martes, diciembre 08, 2015

¿EXISTE LA FELICIDAD?

¿Existe la felicidad? Con esta pregunta titula Toño Fraguas su exhaustivo ensayo sobre la búsqueda en nuestros días de tan preciado don, a la par que manido concepto, un libro que en las librerías podría figurar tanto en la sección de filosofía como en la de humor. Lo digo como elogio, que conste, que yo me considero humorista dentro de lo que cabe, y siempre que puedo reivindico el valor de la ironía y la sorna como punto de observación de la realidad. (Me gustaría hablar más del humor. Quizá luego. La verdad es que el libro de Toño le da a uno ganas de hablar, de comentar, de debatir, de discutir, de intervenir y participar. Porque la felicidad es algo que nos toca a todos. O al menos nos gustaría que nos tocara. Como la lotería. Y como alguna vecina también).

Toño demuestra en este libro (no, no voy a desvelar el final, no diré si existe o no la felicidad), demuestra, digo, que se puede ser filósofo, culto, riguroso y sesudo, y a la vez tener sentido del humor y gracia. Y no es raro; el humor es juego y se hace a fuerza de asociaciones (inesperadas, sorprendentes, chocantes…), y si disponemos de más elementos con que jugar, más relaciones estableceremos. El humor en este libro lo hace didáctico, cercano y simpático. El autor también demuestra repetidamente que sabe griego, lo que pone peligrosamente en juego los logros antes descritos. Pero se lo perdonamos porque compartimos con Unamuno la idea de que “filosofía es filología”, y el origen de las palabras nos dice mucho del ADN de su significado (¡Toma frase, Toño!). Y a pesar de ello, el libro es claro, se lee fácil, se entiende bien… ¡no parece de un filósofo! (Escuché la anécdota, no sé si cierta, sobre un filósofo alemán de apellido bisílabo y acentuación grave, Hegel quizá, que le daba sus textos a leer a su mujer – o su ama de llaves, no recuerdo – para consultarle si eran claros para, en el caso de que lo fueran, “oscurecerlos” un poco).

¿Existe la felicidad? (Del running al sofathlón: cómo escapar del negocio de la felicidad para alcanzar el bienestar) (Plaza y Janés, 2015) me ha llegado en un momento en que los trabajos de la vida me han llevado a tener que tratar con el running, moda multitudinaria que me era absolutamente ajena hasta anteayer. Sí, había visto a alguna persona vestida de submarinista de mil colores con zapatillas imposibles corriendo por las aceras, incluso he coincidido en el ascensor con alguna joven y bien formada vecina de estas características (aunque ya digo que, como la lotería, no me ha tocado nunca), pero pensaba que era una rara afición. Al final yo, que soy el único normal, voy a resultar el raro (no sería de extrañar, pues “raro” significa “infrecuente”, y paradójicamente lo infrecuente hoy día es encontrar a personas normales).

Creo que voy por las ramas. O por los paréntesis más bien. El humor reside en los paréntesis, en los comentarios, las digresiones, el juego, lo accesorio. Pero voy a ir al grano, que querrán ustedes irse a la cama.

Por alguna razón la palabra “felicidad” me resulta vana, superficial, frívola, simplona y ñoña, y probablemente la razón está en la mercantilización que se hace de ella, según denuncia Toño. Aunque por otro lado el “bienestar” me parece una meta pobre; en realidad no me parece una aspiración, sino simplemente una circunstancia. Si “Yo soy yo y mi circunstancia”, la felicidad (¿puedo decir mejor “plenitud”?) compete y es responsabilidad del yo, mientras que el bienestar sería una característica sobrevenida para la circunstancia. Cuando te toca la lotería (o tu vecina) puedes tener bienestar; la plenitud, según yo la entiendo, no puede depender de eso.

Por lo antedicho, me he sentido muy reconfortado cuando Toño, con la autoridad de su conocimiento filosófico y de su investigación periodística, ha ido desmontando uno por uno los distintos tinglados armados en torno a la felicidad. Desde los vendemotos que se hacen de oro redefiniendo perogrulladas, hasta el mitificación de las huidas en forma de viaje. Yo soy más de los de Pascal cuando decía aquello de que “Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación”. No tengo el tema de la quietud dominado, pero me interesa. Sobre todo, por lo barato. Siento, por ello, que el autor pasa demasiado de puntillas por la opción del retiro del “Beatus Ille” horaciano, aunque entiendo que no es igual fray Luis de León que un neojipi del siglo XXI.

El que esto escribe, carne de cañón para todo tipo de nichos alternativos, ha podido leer con una sonrisa los capítulos referidos a las mil y una dietas (¡Toño, se te ha olvidado la “primal”, la dieta que aboga por comer sólo carne y fruta, como nuestros antepasados!), y el recorrido por los mil y un yogas (qué paradójico y sospechoso que una disciplina que pretende la unidad con el todo se haya descompuesto en una multiplicidad caleidoscópica de yogas con apellidos; ¡hasta hay uno tipo sauna que se practica a 40 grados), pero me he sentido pillado in fraganti en el capítulo terapéutico. Sí, lo confieso: voy a un homeópata. Reconozco que cada vez que explico en qué consiste la medición organométrica trimestral que me hace me siento un poco Cospedal hablando de la liquidación de Bárcenas. Pero se trata de un médico. Médico médico con su título de medicina, capacitación para recetar y el sentido común de saber que un antibiótico a tiempo puede ser menos malo que unas fiebres altas continuadas. Y además, el efecto de la acupuntura sí lo puedo atestiguar. Y además, lo conozco desde hace mucho tiempo y se ha ganado mi confianza. Y además… ¡que a mí me vale!

Pero la felicidad no me la da él. Ni el dibujar, que me gusta mucho. Ni la lotería que no me ha tocado nunca (todavía), ni el dinero que tengo ni el que no tengo. Tampoco leer este libro, que ha sido muy estimulante intelectualmente. La felicidad, para mí, reside más en aspectos estudiados por otros hombres más sabios que yo que también han tenido su huequito en el libro. Tener un norte y dotar de un sentido a la vida, no esperar nada, evitar los deseos y dejar de sufrir. En resumen, me autocito: Encontré el oasis al descubrir que no hay oasis,