domingo, octubre 25, 2015

EL CHISTE DE HOY: GASTRONOMÍA E INCOMPRENSIÓN

No me atrevo a titular mi entrada de hoy como "Chiste del día", como solía hacer, sugiriendo una rutina. No nos engañemos: a estas alturas todos sabemos que no voy a publicar un chiste a diario. Y si lo hago, bienvenido sea. O malvenido, que uno nunca sabe cómo acertar. Pero qué demonios, ¡me arriesgo!

El caso es que, siendo domingo, día de comida familiar, o con amigos, día de paella o barbacoa para muchos, me ha venido a la memoria un bonito chiste que guardo entre mis preferidos. Recuerdo perfectamente quién lo contó en uno de aquellos programas de mis buenos tiempos en Antena 3. Si no me equivoco, era "De los buenos el mejor", en que cada cuentachistes encarnaba un personaje. Este de los espaguetis (con e inicial y en plural) que enseguida transcribo lo contaba "La Puri", a quien recuerdo con traje rojo de chaqueta, no sé si de secretaria o dependienta de tienda. Lamentablemente, no llego a su nombre. Probablemente me venga justo en el instante posterior a haber tocado el botón de publicar. Bueno, eso me dará excusa para otra entrada. De momento, ahí va el chiste.

Se trata de una conversación entre dos personas, marido y mujer, pero el primero ni entra en escena, ni abre la boca, así que a todos los efectos, dramáticamente funcionará como un monólogo. Y dice, pues, la mujer, a su marido en off:

- El lunes te hice espaguetis y te gustaron; el martes te hice espaguetis y te gustaron; el miércoles te hice espaguetis y te gustaron; el jueves te hice espaguetis y te gustaron; el viernes te hice espaguetis y te gustaron; ayer sábado te hice espaguetis y te gustaron, y hoy domingo te hago espaguetis, y no te gustan, (Vehemente, demente, cargándose de razón) ¡DESDE LUEGO NO HAY QUIEN TE ENTIENDA!

martes, octubre 20, 2015

A MÍ CHIQUITO ME COGÍA EL TELÉFONO

"A mí Chiquito me cogía el teléfono" es el título del "Informe de vida laboral de un mercenario de la tele"; es decir, mis memorias de mi vida en la tele, que están avanzadas, pero llevan un tiempo más paradas que yo. No es porque no esté generando capítulos nuevos, que también, aunque aún me quedan episodios por desarrollar. El asunto es que esto de escribir memorias parece cosa de jubilado y no quisiera darme yo mismo por acabado. Al contrario, quiero invocar al espíritu de Chiquito (también vivo, por otro lado) para reclamar un poco de fortuna en esto de trabajar. Aparte de ello, no sé qué habría de hacer con este testamento, si patearme editoriales con las que no ganar un duro, autoeditármelo para vendérselo a los amigos, publicarlo por fascículos en columna de juguete o inaugurar un nuevo blog, ya el tercero.  De momento, opto por una primera entrega en este blog abandonado, lo que no anula ninguna de las otras posibilidades, y abro los oídos virtuales para escuchar por escrito sus opiniones. Allá va el primer capítulo, que explica el proyecto.

A MÍ CHIQUITO ME COGÍA EL TELÉFONO

"Hablábamos Amador Moreno y yo, y salió Chiquito en la conversación. No recuerdo la razón. En realidad no tiene por qué haber una razón: desde el año 94, Chiquito, con mención expresa o sin ella, está presente en todas las conversaciones de guionistas de humor del país. Y de cómicos profesionales. Y de cómicos aspirantes, y de cuentachistes aficionados, y de animadores familiares. Pero eso será otra historia. Hablaba, decía, con Amador, cuando mi compañero sacó a relucir mi relación con el humorista, y en la mesa de al lado se volvió Juanjo Muñoz, abriendo los ojos como platos, como antes había abierto las orejas para escucharnos. Emocionado, admirado incluso, me preguntó:
-   ¿Conoces a Chiquito?

Hay frases que lo retratan a uno, que dicen mucho de ti, de tu vida, de tu historia personal. Si dices, como Julio César, “Llegué, vi, vencí”, es que ganaste a alguien y, por lo que parece, lo hiciste sin gran dificultad: sólo tuviste que mirar. En algunas frases dichas sin querer o con toda intención, se resume en ocasiones el curriculum de uno, y eso es lo que me sucedió a mí aquella tarde en la redacción de Noche Hache, cuando Juanjo me preguntó con los ojos como platos si conocía a Chiquito, mirándome casi con devoción, como quien ve en persona a un ser mitológico o especial. Yo me sentí halagado, y me vine arriba. Tanto, que se me hizo corto el reconocimiento, y se lo quise matizar lleno de orgullo.
            -      ¿Que si conozco a Chiquito? ¡A mí Chiquito me cogía el teléfono!

Recreen la acción con el índice de la mano derecha estirado, dando vueltas hacia arriba dibujando un muelle y comprenderán por qué, al instante mismo de terminar mi frase, estallé en una sonora carcajada con la que me reía de mí mismo al tiempo que trataba de borrar la vergüenza propia que sentía por mi ataque de soberbia.

Es tonto enorgullecerse uno del triunfo conquistado por una persona que pasó a tu lado alguna vez. Si lo miras bien, parece casi la cara amable de la envidia. Y por ser la cara amable, siento una cierta indulgencia por mí mismo por esta debilidad. Y también por Juanjo, que confundiendo fortuna con mérito, me miraba con admiración. Poco le faltó para pedirme un autógrafo. Aunque de éstas también he tenido.

Ese fue probablemente el primer momento en que tomé conciencia de mi papel en la historia de la televisión de nuestro país. Un papel de turista que se hace fotos junto a los principales monumentos (¡y qué monumentos!, como diría José Luis López Vázquez, a quien no conocí), y que presume orgulloso ante sus amigos de la proeza de simplemente haber estado allí.
           -      ¿Ves la Torre Eiffel? ¡Pues yo estuve allí!
-                    ¿Construyéndola?
-         -      No, haciéndome una foto.

Eso significaba que me estaba haciendo mayor. Pero también que por primera vez comprendía en toda su magnitud que mi azarosa vida por el mundo de la tele podía despertar un interés no sólo en el profano espectador, sino incluso entre profesionales. ¡Si hasta a mí mismo me sorprende a veces recordar las cosas que he vivido!

No puedo seguir, por cierto, sin aclarar un punto. ¿Qué significa – se dirán ustedes – eso de que Chiquito me cogía el teléfono? O igual no se lo dicen porque hoy día todos los teléfonos, fijos y móviles, tienen una pantalla que registra el número del teléfono que llama. No era así ni mucho menos en aquellos tiempos. Ya existían los ordenadores, eso sí, pero los móviles eran aún un gadget propio de James Bond y de unos contados ejecutivos esnobs. Chiquito no era ni lo uno ni lo otro: era un señor mayor de Málaga, un artista que llevaba toda la vida trabajando y que era la primera vez que actuaba en televisión. Era una especie de “yo estuve allí” que, de pronto, se convirtió en el “allí” del que uno podía presumir por haber estado junto a él. Pero por el momento vivía en su casa de siempre, con su mujer y su teléfono.

Entonces, ¿qué mérito tenía que me cogiera el teléfono? ¿Acaso sabía que era yo y no otro quien llamaba? ¿Acaso no se lo cogía a todo el mundo? ¿Acaso de lo que estoy presumiendo es simplemente de haber tenido su número de teléfono? No, no y no. Chiquito empezó a salir por televisión a finales de julio de 1994 y ya en septiembre empezamos a recibir en la redacción las primeras llamadas queriendo contratarlo para actuaciones. En octubre, la cuestión ya era insostenible.

Los agentes consiguieron el teléfono de Chiquito, el teléfono de Chiquito empezó a sonar como los nuestros, y Chiquito empezó a volverse loco. ¿Pero por qué lo llamaban a él, no tenía representante? Obviamente no: era un artista que iba de chiringuito en chiringuito cantando y contando chistes para quien estuviera por allí y a quien de vez en cuando contrataban para amenizar una cena o una fiesta privada. Y de pronto, lo veían como diez millones de personas de una sola vez. Finalmente, consiguió un representante (mejor dicho: un representante consiguió hacerse con Chiquito, la joya más deseada del momento), pero para solucionar el problema de las llamadas a su casa, optó por la calzada de en medio: no coger el teléfono a nadie… salvo las llamadas del programa.

Les intriga saber cómo podía reconocer Chiquito que era yo mismo quien le llamaba y no un pesado de una sala de fiestas de un pueblo de Cuenca, ¿verdad? Una opción hubiera sido llamar siempre a la misma hora, pero eso en televisión es imposible; en cualquier momento puede haber un cambio, y hay que avisar. Se decidió crear una contraseña secreta, una clave con la cual Chiquito pudiera saber inequívocamente que era yo y no otra persona quien le llamaba.

Han pasado casi veinte años desde entonces, seis o siete generaciones de teléfonos móviles (en mi mano dos o tres nada más), con posibilidad de poner tonos distintos según el teléfono que llama, y también han cambiado los terminales de teléfono fijo, todos ellos ya con identificación de llamadas. Creo, pues, que si Chiquito quiere tener alguna contraseña para cribar sus llamadas entrantes, seguramente habrá escogido alguna más sofisticada, así que me veo autorizado para revelar el gran secreto entre Chiquito y yo. Ahí va: simplemente marcaba su número, esperaba que sonara una vez el timbre de llamada y colgaba, para acto seguido volver a marcar y escuchar que al otro lado alguien descolgaba el aparato.
               -      ¿Chiquito? – le preguntaba.
               -      ¿Qué pasa, fenómeno?


Fenómeno, ese era yo. Y a mí Chiquito me cogía el teléfono, ¿qué os vais a pensar?"

(¿Sigo?)