martes, octubre 31, 2006

CAMBIO DE HORA

Nunca me ha gustado el horario de invierno. Eso de que a las seis de la tarde sea totalmente de noche me deprimía bastante. Este otoño, afortunadamente, he entrado con buen pie, me encuentro con buena salud mental, nerviosa y anímica, y me doy cuenta de que todas las circunstancias son neutras. La tristeza la pone uno. Por supuesto, me sigue gustando mucho más el sol, el calor y la luz que la noche, las nubes y la lluvia, pero no me hago un conflicto por eso. Es otoño, luego el día dura menos, hace más frío y llueve. Es un hecho objetivo. Si el otoño no fuera así, el verano tampoco podría ser el que es. Pero me desvío, no quería hablar de las estaciones en sí, sino de la manipulación del hombre con los horarios.

Creo que siempre tenemos una desviación de horario con respecto al sol, no sé por qué (por otro lado, ¿qué sabe el sol de las horas?). Pero, por encima de esa supuesta desviación, nos sacamos otra más haciendo los cambios de hora de invierno y de verano. Uno pensaría, lógicamente, que cuando los días duran más, se podría retrasar una hora, y cuando duran menos, adelantarla. Así anochecería más o menos a la misma hora todo el año. Sin embargo, es al contrario. Cuando el día es suficientemente largo, se adelanta la hora para que se haga de noche más tarde todavía, y cuando es más corto, se atrasa, para que a uno la merienda le sepa a cena. Se argumentan razones de ahorro de energía. Estarán estudiadas, digo yo.

Ahora bien, pensemos en este detalle: la duración de los días va subiendo o bajando (según las estaciones), a razón de aproximadamente un minuto al día. Eso quiere decir que para que anochezca una hora antes, tienen que pasar dos meses. De modo que lo que la mecánica del universo tarda dos meses en hacer, el hombre lo hace en una sola noche. Yo no entiendo mucho de casi nada, pero me da la sensación de que eso no puede ser sano.

viernes, octubre 27, 2006

¿QUÉ SE CREEN QUE SOMOS?

Desde hace algún tiempo, en los andenes de las estaciones de metro de Madrid hay pantallas de televisión. Sería más apropiado decir de vídeo, ya que imagino que no son receptores de emisiones sino reproductores de piezas grabadas. Eso es lo de menos. Lo que me ha dado por pensar es ¿por qué?

Metro de Madrid ("Vuela", decía una publicidad) se enorgullecía de dar un servicio rápido y eficaz, y en la medida en que yo lo uso, creo que lo dan. Los trenes vienen , según la franja horaria, más o menos distanciados, pero en general con bastante frecuencia, a excepción del final del día, en que sólo pasan cada cuarto de hora o así (en todo caso, mucho mejor que el autobús en cualquier momento del día). A veces llegan cada dos o tres minutos; otras cada cinco, cada siete, cada diez... Pongamos que la espera media sea de siete minutos. Bien. ¿No somos capaces los ciudadanos de estar en silencio siete minutos, simplemente esperando que llegue el tren? ¿Tienen que entretenernos en cualquier situación de pausa por la que pasemos? ¿Se creen nuestros gobernantes en la obligación de mantenernos siempre distraídos?

Si nos paramos a pensar es hasta ofensivo. Como unos padres modernos sin tiempo para sus hijos, cambian su mala conciencia por tecnología y nos despachan con un vídeo, como si fuéramos niños a los que mantener calladitos un par de horas con una película de Disney, aunque la hayan visto cien veces (como los reportajes del metro, por cierto). ¿Quiénes se creen que son? ¿Qué creen que somos nosotros? Lo peor es que igual nos hemos hecho a la idea y nos hemos vuelto tan infantiles como piensan. El día menos pensado, a alguno de nosotros no nos gusta el vídeo que echan, y nos ponemos a berrear, a patalear y nos tiramos al suelo.
A ver quién viene a recogernos y qué piruleta nos da para que nos callemos.

miércoles, octubre 25, 2006

¿POETA MALDITO? MALDITO POETA

Me cuelo en la celebración del aniversario de un centro de talleres alternativos, y nos obsequian con muestras de sus actividades: bailes diversos y lecturas de poemas. Rondan dos niños pequeños, que supongo hijos de los organizadores. Uno de los aprendices de poeta se sienta en un silla en la cabecera de la sala y enuncia el título de su poema. Algo sobre una despedida en una estación de tren. Suena a pareja que rompe, pero él lo adorna de dramatismo con palabras como muerte, ataúd, y cosas así. Se ve que lo ha superado. Y mientras el lector se recrea en su negrura, a uno de los niños se le escapa una pelota en color, verde, redonda y alegre. La pelota bota y rueda hasta la silla del poeta. Su cara, ahora, es otro poema. Al ojo atento no pasa desapercibida su irritación por haber sido interrumpido. El joven coge la pelota, y no la suelta. Piensa así retener el juego del niño, sus gritos, e incluso captar su atención. ¡Que el mundo se detenga! Como debió de detenerse sin duda en la escena de despedida que describe. Falta un cartel de prohibición: Atención, personas sufriendo, prohibido disfrutar. El niño, ajeno a todo esto, interrumpe más, reclamando lo suyo: "Dame mi pelota". Alguien le hace callar, y el niño no insiste. Se pone a mirarnos a todos con asombro. Cuando termina la lectura, se le regalan al autor unos desganados aplausos de compromiso, y éste juega ahora a hacerse el guay devolviéndole el juguete al pequeño con una sonrisa falsa. Para poeta, el niño.

sábado, octubre 14, 2006

EXTRAÑAS DECEPCIONES

Hay satisfacción cuando se colman las expectativas. Frustración cuando se tuercen y no llegan a buen fin o lo hacen a deshora. Esto sucede, si hablamos de deseos, de proyectos, de cosas que queremos. Pero, ¿y si nos referimos a nuestros miedos y temores? Debo de tener una mente tortuosa (ya hago por arreglarla), pero alguna vez me ocurre también en esos casos. Ahí va un ejemplo reciente, con cuestiones de esta nuestra comunidad.

Tenemos que revisar la red de saneamiento de la comunidad de vecinos, engorrosa labor, que sin duda va a trastornar a los locales comerciales de la casa. De pronto, descubro que el bar está en obras, de reforma total, el mejor momento para que entren los poceros a ver qué hay ahí abajo y, si tienen que picar, que piquen. Total, el suelo van a ponerlo nuevo. Pero hay que darse prisa, porque los albañiles quieren ponerse a solar pronto. Tienen fecha de entrega y compromisos posteriores. Si queremos que coincidan, hay que elegir rápidamente el presupuesto, y uno no sabe, así que tiene que esperar a algún vecino sabio a pedir consejo, y luego llamar a la empresa elegida. Puede que tengan ya otros trabajos contratados y no puedan venir cuando a uno le interesa, en todo caso, ya estamos advertidos también de que hay que pedir permisos al ayuntamiento, y la cosa suele ir lenta... Uno, pues, hace lo que puede para hacer coincidir dos obras, cuando nada está en su mano, y se preocupa y se estresa inútilmente pensando en que va a llegar el tío Paco de la realidad con sus rebajas en forma de problemas. Y sin embargo, de pronto, como mágicamente, resulta que la empresa más barata les inspira confianza a los expertos, se les llama, y están disponibles y dispuestos para empezar de un día para otro. Podrán venir el miércoles. Una satisfacción, por supuesto, y un gran alivio. Las sensaciones positivas protagonizan este momento.

Pero, fuera de guión, escondida en algún oscuro rincón de la mente, hay una sombra decepcionada, la del mártir masoquista que esperaba dificultades que dieran sentido a su estrés, dimensión a su trabajo y voz a su queja. Está decepcionado, porque todo está siendo más fácil de lo que pensaba, y, por tanto, se ha estresado en vano como un gilipollas; su trabajo, ahora, ha quedado a la vista como lo que es, una simple llamada de teléfono, y, por tanto, no podrá contestar a quien le diga que eso de ser presidente de comunidad "no es para tanto".

Esto es sólo un caso. Podríamos, sin duda, encontrar anécdotas similares. Pero bastante me he extendido ya con el ejemplo. No quisiera que se perdiera de vista la reflexión: a veces, al ingrato, hasta la buena suerte decepciona.
Para el lector curioso, le diré que la tarde anterior a la fecha concertada para que viniera el camión-bomba de los poceros, habiendo coordinado la parte más difícil - los dos locales - apareció un problema donde menos se esperaba. Había que advertir al vecino del bajo de que iban a venir los operarios a las nueve de la mañana (su vivienda da acceso a dos patios, y tendría que permitirles entrar). Pero no estaba en casa, ni había dejado llave a nadie ni se le pudo localizar en toda la tarde ni por la noche. A uno de los patios se puede llegar también desde la farmacia, así que sólo cabía rezar para que no fuera necesario entrar en el otro. Después, por la mañana, los poceros no vinieron a las nueve. Un poco más tarde, uno recibe una llamada informando de no pueden dejar el camión como pensaban, y necesitarán acotar una zona con vallas. Quedan, por tanto, en volver el lunes. Este retraso anula - o dilata - el problema con el vecino, y vuelve a poner de relieve los problemas de coordinación: casi imposible que el bar no pongan nada de suelo hasta entonces.

Este que os escribe da en ese momento un salto cualitativo, y, ni satisfecho ni decepcionado, simplemente acepta lo que viene (y lo que no viene). Por cierto, es sábado, seguimos sin localizar al del bajo y el bar está solado casi del todo. Salga el sol por Antequera.

miércoles, octubre 04, 2006

¡EUREKA! ¡ME ENCONTRARON!

El lunes me encontraron. No es que estuviese fugado ni huyendo de nadie; es sólo que tuve uno de esos encuentros fortuitos que me son tan habituales, sólo que, en esta ocasión, no fui yo quien me encontré a otra persona, sino que fue la otra persona la que me encontró a mí. ¿El orden de los factores no altera el producto? No lo sé: siempre se ha dicho que Colón descubrió América, no que América descubrió a Colón, que también podría ser. Comparaciones aparte, sí es lo mismo en cuanto al hecho práctico de volver a vernos una antigua compañera y yo, ponernos al día de nuestras vidas, informarme de que tiene dos niños, uno de ellos presente durante el encuentro, e intercambiarnos teléfonos y correos electrónicos. Pero no en el hecho trascendente y real del azar. El acontecimiento, en este caso, le pertenece a ella. Ella es el sujeto afortunado (no por encontrarme a mí, sino por encontrarse a alguien) y yo el objeto de su casualidad. Desde algunos puntos de vista, si a uno le ocurren las cosas por algo, ella se ha encontrado conmigo por alguna razón; es decir, que mi localización, en teoría, será para aportar alguna clave a su vida, en este caso no a la mía. Debo decir que a la inmensa mayoría de los encuentros que tengo no consigo verles una razón última (ni primera, muchas veces), y alguna vez he pensado si el "receptor" de mis encuentros no serían los demás; por justa viceversa, a lo mejor podría ser yo el beneficiado de esta casualidad. Como no le he visto aún la ventaja, volveré a mi primera teoría: ella me ha encontrado, y yo he sido visto. Ahora sé cómo se sintió el Principio de Arquímedes cuando el propio Arquímedes lo vio claro y meridiano y salió a la calle gritando "¡Eureka!". ¿Qué puedo gritar yo?