Hoy me he vuelto a cruzar con mi vecino enfadado, le he vuelto a saludar alto y claro, y él ha vuelto a pasar de mí, apretando los dientes y mirando al infinito. Y me he sentido mal. Me divierte tanto verle hacerse el ofendido ostensiblemente que pienso si no será una crueldad saludarle.
En realidad era más divertido antes, cuando empecé a notar este comportamiento, que fue después del verano. A veces se hacía el despistado y me evitaba. Me dio pena un día en que fue a contestarme y se dio cuenta de que había hecho intención de retirarme el saludo, y se quedó boqueando, con el saludo a medias. E incluso una vez que le pillé desprevenido, le saludé sin que me viera llegar y me contestó en voz baja. Acto seguido se estaba arrepintiendo de su debilidad y lo pasaba mal, y a mí me divirtió. Y me sigue divirtiendo verle tan instalado en su orgullo herido. Por eso, no sé si es cruel hacerle pasar un mal rato voluntariamente.
Pero en mi defensa diré que no sólo lo hago por divertirme. Diría incluso que no es ni siquiera mi principal intención. En parte es por educación, porque es una persona conocida, vecino de mi propia casa, y me parece absurdo no saludarle. También por respeto, porque es un mayor, y porque forma parte del Consejo de Estado del edificio, como todos los que alguna vez han sido presidentes de la finca. Como yo mismo. Y porque yo no estoy enfadado con él. De hecho, me cae bien, y me da pena verle contenerse. Y si yo también le retiro el saludo a él, nunca más podremos hablarnos el uno al otro.
El hombre está enfadado desde que, ahora hace un año, hicimos unas obras de limpieza y pintura de la fachada, que duraron más de lo previsto, y le ocasionaron la molestia de tener una red verde delante de su ventana unos veinte días. También, que le dijeron que bajara las persianas para proteger la ventana. Pero esto era sólo mientras se estaba trabajando en esa zona, no las veinticuatro horas del día los siete días de la semana. Esto es lo que he sabido del tema. Yo no era el pintor que tardó ni el contratista que lo contrató ni la lluvia que lo retrasó todo ni la mala suerte que hizo que no nos gustara cómo quedó y nos decidiéramos a pintar la fachada entera en vez de sólo una parte, como habíamos quedado. Yo no era nada de eso, pero sí era una cosa: era el presidente. Mea culpa.
Puede ser que su enfado también tenga que ver con que, en mi ausencia, él reclamara información sobre el estado y duración de las obras a otros vecinos, particularmente los de la comisión de obras, y más particularmente a uno de ellos, y que estos, por ignorancia real o por mero hartazgo, le daban largas, silencios, bromas y todo tipo de capotazos con tal de torearle. Y eso pudo sentarle mal. Es posible también que no encajara con gusto el que un día, el vecino más bromista, le tocara los testículos, esta vez no como siempre, sino literalmente. Por encima de los pantalones, se entiende, que estamos entre caballeros. En honor a la verdad, diré que no presencié el espectáculo, pero el propio protagonista activo me lo relató entre risas, sin que yo supiera muy bien qué cara ponerle. Debí haber hecho acopio de autoridad y mandarle de inmediato a pedir disculpas al pobre viejo. Podría decir que no tengo carácter, podría decir que este vecino bromista tiene quince años más que yo, podría decir muchas cosas que son verdad, pero más verdad que todo esto es que ni se me ocurrió. De hecho es ahora mismo, al escribirlo, cuando por primera vez se me pasa por la cabeza.
Luego hubo que recoger firmas para autorizar la extensión de las obras de pintura, y llamamos a su puerta, y estuvo enfadado con su amigo y compañero de presidencias, que no había pintado nada - y nunca mejor dicho - en todo el asunto; conmigo, que no había tenido ocasión de hablar con él de nada, y, por supuesto, con el otro, al que le cerró la puerta en las narices en primera instancia, y en segunda le recibió a paraguazos. La imagen, de tan infantil y tan antigua, me resulta tierna como el recuerdo de una historia del tebeo, del que se llamaba así, TBO.
Después se negó a pagar las derramas, el administrador trató del calmar las aguas, y creo que ya se puso al corriente, no lo sé... pero a mí no me saluda. Y no es a mí solo, que ya otros vecinos me lo han comentado, poniendo el grito en el cielo: "Qué se habrá creído", "Pues yo ya no le vuelvo a saludar". Cuánta energía perdida en enfadarse y qué poco esfuerzo en comprender. Porque, sabiendo lo que tiene en casa, a una hermana con problemas mentales de la que tiene que cuidar, es fácil entender que le desquicie cualquier cosa, como no poder levantar la persiana, o que le toquen los huevos metafórica o literalmente. Por eso, aunque a veces dude de si lo hago por educación o por divertirme, siento que tengo que seguir saludándole.
2 comentarios:
Lo raro es que no haya prendido fuego al edificio.
Panda "hijoputas" son tus vecinos. De hecho, ahora mismo, ese señor es el segundo tipo que mejor me cae del edificio. Tú, obviamente eres el primero siempre y cuando, eso sí, le sigas saludando... porque el día que dejes de hacerlo, ay, ¡ese día! Prefiero no hablar de ese día. Viva la educación, por cierto.
Publicar un comentario