viernes, julio 13, 2007

TAPIADO POR DESCANSO DEL PERSONAL


Ponga aquí su comentario. Gracias.


martes, julio 10, 2007

NADA COMO IRSE DE CASA PARA RECIBIR MENSAJES

Cuando era pequeño, comprábamos leche de vaca en el pueblo. Quiero decir, recién ordeñada, ni en botella ni en tetrabrick, ni pasteurizada ni uperizada. Los procesos sanitarios eran caseros, y se reducían a hervir la leche según la traías. Después, ya quedaba apta para el consumo humano (o eso espero).

La leche se ponía en enormes cacerolas y se vigilaba hasta que empezaba a hervir, se ponía en ebullición y su volumen crecía. Era el momento de apagar rápidamente el fuego. La cosa tenía su ceremonia, porque la leche tardaba mucho en subir, pero una vez que subía, se aceleraba el ritmo, y lo hacía en unos segundos. Por eso, no era infrecuente que, en un momento de descuido, la leche se saliera, armando gran desastre en la cocina. Parecía que la leche tuviera constancia de nuestra atención y aprovechara el momento en que te despistabas para escapar.

Con las llamadas, mensajes y noticias, sucede parecido. Estás en casa expectante y no llama nadie, y basta que salgas a hacer un recado para que te encuentres tres correos a la vuelta.

Impacientes del mundo, ¡salid a la calle!

lunes, julio 09, 2007

ELOGIO DE BORDE Y MENOSPRECIO DE SIMPÁTICO

Mi jefe: locuaz, sociable, simpático. Le pides algo y es que sí. Pero no. Quiero decir que no te presenta ningún problema, parece que se pone de tu parte, te anticipa que va a estar solucionado en un par de días y... nunca más se supo. Reclamas y se extraña de que no esté ya hecho, y lo vuelve a resolver... la semana que viene. Y tampoco. Como no te niega nada, te hace difícil enfadarte con él. En su imaginación, todos los problemas están permanentemente resueltos en un eterno presente, pero en el imperfecto mundo de la materia, todo se desplaza a un futuro inmediato... que nunca llega. Sus contratos y compromisos escritos son alambicadas redacciones en las que eres tú realmente quien se compromete, mientras que él aparece como un testigo de tus obligaciones. No estoy orgulloso de ello, pero he de confesarlo: me exaspera. Y, sin embargo, al igual que lo cortés no quita lo valiente, lo exasperante no impide lo simpático.

Hace tiempo que observé que se me daba mejor el trato con bordes que con simpáticos. Quizá sea que los semejantes se atraen, y debería preocuparme mi don de gentes. Recuerdo que una compañera tenía fama de borde, de antipática, de hosca. La primera vez que necesité su colaboración, me dirigí a ella con toda ingenuidad y procurando evitar el prejuicio. Es cierto que un primer momento se hizo la huraña, pero yo no lo acusé ni presenté batalla. Al no encontrar oposición, enseguida suavizó el trato. Y para siempre.

No me fue mal tampoco con el profesor más arisco de la facultad cuyas perlas políticamente incorrectas que ahora entiendo y comparto tan impopular le hicieron. Fue, de hecho, uno de los únicos dos profesores interesantes que encontré en cinco cursos. Su materia era lengua, y en el examen final del primer curso, me permití colar, a modo de broma, un agradecimiento a Juan, sin cuya colaboración no hubiéramos podido realizar este curso, puesto Juan era el nombre que siempre escogía el profesor como sujeto de las oraciones que se analizaban. En cursos sucesivos elegí seguir con él, y nunca me hizo ningún comentario sobre esta chanza.

Muy al contrario, un profesor de historia, simpático él, consideró una "infantilidad" o "provocación" que introdujera la contestación a sus preguntas en un examen con un encabezado, a modo de carta, dirigiéndome a él: "Estimado profesor Cepeda, he recibido su telegrama pidiendo información sobre algunos puntos, que espero poder contestar", o más o menos. Quizá eso me hizo redactar todo el examen en estilo indirecto, en plan: "Sobre el tema al que se refiere en el punto uno, le diré que...". Dentro del árido panorama que debe resultar la corrección masiva de exámenes, a mí francamente me gustaría encontrarme cierta originalidad de pronto en el planteamiento (¡y ya ves tú lo que era!). Además, el examen era bueno, no para tirar cohetes, pero para un notable holgado. Lo calificó con un escaso aprobado, tirando a menos, y con la nota manuscrita "Por favor, no sea infantil... ¿o provocador?". Fui a disculparme por lo que, sin duda, había sido un malentendido, y, aferrándose a que "no había nada que disculpar", permaneció haciéndose el ofendido.

Éste era un profesor muy popular porque hablaba con simpatía, contaba muchas anécdotas y con el que, al parecer, se aprobaba fácilmente. Yo lo recuerdo como un hombre desordenado que se pasaba las clases enteras hilando una idea con otra en una permanente digresión de la que era imposible sacar nada en claro. Y de una simpatía que, al parecer, no permitía competencia.

Cargaría con mil kilos de bordería de cien hombres de palabra, trabajadores, responsables, cumplidores y rigurosos, a cambio de regalar toda la ligereza y amabilidad de un solo hombre simpático, irresponsable, caótico y tramposo.

viernes, julio 06, 2007

ANATOMÍA DE UN CROISSANT

A veces desayuno fuera, y cambio el yogur, la fruta, los cereales y la infusión por un café con leche y un croissant. Es un mínimo dispendio y una pequeña intoxicación para que el cuerpo no se malacostumbre a mi ortorexia. Con frecuencia me llevo de propina los malos humos de algunos fumadores mañaneros que siguen campando a sus anchas en todos los bares.

De entre todos los bollos, el croissant es el que mejor se ajusta a mis maniáticas ceremonias. Se compone esta pieza de tres partes: dos cuernos laterales y un cuerpo central. Lo primero que hago es cortar por la sisa de uno de los lados, que a su vez, parece articularse en brazo y antebrazo, partes que también separo. A continuación, hago lo propio con la extremidad contraria. El cuerpo, tórax o abdomen, continúa siendo una unidad demasiado grande para mi objetivo (¡sacrilegio del protocolo!): mojarlo en el café. Si se fijan ustedes, verán como pliegues o estratos que van escalonando siméticamente en forma de montaña el caparazón de este crustáceo horneado de harina y mantequilla. Es fácil imaginar dos líneas de puntos diciendo "corta por aquí". Y corto. Saco así dos aleros más largos que anchos, que dejan en medio del plato el solomillo del croissant: un cogollo gordo, grande en sus tres dimensiones, como inflado y con una corteza exterior más dura y más marcada que en el resto de las piezas. Mi último corte cambia la dirección longitudinal de su trayectoria por una sección horizontal, y termino así de desmembrar el bollo en ocho trozos.

Hoy me he sentado en una mesa en un salón vacío. La gente que ha llegado ha dejado libres las mesas adyacentes a la mía, amontonándose en otras tres mesas contiguas entre sí. Y ninguno fumaba, ¡qué dicha! Segunda rareza: me han traído un croissant no sé si cojo o tuerto, de un sólo cuerno. No es que estuviera mordido: había un muñón horneado con su correspondiente corteza. Y ha habido más: he pedido un vaso de agua sin hielo, y me lo han traído, efectivamente, ¡sin hielo!

Uno pide un vaso de agua, y le ponen hielo por defecto. Uno, pues, se ve en la necesidad de especificar que lo quiere sin hielo. Pero el mero hecho de pronunciar la palabra "hielo" anula en el cerebro de los camareros el efecto de la preposición. "Usted ha dicho hielo". Sí, pero también dije "sin". ¿Cómo conseguir, pues, un vaso de agua sin hielo? La única posibilidad es la que se ha producido hoy, y no está en la mano del cliente, sino en el azar. La camarera me ha dejado mi impecable vaso de agua del tiempo con una disculpa llena de humildad y de dolor: "Se nos ha acabado el hielo". Magnánimo, la he absuelto de su pecado de carestía y la he dejado ir en paz.

martes, julio 03, 2007

EL NOMBRE

La edad media de mi comunidad de vecinos es ... de la Edad Media. Hay dos avanzadas octogenarias; dos hermanas de edad indefinida, pero mayores; varios jubilados, y algunos ausentes (cuento seis, por lo que me han contado) que han caído en los últimos ocho años. Hoy viene una extraña, le sujeto la puerta del portal, comparto con ella el ascensor, y, entre agradecimientos y torpezas al pulsar el botón, se ve obligada a darme conversación. ¡Novedad de novedades! Viene a ver a un recién nacido. Me da su fecha de nacimiento y su nombre. Se llama como yo.

Me gusta que le pongan mi nombre a un bebé. Sólo por ello siento un vínculo hacia él, quizá algo como gremial. Me sucede también con las niñas que se llaman como mi ahijada. Como si fueran algo mío.

Y a la vez, no me gusta que nadie se llame como yo, y me roben esa parcela de exclusividad que, durante un breve tiempo en el colegio, pensé que era mi nombre. Somos demasiados. No hay sitio para tantos Álvaros.

Igualmente con las niñas, se me despierta un sentimiento encontrado (encontrado con el anterior, quiero decir) como de "territorialidad nominal": Ese nombre es de mi sobrina, no te vayas a pensar que por llamarte como ella vas a ser igual.

Aunque ojalá miles de niñas se pusieran de acuerdo para lucir al mismo tiempo e iluminar la Tierra. Es oro puro.