Con alguien comentaba no hace mucho sobre el sentido circular del tiempo, que transcurre como en espiral y te va situando en el mismo punto pero en niveles distintos, y te encuentras personas o situaciones similares a las de hace tiempo, pero con otro punto. Uno ya no es el mismo, o es el otro quien ha cambiado, o quizá los dos. Te pones más nervioso. O menos. El otro no es tan irritante, o uno más paciente... Y ya que hablábamos ayer, como hace un rato, de vecinos, he recordado que hubo otro en otro tiempo que hizo bueno a cuantos vecinos enfadados pueda encontrarme yo en mi vida. Yo era más joven e influenciable, él más hijoputa, y en esa lucha me conviertí en el cabrón con pintas que quizá, sólo quizá, haya ya superado. Les dejo con el cuento que me inspiró para la serie inédita "Cuentos de todas las horas" (¡Atención editores!)
LAS CUATRO DE LA MAÑANA
MI VECINO
Mi
vecino se despierta siempre a la hora que yo llego, y lo asocia. No se lo puedo
reprochar. Aunque él cree que sí me lo puede reprochar a mí, y cada vez que me
ve me echa una bronca. Al principio me asustaba. Es normal, porque es muy feo.
Mi vecino tiene mucho pelo y muchas cejas. Es un mono enfadado. Pero ahora ya
no me asusto. Le veo poco, esa es la verdad, y tampoco le hago demasiado caso.
Incluso durante mucho tiempo, las veces que le he visto, no ha tenido nada que
decirme. Debía de estar haciéndolo todo muy bien, lo cual hasta cierto punto me
defrauda. Es como si le obedeciera, y mi vecino es la última persona del mundo
que yo tomaría como líder.
Se
cree que le despierto yo al abrir la puerta o al bajar la persiana. ¿Cómo se
puede despertar nadie porque una persona baje la persiana, aunque sea rápido? Y
luego mitifica las horas. Se le llena la boca de hablarme de las tres, las
cuatro o las cinco "de la madrugada". Madrugada la suya; la mía es
trasnochada. Y la mala suerte es que coincido en llegar cuando se agota su
sueño. Lo conozco poco, pero, por lo que le conozco - que no tiene nada que
hacer y que vive obsesionado con la casa, los ruidos y los vecinos -, no me
imagino qué puede soñar. Quizá que se funde una bombilla de la escalera y él,
intrépidamente, antes de que nadie se dé cuenta, la sustituye por otra. De
hecho, en la vida real ha cambiado dos bombillas de 60 ó 100 en cada plafón por
una sola de 40, para ahorrar. O para asustarnos, porque encontrarse con su cara
en esa penumbra tiene que dar un vuelco al corazón.
No
se crean ustedes que lo juzgo, sólo me tomo el tiempo de comentar, porque con
él no se puede dialogar nunca. Te quiere echar una bronca, y te la echa, con lo
cual se te quitan las ganas de pedir disculpas y de rectificar tu actitud. Pero
cuando he dicho que era un mono enfadado, lo decía sólo físicamente. Algo de
inteligencia debe de tener. Tiene, por ejemplo, una teoría del ruido. El ruido
sube de abajo arriba. Supongo que por eso no se corta en pegar martillazos los
sábados y los domingos a las ocho de la
mañana o en mover trastos constantemente. Pensará que no le oigo. Lo de los
martillazos lo tengo superado con unos tapones para los oídos - una gran
solución; a lo mejor un día se la enseño -, pero lo de los movimientos sobre el
suelo no. ¿Qué moverá? ¿De dónde adónde? ¿Y para qué? A veces suena a
desplazamiento de cama, otras veces a aparatos de gimnasia... Lo que me molesta
es que la curiosidad me distrae y no vuelvo a coger el sueño. A lo mejor un día
le echo la bronca yo. El quiere denunciarme por hacer ruido; yo le denunciaré a
él por oír mis ruidos. No tiene por qué hacerlo. Me roba mi ruido.
Llega
un momento en que es hasta gracioso. Pero no me río delante de él, porque es
muy modesto, y seguro que no le gustaría saber que he descubierto su lado
divertido.Sólo desde el punto de vista del humor se puede entender que haya
comprado un candado para el cuarto de la basura para que nadie pueda echar las
bolsas en el contenedor antes de que esté en la calle. Tenemos un turno para
sacarlos: una semana cada vecino, de modo que me toca prácticamente cada dos
meses. Entre eso, y que casi no genero basura, que paso poco por casa y a veces
estoy de viaje, cuando me toca se me olvida. Eso le saca mucho de quicio.
Entonces, a la mañana siguiente, se pone a escuchar - se pone o, simplemente,
le sale, porque para mí que está atento a todo cuanto hago -, y, en cuanto voy
a bajar a la calle... ¡zas!, sale por la puerta y me grita. Yo siempre caigo en
la trampa, y me paro, por si fuera algo importante, y entonces empieza:
-
¡¿Eh?! ¡¿Qué pasa contigo?! ¡¿Que la basura no la sacas?!
Entonces
yo pienso "¿Pero qué día es hoy?" Y me doy cuenta de que es jueves y
que el martes tenía que haberla sacado.
-
¡¿Es que notas el olor en la escalera?!
Porque
esa es otra cosa: que no me deja contestarle. Enseguida me hace otra pregunta
retórica de estas. Y a veces, ya le contesto.
-
Pues no. ¿Qué olor?
Porque
es verdad que no he notado ningún olor.
Después
de eso, puse mucha más atención en estar en casa para sacar la basura cuando me
tocaba, y la cosa iba bien, hasta que un día, me acechó y se me echó encima por
la mañana cuando salía.
-
¡Eh, tú! ¡¿Qué pasa contigo?! ¡¿Que el cubo no lo metes?!
Desconcierto
en mi mente. ¿Que no meto el cubo?
-
No. Yo lo saco.
-
Sí, pero luego hay que meterlo.
Hay
que meterlo, hay que meterlo... ¡Hay que joderse, eso es lo que hay!
-
No sabía.
-
¡No! ¡Que se mete solo!
-
Ayer llegué a las diez y media, y ya lo había sacado.
o
-
Cuando he salido por la mañana, ya estaba dentro.
¡Toma!
No voy a venir antes para que no lo saque nadie. O a madrugar para meterlo. Si
se pone nervioso y lo saca él, es cosa suya.
Y
lo de los portazos... Eso fue de lo primero. Lo de los portazos fue gracioso,
porque en una reunión de comunidad dijo que la puerta había que cerrarla bien,
que a veces se quedaba abierta, y luego me echó una bronca por pegar un
portazo. ¿Un portazo? Un portazo es cuando empujas la puerta con fuerza. Cuando
se deja que un enorme portón de hierro caiga a su sitio por su propio peso para
asegurarse de que cierra, eso no es portazo,es inercia. Y, en este caso,
además, cumplir instrucciones. Pero mi vecino es gilipollas,¿y qué puedo
hacerle?
-
¡¿Qué pasa con vosotros?!
Eso,
otro día. Llevaba un mes sin pasar por casa y acababa de volver el día
anterior. No podía haber hecho nada. Y, ¡coño!, que ahora era plural, y yo sin
saberlo. No sé si es signo de respeto o se cree que formo parte de una
conspiración a nivel internacional.
-
La otra, que llega a las tres de la mañana pegando portazos...
Probablemente
sí, si en lugar de echarme la bronca me lo hubiera pedido por favor.
-
Pues ya se enterará cuando ni le deje dormir yo.
Cuando
terminé de descansar, me levanté y, con una sonrisa maliciosa, busqué su número
en la guía. Estaba a nombre de su mujer. Debe de ser viudo. O la volvió loca,
vete tú a saber. Mi idea era llamarle un día en mitad de la noche,para
despertarle. Partirle toda la noche.Por gilipollas. Lo malo es que, como
realmente no le odio, me parece doblemente cruel. No me gusta dar lugar a malos
entendidos. Y lo gracioso es eso, que no es por odio. Lo haría sólo para darle
una lección. Seguro que sospecha que soy yo, pero nunca podría saberlo con
seguridad. ¿Tendrá el teléfono al lado de la cama o lejos? ¿Cuántas llamadas
necesitaré para despertarle e, incluso, que se levante? ¿Cuatro? Cinco y colgar
estaría bien. Seguro que se despierta e incluso se levanta. Pero, total, ¿para
qué? No, seguramente no lo haga.
FIN
Bueno, como comprenderán esto es una recreación ficticia. En realidad todo fue así excepto lo de la venganza. Nunca busqué su teléfono en la guía. Lo que hacía era llamarme al mío dos o tres veces por la tarde sin dejar mensajes. Cuando pasa esto y pongo en marcha el contestador, se pasa un minuto tocando pitidos. Fuertes, desagradables. Por eso dejé el contestador con el volumen al máximo antes de salir de viaje, y me llevé un aparato marcador de tonos (estamos hablando del año 1997) con el que poder poner en marcha el contestador desde otro teléfono y así escuchar los mensajes a distancia. Y eso es lo que hacía a las tres o las cuatro de la mañana cuando terminábamos de grabar: llamarme, marcar el código del contestador y esperar a que empezaran a sonar los pitidos de mis anteriores llamadas sin mensaje, a ver si el sonido subía de abajo arriba y le despertaba en mitad de la noche, y sin poder protestar porque al fin y al cabo... ¡yo no estaba en casa!
Debo de ser una mala persona, porque aún me sonrío pensando en esa travesura, y no me arrepiento.
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