lunes, julio 09, 2007

ELOGIO DE BORDE Y MENOSPRECIO DE SIMPÁTICO

Mi jefe: locuaz, sociable, simpático. Le pides algo y es que sí. Pero no. Quiero decir que no te presenta ningún problema, parece que se pone de tu parte, te anticipa que va a estar solucionado en un par de días y... nunca más se supo. Reclamas y se extraña de que no esté ya hecho, y lo vuelve a resolver... la semana que viene. Y tampoco. Como no te niega nada, te hace difícil enfadarte con él. En su imaginación, todos los problemas están permanentemente resueltos en un eterno presente, pero en el imperfecto mundo de la materia, todo se desplaza a un futuro inmediato... que nunca llega. Sus contratos y compromisos escritos son alambicadas redacciones en las que eres tú realmente quien se compromete, mientras que él aparece como un testigo de tus obligaciones. No estoy orgulloso de ello, pero he de confesarlo: me exaspera. Y, sin embargo, al igual que lo cortés no quita lo valiente, lo exasperante no impide lo simpático.

Hace tiempo que observé que se me daba mejor el trato con bordes que con simpáticos. Quizá sea que los semejantes se atraen, y debería preocuparme mi don de gentes. Recuerdo que una compañera tenía fama de borde, de antipática, de hosca. La primera vez que necesité su colaboración, me dirigí a ella con toda ingenuidad y procurando evitar el prejuicio. Es cierto que un primer momento se hizo la huraña, pero yo no lo acusé ni presenté batalla. Al no encontrar oposición, enseguida suavizó el trato. Y para siempre.

No me fue mal tampoco con el profesor más arisco de la facultad cuyas perlas políticamente incorrectas que ahora entiendo y comparto tan impopular le hicieron. Fue, de hecho, uno de los únicos dos profesores interesantes que encontré en cinco cursos. Su materia era lengua, y en el examen final del primer curso, me permití colar, a modo de broma, un agradecimiento a Juan, sin cuya colaboración no hubiéramos podido realizar este curso, puesto Juan era el nombre que siempre escogía el profesor como sujeto de las oraciones que se analizaban. En cursos sucesivos elegí seguir con él, y nunca me hizo ningún comentario sobre esta chanza.

Muy al contrario, un profesor de historia, simpático él, consideró una "infantilidad" o "provocación" que introdujera la contestación a sus preguntas en un examen con un encabezado, a modo de carta, dirigiéndome a él: "Estimado profesor Cepeda, he recibido su telegrama pidiendo información sobre algunos puntos, que espero poder contestar", o más o menos. Quizá eso me hizo redactar todo el examen en estilo indirecto, en plan: "Sobre el tema al que se refiere en el punto uno, le diré que...". Dentro del árido panorama que debe resultar la corrección masiva de exámenes, a mí francamente me gustaría encontrarme cierta originalidad de pronto en el planteamiento (¡y ya ves tú lo que era!). Además, el examen era bueno, no para tirar cohetes, pero para un notable holgado. Lo calificó con un escaso aprobado, tirando a menos, y con la nota manuscrita "Por favor, no sea infantil... ¿o provocador?". Fui a disculparme por lo que, sin duda, había sido un malentendido, y, aferrándose a que "no había nada que disculpar", permaneció haciéndose el ofendido.

Éste era un profesor muy popular porque hablaba con simpatía, contaba muchas anécdotas y con el que, al parecer, se aprobaba fácilmente. Yo lo recuerdo como un hombre desordenado que se pasaba las clases enteras hilando una idea con otra en una permanente digresión de la que era imposible sacar nada en claro. Y de una simpatía que, al parecer, no permitía competencia.

Cargaría con mil kilos de bordería de cien hombres de palabra, trabajadores, responsables, cumplidores y rigurosos, a cambio de regalar toda la ligereza y amabilidad de un solo hombre simpático, irresponsable, caótico y tramposo.

15 comentarios:

Sakura dijo...

A mí me pasa igual.
Me llevo mejor con los bordes. Ya lo dicen los refranes: "Dios los cría..." y "Birds of a feather..."

Álvaro dijo...

Ya me parecía a mí que tenías que ser una antipática... ¡Viva el doctor House!

Daniel S dijo...

Eso explica que nos llevemos tan mal: porque soy un tipo encantador y simpatiquísimo.

Anónimo dijo...

Espero que tu jefe no frecuente este blog.

Estás simplificando mucho el tema: Simpático igual a incumplidor, irresponsable, caótico y tramposo; Borde igual a cumplidor, responsable, trabajador, hombre de palabra y riguroso. Sólo te falta decir que el simpático es gordito y el borde enjuto.

La mayoría de la gente no está en esos extremos, es como el yin y el yang, en todo borde hay un punto de simpatía y en todo simpático lo hay de bordería.

A mí los bordes que van de bordes porque son bordes es que me ponen de los nervios.

Lo de tu examen ante el profesor Cepeda parece de coña. Si ya es árido corregir mil exámenes, encontrarte con uno que hace figuritas literarias… pues porque le pillaste en su día de yang que si no, para septiembre.

Sakura un poco borde sí que es, pero tiene unos pies muy bonitos.

txopsuey dijo...

Que no hayas citado en este post a tu jefe favorito tiene delito... (hala, en pareado, como a ti te gusta)

Álvaro dijo...

Liuva, no digo que todos los bordes sean ejemplares ni todos los simpáticos un desastre, pero sí que muchos bordes son más de fiar que muchos simpáticos.

Dani, por ejemplo, al que de paso contesto, es un simpático bastante fiable, y Juan Carlos ejerce el papel de borde responsable sin serlo realmente (borde; que responsable sí es). A mí me pasa parecido: creo que en general soy más bien simpático, y sólo me hago el borde con los amigos o en caso de necesidad. ¡Y entonces soy terrible!
¿Y tú, Liuva? ¿Borde guapa o simpática gordita?

Anónimo dijo...

Hoy en El Correo de Bilbao sale una noticia que viene que ni pintada en este post sobre borderismo: “Una pareja ha presentado una denuncia contra el Museo Guggenheim Bibao por llamar la atención a la mujer cuando daba de mamar a su hijo”.

Resulta que una pareja con su bebé estaba visitando el museo y al bebé le entró hambre, su madre sacó el pecho con total naturalidad y le dio de mamar. Una azafata del museo se acercó a ellos y les dijo, mientras miraba al niño, que estaba prohibido comer en el interior de las salas. El padre de la criatura se indignó por tal hecho y le dijo a la chica que el niño no estaba tirando migas al suelo y que le enseñara la norma que impedía dar pecho a un bebé en el interior del museo.

El padre se puso borde bordísimo y se fue a poner una denuncia en toda regla contra el Museo. “No quiero pasta ni montar un escándalo, sólo que el señor Vidarte (director del Guggenheim) se disculpe públicamente ante mi hijo, al que han humillado. Yo pasé un mal rato, mi mujer también, y mi hijo lloró, y no llora nunca”, dijo.

No os parece una maravillosa noticia surrealista: Un museo borde, una azafata borde, un padre borde, una madre borde (mira que ir a ver cuadros raros con su bebé en brazos), un bebé borde (se podía haber aguantado un poco el hambre ¿no?)

En fin… señores guionistas, aquí hay tema.

Álvaro dijo...

Borderías bordadas, Liuva. Buenísimo que la azafata apelara a la norma de que "no se puede comer". O sea, que el que infringía la norma no era la madre por dar el pecho, sino el niño, por comer. Y luego el padre, diciendo que "han humillado al niño". Pero esas son borderías de simpático. Me jugaría el cuello a que el padre es un un gordito calvito al que le gusta contar chistes, reírse fuerte y hacerse notar.

Sakura dijo...

Lo del Guggenheim podría arreglarse con un letrero que dijese: "Prohibido sucumbir a los instintos básicos".
Así, ni los bebés mamarían, ni alguno que otro se dejaría llevar por el instinto de destrucción de lo antiestético (que en los museos de arte moderno se convierte, a veces, en instinto de supervivencia).

Sakura dijo...

Liuva, eso no me lo dices en mi blog (ni lo de borde ni lo de los pies)!

Anónimo dijo...

No me atrevo.

Galahan dijo...

Que grande la azafata del Guggenheim!! ¡Esa norma es maravillosa!

En fin, yo también soy de los bordes majetes y comparto mucho de lo que dices. De hecho, mis compañeros majetes ya me toleran y eso y trabajo mucho más a gusto que si estuviéramos haciéndonos los majísimos cada segundo.

Y coincido: Soy más "borde" con los amigos y allegados que con la gente en general. Confianza y tal y que saben que es sin maldad.

:P

P.d: Y lo de "Dani" encantador me lo voy a guardar... juju!

Anónimo dijo...

Yo creo que hay que distinguir entre la coraza de simpaticones que se ponen algunos, y la buena educación. A mí lo del borde-noble que no se entrega a la primera pero que está cuando de verdad tiene que estar a veces me apesta tanto como el simpático sin sustancia. Normalmente esos bordes se ponen la coraza de borde para ganarse una autoridad que no saben combinar con la suavidad de formas. Una persona educada debería saber combinar autoridad y buena disposición. A mí me cansan los amargados y los bordes, no me gusta tener que ir cavando sobre los estratos más pétreos de algunos para descubrir la cosa blandita y buena que hay debajo. Con lo poco que cuesta ser simpático.

Álvaro dijo...

A ver, Jacobo, yo no es que prefiera la bordería a la amabilidad. También creo que no cuesta nada ser simpático. Y precisamente por eso, la simpatía no puede servir como excusa para perdonar otras cosas. Además, he hablado de antipáticos con los que no me ha costado nada tener un trato agradable. Simplemente, ya digo, con no hacerme el ofendido ni pelearme, se les ha quitado su antipatía.

También hay antipáticos ineficaces, como la exasperante administradora anterior de mi comunidad, que además de no estar nunca, no contestar los recados y no hacer nada, te ponía mala cara cuando se lo recordabas. Y encima, gorda y fea. Cómo me alegro de haber librado a mis vecinos, y a mí mismo, de semejante lastre.

Vicisitud y Sordidez dijo...

También yo defiendo la bordería por pertenecer a la especie que la practica. Pero es que es cierto que lo que hace tu jefe termina en la desesperación. Con una persona así yo tampoco podría tratar.