miércoles, mayo 24, 2006

¿Y SI NOS COLAMOS NOSOTROS?

Parece que el tema de las coladuras ha levantado ampollas. En estas "reglas del juego" no escritas, cada uno cree que su interpretación es la válida. Me pasó una vez en un supermercado, cuando estaba pagando, que una mujer (no es misoginia, es que es así), voceó con mal tono algo como "gracias por guardarme el sitio". Yo no sabía de qué me hablaba, la miré y aguanté un rapapolvo con la mirada de Robert de Niro que sugiere Txopsuey. Querido amigo, eso da igual: esta gente no va al cine. Parece ser que delante de la caja había dejado una cesta de plástico con su compra y se había ido a por algo que se le había olvidado. Ella no estaba cuando yo llegué, y la cesta ni la vi. Aunque hubiera sido absurdo no entrar a pagar por esperar a un fantasma. Y sin embargo, ella daba como ley que basta un objeto para guardar el puesto. Creo que todos coincidimos en que eso sólo puede ser válido - si lo es - si llegas antes de que le toque el turno al siguiente. No sería lo mismo si dejas en tu lugar a otra persona que puede ir pasando la compra e incluso pagar. Ya te arreglarás tú con ella. Por eso hacer la compra uno solo es más complicado. No se te puede olvidar nada. Si no, mala suerte.

Recuerdo mis angustias de pequeño cuando me mandaban a por un recado a la frutería. En otros sitios, basta con que te fijes en quién está antes que tú, y la cola circula fluida y armoniosamente movida por las reglas de la educación y la cortesía. Aquí como se te olvidara pedir la vez se te colaba hasta el Tato. En un ambiente tan hostil, uno aguantaba estoico las interminables tertulias personales de las mujeres con el frutero mientras improvisaban qué podían ir queriendo. Y tú, que tenías superclaro que querías sólo una ramita de perejil y dos limones, aguantando una hora. Luego, para más inri, te decían: ah, si querías sólo eso, haberlo dicho. Decididamente, el gran invento del siglo XX es la máquina de turnos.

Pero la máquina de turnos también presenta su casuística. No ignoraréis, claro, que hay personas que cogen un turno en un puesto, en otro y en otro, y esperan sólo en aquel donde prevén que les llegue antes la vez, para aprovechar el tiempo. Nada que objetar. Pero, ¿y si se les pasa el turno de otro puesto? ¿Puedes, con el 82, pedir después de que hayan atendido al 83, colándote al 84 que ya se frotaba las manos? Y si es así, ¿hasta cuántos números?

Me distraigo de mi propósito. Después de las iras suscitadas sin pretenderlo (yo mismo no las sentí tan fuertes) con el artículo anterior, quería reflexionar si uno mismo no recaerá o habrá recaído alguna vez en pecados similares. Por ejemplo, en el coche. Uno está en un carril de incorporación a una vía atascada. La norma indica esperar a que pase la fila, aunque el sentido común no lo recomienda (no pasarías nunca). ¿Qué hace uno? Ir asomando el morro hasta que la presencia de tu vehículo en la vía principal sea un hecho consumado. ¿Coladura o no? En mi defensa y justificación, diré que cuando estoy en la vía preferente, asumo y llevo a término lo que he venido en llamar el "efecto cremallera". He observado que, de forma orgánica, se va produciendo una especie de turno: pasa uno de la incorporación, uno de la principal, uno de la incorporación, uno de la principal... Evidentemente, esto se forma en parte gracias a la cortesía de los vehículos con preferencia y en parte por la osadía de los otros que van metiendo la cabeza. Yo asumo este efecto cremallera desde ambos lados sin colgarme medallas en un caso ni sentirme culpable en el otro.

Pero, acerquémonos más a los casos propuestos en el post anterior. Tú haces la compra y se te olvida una tontería (a la del otro día no era una tontería lo que se le había olvidado, pero en fin); se te ha olvidado comprar, por ejemplo, una cabeza de ajo. Vuelves a la frutería. Ya antes habías esperado una cola antes de atenderte. ¿Esperarías cola otra vez, o tratarías de exponer tu caso? Y si lo expusieras, ¿lo harías como pidiendo un favor o como asumiendo que te lo van a hacer? Lo paradójico es que el que materializa el favor es el frutero, pero quienes realmente te lo hacen (queriendo o sin querer y sin que nadie les pregunte) son los otros clientes.

¿Y en el teatro? Llegas pronto, compras las entradas, te sientas a tomar algo. Cuando te quieres fijar, ves que se ha formado una cola importante delante de la entrada. Toda (o casi toda) esa gente ha llegado más tarde que tú. Eso sí, no se han sentado tranquilamente, se han currado la espera de pie. Pero, realmente, ¿iríais humildemente desde la cabecera del vestíbulo donde están las mesas, hasta el final de la cola para poneros en vuestro sitio? ¿O más bien intentaríais ir buscando un hueco? Es difícil saberlo. ¿Os habéis puesto a tomar algo a sabiendas de que había una cola aparte u os ha pillado de improviso? Yo, si me hubiera sucedido sin darme cuenta, seguramente hubiera tratado de colarme discretamente, sin pretender ser el primero de la fila y sin pretender tener razón si alguien me lo afeaba, pero creo que lo hubiera hecho. Es parecido a cuando vas en coche y empiezas a ver una cola de coches a la izquierda o a la derecha, y tú sigues circulando, adelantando a todos los que están parados. De pronto, te das cuenta de que la cola es para tomar tu salida o incorporación y que, realmente, deberías haberte puesto el último y tragarte la retención. En este caso no se puede retroceder, de modo que no hay otra que colarse. Cuando eres tú el que espera y lleva media hora para recorrer un kilómetro, tiendes a pensar mal del que quiere colarse casi al final, pero hay que recordar que, por ignorancia, despiste - y a veces por llevar prisa, reconozcámoslo - uno también lo ha hecho. Pensad en ello y veréis con menos odio a los que se os cuelan. Ellos son vosotros.

Queda, por último, hablar de esa trampa que hemos hecho todos y por la que no sentimos ningún tipo de remordimiento: la de colar a alguien. ¿Por qué nos parece tan mal que una persona se cuele a título individual, y toleramos, sin embargo, que la cuele otra persona? Como si el orden en una fila fuera una propiedad con la que negociar. Vamos a ver, si yo estoy el tercero y cuelo a la que está la décima porque la conozco y le tengo simpatía, yo puedo asumir perder un puesto y esperar un poco más, pero ¿por qué puedo obligar a perderlo a las otras seis personas que estaban entre nosotros? La cosa es más grave cuando el producto de la cola es escaso. Quedan diez entradas para los diez primeros. Si yo cuelo a alguien, puede ser que deje sin entrada a alguien que había llegado antes que mi beneficiada. ¿A que no habíais pensado en ello? (Por eso, Liuva, aunque te lo dije en los comentarios, creo que si nos encontramos en una cola no debería colarte. Ni tú a mí. Ya tendremos tiempo de hablar después).

El que esté libre de pecado... (no sé por qué, pero me temo que hoy me vais a lapidar).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues vaya… un día me dices que me cuelas y otro que no me cuelas, parece que estamos deshojando una margarita.

Estamos de acuerdo que en las colas de los supermercados se cuelan más las mujeres que los hombres, pero en las colas de los coches, ahí los hombres son los que tienen más cara que espalda, siempre intentando ganar puestos como sea, por la derecha, por la izquierda o por arriba, es igual.

La famosa mirada de Robert de Niro no sirve de nada con determinadas señora, ya que ellas te pueden devolver la mirada de Ava Gardner y te dejan patidifuso. Y lo gordo del caso es que estas señoras (marujonas, con perdón) que son profesionales del colaje (nueva palabra para la RAE) se ponen como fieras si alguien intenta hacer lo mismo que ellas.

Otro tipo de situaciones se dan, por ejemplo en Correos, cuando te pones en una cola que no es la buena y cuando llegas a la ventanilla te dicen que la tuya es la cola de al lado, ¿qué haces? te pones al final o te intentas colar porque tú ya has esperado lo tuyo.

Y lo de sentarse mientras los demás están de pie esperando en la cola no vale, o por lo menos de debiera de valer, pero dile a la señora (aquí generalmente son señoras) que se cuela cuando te toca a ti que eso no es así… te come con la mirada de la niña del exorcista.

En fin… que el que esté libre de pescado… que se ponga en la cola de la pescadería.

Galahan dijo...

Buf, qué temita, qué temita.
Me ponen de los nervios los caraduras colones!
Además, es que se les nota a la legua.
Mira, Álvaro, está claro que no todo el mundo se cuela adrede, que hay desconocimiento, confusión, duda, etc...
Pero es que los que se cuelan "profesionalmente" se distinguen a la legua.
Suelen mirar siempre hacia el lado contrario de dónde esté el elemento "colado". Por ejemplo con el coche, son capaces de hacerte una pirula en la que casi estáis muertos los dos y mirar hacia delante o el otro lado con cara de "es lo normal" sabiendo que les estás buscando la mirada.
En el mercado igual. Y esas señoras profesionales, lo hacen constantemente. Su truco es hacerlo impunemente y con paso firme creyendo que nadie les dirá nada por no montarla. Y si la montas, gritarán para ver que "cuanto más grande sea la mentira, más la creerán" que decía Hitler.
Una vez una señora iba con una latita de atún y su bolso grandote. Puso cara de pena en la cola en plan "sólo llevo una latita" y le dejé pasar. Abrió el bolso y sacó todo un cargamento. Ahí sólo se me ocurrió o callarme o decirle directamente eso que, como decía Marlo Brando en la Hora Chanante,hay que decirlo más.

También me joden mucho los listos borrachos que en un concierto se abren paso a base de codazos y pringarte con sus "litros" porque quieren ir cerca del escenario, lugar atiborrado desde el comienzo del concierto e incluso horas antes. Pero ellos son más listos, claro. Esos sí que se llevan, por mi parte, una gran ración de codazos, pisotones y protestas. Porque en un cine,teatro... hay asientos, por lo menos.

y ya paro que me sulfuro!