sábado, septiembre 23, 2023

TETRIS

Después de unos días de clase con el grupo ordenado por orden alfabético de apellidos, los alumnos han empezado discretamente a aprovechar cualquier resquicio para acercarse a sus compañeros más afines: la mesa de un compañero en el extranjero, la enfermedad temporal de otro… A veces incluso pactan entre ellos los intercambios de sitio y me los proponen como un hecho consumado. De momento, si veo que trabajan y no dan guerra, los estoy dejando… y observo.

Observo que una de las columnas queda un tanto esquinada como aquellas entradas de cine de las que hablaba Jardiel Poncela, que hacían ver la pantalla de perfil y todos parecían el asesino, e intento centrar más las mesas en la clase; observo que algún alumno alto ha quedado muy en primera fila y puede restar visibilidad; observo (sobre todo porque me lo han dicho) que algunas alumnas no ven muy bien de lejos (no saben cómo me solidarizo) y, ¡lo nunca visto! preferirían estar en primera fila.

Me he planteado la posibilidad de hacer un primer cambio de sitios y les preguntado por sus filias y fobias, cuál sería su arcadia feliz y su infierno de Dante, por no ponerles las clases más cuesta arriba. Pero es tanta la información que cuando intento colocar sus nombres en la plantilla de la clase empiezan a faltarme sitios por un lado, a sobrarme por otro, y los grupos de amigos adquieren extrañas formas irregulares.

Se me parece entonces la clase a ese exitoso videojuego de mis tiempos jóvenes, el tetris, en el que había que apilar piezas de diferentes y caprichosas formas de manera que ocuparan toda la superficie sin dejar espacios en blanco. Recuerdo que, después de ver jugar las largas partidas de algunos expertos, cuando me acostaba y cerraba los ojos, se me aparecían piezas irregulares de colores cayendo a velocidad creciente, mientras yo trataba de acomodarlas. Lo mismo me pasa ahora. En días como estos, cierro los ojos y veo nombres, caras y peticiones. Encajo a tres aquí, levanto uno de delante, dos de atrás, los cambio por otros, y de pronto me quedan siete sitios que nadie ha pedido, cinco personas que no podrán estar donde querían, doce que protestarán y veinte que me miran ya con odio mientras no concilio el sueño… y recuerdo que en mi cole de “boomer” nos sentábamos de dos en dos por número de clase, en pupitres unidos, y que me pasé cursos enteros junto a mi querido Antonio Lucas, sin siquiera pensar que el mundo pudiera ser diferente.

¿Y si los dejo como están?

LISTAS CERRADAS

 Los alumnos no paran de sorprenderme y obligarme a adaptarme a novedades cada día. Mirándolo en positivo, creo que eso me mantiene joven. Aunque quizá también influya el corte de pelo y las gafas nuevas de antipático que me he hecho. (Spoiler: no han funcionado; les he vuelto a caer bien, ¡maldita sea! Al menos me están diciendo que parezco más moderno).

Esta semana me disponía a proceder a la elección de delegados de mi tutoría. En principio, no parecía haber muchos interesados, pero hace unos días surgió una propuesta con la que no contaba: las listas cerradas. Dos alumnas se presentaban en conjunto, como delegada y subdelegada. Nunca lo había pensado así: siempre se presentaban alumnos de forma individual, y el más votado era delegado y el segundo subdelegado. El caso es que no me ha parecido mal, y he aceptado la presentación de candidatos únicos y en lista cerrada. El resultado: cuatro parejas más otros tres en solitario. Es decir, once personas de 29, ¡más de un treinta por ciento de la clase! Me ha emocionado la implicación de mis tutelados, y lo reñido de las votaciones. Hasta el punto de tener que solicitar el voto por correo (electrónico en este caso) de una alumna ausente por enfermedad porque tres candidaturas han quedado a un voto de distancia.

Ha sido un poco frustrante no llegar a completar las designaciones. Ya me había traído la espada de nombrar caballeros delegados y me he sentido un poco ridículo por no poderla usar. Es un arma deportiva, de esgrima, de cuando practicaba ese noble deporte con toda la torpeza de que soy capaz, que no es poca. Pero la he dejado en el maletero del coche, a la espera de mejor ocasión. Estoy tranquilo porque, salga quien salga, representará bien a la clase. Solo me inquieta que en un control de la policía, me hagan abrir el maletero y tenga que justificar la presencia de un arma blanca de un metro de hoja y me convierta en el nuevo Daniel Sancho.