viernes, marzo 31, 2006

AQUEL DE QUIEN SOY DOBLE

Me dicen de hace tiempo que me parezco a un conocido personaje de un conocido programa de ficción de la tele, el mismo casualmente para el que ahora trabajo. Y aunque es caricatura el personaje, debo reconocer que es cierto: me parezco. ¿Me parezco - pregunto - más bien al personaje o al actor? Digamos que a los dos, sin dar más explicaciones.

Ayer, me hacía ilusión, nos fuimos al rodaje y conocí en persona, cara a cara, a mi otro yo, mi sosias. Puesto que él es el conocido, más que "mi doble", lo oportuno es decir "del que soy doble yo". No obstante, en mi pequeño mundo del que soy protagonista, él es la anécdota, sale hoy por casualidad, quizá vuelva otro día, pero no ha de tener mucha presencia. Invirtamos, por tanto, los papeles.

Yo me reconocí - ya lo había hecho -, pero él también en mí. La lástima es saber que el director condujo un poco su prejuicio, y en las presentaciones fui nombrado su "alter ego". No obstante, era muy libre este gemelo mío de haberse rebelado y decir que "ni hablar, no me parezco". Al contrario, asentimos los dos, mudos de asombro, y sin decir palabra convinimos en que era manifiesto el parecido.

Hubo un poco de niño que se mira al espejo y se descubre, y un poco de flechazo narcisista cuando nuestras miradas se encontraban curiosas, constatando de nuevo lo asombroso. Nos pillamos así, el uno al otro, en varias ocasiones, y nos fuimos simpáticos los dos. Incluso nos reímos. Si la empatía es ponerse uno mismo en el lugar del otro, en nosotros eso estaba instaurado de serie. Nada más verle sentí que sabía mucho de su vida. Lo que sé de la mía.

Luego, el anecdotario: que acostumbra a traerse tentempiés al trabajo, como yo. Higos secos, almendras, energía... Me habla de chocolate, pero eso sí, del bueno, y con mucho cacao. Un sibarita mi doble, lo confiesa. Yo hasta de eso me cuido, pero, si he de comerlo, soy de los de su cuerda, de chocolate negro y delicado. Y en la comida, saca sus pastillitas, sin vergüenza: vitaminas, minerales... un poco como yo he hecho en el desayuno. No diré mucho más, pues al hablar de mí hablo también de él e igual confieso cosas que él prefiere guardar. Pero coincide: nuestra fragilidad es la misma. Los males de los que se protege son los que a mí me acechan también en el invierno.

¿Es el carácter el que nos ha hecho así físicamente, o es la constitución la que nos lleva a estos hábitos? ¿Podríamos, entonces, siendo tal como somos, comportarnos distinto? Es curioso pensar que es el cuerpo el principal agente que pone condiciones a tu vida. Y por ese camino que tu cuerpo te marca y te permite es por donde uno debe andar su camino.

Y sin embargo, es nuestro parecido sólo a muy grandes rasgos: la altura, lo delgados o la forma del cráneo y de la cara... Si vas rasgo por rasgo, nuestras fisionomías no son tan similares. Su cara es más estrecha, un poco más huesuda. No tenemos los ojos parecidos, ni la nariz, la boca, las cejas o los dientes... ni la forma del pelo. ¿Quién dice, entonces, y por qué, que somos parecidos? ¿Será como eso de las razas - que todos los chinos nos parecen iguales -, y todos los delgados somos el mismo flaco? ¿Pero cómo es posible que uno mismo, celosos como somos de nuestra identidad, asuma que haya otro igual que él?

¿Qué es parecerse?

Bienvenidos a mi blog, que hoy inauguro.