martes, mayo 30, 2006

ELLA NO ERA ASÍ

Ayer vi "Juana la Loca" de Vicente Aranda en la tele y recordé una anécdota. Hace unos años, cuando la estrenaron, coincidí en el cine con una vecina de mi casa, una mujer mayor. Yo iba a ver una comedia ligera y ella a "Juana la Loca". Unos días después, coincidí con la vecina en el portal de casa y, por tener una conversación algo más personal, le pregunté qué le pareció la película. "Bien", me dijo, "pero ella no era así". Me quedé pasmado y no me atreví a preguntar nada más. No había visto la película y no sabía cómo retrataba a Juana la Loca, pero, francamente, tampoco tenía una idea preconcebida de cómo podía haber sido esta mujer. Quizás mi vecina tenía más inquietud histórica que yo, y había leído libros sobre el particular, aunque lo dudo. Y, con todo, cualquier cosa que se diga de un personaje histórico se hará a partir de los escritos que otras personas hayan hecho sobre el mismo. Si ya es difícil conocer a una persona con la que convives, imagínate a una que vivió hace siglos. Sin embargo, la frase de mi vecina creo que es muy representativa de nuestra actitud ante las cosas. La realidad o (como dice un amigo) confirma nuestros prejuicios o es mentira. En este caso, la imagen de Juana la Loca no coincidía con la que tenía de ella mi vecina, así que su opinión sobre la película era, sencillamente que "ella no era así".

viernes, mayo 26, 2006

HOY, PROGRAMA DOBLE

Improviso hoy un nuevo formato: un solo post y dos temas. Pensé que iban a ser tres, pero se me ha olvidado el tercero. Dada la desigualdad de longitudes, y siguiendo con el símil cinematográfico, consideremos la primera nota el "corto" previo y a la segunda la "peli" propiamente dicha.

LOS AMIGOS DE MIS AMIGOS SON AMIGOS DE OTROS AMIGOS MÍOS.

Da vértigo pensarlo, pero nuestros amigos tienen vida propia, conocen a gente por su cuenta sin que nosotros lo controlemos ni tan siquiera a veces lo sepamos. Me informa ahora una amiga de que un antiguo compañero de piso y amigo suyo conoce a otra amiga mía. Ambos me conocen, pero no se han conocido por medio de mí. Qué pequeño es el mundo y qué prescindibles somos.

EL CÓDIGO DA VINCI

Desde que me puse a trabajar muchas horas y empecé a no disponer de tanto tiempo para leer, fui prefiriendo el relato corto al novelón y, desarrollé una especie de "tochofobia" (manía a los libros voluminosos), que aliada con una "popfobia" (reticencia ante lo excesivamente popular), han dado como resultado una "best-seller-fobia".

Todo es justificable. La tochofobia, porque en mi adolescencia, me tragué "La Montaña Mágica" , como si fuera un plato nuevo y extraño (si no te lo terminas en la comida, te lo pongo a la merienda, y, si no, a la cena, y, si no, para mañana... y así varios meses), y creo que no le saqué la sustancia. Al menos, vi que la tenía. En cuanto a la "popfobia", llámenme elitista o esnobista, pero pienso que algo que le gusta a la mayoría de la gente no puede ser malo, de acuerdo, pero tampoco demasiado bueno. Al contrario que un antiguo eslogan de no sé qué producto que rezaba "millones de personas no pueden estar equivocadas", pienso que lo más probable es, precisamente, que lo estén.

Por todo ello, no sentí ninguna curiosidad por leer el código Da Vinci hace un par de años cuando empezaba a ponerse de moda, ni me parece prioritario ver la película. Debo de ser, por tanto, la persona que menos sabe de esta historia en el mundo civilizado. Y sin embargo, viendo la tele (ahora ya no parezco tan esnobista, ¿verdad?), no hago más que encontrarme debates en torno al libro y la película de marras. Por lo que deduzco, el mayor interés de todo el asunto se centra en si Jesús tuvo descendencia con María Magdalena. ¿Estamos locos o qué? ¿Qué más da? Si Jesús fue una persona realizada, el haber mantenido relaciones sexuales ni le quita ni le pone nada. Y en cuanto a los hipotéticos descendientes, ¿qué pasa? ¿Que los hijos del "Hijo de Dios", son "nietos de Dios", y de alguna manera "semidioses"? ¿O la cosa es que alguien nos oculta información? Si la información la queremos para ponernos a hacer "Salsa Rosa" de la Historia, diré que hasta me parece bien. No obstante, no he leído el libro ni he visto la película, así que, seguramente, estaré equivocado.

miércoles, mayo 24, 2006

¿Y SI NOS COLAMOS NOSOTROS?

Parece que el tema de las coladuras ha levantado ampollas. En estas "reglas del juego" no escritas, cada uno cree que su interpretación es la válida. Me pasó una vez en un supermercado, cuando estaba pagando, que una mujer (no es misoginia, es que es así), voceó con mal tono algo como "gracias por guardarme el sitio". Yo no sabía de qué me hablaba, la miré y aguanté un rapapolvo con la mirada de Robert de Niro que sugiere Txopsuey. Querido amigo, eso da igual: esta gente no va al cine. Parece ser que delante de la caja había dejado una cesta de plástico con su compra y se había ido a por algo que se le había olvidado. Ella no estaba cuando yo llegué, y la cesta ni la vi. Aunque hubiera sido absurdo no entrar a pagar por esperar a un fantasma. Y sin embargo, ella daba como ley que basta un objeto para guardar el puesto. Creo que todos coincidimos en que eso sólo puede ser válido - si lo es - si llegas antes de que le toque el turno al siguiente. No sería lo mismo si dejas en tu lugar a otra persona que puede ir pasando la compra e incluso pagar. Ya te arreglarás tú con ella. Por eso hacer la compra uno solo es más complicado. No se te puede olvidar nada. Si no, mala suerte.

Recuerdo mis angustias de pequeño cuando me mandaban a por un recado a la frutería. En otros sitios, basta con que te fijes en quién está antes que tú, y la cola circula fluida y armoniosamente movida por las reglas de la educación y la cortesía. Aquí como se te olvidara pedir la vez se te colaba hasta el Tato. En un ambiente tan hostil, uno aguantaba estoico las interminables tertulias personales de las mujeres con el frutero mientras improvisaban qué podían ir queriendo. Y tú, que tenías superclaro que querías sólo una ramita de perejil y dos limones, aguantando una hora. Luego, para más inri, te decían: ah, si querías sólo eso, haberlo dicho. Decididamente, el gran invento del siglo XX es la máquina de turnos.

Pero la máquina de turnos también presenta su casuística. No ignoraréis, claro, que hay personas que cogen un turno en un puesto, en otro y en otro, y esperan sólo en aquel donde prevén que les llegue antes la vez, para aprovechar el tiempo. Nada que objetar. Pero, ¿y si se les pasa el turno de otro puesto? ¿Puedes, con el 82, pedir después de que hayan atendido al 83, colándote al 84 que ya se frotaba las manos? Y si es así, ¿hasta cuántos números?

Me distraigo de mi propósito. Después de las iras suscitadas sin pretenderlo (yo mismo no las sentí tan fuertes) con el artículo anterior, quería reflexionar si uno mismo no recaerá o habrá recaído alguna vez en pecados similares. Por ejemplo, en el coche. Uno está en un carril de incorporación a una vía atascada. La norma indica esperar a que pase la fila, aunque el sentido común no lo recomienda (no pasarías nunca). ¿Qué hace uno? Ir asomando el morro hasta que la presencia de tu vehículo en la vía principal sea un hecho consumado. ¿Coladura o no? En mi defensa y justificación, diré que cuando estoy en la vía preferente, asumo y llevo a término lo que he venido en llamar el "efecto cremallera". He observado que, de forma orgánica, se va produciendo una especie de turno: pasa uno de la incorporación, uno de la principal, uno de la incorporación, uno de la principal... Evidentemente, esto se forma en parte gracias a la cortesía de los vehículos con preferencia y en parte por la osadía de los otros que van metiendo la cabeza. Yo asumo este efecto cremallera desde ambos lados sin colgarme medallas en un caso ni sentirme culpable en el otro.

Pero, acerquémonos más a los casos propuestos en el post anterior. Tú haces la compra y se te olvida una tontería (a la del otro día no era una tontería lo que se le había olvidado, pero en fin); se te ha olvidado comprar, por ejemplo, una cabeza de ajo. Vuelves a la frutería. Ya antes habías esperado una cola antes de atenderte. ¿Esperarías cola otra vez, o tratarías de exponer tu caso? Y si lo expusieras, ¿lo harías como pidiendo un favor o como asumiendo que te lo van a hacer? Lo paradójico es que el que materializa el favor es el frutero, pero quienes realmente te lo hacen (queriendo o sin querer y sin que nadie les pregunte) son los otros clientes.

¿Y en el teatro? Llegas pronto, compras las entradas, te sientas a tomar algo. Cuando te quieres fijar, ves que se ha formado una cola importante delante de la entrada. Toda (o casi toda) esa gente ha llegado más tarde que tú. Eso sí, no se han sentado tranquilamente, se han currado la espera de pie. Pero, realmente, ¿iríais humildemente desde la cabecera del vestíbulo donde están las mesas, hasta el final de la cola para poneros en vuestro sitio? ¿O más bien intentaríais ir buscando un hueco? Es difícil saberlo. ¿Os habéis puesto a tomar algo a sabiendas de que había una cola aparte u os ha pillado de improviso? Yo, si me hubiera sucedido sin darme cuenta, seguramente hubiera tratado de colarme discretamente, sin pretender ser el primero de la fila y sin pretender tener razón si alguien me lo afeaba, pero creo que lo hubiera hecho. Es parecido a cuando vas en coche y empiezas a ver una cola de coches a la izquierda o a la derecha, y tú sigues circulando, adelantando a todos los que están parados. De pronto, te das cuenta de que la cola es para tomar tu salida o incorporación y que, realmente, deberías haberte puesto el último y tragarte la retención. En este caso no se puede retroceder, de modo que no hay otra que colarse. Cuando eres tú el que espera y lleva media hora para recorrer un kilómetro, tiendes a pensar mal del que quiere colarse casi al final, pero hay que recordar que, por ignorancia, despiste - y a veces por llevar prisa, reconozcámoslo - uno también lo ha hecho. Pensad en ello y veréis con menos odio a los que se os cuelan. Ellos son vosotros.

Queda, por último, hablar de esa trampa que hemos hecho todos y por la que no sentimos ningún tipo de remordimiento: la de colar a alguien. ¿Por qué nos parece tan mal que una persona se cuele a título individual, y toleramos, sin embargo, que la cuele otra persona? Como si el orden en una fila fuera una propiedad con la que negociar. Vamos a ver, si yo estoy el tercero y cuelo a la que está la décima porque la conozco y le tengo simpatía, yo puedo asumir perder un puesto y esperar un poco más, pero ¿por qué puedo obligar a perderlo a las otras seis personas que estaban entre nosotros? La cosa es más grave cuando el producto de la cola es escaso. Quedan diez entradas para los diez primeros. Si yo cuelo a alguien, puede ser que deje sin entrada a alguien que había llegado antes que mi beneficiada. ¿A que no habíais pensado en ello? (Por eso, Liuva, aunque te lo dije en los comentarios, creo que si nos encontramos en una cola no debería colarte. Ni tú a mí. Ya tendremos tiempo de hablar después).

El que esté libre de pecado... (no sé por qué, pero me temo que hoy me vais a lapidar).

lunes, mayo 22, 2006

GENTE QUE SE CUELA

Escribí una nota sobre el sábado sin pararme a hacer una asociación al menos tan casual como la editada. En el mismo día, dos mujeres (tres en realidad) se me colaron. Cada una con sus razones y con toda seguridad creyéndose en posesión de la verdad. Pero se me colaron. Una, favorecida por la dependienta de un comercio con un dudoso sentido de la justicia. Fue, pues, realmente, la tendera quien la coló, pero el resultado es que se me coló. Y en orden a romper este círculo obsesivo, quizá sea mejor que haga el relato concreto de ambas coladas.

Pollería. Una y pico (y pata) del mediodía. Entro a comprar media docena de huevos. Hay dos personas atendiendo, pero me toca esperar. Se va una señora, atienden a otra, y se me despierta la impaciencia. Yo soy el siguiente. Mientras la despachan, entra una mujer. No me parece que sea la que se acaba de ir (pero aunque lo fuera). Aparece teatral y, con muchos aspavientos, dice que qué loca está, que se le va la cabeza, y que se le ha olvidado comprar algo. Así recuerda a clientes y dependientes que ella "ya ha estado allí". Yo me temo lo peor. Me temo lo peor muchas veces, y la mayoría de ellas no llega a suceder, así que, junto con lo peor que me temo, también me espero que ocurra lo correcto; es decir, que al terminar con las clientas que están comprando, me despachen a mí, y, en cuanto hayan terminado con los que estábamos antes, por fin se dediquen a la mujer olvidadiza cuyo turno, por cierto, ella misma había dado por cerrado con anterioridad. ¿No parece razonable? Lo peor que me temo es, por supuesto, que se me cuele. Y se me cuela. La cuela en realidad, ya lo he anticipado, la dependienta, que se dirige directamente a ella. Me parece inaceptable. Podría, por supuesto, haberle dicho algo, pero me pone nervioso reaccionar en estas situaciones en las que no cabe la razón. Quizás hubieran respetado mi turno; quizá no; quizá, en atención a que sólo quería media docena de huevos, me hubieran despachado, en plan favor (inaceptable también, pero me hubiera valido). El caso es que, paralizado, esperé que el olvido de la doña hubiera sido escaso (uno olvida comprar el perejil, no las patatas), pero no pintaba: empezó con un pedido de mayorista y tono de enumeración, y, como antes, volví a temerme lo peor. Y ahora sí era seguro: estaba en racha. Así pues, sancioné a la pollería con mi castigo callado y me fui. Di la espalda a un lugar donde acababan de ofenderme con una tonta injusticia. No soy tan ingenuo como para pensar que los dependientes captaron mi mensaje. Pensarían que, al igual que la señora olvidó comprar algo, yo habría recordado de más, y que en realidad no necesitaba nada. Ahora veo que en la vida todo es riesgo e inversión, hasta en la compra. Para conseguir seis huevos, debería haberle echado un par y, aunque hubiera parecido redundante e incluso paradójico, no debería haberme cortado en montar un pollo en la pollería.

Y luego a la tarde, en el teatro. Voy invitado por la actriz principal (espléndida en su papel Esperanza Elipe, reitero la recomendación: Café, sala Cuarta Pared, calle Ercilla, 17, Madrid), quien me dice que tengo que estar al menos media hora antes para recoger las entradas y me advierte de que éstas son sin numerar y conviene guardar cola un rato para entrar pronto y escoger buen sitio. Obediente a sus recomendaciones, estoy a las ocho y cuarto (la obra es a las nueve), y espero fuera a que llegue mi acompañante.

El vestíbulo del teatro es profundo y amplio. Junto a la puerta de acceso a la sala hay un bar y unas mesas con sillas para tomar algo mientras se espera. Nosotros rehuimos la comodidad y nos quedamos de pie, pendientes de tomar una buena posición en una cola aún no formada. Me parece de mal efecto pegarme a la puerta, aunque hubiera podido. En cuanto vemos que un grupo de personas se arremolina en primera fila ante la entrada, tomamos la segunda posición. A continuación, tras nosotros y un poco al lado se va formando una cola informe que no transmite mucha seguridad sobre el puesto que uno ocupa. No obstante, sí parece que será suficiente para conseguir un asiento centrado. No bien se abren las puertas, las "cigarras" comodonas que eligieron esperar sentadas en las mesas sin hacer cola se ponen de pie como un solo hombre y vienen a invadir las posiciones que como "hormigas" laboriosas nos hemos trabajado otros de pie. La chica de la sala que ha abierto la puerta nos pide paso a todos para dejar entrar a un hombre mayor que viene de las mesas caminado con dificultad. Me parece correcto. Eso sí. No tanto el que, tras él, dos gordas quieran aprovechar el carril abierto como un coche espabilado que siguiera la estela de una ambulancia urgente en medio de un atasco. La primera nos ha adelantado ya por la derecha, mientras que su amiga se mantiene a nuestro lado, en una especie de incorporación con ceda el paso que, obviamente, no se la ve dispuesta a respetar. La fila avanza y nosotros tratamos discretamente de avanzar con ella. La mujer, haciendo palanca con el codo en nuestro espacio personal, se cuela. Podéis creerme que lo asumo y no me importa. Pero, y aquí viene lo gracioso, cuando mi amiga constata: "Se nos ha colado por todo el morro", y yo lo ratifico con resignación "¿Qué iba a hacer, no iba a empujarla?", nos encontramos con que la doña ha seguido nuestra conversación, y una vez dentro, se justifica airada: "Perdona, pero yo no me he colado, que cuando yo he venido no había nadie". Bonito razonamiento para una persona que, además de llevar cuarenta y cinco minutos en el teatro, ha guardado veinte de cola. Eso le contesto: que cuando he venido yo tampoco había nadie, pero que, además, me he puesto a la cola (que es lo que hay que hacer). Por supuesto, no la convenzo, ni lo pretendo. Sólo faltaba que por hacer entrar en razón a una aprovechada de la vida, perdiéramos nuestra capacidad de elección de sitio, tan justamente ganada. La obra es muy ágil y divertida y hace olvidar el incidente. Pero, en algún lugar de la mente, se me queda grabada una pregunta inquieta: ¿por qué estas personas, además de morro, quieren tener razón?

domingo, mayo 21, 2006

ENCUENTROS PROPIOS Y DELEGADOS

Ayer, mientras espero a una amiga en el teatro, observo a la gente. Miro a las chicas sin preocuparme de si lo hago demasiado fijamente. Una me devuelve la mirada y se me queda mirando más fijamente que yo. Casi me asusta, como si me reprobara. En realidad estoy hablando de segundos. La chica en cuestión me pregunta, como identificándome: ¿Fernando? Qué alivio, no es que yo la haya mirado impertinentemente; es ella la que me ha mirado a mí, creyendo conocerme. "No", le digo, "te has debido de confundir". Ella se justifica, un poco cortada: "Es que eres idéntico". Y, yo, por aliviarle el apuro a la mujer, y por decir algo, suelto sin pensar: "Tengo un hermano que se llama Fernando, eso sí". Lo digo como una anécdota, como una casualidad: ese nombre está en mi vida. Pero es el de un hermano como podía haber sido el de mi padre o el de un perro; es decir, que no lo digo creyendo que eso vaya a solucionar la confusión. Ella sí agarra el cabo: "¿y vais por El Espinar?". En efecto, el Fernando al que ha reconocido es mi hermano. Mi hermano que nunca ha llevado barba, como la llevo yo ahora, que no acostumbra a llevar gafas, como hago yo siempre, y que, desde luego, tiene una nariz más grande que la mía, que ya es decir. "Pues sí, claro, de El Espinar". Ella se identifica, enumera amigos comunes de mi hermano y ella, y sale airosa. Y yo me quedo flipado de que, en ausencia de propios, se me presenten encuentros delegados. Luego, porque la cosa no quede así, me encuentro a una conocida propia, guionista de Globomedia. Esa es mi auténtica coincidencia de la tarde.

Me remito ahora al tema con el que comencé mi blog: los parecidos. A mí me sacan muchos parecidos, y no es (no creo) porque tenga una cara demasiado estándar. ¿Es normal que a uno, fuera de las asociaciones familiares (te pareces a tu padre, a tu madre, a tu tío o tu abuelo) le saquen tantos parecidos? En un programa de televisión en que trabajé había una sección de anónimos parecidos a famosos. Un día la hicimos con los compañeros que trabajábamos. Hubo a quien se sacó un parecido más o menos razonable y a quien no hubo manera. Yo hice cinco apariciones: con barba, como El caballero de la mano en el pecho, Cervantes y don Quijote; afeitándome el bigote, y de perfil, emulé a Lincoln, y quitándomela del todo y ayudado de una camiseta de rayas, era Wally (el de ¿Dónde está Wally?). Me han sacado parecidos a mi padre y a mi abuelo materno (al que no conocí, pero por las fotos no me encuentro el aire), al actor John Turturro, a Franco Battiato (de hecho, en un blog amigo me han puesto como nombre para el enlace "El que se parece a Battiato"), recientemente al personaje de Bernardo de Camera Café (y en consecuencia al actor que lo hace), y ayer (no es la primera vez) a mi hermano. ¿Puede alguien igualar este record de parecidos? Ahí va ese reto. Descuento los parecidos anónimos al primo de alguien o al amigo de alma de otro alguien y retiro también, si queréis, los parecidos familiares, que al fin y al cabo, quien más quien menos los tiene igual. Y, por lo demás, quede constancia de este párrafo en sustitución de la foto de carné que no he puesto adornando mis datos personales en el blog.

Por cierto, a los que estéis en Madrid, os recomiendo la obra "Café", en la Cuarta Pared. Mucho ritmo y mucho humor. Un pelín estirada, quizá, como si terminara dos veces, pero se ve con agrado.

viernes, mayo 19, 2006

¿CUÁNDO TERMINA EL PASADO?

El pasado ha pasado y lo único que existe es el presente, pero el presente también pasa y el pasado, a veces, se hace presente.

Aunque hoy precisamente sí me he encontrado con una persona conocida (la conocía poco, esa es la verdad), mi característica encontradiza de que a veces alardeo lleva un tiempo de capa caída. Últimamente cuando camino por la calle o en el metro no se me da con la misma frecuencia eso de encontrarme con amigos, familiares, amigos de amigos, amigos de familiares, familiares de amigos, profesores, condiscípulos, compañeros de trabajo, jefes u otros conocidos de diversa índole. En compensación, se me presentan dos tipos distintos de encuentros:
- En un blog, encuentro (o me encuentran) de forma inopinada personas desconocidas que de otra manera hubiera sido difícil encontrarme en la vida.
- Suena el teléfono, y alguien del pasado vuelve a hacerse presente. Esto segundo me ha sucedido tres veces en lo que va de mes. Qué digo tres; hasta cuatro (O cinco, si tomamos un mail recibido hace más tiempo).

El primero se presentó precisamente como un "vestigio de mi pasado", lo cual así dicho da un poco de susto. Era un antiguo compañero de trabajo. Calculamos que haría unos catorce años desde que trabajamos juntos por última vez. Alguna vez nos habíamos visto en pasillos de Antena 3, pero aunque conservamos la estima profesional el uno del otro y un cierto sentimiento de cercanía, no era una amistad que hubiéramos cultivado. Me llamaba para pedir mi opinión sobre un proyecto de televisión. Dejo aparte el halago y la extrañeza por sentirme buscado como punto de referencia. De salir adelante el proyecto, necesitaría una persona que hiciera un trabajo similar a algo que yo, en su día, hice en ese programa que compartimos. Eso puede explicar la llamada. Y la verdad es que sería divertido.

Curioso es que este amigo es muy amigo de unos conocidos míos, y sin embargo no nos relacionó y removió Roma con Santiago para encontrar mi teléfono. Es agradable saber que en algún lugar entre estas ciudades el número de abonado de uno puede ser localizado. No estamos tan perdidos.

Otra llamada, una humorista cuentachistes y también actriz que intervino como tal en el concurso de chistes de más repercusión en que he participado. De este programa hace menos tiempo (unos doce años), pero hemos coincidido más veces, y había sabido que andaba tratando de vender un proyecto de ficción. Y en eso anda, y por eso también me buscaba: para que le echara un vistazo y lo puliera (Me maravilla la imagen que los demás se crean sobre uno). En todo caso, no dispongo de tiempo para ello, así que no acepté el encargo.

Otro: mi primo. Uno tiene muchos primos, pero siempre hay uno de edad coincidente (o casi). En mi caso, son dos. Ambos nacieron un año después que yo, y con dos días de diferencia (entre ellos), pero uno vivía en el norte (y ahora en el sur) y no nos hemos visto nunca con demasiada asiduidad. Así pues, si digo mi primo es Guillermo. Desde los tiempos de la adolescencia empezamos a distanciarnos y a tener otros amigos y otras vidas, y tampoco hemos cultivado la amistad. ¿Cuánto tiempo podía hacer que no nos veíamos? Igual dos años, a lo tonto. De ahí la sorpresa. Sí habíamos tenido entre medias un par de encuentros "desencontrados". Por un azar desconocido compartimos el mismo homeópata (o sea, que al final, no nos diferenciamos tanto), y una vez estando él en consulta, por otro azar, salió mi ficha en el ordenador y él vio mi nombre. Como si hubiera visto un fantasma. Recientemente, a mí me pasó parecido: estando en consulta yo, su ficha estaba sobre la mesa. Se ve que en ambas ocasiones los dos fuimos el mismo día, pero a distintas horas. Si eso tenía que significar algo, mi primo fue quien recogió el testigo y me invitó a su cumpleaños el sábado pasado. Conocí su casa en el campo y a sus niños, a quienes tampoco había visto apenas. (Tuvimos hace tiempo otro encuentro similar, cuando una amigo me mandó un correo masivo y, entre las direcciones de los destinatarios, vi su nombre y apellido: era él. Y sí, soy un cotilla, que leo los nombres de los destinatarios de los correos que recibo; ¿cómo, si no, va uno a encontrarse con tanta gente).

Más. Siguiendo con cumpleaños. Rosa y Carlos, mis dos primeros compañeros de trabajo (años 88-92, más o menos). Rosa cumple el 15 de mayo, fecha señalada y fácil de recordar. El domingo me acordé y pensé en llamarla al día siguiente. Vano propósito: se pasó el día sin volverme a aparecer la idea. Pero por la noche suena mi teléfono, y es Carlos. Se ha acordado también y la ha llamado, no está en casa y le ha dejado un mensaje en el contestador, y, ya que se ha puesto, ha dicho: pues voy a llamar a Álvaro. Y nos ponemos al día el uno del otro (lo mío es rápido, la verdad). Después se me ocurre llamar a Rosa, que ya ha llegado, y cierro el círculo, no sin reconocerle el mérito del recuerdo a Carlos, que no me gusta colgarme las medallas de otros.

No creo que ninguno de estos encuentros vayan a tener excesiva significación en mi vida ni que le aporten un nuevo rumbo, aunque quién sabe. En todo caso, se da uno cuenta de que su pasado empieza a tener una cierta longitud, una cierta consistencia, y que nunca sabes por dónde te va a salir. Y puesto que cualquier persona que haya aparecido en tu vida puede volver a salir, más vale estar a bien con todos, por la cosa del karma (que en español traducimos como "no la hagas y no la temas"). Sed buenos.

martes, mayo 16, 2006

FUSIONES

Dejo en mi post anterior la evidencia exhibicionista de mi propia torpeza, al tiempo que una pequeña constancia en mi vida y en mi blog de esas "pérdidas" de las que hablaba otro post más atrás. Por hablar de los links, los he perdido, y mis dos últimos temas se han fundido en un pequeñito acontecimiento ligeramente desquiciante. Para este "hombre pulga", la desobediencia informática es otro perro más. Me pediría el cuerpo eliminar el blog de los links y la vergonzante frase: "he aprendido a ponerlos". Puestos estaban, pero, tal y como me indicó un visitante, no funcionaban. Tratando de corregirlos, sólo conseguí hacerlos desaparecer y que dejara de operar correctamente el único que estaba bien. Ni siquiera el intento bienintencionado de otro visitante (dándome las instrucciones ya escritas sólo para copiar y pegar) ha dado resultado. No descarto volverlo a intentar el día de mañana (el día de mañana como frase hecha, se entiende). Me pediría el cuerpo, digo, eliminar el blog como si nunca lo hubiera escrito, pero al menos ahí quedan indicados y recomendados estos amigos de blogspot: loctary.blogspot.com
humoradas.blogspot.com
lanavajaenelojo.blogspot.com
vicisitudysordidez.blogspot.com
http://www.carlosvalles.com/
y, por supuesto, del que no había hablado todavía: http://www.klikowsky.com/,
la página de la telecomedia de ETB en que servidor colabora. Ahí va la reseña: un argentino enamorado pasa del cosmopolitismo tecnológico y postmoderno al ambiente rural y tradicional vasco. Enamorado de su novia y puteado por su suegro, logra hacerse un hueco en la comunidad, y hasta se lo pasa bien. Nosotros, por lo menos, nos divertimos escribiéndola.
Recomendaría también los desechos de Jacobo Bergareche que me aficionaron al mundo del blog, si mi amigo no hubiera cerrado la página.
Saludos.

sábado, mayo 13, 2006

MIS LINKS

Me costó aprender a hacerlo, pero lo conseguí. Desde hace algunos días, ya tengo links, con lo que puedo corresponder a quienes me incluyen como referencia en sus blogs y recomendar a otros que también me parecen interesantes. Y puesto que últimamente no me sé organizar bien y estoy escribiendo demasiado espaciado, creo que es oportuno hablar un poco de mis direcciones favoritas para que el visitante que entre en la Columna de Juguete y no encuentre novedades, pueda reconducirse a estos otros blogs (algunos más regulares que el mío; otros menos) con un poco de conocimiento de causa.

DANI es un buen amigo; su blog, LOCTARY, es cercano al diario personal; escribe habitualmente en primera persona de sus problemas y de sus ilusiones con el trabajo o con la obra de su casa (se la están reformando, pero parece que se la estuvieran construyendo de cero). Entre tanto, nos plantea temas de reflexión como, últimamente, los prejuicios que tiene que sufrir un hombre viudo y mayor por tener una relación con una mujer a la que dobla la edad, o si (como plantea Un mundo feliz ) no sería preferible vivir en una ignorancia feliz en lugar de ser conscientes sufriendo. Eso sí, si quieres comentar algo en su blog, no se te ocurra decir nada en contra de la abominable trilogía de "El señor de los anillos" o de la divertida serie de animación "Los Simpsons".

HUMORADAS es un lugar lleno de cultura y erudición aplicadas al arte de hacer reír. Aún no sé por qué casualidad de la vida, su autor - ENRIQUE GALLUD JARDIEL, me visitó en una ocasión. Encontrar de nuevo los nombres de Enrique y Jardiel, aunque fueran separados por un Gallud, despertó mi interés y curiosidad. A quien no lo sepa, le diré que Enrique Jardiel Poncela ha sido el más grande humorista que ha dado España, entendiendo humorismo en el sentido literario e incluso filosófico del término, y no del significado de cuentachistes que actualmente se le da. El blog de Gallud es un desafío al ingenio. Lo pasaréis bien.

Al autor de LA NAVAJA EN EL OJO - no doy su nombre porque no lo he visto publicado, y de hecho ese masculino debe tomarse como forma no marcada - lo conozco personalmente. No mucho, esa es la verdad, pero no ha sido un encuentro virtual causal en plan: andaba yo por la selva de los blogs, de linkana en linkana, como Tarzán, y llegué hasta aquí. Pues no. El blog me gusta. Da una sensación de claridad y de orden, aunque tiene tantas secciones literarias que uno se perdería. Allí fue el primer sitio en que entré y no lo he explorado al máximo, pero sí lo suficiente para recomendar sus microrelatos. La fantasía y la imaginación no está reñida con la síntesis y la concreción. En los posts que cuelga casi a diario "La navaja en el ojo" nos propone temas de reflexión y conversación, de una forma muy sintética, clara y concreta, y me recuerda que yo, cuando me pongo, me enrollo demasiado.

Aunque no lo tengo en link, porque sinceramente tiene menos que ver conmigo, sí aprovecho para hablar de VICISITUDYSORDIDEZ, también en blogspot, que conocí el mismo día que a la navaja. Vaya por delante que su estilo ingenioso, excesivo, locuaz y un poco desmesurado resulta altamente divertido. Pero tienes que echarle un rato largo (un poco como a mí). Por lo que he leído, trata temas de música rock, heavy y demás (igual me equivoco, tampoco lo he explorado del todo). Lo último que he visto ha sido un test para descubrir qué tipo de "cock-rocker" eres, y creo que no soy ninguno. A mí lo que me pasa es que no controlo nada de eso, y aunque pueda despertarme una sonrisa constante su barroquismo criticón, en el fondo no me entero de nada. Pero echadle un vistazo.

Por último CARLOS VALLÉS, que no es exactamente un blog, sino una página web y no tiene abierta una sección de comentarios, aunque sí le puedes escribir. Para entrar, os tenéis que despojar de todos vuestros prejuicios anticlericales. Llamadme meapilas si queréis, pero aquí me atrevo con dos cojones a recomendaros la página de un cura jesuita que ha trabajado mucho en la India, y que, entre anécdotas personales y bromas zen (sección "os cuento"), nos hace reflexionar sobre la condición humana y sus posibilidades. La cambia el 1 y el 15 de cada mes.

Ahora, cuando me retrase en cambiar mi blog, ya me quedo más tranquilo de que os dejo en buenas manos.

viernes, mayo 12, 2006

PÉRDIDAS

Hay un best-seller folletinesco ambientado en la Edad Media que es el libro favorito de un amigo mío. Una vez me lo regalaron y no desprecié su lectura. Reconozco que la historia te atrapa y quieres saber qué pasa con los personajes: la dama corajuda, el hombre de Iglesia, el artista, el malo malísimo... Toda la historia está jalonada de construcción y destrucción, consecucines y pérdidas, ascensos y caídas... en fin, las típicas cosas que en una novela dan la vida, pero que uno en la propia preferiría mantener alejadas. Nadie quiere tener una vida de novela y pasar del éxito al desahucio de la noche a la mañana.

Me chocó mucho esta cuestión: la inseguridad, sobre todo económica, pero también social y familiar. Un hombre se queda sin trabajo y cuando se traslada con su familia a otro pueblo a buscar un empleo, le asaltan y le roban los pocos ahorros que tenía. Y su mujer se muere. Pero se busca la vida y con el tiempo vuelve a casarse, hace dinero y se hace una casa. Es como si para "volver a empezar" hubiera que desposeerse de todo lo anterior. Si así fuera, ¿cuántos se atreverían? Un noble es asaltado, lo asesinan y toman su castillo. Su hija, hasta entonces una dama, lo pierde todo: techo, familia, posición social, dinero. Pero se busca la vida, se convierte en mujer de negocios, gana dinero, y vuelve a ser, ahora por mérito propio, una importante personalidad de su pueblo. Ambos personajes volverán a perderlo y ganarlo todo al menos una o dos veces más, en medio de un continuo de incendios, destrucciones, desastres y tragedias que interrumpen sus vidas cada vez que parece que hay calma y estabilidad.

A nosotros nos da vértigo no tener trabajo fijo y no saber a ciencia cierta si dentro de tres años, dos o seis meses tendremos un sueldo que llevarnos a la cuenta corriente y a la hipoteca. Y sin embargo, la mayor parte del mundo vive instalada en esa inseguridad e inestabilidad que son inherentes a la vida. La vida es cambio, y nosotros nos empeñamos en forzarla para que sea siempre igual, estable e inmutable. Es comprensible y lícito hacerlo hasta donde uno pueda. Pero si nuestro refugio está en el trabajo, en el sueldo, en el dinero, en la salud, en el respeto social o en tener una familia o una pareja, al final nos estamos engañando: estamos a la intemperie porque sólo nos tenemos a nosotros mismos.

Yo siento fobia a cualquier tipo de pérdida de dinero. Quisiera darle a todo lo que entra el uso y rendimiento óptimos, pagar el precio mínimo por las cosas y sacarles la máxima utilidad. Una especie de "ley del mínimo esfuerzo" económica. En términos médicos, por cierto, se llama economía al conjunto armónico de los órganos y funciones fisiólogicas de un cuerpo. O sea, que "economía" es, simplemente, el buen funcionamiento natural de las cosas. Pero qué difícil es que nunca te timen, que nunca pierdas una moneda, que todo el dinero que prestes te sea devuelto, incluso que te guste todo lo que te compras o que si inviertes en algo, tenga la máxima revalorización. Y luego, por muy ahorrativo que quiera ser uno, ya sabéis lo que dicen: "lo barato sale caro". Claro, que a veces lo barato sale verdaderamente barato, y lo que nunca puede salir barato es lo caro. ¿Por qué uno no tengo ningún problema en aceptar las entradas insólitas o inmerecidas de dinero que a veces se dan - injusticias a favor - y se rebela tanto contra las pérdidas sobrevenidas - injusticias en contra -? No podemos controlarlo todo.

En fin, que vienen todas estas disquisiciones a colación de que una amiga me dijo ayer que ha perdido cierta cantidad de dinero en la estafa del Forum Filatélico. No era el dinero con el que vivía, sino el que le daba seguridad, para cubrir imprevistos, para hacer algún gasto extra, para darle algún impulso necesario a su vida... No ha perdido el pan de hoy, ni siquiera el de mañana... pero sí la seguridad en él. Me ha dado vértigo ponerme en su lugar. Uno cree o quiere creer que estas cosas no pasan, que uno está a salvo, que ahorra dinero y eso le da seguridad y estabilidad, pero luego llega la estafa, la corrupción, un crack de la bolsa, una devaluación de moneda, un corralito, y lo pierde uno todo, o casi. Y eso por no hablar de una enfermedad, un accidente o una guerra, que da más mal rollo todavía.

Siempre recuerdo una frase latina que me enseñaron que dijo no sé quién (si alguien conoce todo el contexto, por favor, que me lo diga) cuando perdió a su casa y su familia en un incendio. "Omnia mea mecum porto" (todas mis cosas las llevo conmigo; o, de otra forma, "lo que soy no es lo que tengo"). Si fuéramos verdaderamente conscientes de esto, nos dedicaríamos más a atesorarnos a nosotros mismos y a darnos el máximo interés, sabiendo que, a pesar de estar invertidos en acciones, podríamos "rescatarnos" siempre que nos necesitáramos.

Termino con un chiste que le escuché a Pepe Carrol: "El dinero no da la felicidad; el que tiene 300 millones - hablaba de pesetas - es igual de feliz que el que tiene 500".

martes, mayo 02, 2006

MI QUERIDA

Todos queremos a la nuestra, y los que no la tienen se esfuerzan en conseguirla. Y qué cara nos sale a todos. ¿Por qué nos empeñamos siempre en ponerles un piso?

A veces me enorgullezco,
como de un hijo, de ti.
En mantenerte me empeño,
pensando en ti yo me crezco,
y por ti me siento dueño.
Ya, dueño yo... ¡Tararí!

Ya soy mayor, responsable,
le doy vida a una criatura...
¡Doy vida a una sanguijuela
que me va a chupar la sangre
y que, de casa, me jura,
no se irá hasta que se muera!

A una criatura doy vida
y ella me la quita a mí.
Le debo lo que me pida;
sin buscarlo, soy su siervo.
Es absurdo, y es así.
Ya dice el refrán... ¡cría cuervos!

Me miro y no te merezco;
no es que a tu altura no esté
o sea poco lo que ofrezco,
no es que piense que yo apesto
es que no imagino qué
haya podido hacer yo para merecer esto.

¿Cómo, di, te las arreglas?
Yo tengo más albedrío
y tengo más libertad.
A ti todo te da igual,
no discutes lo que es mío...
pero tú pones las reglas.

Eres mi eterno retorno,
puntual, simple y sin adorno,
que pide siempre su pan,
aunque no sea mucho plan,
aunque yo esté como un flan...
y aunque no haya puesto el horno.

Eres mi eterno retoño;
en verano y en invierno,
en primavera y otoño,
tú eres mi cielo y mi infierno,
mi carga, mi cruz, mi karma,
mi ensordecedora alarma...

Eres lo que no se ve
ni se oye ni se toca,
pero se sabe que está;
y aunque no eres un bebé
ni crees que soy tu mamá,
me saca el jugo tu boca.

Multiplicación de peces,
milagro en forma de ripio:
siempre te creces con creces,
siendo constante tu cobro,
al final serás el doble
de lo que fuiste al principio.

Tú mi espada de Damocles,
pendiendo sobre mis bucles;
tu reino es el del terror.
Si me vences, la debacle,
y, si no, tan sólo un chicle
masticado y sin sabor.

Del círculo cuadratura
se sabe que no es posible,
¿cómo es que, entonces, criatura,
puedes sentirte tan libre
de emplear tus malas artes
y al alza redondearte?

Si al alza te haces redonda,
las cuentas no son cuadradas.
Juega la ley con espadas,
pero tú pintas en bastos,
y dejas monda y lironda
la hierba de nuestros pastos.

Aunque voy detrás de ti
y voy con la lengua fuera,
y bailo al son que me tocas,
tú no me dejas vivir,
y yo quiero que te mueras;
oye lo que me provocas:

Estoy en deuda contigo,
y - esto te sorprenderá -
conmigo lo estás también;
yo te aguanto, y si no, ¿quién
iba a quererte aceptar?
¡Si tú no tienes amigos!

Compartiremos la casa,
pero tú me caes fatal.
La convivencia es letal,
lo digo sin disimulo.
Eres un grano en el culo
y tu existencia me abrasa.

Si se salva el que nos ama
y el que odia es el que peca,
no miente, pues, quien me llama,
sin dudarlo, pecador.
Odio porque soy deudor,
y te odio a ti, hipoteca.

Nunca seremos iguales
ni nuestra relación sana:
yo podré ponerte verde
y dudar de lo que vales,
que al final seré quien pierde,
pues la banca siempre gana.

No tiene cuerpo; es ficticia,
pero me lleva y me trae,
y si con su nuevo TAE
por casualidad me asfixia,
¡eso no será noticia!
Yo seré uno más que cae.