miércoles, marzo 27, 2013

SIEMPRE HAY ALGO POR LO QUE DAR GRACIAS

A veces me da por pensar que, con la facilidad que he tenido siempre para la rima, en forma de aleluyas o cahicbarrumbas (término inventado por mí), si hubiera nacido veinte años más tarde y con los mismos talentos, ahora sería más joven y seguramente estaría entregado a las nuevas corrientes culturales, y quizá me prodigara, en persona o como guionista de plató, en las llamadas "peleas de gallos", improvisando ripios sin buscar ni métrica ni humor ni arte alguno. Me imagino rapero, y en el reflejo de la pantalla del ordenador me contemplo como tal, y me invade tal pena que huyo de inmediato a la realidad, aunque sea ésta. Estaremos en crisis, estaré en paro... pero siempre hay algo por lo que dar gracias. 

domingo, marzo 24, 2013

J'SUIS SNOB

           Me reconozco esnob. ¿Quién lo diría? Austero como soy, casi tacaño. Presumo de la edad de mis jerseys y desconozco la procedencia de su lana. Veo pasar los adelantos tecnológicos durante generaciones mientras me aferro a mi móvil sin pantalla táctil o aguanto con una tele de tubo (hasta este año).  Le pongo medias suelas a mis zapatos, los limpio cuando me acuerdo, desconozco los nombres de flores, frutas y animales que definen los mil matices de cada color, uso coches usados por sistema, y viajo en metro. Pero soy esnob. Y no lo digo ya porque disfrute viendo los catálogos de Muji, esa tienda japonesa de materiales puros, líneas sencillas y precios discretamente abultados, sino porque... lo soy, créanme que lo soy. Aunque no, claro, un esnob al estilo Boris Vian (se lo pongo versionado al español por Andy Chango; la canción comienza en el minuto 2:00)



            Mi esnobismo no es completo, es un enobismo parcial dirigido a la alimentación y la salud. Compro las hierbas para infusiones en una tienda de sibaritas a precio aparentemente de oro. Aunque, no se engañen, trae a cuenta. La calidad es infinitamente superior. La cuestión es si me lo puedo permitir, pero si contamos con que la bolsita tan cara de cien gramos de hierbas equivale en peso a cuatro cajas de veinticinco sobrecitos... ¡magia!: resulta hasta barata. Ahí he aprendido que el agua para el té verde no debe llegar a hervir, y que la infusión debe ser corta, de unos dos minutos, para que no amargue. ¡Eso no te lo cuentan en cualquier sitio! Eso sí, durante la estancia en la tienda con música de jazz, aromas de café y té, y una exposición permanente de chocolates exóticos, mermeladas de naranja amarga y de jengibre y todo tipo de golosinas y delicatessen más con cuidada presentación y etiquetas de diseño, tengo que contenerme para no emborracharme y gastar más de la cuenta. Me ayuda que esas cosas sí son caras y verdaderamente no las necesito. Pues vaya una birria de esnob que está usted hecho, dirán ustedes. Así es, ya lo digo, soy un esnob parcial... y de pacotilla.
 
          De hecho, descubrí la precariedad de mi esnobismo ayer mismo, sábado, cuando fui a comprar una barra de pan esnob en una panadería esnob abierta hace sólo unos meses en mi barrio. He renunciado a gastarme más de tres euros en panes esnob elaborados con levadura esnob, digo madre, y me muevo entre dos barras integrales, una de varios cereales, y otra adornada con semillas. Ya sé que es poca cosa, que es sólo un detalle, un grano de arena para pensar que como un poco más sano y que extiendo esta filosofía a mi familia, que me invitan a comer los fines de semana. Pero lo hago convencido. Y este convencimiento, de forma paradójica, convive con un escepticismo y cierta sorna hacia mí mismo, hacia el amplio equipo de panaderas jóvenes y guapas (he contado tres distintas, más dos hombres que como insistan en seguir despachando harán que la experiencia pierda todo el encanto) y, cómo no, hacia el resto de la clientela que se llevan las empanadillas, quiches y tartaletas sin preguntar el precio.
 
           Fue una clienta precisamente ayer quien bajó mis humos esnobes y me hizo reír internamente a carcajadas. No es infrecuente que los clientes de este comercio nos interesemos por las particularidades de cada barra de pan, e incluso su precio, a la hora de elegir. Pero lo suyo no fue eso, fue probablemente, la frase más esnob que puede uno escuchar en una panadería. ¡En una panadería! No quiero ni imaginarme lo que podría llegar a decir en una tienda de zapatos. No les haré sufrir más, ahí la va la frase:
 
           - Vamos a comer salmón ahumado. ¿Qué pan le va?
 
            El panadero, listo como él, aprovechó para colocarle el pan de centeno de levadura madre que llevaban sin vender desde que abrieron la panadería.
 
             Les dejo con la voz de Boris Vian, en imagen fija.
 
         
  

martes, marzo 19, 2013

TÍO Y MÁS

Dice el refrán que a quien Dios no da hijos el Diablo da sobrinos, y a mí ha dado nueve, que son una bendición. Sobre todo porque no quiero ni pensar que, en lugar de sobrinos, tuviera nueve hijos.

El jueves pasado, uno de ellos cumplió los dieciocho, esa mayoría de edad precoz que otorga nuestra ley. En medio de la crisis se constató la abundancia: de familia, de amigos, de cariño, de esfuerzo y de agradecimiento. Su madre, mi hermana, y su padre, con la participación de abuelas, hermanos, cuñados y amigos, convirtió su día en toda una fiesta sorpresa, una gymkana de acontecimientos que hizo que el pobre Diego por poco alcanzase a la vez la madurez y su primer infarto.
 
Por no exagerar, diré que fue una comida sorpresa en casa, adonde acudimos sin que él lo supiera, todos los familiares y amigos que pudimos, y por la tarde, calmada ya la expectativa de festejos, nos encontró a todos otra vez para jugar un partido de futbito en un polideportivo al que había ido con su padre con la excusa de reservar pista de tenis. Confieso haber sido el inductor de esta segunda ronda, pensando en su afición por el deporte y en el recuerdo de mi propia experiencia en este juego. Hacía ya cerca de tres años que no me ponía bajo los palos, pero aún podía rememorar el disfrute infantil de parar balones. Cuando me sentí agotado con los primeros tiros en el calentamiento, supe que había calculado mal mis fuerzas. Mi sobrino se recuperaría de la emoción a la mañana siguiente; yo empiezo a respirar de nuevo justo esta tarde. Dieciocho ya... ¡nos hacen mayores!
 
El cumplir años, al fin y al cabo, es ley de vida: el tiempo pasa. Lo malo es lo de la otra. Sí, la mayor, que nació cuando yo aún no había cumplido los catorce, y me hacía ilusión ser un niño-tío. Lo suyo no tiene perdón de Dios. Vale que terminen una carrera, vale que estudien oposiciones, que tengan novio, que se casen... Todo eso está bien, que hagan su vida, que se diviertan. ¿Pero que me vengan con que van a tener un hijo? Así, sin preguntar ni nada.
 
Yo no estoy preparado para eso. Me va a convertir para su hijo, sin yo comerlo ni beberlo, en un pariente lejano y mayor, un extraño de barba blanca, de cuyo cariño recelerá si soy afectuoso, y cuyo trato evitará si me vuelvo hosco. Nunca llegará a entender muy bien del todo cuál es el parentesco que nos une (mala cosa es cuando una relación no se puede expresar en una sola palabra) y ni yo casi me atrevo a formularlo, como si fuera una extraña enfermedad, pues siento que me caen a plomo veinte años más, de pronto, y se llevan por delante, lo primero, los cuatro pelos que aún aguantan en vanguardia, en velado tupé.
 
Tengo a mis abogados investigando si puedo rechazar el cargo, pero me han adelantado que no es fácil. No me miren así, que les veo, ni se atrevan a juzgarme. No exagero ni un poco, esto es un drama. Pónganse en mi lugar. Una cosa es ser tío, ¡pero tío abuelo...!
 

jueves, marzo 14, 2013

CAMBIA TUS CREENCIAS

          Confieso que no sé si el humorista nace, se hace... o se lo hace. De estos últimos conozco a unos cuántos. Pero he encontrado en mí una manera más de ser humorista, y es "dejar que te lo hagan". Así es: te quedas sentado tranquilamente en tu casa, y el universo te trae el humor. ¿O no es gracioso que el nuevo papa sea argentino? ¿O que los titulares de prensa traten de convencernos de que es un hombre humilde? Pero bueno, ¿en qué quedamos? ¿No era argentino? Puede ser que sea un papa con sensibilidad social y que esté al lado de los pobres, pero como buen argentino, no estará simplemente con los pobres, sino con LOS MÁS desfavorecidos.

          Pero no hemos venido aquí a hablar del papa, sino de la carta que recibí hace un par de días. Un misterioso sobre blanco tamaño A5 en posición vertical, con mi nombre y dirección correctamente impresos y un lema abajo que rezaba "cambia tus creencias". Misterioso, ¿verdad? Enseguida pensé en los testigos de Jehová, que por fin entraban en el siglo XX y renunciaban a la venta directa de "puerta fría" por técnicas más modernas de marketing, y lo sentí. Si esto resultaba ser cierto, habría perdido para siempre la oportunidad de acoger en casa a un equipo proselitista para tener una amigable charla sobre la divinidad, la Biblia y el funcionamiento del universo. Una vez estuve a punto de conseguirlo. Una voz de mujer joven con suave acento meridional, con toda probabilidad americana e incluso afinando más, caribeña, tocó el timbre de mi portero automático. Recuerdo inequívocamente que dijo ser testigo de Jehová y tengo la vaga impresión de que me comentó la posibilidad de charlar, pero ya lo dudo. Yo, amable y casi hasta entusiasta, le dije: "Claro, sube". Pero no subió. Mi torpeza para traer mujeres a mi casa raya en lo increíble.
 
          Volvemos al sobre. El tacto, ya les digo, era rígido, por lo que parecía contener un tarjetón o algún tipo de folleto. En la solapa del remitente leí: PORSCHE. Extraño, ¿verdad? Extraño, pero cierto: Porsche me mandaba una carta pidiéndome que cambiara mis creencias. ¡Como si no tuviera bastante con las que tengo, para encajar ahora unas distintas a estas alturas! Abrí la carta y en su interior, efectivamente, había un folleto de la citada marca de coches deportivos de lujo dedicado al Porsche Cayenne Diesel. Y debajo "Cambia tus creencias". Si lo piensan, no es tan descabellado. Dios y el Porsche Cayenne son igual de inalcanzables.
 
          Pero las marcas no quieren nuestra alma. La mayoría de ellas no valen nada (las almas, digo). Las únicas creencias que había que cambiar eran seis items sobre el citado coche: que consume demasiado, no cuida el medio ambiente, no es apto para el día a día, viene poco equipado, es inaccesible y que un Cayenne no es un Porsche. Errores todas las creencias, excepto la última, que no es un error, sino un Gran error. Aunque también es un error por parte de Porsche pensar que yo tenía esas creencias. En realidad nunca había dedicado ni dos segundos a elaborar ninguna creencia sobre el Cayenne. Miento, sí tenía una: Debe de ser carísimo.
 
          Como en muchos avisos publicitarios te crean la necesidad y el deseo, pero no te dicen lo que te va a costar, agradecí que en este folleto, pusieran el precio y bien grande. Y al verlo, me reafirmé en mi fe: efectivamente es carísimo. Aunque también en Porsche tienen razón: no es innaccesible. Una persona trabajando mucho y ahorrando mucho durante muchos años, sin irse nunca de vacaciones y si tiene la suerte de no perder el trabajo o que le rebajen el sueldo a la mitad, podría llegar a preferir comprarse el coche en lugar de un piso en la playa. Luego, trabajando mucho y ahorrando mucho durante muchos años, podría pagar un año de seguro.
 
          El hecho, pues, es que en plena crisis un hombre en paro recibe una invitación para gastarse 74.600 euros en un coche (o 700 durante 47 cuotas, con 20.925,08 de entrada y una comisión de apertura de 1609,89, que suman 88.332,18). ¡700 euros al mes durante 4 años! ¡Pero si 700 euros es más de lo que han costado los dos últimos coches que he tenido (Un recuerdo a la memoria de don Vicente y un afectuoso saludo a Gonzalo, mi benefactor). Si esto no es humor, ¿qué lo es? Estoy por enviarles una carta declinando su invitación por falta de liquidez. Aunque también, y ya que hablamos de creencias, les diré que aunque creo en el Cayenne y otros coches de lujo porque tengo evidencias de su existencia, mi religión no me los permite. 
 
 

miércoles, marzo 13, 2013

PAPABLES Y MINISTRABLES

Me ha decepcionado la RAE. En mi versión del diccionario de la lengua española, que ni siquiera es la última, admite las entradas de los palabros "papable" y "ministrable", inventos que parecen de hablantes díscolos y comodones, tal vez de la prensa.
 
Es condición de la lengua el carácter generativo; es decir, que el lenguaje se puede crear, siguiendo unas reglas internas propias. De esta manera, el sufijo -ble se puede añadir a la raíz de cualquier verbo con el sentido de "lo que puede ser hecho". Es decir, que algo administrable es que se puede administrar, y algo palpable es que se puede palpar. Por ello, resulta artificioso componer unas palabras a partir de un sustantivo (papa y ministro, en estos casos), en lugar de un verbo. ¿O sí existen los verbos? Pues la verdad es que sí existen.
 
Hay un verbo "ministrar" con los sentidos de servir o ejercer un oficio, empleo o ministerio, dar o suministrar a uno una cosa y, por último, administrar. Según esto, el ministrable no es la persona que va a ministrar, sino la cosa que va a ser ministrada; es decir, el oficio, empleo o ministerio. Sería más razonable decir que una determinada actividad pública, por ejemplo, la Igualdad, es ministrable si hay indicios de que se va a convertir en ministerio, en este caso el ya extinto Ministerio de Igualdad. 
 
En el caso de "papar", la cosa es más divertida, porque viene a significar o bien comer cosas blandas sin mascar o sencillamente comer, lo que nos da como resultado que alguien papable es alguien blando que se puede comer sin masticar. Quizá haya algún gordito de poco tono muscular entre los cardenales, cuya carne se deshiciera en la boca, pero ¿alguien lo ha comprobado antes de decirlo?
 
Soy consciente de lo cómodo que resulta utilizar estos adjetivos, pero me opongo completamente por la confusión que crean en los hablantes, al dar un uso nuevo a un sufijo ampliamente utilizado. Una cosa es la generación del lenguaje, y otra muy distinta inventar. Y si queremos inventar, es mejor alejarnos de modelos existentes para no crear una duplicidad que al final acaba anulando la regla. Si el sufijo -ble se puede aplicar por igual al complemento directo que al sujeto, las palabras generarán duda sobre su sentido. ¿Alquilable será un piso que se puede alquilar o el casero que lo tiene vacío? ¿Bebible es una bebida apta para el consumo humano o un hombre que tiene sed?
 
Mi propuesta, pues, es desterrar estos engendros de nuestro uso común y utilizar palabras sencillas que todos conocemos como "favorito" o giros, a priori menos económicos, pero sin duda más respetuosos con el ecosistema lingüístico y a la larga mucho más acordes con criterios de sostenibilidad lingüística.  Candidatos con más mérito, con más apoyos, que tienen "más papeletas"... son maneras más incómodas de decirlo, pero menos agresivas con nuestra lengua. Y tenemos que cuidarla, porque cada día la hablamos más gente.
 
En otro caso, y puestos a inventar, siempre podemos echar mano del creador más independiente y exitoso que ha habido en nuestro país en los últimos tiempos, y para designar a las personas merecedoras de las dignidades de ministro o papa, utilizar los giros "fistro ministerial" y "fistro papal". Peor no iba a ser, ya se lo digo yo.

martes, marzo 12, 2013

CORRIJO A SARTRE: EL INFIERNO NO ES EL OTRO; EL INFIERNO ES EL VECINO

               Con alguien comentaba no hace mucho sobre el sentido circular del tiempo, que transcurre como en espiral y te va situando en el mismo punto pero en niveles distintos, y te encuentras personas o situaciones similares a las de hace tiempo, pero con otro punto. Uno ya no es el mismo, o es el otro quien ha cambiado, o quizá los dos. Te pones más nervioso. O menos. El otro no es tan irritante, o uno más paciente... Y ya que hablábamos ayer, como hace un rato, de vecinos, he recordado que hubo otro en otro tiempo que hizo bueno a cuantos vecinos enfadados pueda encontrarme yo en mi vida. Yo era más joven e influenciable, él más hijoputa, y en esa lucha me conviertí en el cabrón con pintas que quizá, sólo quizá, haya ya superado. Les dejo con el cuento que me inspiró para la serie inédita "Cuentos de todas las horas" (¡Atención editores!)
 
LAS CUATRO DE LA MAÑANA
 
MI VECINO
 
                  Mi vecino se despierta siempre a la hora que yo llego, y lo asocia. No se lo puedo reprochar. Aunque él cree que sí me lo puede reprochar a mí, y cada vez que me ve me echa una bronca. Al principio me asustaba. Es normal, porque es muy feo. Mi vecino tiene mucho pelo y muchas cejas. Es un mono enfadado. Pero ahora ya no me asusto. Le veo poco, esa es la verdad, y tampoco le hago demasiado caso. Incluso durante mucho tiempo, las veces que le he visto, no ha tenido nada que decirme. Debía de estar haciéndolo todo muy bien, lo cual hasta cierto punto me defrauda. Es como si le obedeciera, y mi vecino es la última persona del mundo que yo tomaría como líder.
               Se cree que le despierto yo al abrir la puerta o al bajar la persiana. ¿Cómo se puede despertar nadie porque una persona baje la persiana, aunque sea rápido? Y luego mitifica las horas. Se le llena la boca de hablarme de las tres, las cuatro o las cinco "de la madrugada". Madrugada la suya; la mía es trasnochada. Y la mala suerte es que coincido en llegar cuando se agota su sueño. Lo conozco poco, pero, por lo que le conozco - que no tiene nada que hacer y que vive obsesionado con la casa, los ruidos y los vecinos -, no me imagino qué puede soñar. Quizá que se funde una bombilla de la escalera y él, intrépidamente, antes de que nadie se dé cuenta, la sustituye por otra. De hecho, en la vida real ha cambiado dos bombillas de 60 ó 100 en cada plafón por una sola de 40, para ahorrar. O para asustarnos, porque encontrarse con su cara en esa penumbra tiene que dar un vuelco al corazón.
              No se crean ustedes que lo juzgo, sólo me tomo el tiempo de comentar, porque con él no se puede dialogar nunca. Te quiere echar una bronca, y te la echa, con lo cual se te quitan las ganas de pedir disculpas y de rectificar tu actitud. Pero cuando he dicho que era un mono enfadado, lo decía sólo físicamente. Algo de inteligencia debe de tener. Tiene, por ejemplo, una teoría del ruido. El ruido sube de abajo arriba. Supongo que por eso no se corta en pegar martillazos los sábados  y los domingos a las ocho de la mañana o en mover trastos constantemente. Pensará que no le oigo. Lo de los martillazos lo tengo superado con unos tapones para los oídos - una gran solución; a lo mejor un día se la enseño -, pero lo de los movimientos sobre el suelo no. ¿Qué moverá? ¿De dónde adónde? ¿Y para qué? A veces suena a desplazamiento de cama, otras veces a aparatos de gimnasia... Lo que me molesta es que la curiosidad me distrae y no vuelvo a coger el sueño. A lo mejor un día le echo la bronca yo. El quiere denunciarme por hacer ruido; yo le denunciaré a él por oír mis ruidos. No tiene por qué hacerlo. Me roba mi ruido.
                Llega un momento en que es hasta gracioso. Pero no me río delante de él, porque es muy modesto, y seguro que no le gustaría saber que he descubierto su lado divertido.Sólo desde el punto de vista del humor se puede entender que haya comprado un candado para el cuarto de la basura para que nadie pueda echar las bolsas en el contenedor antes de que esté en la calle. Tenemos un turno para sacarlos: una semana cada vecino, de modo que me toca prácticamente cada dos meses. Entre eso, y que casi no genero basura, que paso poco por casa y a veces estoy de viaje, cuando me toca se me olvida. Eso le saca mucho de quicio. Entonces, a la mañana siguiente, se pone a escuchar - se pone o, simplemente, le sale, porque para mí que está atento a todo cuanto hago -, y, en cuanto voy a bajar a la calle... ¡zas!, sale por la puerta y me grita. Yo siempre caigo en la trampa, y me paro, por si fuera algo importante, y entonces empieza:
                  - ¡¿Eh?! ¡¿Qué pasa contigo?! ¡¿Que la basura no la sacas?!
                  Entonces yo pienso "¿Pero qué día es hoy?" Y me doy cuenta de que es jueves y que el martes tenía que haberla sacado.
                  - ¡¿Es que notas el olor en la escalera?!
                  Porque esa es otra cosa: que no me deja contestarle. Enseguida me hace otra pregunta retórica de estas. Y a veces, ya le contesto.
                    - Pues no. ¿Qué olor?
                     Porque es verdad que no he notado ningún olor.
                     - ¡Ah! ¡¿No lo notas, y hay una peste por toda la escalera...?!
                    ¿Cómo decirle entonces que se me olvidó el otro día, y que lo siento mucho y que no volverá a pasar? Creo, además, que esta conversación fue precisamente en mi primer turno de basura. En esas ocasiones uno quisiera mandarlo a la mierda, con perdón, pero, lamentablemente, soy blando y, al final, el que se va a la mierda soy yo mismo, que me quedo crispado para el resto de la mañana.
                     Después de eso, puse mucha más atención en estar en casa para sacar la basura cuando me tocaba, y la cosa iba bien, hasta que un día, me acechó y se me echó encima por la mañana cuando salía.
                     - ¡Eh, tú! ¡¿Qué pasa contigo?! ¡¿Que el cubo no lo metes?!
                     Desconcierto en mi mente. ¿Que no meto el cubo?
                     - No. Yo lo saco.
                     - Sí, pero luego hay que meterlo.
                      Hay que meterlo, hay que meterlo... ¡Hay que joderse, eso es lo que hay!
                      - No sabía.
                      - ¡No! ¡Que se mete solo!
                      Me suelo ir dejándole con la palabra en la boca.Debía haber pedido la hoja de instrucciones antes de entrar a vivir aquí. Me gusta cuando me quiere regañar por no sacar o no meter el cubo, y entonces voy y le digo:
                       - Ayer llegué a las diez y media, y ya lo había sacado.
                     o
                       - Cuando he salido por la mañana, ya estaba dentro.
                       ¡Toma! No voy a venir antes para que no lo saque nadie. O a madrugar para meterlo. Si se pone nervioso y lo saca él, es cosa suya.
                        Y lo de los portazos... Eso fue de lo primero. Lo de los portazos fue gracioso, porque en una reunión de comunidad dijo que la puerta había que cerrarla bien, que a veces se quedaba abierta, y luego me echó una bronca por pegar un portazo. ¿Un portazo? Un portazo es cuando empujas la puerta con fuerza. Cuando se deja que un enorme portón de hierro caiga a su sitio por su propio peso para asegurarse de que cierra, eso no es portazo,es inercia. Y, en este caso, además, cumplir instrucciones. Pero mi vecino es gilipollas,¿y qué puedo hacerle?
                       - ¡¿Qué pasa con vosotros?!
                       Eso, otro día. Llevaba un mes sin pasar por casa y acababa de volver el día anterior. No podía haber hecho nada. Y, ¡coño!, que ahora era plural, y yo sin saberlo. No sé si es signo de respeto o se cree que formo parte de una conspiración a nivel internacional.
                      - La otra, que llega a las tres de la mañana pegando portazos...
                       La otra debe ser la del bajo, que es nueva, y, como el ruido sube de abajo arriba, se le ha subido hasta el segundo cuando ella ha cerrado la puerta de su casa. Lo que no sé es qué culpa tengo yo. Yo, precisamente que ya he superado la prueba del portazo.
                      - ... Y usted, ¡a las cinco de la madrugada, el persianazo que ha pegado! ¡¿Es que no puede cerrar la persiana de otra manera?!
                       Probablemente sí, si en lugar de echarme la bronca me lo hubiera pedido por favor.
                      - Pues no me he dado cuenta.
                     - Pues ya se enterará cuando ni le deje dormir yo.
                       Ah, vaya, vaya, esas tenemos. Vengativo incluso. Y efectivamente, a la mañana siguiente, pude oírle a las diez y media dando martillazos. Debía llevar desde las ocho, que es cuando se pone, pero lo malo es que, con los tapones, no oigo nada. Le oía amortiguado y no pude reprimir mantener la sonrisa por el pobre hombre.Qué esfuerzo tan inútil: levantarse pronto para ponerse a dar golpes y que yo apenas le preste atención. Me quedé en la cama adormilado un rato más para terminar de descansar y por joderle, porque seguro que estaba esperando a oír cómo me levantaba para sentir que me había despertado. El pobre todavía se tuvo que estar una hora más dando martillazos. Y, a veces,claro, tenía que descansar, y me dejaba a mí con la intranquilidad de si habría terminado o no.
                        Cuando terminé de descansar, me levanté y, con una sonrisa maliciosa, busqué su número en la guía. Estaba a nombre de su mujer. Debe de ser viudo. O la volvió loca, vete tú a saber. Mi idea era llamarle un día en mitad de la noche,para despertarle. Partirle toda la noche.Por gilipollas. Lo malo es que, como realmente no le odio, me parece doblemente cruel. No me gusta dar lugar a malos entendidos. Y lo gracioso es eso, que no es por odio. Lo haría sólo para darle una lección. Seguro que sospecha que soy yo, pero nunca podría saberlo con seguridad. ¿Tendrá el teléfono al lado de la cama o lejos? ¿Cuántas llamadas necesitaré para despertarle e, incluso, que se levante? ¿Cuatro? Cinco y colgar estaría bien. Seguro que se despierta e incluso se levanta. Pero, total, ¿para qué? No, seguramente no lo haga.
                       Ahora estoy en Valencia. Ya han pasado algunas semanas de aquello. Acabamos de grabar un programa. Son las cuatro de la mañana, y estoy dudando si marcar su teléfono para despertarle.
FIN
 
                         Bueno, como comprenderán esto es una recreación ficticia. En realidad todo fue así excepto lo de la venganza. Nunca busqué su teléfono en la guía. Lo que hacía era llamarme al mío dos o tres veces por la tarde sin dejar mensajes. Cuando pasa esto y pongo en marcha el contestador, se pasa un minuto tocando pitidos. Fuertes, desagradables. Por eso dejé el contestador con el volumen al máximo antes de salir de viaje, y me llevé un aparato marcador de tonos (estamos hablando del año 1997) con el que poder poner en marcha el contestador desde otro teléfono y así escuchar los mensajes a distancia. Y eso es lo que hacía a las tres o las cuatro de la mañana cuando terminábamos de grabar: llamarme, marcar el código del contestador y esperar a que empezaran a sonar los pitidos de mis anteriores llamadas sin mensaje, a ver si el sonido subía de abajo arriba y le despertaba en mitad de la noche, y sin poder protestar porque al fin y al cabo... ¡yo no estaba en casa!
 
                         Debo de ser una mala persona, porque aún me sonrío pensando en esa travesura, y no me arrepiento.



lunes, marzo 11, 2013

EL VECINO ENFADADO

               Hoy me he vuelto a cruzar con mi vecino enfadado, le he vuelto a saludar alto y claro, y él ha vuelto a pasar de mí, apretando los dientes y mirando al infinito. Y me he sentido mal. Me divierte tanto verle hacerse el ofendido ostensiblemente que pienso si no será una crueldad saludarle.
 
               En realidad era más divertido antes, cuando empecé a notar este comportamiento, que fue después del verano. A veces se hacía el despistado y me evitaba. Me dio pena un día en que fue a contestarme y se dio cuenta de que había hecho intención de retirarme el saludo, y se quedó boqueando, con el saludo a medias. E incluso una vez que le pillé desprevenido, le saludé sin que me viera llegar y me contestó en voz baja. Acto seguido se estaba arrepintiendo de su debilidad y lo pasaba mal, y a mí me divirtió. Y me sigue divirtiendo verle tan instalado en su orgullo herido. Por eso, no sé si es cruel hacerle pasar un mal rato voluntariamente.
 
               Pero en mi defensa diré que no sólo lo hago por divertirme. Diría incluso que no es ni siquiera mi principal intención. En parte es por educación, porque es una persona conocida, vecino de mi propia casa, y me parece absurdo no saludarle. También por respeto, porque es un mayor, y porque forma parte del Consejo de Estado del edificio, como todos los que alguna vez han sido presidentes de la finca. Como yo mismo. Y porque yo no estoy enfadado con él. De hecho, me cae bien, y me da pena verle contenerse. Y si yo también le retiro el saludo a él, nunca más podremos hablarnos el uno al otro. 
 
                 El hombre está enfadado desde que, ahora hace un año, hicimos unas obras de limpieza y pintura de la fachada, que duraron más de lo previsto, y le ocasionaron la molestia de tener una red verde delante de su ventana unos veinte días. También, que le dijeron que bajara las persianas para proteger la ventana. Pero esto era sólo mientras se estaba trabajando en esa zona, no las veinticuatro horas del día los siete días de la semana. Esto es lo que he sabido del tema. Yo no era el pintor que tardó ni el contratista que lo contrató ni la lluvia que lo retrasó todo ni la mala suerte que hizo que no nos gustara cómo quedó y nos decidiéramos a pintar la fachada entera en vez de sólo una parte, como habíamos quedado. Yo no era nada de eso, pero sí era una cosa: era el presidente. Mea culpa.
 
                Puede ser que su enfado también tenga que ver con que, en mi ausencia, él reclamara información sobre el estado y duración de las obras a otros vecinos, particularmente los de la comisión de obras, y más particularmente a uno de ellos, y que estos, por ignorancia real o por mero hartazgo, le daban largas, silencios, bromas y todo tipo de capotazos con tal de torearle. Y eso pudo sentarle mal. Es posible también que no encajara con gusto el que un día, el vecino más bromista, le tocara los testículos, esta vez no como siempre, sino literalmente. Por encima de los pantalones, se entiende, que estamos entre caballeros. En honor a la verdad, diré que no presencié el espectáculo, pero el propio protagonista activo me lo relató entre risas, sin que yo supiera muy bien qué cara ponerle. Debí haber hecho acopio de autoridad y mandarle de inmediato a pedir disculpas al pobre viejo. Podría decir que no tengo carácter, podría decir que este vecino bromista tiene quince años más que yo, podría decir muchas cosas que son verdad, pero más verdad que todo esto es que ni se me ocurrió. De hecho es ahora mismo, al escribirlo, cuando por primera vez se me pasa por la cabeza.
 
                Luego hubo que recoger firmas para autorizar la extensión de las obras de pintura, y llamamos a su puerta, y estuvo enfadado con su amigo y compañero de presidencias, que no había pintado nada - y nunca mejor dicho - en todo el asunto; conmigo, que no había tenido ocasión de hablar con él de nada, y, por supuesto, con el otro, al que le cerró la puerta en las narices en primera instancia, y en segunda le recibió a paraguazos. La imagen, de tan infantil y tan antigua, me resulta tierna como el recuerdo de una historia del tebeo, del que se llamaba así, TBO.
 
                   Después se negó a pagar las derramas, el administrador trató del calmar las aguas, y creo que ya se puso al corriente, no lo sé... pero a mí no me saluda. Y no es a mí solo, que ya otros vecinos me lo han comentado, poniendo el grito en el cielo: "Qué se habrá creído", "Pues yo ya no le vuelvo a saludar". Cuánta energía perdida en enfadarse y qué poco esfuerzo en comprender. Porque, sabiendo lo que tiene en casa, a una hermana con problemas mentales de la que tiene que cuidar, es fácil entender que le desquicie cualquier cosa, como no poder levantar la persiana, o que le toquen los huevos metafórica o literalmente. Por eso, aunque a veces dude de si lo hago por educación o por divertirme, siento que tengo que seguir saludándole.
 
 

viernes, marzo 08, 2013

LO DEL COLESTEROL

No quería comentar nada por no alarmar, pero ayer se me fue el dedo en el teclado, y ahora casi es más sospechoso hacerme el olvidadizo y pasar por alto el tema. Las cosas hay que saberlas y afrontarlas. Sí, es un hecho: tengo colesterol. Y cuando digo tengo colesterol, quiero decir colesterol del malo y quiero decir que lo tengo alto. Tampoco una barbaridad, no se vayan ustedes a creer, y está en mi voluntad bajar esas cifras. Pero, ¿cómo?, si me han dado una tabla de lo que debería hacer... ¡y ya lo hago! No como mantequilla ni margarina, y miro los ingredientes de los envases para evitar comprar alimentos elaborados con grasa de palma o coco. Como la fruta y la verdura indicada, como legumbres, consumo frutos secos a diario, y cereales integrales, apenas dos huevos a la semana, no tomo bollería industrial, ni grasas animales y cocino todo a la plancha o cocido.

Sí, se han dado cuenta, ¿verdad? Me he comido algo. Dos cosas, lo confieso. Los lácteos que comía no eran desnatados. Ya lo he corregido, me he quitado el yogur griego del desayuno, uno al día no todos los días, y me he quitado lo poco que pudiera comer de queso. Y luego está lo del pescado, que hay que comer más y preferiblemente pescado azul. ¡Pues ya está! Llevo un mes cenando sardinas cada dos días. Afortunadamente, ayer me llegó un correo de estos absurdos que dice que si les cortas la cola no huelen al cocinarlas. Lo he hecho, y ha funcionado, no sé por qué. Ahora espero el correo que diga que las propiedades del pescado azul están en el olor, y que unas sardinas que no huelen no reducen el colesterol.

También me dijeron que no me preocupara, y no me he preocupado. Que a lo mejor no era por la comida, sino porque lo generaba yo, y he tratado de no generarlo, sin saber cómo. O por la genética, y he buscado a otros padres, pero ya soy mayor para que me adopten. O por el estrés... pero eso sí que no. ¡Cómo va a ser por el estrés, si lo que me ha estresado ha sido saber que tenía colesterol! Afortunadamente, hay algo más que puedo hacer por mi salud: caminar. Y eso hago: camino por las principales arterias de la ciudad, oxigenando el recorrido y barriendo metafóricamente la grasa. Y que no me venga nadie ahora a decirme que las metáforas suben el colesterol.

En fin, amigos, vigílense, porque si yo, que debo de estar dentro del 5% por ciento de la población que más sano come en Madrid, he podido tener colesterol, ¡nadie está a salvo!

jueves, marzo 07, 2013

ANDO PARADO Y NO PARO DE ANDAR

Noto la crisis en que antes no tomaba taxis por no gastar, y ahora, por ahorrar, hasta me ahorro el metro. Le doy una coba a cada metrobús que no se imaginan. El último me lleva durando desde principios del mes pasado, y no es que no salga de casa, que estaré parado pero no paro. Lo que pasa es que en el ocio del desempleo el tiempo ha dejado de ser un artículo de lujo, y uno nada en su abundancia. Por eso puedo permitirme ir andando a muchos sitios, y lo hago. Debo de llevar como tres caminos de Santiago en el último mes. Además me viene bien por una cosa del colesterol que ya les contaré si me animo a seguir escribiendo.

Vivo en un cruce de caminos y puedo ir a muchos sitios en línea recta, y a muchos más con doblar una sola esquina a lo largo del trayecto. Si uno sabe cómo llegar y tiene el tiempo, la distancia no parece tanta.

Andando, la ciudad se me hace más corta y accesible. Vivo en Madrid como quien vive en un pueblo, un pueblo grande, de altos edificios y numerosa vecindad, donde hay de todo: conciertos gratuitos de fundaciones, presentaciones de libros en grandes almacenes, un herbolario en cada manzana, talleres de pintura, homeópatas... Me gusta ver que se puede disfrutar de una vida tranquila sin tenerse uno que retirar al campo. Madrid se me ha convertido, sin ella saberlo, en una ciudad de provincias, una "ciudad lenta". En mi camino, ni veo los coches, más que cuando tengo que atravesar la Castellana, y los semáforos se confabulan para que no pueda hacerlo de un tirón. Ni de dos. Pero me da igual. Tengo tiempo.

Y en este "beatus ille" urbano, en que el mundanal ruido pierde identidad y se disuelve en otras notas, encuentro una secreta satisfacción en el pequeño vértigo que me entra al no recordar dónde aparqué el coche por última vez hace seis días.