuánto tiempo se tendrán a flote. ¿Y vamos a gastar  - dirán - el nombre de "empresario" en alguien que apenas dura entre nosotros unos meses o un par de años? A estos llamémoslos "emprendedores", han pensado, que es algo así como llamarlos becarios o meritorios del gremio de hacer empresa. Si consiguen mantenerse, ya se ganarán el nombre. Y mientras tanto, estarán a prueba como cualquier trabajador, pero sin derecho a paro ni indemnizaciones y, por supuesto, sin que nadie los rescate si las cosas van mal y quiebran.

Lo que digo, un timo.

sábado, diciembre 07, 2013

EL FESTIVO DEL PARADO

Hace no mucho me contaba una amiga que la habían contratado para hacer un programa piloto de televisión, que por falta de presupuesto la echaron antes de tiempo, pero que pretendían que estuviera presente en la grabación de la semana siguiente para echar una mano, en plan favor. Finalmente la contrataron para ese día, domingo. Trabajó dieciséis horas y le pagaron justo el equivalente a un día de trabajo según el salario pactado antes de su despido, sin horas extras, nocturnidades ni nada que se le parezca.

- ¿Pero no me vais a pagar el festivo? - preguntó ella.
- ¿A ti qué más te da, si estás en paro? - le contestó la productora.

Cuando digo la productora, no me refiero a una empresa, sino a una persona que desempeña las funciones de producción, una contratada, una asalariada, tal vez fija, tal vez con un mejor sueldo, tal vez todo ello momentáneamente. Una compañera, quiero decir.

Quizá en festivo no hay guardería donde dejar a una hija o hay más problema para encontrar a un familiar que te haga el favor de cuidarla o simplemente le pueda apetecer estar con su marido que, por fortuna, sí trabaja a diario. O quizá, no es probable en estos tiempos secularizados que nos ha tocado vivir, pero igual el trabajador es católico practicante y se pierde una misa.

Indignaciones aparte, en este fin de semana largo con festivo adosado me han vuelto a la cabeza mis reflexiones, sensaciones y sentimientos sobre cómo vivimos los desempleados los días festivos.

Para el que trabaja, el festivo es, por ejemplo, el día en que no madruga ni tiene prisa (o al menos, no por obligación).

¿Y para el parado? En ese sentido, todos los días serían festivos. Si quiere, no tiene por qué madrugar ni ir a ningún sitio a una hora señalada. Pero hay un detalle muy importante que distingue a los festivos de los laborables. Los festivos son como la muerte que a todos nos iguala, ricos y pobres, trabajadores y desempleados. Una persona que está en su casa en pijama a las diez de la mañana de un día laborable sólo puede ser un parado; pero si ese día es festivo, esa persona podría ser cualquiera, y aunque nadie nos vea, los parados lo sabemos y nos sabe menos mal ser perezosos.

Los festivos también descansan los parados  ¿De qué?, dirán algunos intolerantes insolidarios, ¿de qué tienes que descansar tú, que no das un palo al agua? De su censura, sobre todo. Descansan precisamente de no cumplir con el mandato bíblico de ganarse el pan con el sudor de su frente. Si no me tomara la vida con tranquilidad, diría que es un descanso de ansiedad, de frustración, de culpabilidad (para el que las tenga y las sufra). La búsqueda activa o pasiva de empleo que se le exige al parado en laborable se suspende en festivo. Hoy no hay que sufrir por oportunidades perdidas, por la llamada que no has recibido, por la oferta de la que no te has enterado. Hoy no hay que hacer nada, hoy, te pongas como te pongas, no te va a surgir ningún trabajo.

En festivo, no se puede hacer la compra, y el bolsillo vacío del parado vale lo mismo que el monedero lleno del afortunado esclavo que trabaja. En festivo, el parado solitario se apunta a comer con la familia, que lo acoge (y si no tiene familia, quitamos la coma y se queda en "la familia que lo acoge", que dentro de nada el gobierno lanzará la campaña "Siente un pobre a su mesa", y el azar será capaz de llevarnos a la mesa de un vecino de edificio).

También, por otro lado, el festivo es un poco el territorio del parado, que ya se ha acostumbrado a tener el tiempo libre y a llenar sus horas de aficiones y terapias ocupacionales de lo más diverso, y se convierte en anfitrión de los trabajadores que, después de dedicar a su labor madrugones, transportes, actividad y charla durante cuatro días, acaban mareados y perdidos de sí mismos. ¿Qué me gustaba hacer?, se preguntan. Y el parado sugiere: actualiza tu blog o juega al candy crush hasta que te duelan los dedos.

El parado, eso sí, no siente la ansiedad del trabajador en los fines de semana largos, no tiene obligación de aprovecharlos más, de salir de puente y viajar. Lo podría hacer cuando quisiera, en cualquier momento... si tuviera dinero. En casos como el mío, en que la austeridad está incorporada a mi modo de vida, trabaje o no, no encuentro tanta diferencia. No tengo, eso sí, esa especie de jetlag anticipado que te entra el domingo por la tarde cuando, después de tres o cuatro días viviendo como una persona, descubres que, tras la noche, volverás a trabajar.

Todo esto, en cuanto a la prosa; por lo que se refiere a la poesía del festivo, ¿acaso no tenemos vista, tacto u olfato para darnos cuenta del plus de luminosidad del día de asueto, de la limpieza del aire y el buen rollo que se respira por la calle? Aquí al séptimo día lo llamamos domingo - dominus diem, día del Señor -, pero en inglés lo llaman Sunday - día del sol -, y será casualidad, pero parece que la estrella luce más. O igual es que es mayor el reflejo de los mismos rayos sobre el tradicional "traje de domingo", que aunque en estos tiempos no sea muy de estreno, es de mejor color y conserva su apresto.

No me gusta, por ello, que las tiendas abran en domingo. ¿Contratan a más gente, les pagan más por ser festivo, o les dicen que "a ti qué más te da, si estás en paro"?  El caso es que obligan a abrir también a los pequeños comercios familiares que no se pueden permitir más gente, y hacen que la vida parezca un continuo trabajar, corrompiendo ese ambiente de festivo en el que todos estamos descansando. Salvo los camareros y los futbolistas. Me siento mal comprando en domingo, siempre es porque se me ha olvidado algo entre semana, porque no he estado atento, porque, sabiendo que siempre habrá algo abierto, uno se despreocupa. No, señores, nos están malacostumbrando, nos vuelven irresponsables. Y a veces me parece ver la censura tras la sonrisa del frutero cuando en pleno domingo te acercas a comprar unos plátanos que podías haber comprado simplemente ayer por la mañana. Tú puedes descuidarte porque él trabajará para ti, aunque eso no le suponga no descansar nunca. Ahora, el festivo no es un motivo común de alegría porque no es común, no nos pertenece a todos, ahora, más que nunca, cada uno tiene que luchar por lo suyo hasta el último segundo libre de su día de fiesta. Y eso es muy malo, señores. No sé si para la economía, pero sí para los parados, porque toda esa gente que está trabajando en domingo nos hace quedar muy mal.