sábado, diciembre 07, 2013

EL FESTIVO DEL PARADO

Hace no mucho me contaba una amiga que la habían contratado para hacer un programa piloto de televisión, que por falta de presupuesto la echaron antes de tiempo, pero que pretendían que estuviera presente en la grabación de la semana siguiente para echar una mano, en plan favor. Finalmente la contrataron para ese día, domingo. Trabajó dieciséis horas y le pagaron justo el equivalente a un día de trabajo según el salario pactado antes de su despido, sin horas extras, nocturnidades ni nada que se le parezca.

- ¿Pero no me vais a pagar el festivo? - preguntó ella.
- ¿A ti qué más te da, si estás en paro? - le contestó la productora.

Cuando digo la productora, no me refiero a una empresa, sino a una persona que desempeña las funciones de producción, una contratada, una asalariada, tal vez fija, tal vez con un mejor sueldo, tal vez todo ello momentáneamente. Una compañera, quiero decir.

Quizá en festivo no hay guardería donde dejar a una hija o hay más problema para encontrar a un familiar que te haga el favor de cuidarla o simplemente le pueda apetecer estar con su marido que, por fortuna, sí trabaja a diario. O quizá, no es probable en estos tiempos secularizados que nos ha tocado vivir, pero igual el trabajador es católico practicante y se pierde una misa.

Indignaciones aparte, en este fin de semana largo con festivo adosado me han vuelto a la cabeza mis reflexiones, sensaciones y sentimientos sobre cómo vivimos los desempleados los días festivos.

Para el que trabaja, el festivo es, por ejemplo, el día en que no madruga ni tiene prisa (o al menos, no por obligación).

¿Y para el parado? En ese sentido, todos los días serían festivos. Si quiere, no tiene por qué madrugar ni ir a ningún sitio a una hora señalada. Pero hay un detalle muy importante que distingue a los festivos de los laborables. Los festivos son como la muerte que a todos nos iguala, ricos y pobres, trabajadores y desempleados. Una persona que está en su casa en pijama a las diez de la mañana de un día laborable sólo puede ser un parado; pero si ese día es festivo, esa persona podría ser cualquiera, y aunque nadie nos vea, los parados lo sabemos y nos sabe menos mal ser perezosos.

Los festivos también descansan los parados  ¿De qué?, dirán algunos intolerantes insolidarios, ¿de qué tienes que descansar tú, que no das un palo al agua? De su censura, sobre todo. Descansan precisamente de no cumplir con el mandato bíblico de ganarse el pan con el sudor de su frente. Si no me tomara la vida con tranquilidad, diría que es un descanso de ansiedad, de frustración, de culpabilidad (para el que las tenga y las sufra). La búsqueda activa o pasiva de empleo que se le exige al parado en laborable se suspende en festivo. Hoy no hay que sufrir por oportunidades perdidas, por la llamada que no has recibido, por la oferta de la que no te has enterado. Hoy no hay que hacer nada, hoy, te pongas como te pongas, no te va a surgir ningún trabajo.

En festivo, no se puede hacer la compra, y el bolsillo vacío del parado vale lo mismo que el monedero lleno del afortunado esclavo que trabaja. En festivo, el parado solitario se apunta a comer con la familia, que lo acoge (y si no tiene familia, quitamos la coma y se queda en "la familia que lo acoge", que dentro de nada el gobierno lanzará la campaña "Siente un pobre a su mesa", y el azar será capaz de llevarnos a la mesa de un vecino de edificio).

También, por otro lado, el festivo es un poco el territorio del parado, que ya se ha acostumbrado a tener el tiempo libre y a llenar sus horas de aficiones y terapias ocupacionales de lo más diverso, y se convierte en anfitrión de los trabajadores que, después de dedicar a su labor madrugones, transportes, actividad y charla durante cuatro días, acaban mareados y perdidos de sí mismos. ¿Qué me gustaba hacer?, se preguntan. Y el parado sugiere: actualiza tu blog o juega al candy crush hasta que te duelan los dedos.

El parado, eso sí, no siente la ansiedad del trabajador en los fines de semana largos, no tiene obligación de aprovecharlos más, de salir de puente y viajar. Lo podría hacer cuando quisiera, en cualquier momento... si tuviera dinero. En casos como el mío, en que la austeridad está incorporada a mi modo de vida, trabaje o no, no encuentro tanta diferencia. No tengo, eso sí, esa especie de jetlag anticipado que te entra el domingo por la tarde cuando, después de tres o cuatro días viviendo como una persona, descubres que, tras la noche, volverás a trabajar.

Todo esto, en cuanto a la prosa; por lo que se refiere a la poesía del festivo, ¿acaso no tenemos vista, tacto u olfato para darnos cuenta del plus de luminosidad del día de asueto, de la limpieza del aire y el buen rollo que se respira por la calle? Aquí al séptimo día lo llamamos domingo - dominus diem, día del Señor -, pero en inglés lo llaman Sunday - día del sol -, y será casualidad, pero parece que la estrella luce más. O igual es que es mayor el reflejo de los mismos rayos sobre el tradicional "traje de domingo", que aunque en estos tiempos no sea muy de estreno, es de mejor color y conserva su apresto.

No me gusta, por ello, que las tiendas abran en domingo. ¿Contratan a más gente, les pagan más por ser festivo, o les dicen que "a ti qué más te da, si estás en paro"?  El caso es que obligan a abrir también a los pequeños comercios familiares que no se pueden permitir más gente, y hacen que la vida parezca un continuo trabajar, corrompiendo ese ambiente de festivo en el que todos estamos descansando. Salvo los camareros y los futbolistas. Me siento mal comprando en domingo, siempre es porque se me ha olvidado algo entre semana, porque no he estado atento, porque, sabiendo que siempre habrá algo abierto, uno se despreocupa. No, señores, nos están malacostumbrando, nos vuelven irresponsables. Y a veces me parece ver la censura tras la sonrisa del frutero cuando en pleno domingo te acercas a comprar unos plátanos que podías haber comprado simplemente ayer por la mañana. Tú puedes descuidarte porque él trabajará para ti, aunque eso no le suponga no descansar nunca. Ahora, el festivo no es un motivo común de alegría porque no es común, no nos pertenece a todos, ahora, más que nunca, cada uno tiene que luchar por lo suyo hasta el último segundo libre de su día de fiesta. Y eso es muy malo, señores. No sé si para la economía, pero sí para los parados, porque toda esa gente que está trabajando en domingo nos hace quedar muy mal.




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