lunes, mayo 22, 2006

GENTE QUE SE CUELA

Escribí una nota sobre el sábado sin pararme a hacer una asociación al menos tan casual como la editada. En el mismo día, dos mujeres (tres en realidad) se me colaron. Cada una con sus razones y con toda seguridad creyéndose en posesión de la verdad. Pero se me colaron. Una, favorecida por la dependienta de un comercio con un dudoso sentido de la justicia. Fue, pues, realmente, la tendera quien la coló, pero el resultado es que se me coló. Y en orden a romper este círculo obsesivo, quizá sea mejor que haga el relato concreto de ambas coladas.

Pollería. Una y pico (y pata) del mediodía. Entro a comprar media docena de huevos. Hay dos personas atendiendo, pero me toca esperar. Se va una señora, atienden a otra, y se me despierta la impaciencia. Yo soy el siguiente. Mientras la despachan, entra una mujer. No me parece que sea la que se acaba de ir (pero aunque lo fuera). Aparece teatral y, con muchos aspavientos, dice que qué loca está, que se le va la cabeza, y que se le ha olvidado comprar algo. Así recuerda a clientes y dependientes que ella "ya ha estado allí". Yo me temo lo peor. Me temo lo peor muchas veces, y la mayoría de ellas no llega a suceder, así que, junto con lo peor que me temo, también me espero que ocurra lo correcto; es decir, que al terminar con las clientas que están comprando, me despachen a mí, y, en cuanto hayan terminado con los que estábamos antes, por fin se dediquen a la mujer olvidadiza cuyo turno, por cierto, ella misma había dado por cerrado con anterioridad. ¿No parece razonable? Lo peor que me temo es, por supuesto, que se me cuele. Y se me cuela. La cuela en realidad, ya lo he anticipado, la dependienta, que se dirige directamente a ella. Me parece inaceptable. Podría, por supuesto, haberle dicho algo, pero me pone nervioso reaccionar en estas situaciones en las que no cabe la razón. Quizás hubieran respetado mi turno; quizá no; quizá, en atención a que sólo quería media docena de huevos, me hubieran despachado, en plan favor (inaceptable también, pero me hubiera valido). El caso es que, paralizado, esperé que el olvido de la doña hubiera sido escaso (uno olvida comprar el perejil, no las patatas), pero no pintaba: empezó con un pedido de mayorista y tono de enumeración, y, como antes, volví a temerme lo peor. Y ahora sí era seguro: estaba en racha. Así pues, sancioné a la pollería con mi castigo callado y me fui. Di la espalda a un lugar donde acababan de ofenderme con una tonta injusticia. No soy tan ingenuo como para pensar que los dependientes captaron mi mensaje. Pensarían que, al igual que la señora olvidó comprar algo, yo habría recordado de más, y que en realidad no necesitaba nada. Ahora veo que en la vida todo es riesgo e inversión, hasta en la compra. Para conseguir seis huevos, debería haberle echado un par y, aunque hubiera parecido redundante e incluso paradójico, no debería haberme cortado en montar un pollo en la pollería.

Y luego a la tarde, en el teatro. Voy invitado por la actriz principal (espléndida en su papel Esperanza Elipe, reitero la recomendación: Café, sala Cuarta Pared, calle Ercilla, 17, Madrid), quien me dice que tengo que estar al menos media hora antes para recoger las entradas y me advierte de que éstas son sin numerar y conviene guardar cola un rato para entrar pronto y escoger buen sitio. Obediente a sus recomendaciones, estoy a las ocho y cuarto (la obra es a las nueve), y espero fuera a que llegue mi acompañante.

El vestíbulo del teatro es profundo y amplio. Junto a la puerta de acceso a la sala hay un bar y unas mesas con sillas para tomar algo mientras se espera. Nosotros rehuimos la comodidad y nos quedamos de pie, pendientes de tomar una buena posición en una cola aún no formada. Me parece de mal efecto pegarme a la puerta, aunque hubiera podido. En cuanto vemos que un grupo de personas se arremolina en primera fila ante la entrada, tomamos la segunda posición. A continuación, tras nosotros y un poco al lado se va formando una cola informe que no transmite mucha seguridad sobre el puesto que uno ocupa. No obstante, sí parece que será suficiente para conseguir un asiento centrado. No bien se abren las puertas, las "cigarras" comodonas que eligieron esperar sentadas en las mesas sin hacer cola se ponen de pie como un solo hombre y vienen a invadir las posiciones que como "hormigas" laboriosas nos hemos trabajado otros de pie. La chica de la sala que ha abierto la puerta nos pide paso a todos para dejar entrar a un hombre mayor que viene de las mesas caminado con dificultad. Me parece correcto. Eso sí. No tanto el que, tras él, dos gordas quieran aprovechar el carril abierto como un coche espabilado que siguiera la estela de una ambulancia urgente en medio de un atasco. La primera nos ha adelantado ya por la derecha, mientras que su amiga se mantiene a nuestro lado, en una especie de incorporación con ceda el paso que, obviamente, no se la ve dispuesta a respetar. La fila avanza y nosotros tratamos discretamente de avanzar con ella. La mujer, haciendo palanca con el codo en nuestro espacio personal, se cuela. Podéis creerme que lo asumo y no me importa. Pero, y aquí viene lo gracioso, cuando mi amiga constata: "Se nos ha colado por todo el morro", y yo lo ratifico con resignación "¿Qué iba a hacer, no iba a empujarla?", nos encontramos con que la doña ha seguido nuestra conversación, y una vez dentro, se justifica airada: "Perdona, pero yo no me he colado, que cuando yo he venido no había nadie". Bonito razonamiento para una persona que, además de llevar cuarenta y cinco minutos en el teatro, ha guardado veinte de cola. Eso le contesto: que cuando he venido yo tampoco había nadie, pero que, además, me he puesto a la cola (que es lo que hay que hacer). Por supuesto, no la convenzo, ni lo pretendo. Sólo faltaba que por hacer entrar en razón a una aprovechada de la vida, perdiéramos nuestra capacidad de elección de sitio, tan justamente ganada. La obra es muy ágil y divertida y hace olvidar el incidente. Pero, en algún lugar de la mente, se me queda grabada una pregunta inquieta: ¿por qué estas personas, además de morro, quieren tener razón?

6 comentarios:

El Autor dijo...

Yo es algo que llevo fatal.

Para mi se abrió el cielo el día que se pudieron comprar entradas por internet para ir al cine en salas numeradas. Puedo ir a ver una película con un mal asiento, no me importa, pero tengo que saber a la hora de pagar dónde me voy a sentar.

Es la lucha por intentar conseguir el sitio lo que más me molesta. Ese "Eh, ese se está metiendo poco a poco. ¿le digo algo?" me pone enfermo porque, al igual que tú en la pollería, sé que luego no voy a decir nada. Como mucho hago como tú y me marcho.

Y sobre lo de la pollería. La figura de la ama de casa agobiada que se cuela -porque sí- o la del tío/a que está de pie en una plaza de parking vacía esperando a que llegue un amigo para ocuparla... son personjes a los que tengo una profunda animadversión. Grupo al que se han unido también, y de forma conscientemente injusta, todos los ñapas del mundo.

Ah, y los que no dejan salir de los vagones del metro, y los que ocupan los dos lados de la escalera automática, y los que escuchan música en el coche a todo volumen estando parados, y los vecinos picajosos o con trastorno bipolar (Ya os contaré, ya!!)

Estarás contento Álvaro, me has puesto de mal humor!! También me repatean a los blogueros fomentadores de odio!!

Hoy estoy que muerdo.
>:-(

Álvaro dijo...

Los que reservan una plaza de aparcamiento de pie no tienen nada que hacer si tú no quieres. ¿Que ellos no se mueven? Tú tampoco. Cuando llegue el coche al que guardan el sitio, se encontrarán con el tuyo delante. Yo tengo a gala haber vencido dos veces a gente de ésta. Una gilipollas llegó a amenazarme con pincharme las ruedas. Luego, después de aparcar, vi otro sitio a la vuelta de la esquina. Me asomé por ver si venía el coche que iba a aparcar y le indiqué el sitio, y hablando con el conductor me reconoció que yo tenía razón, y no su mujer. ¡Gran triunfo!

Anónimo dijo...

Qué bien relatas las coladuras. Es que, leyendo esto, si alguna vez coincido contigo en una cola, me intentaré colar por todos los medios posibles para que después me lo cuentes.

¿Se cuelan más las mujeres que los hombres? Puede que sí, no sé si habrá alguna estadística al respecto, pero puede ser que las mujeres estén más tiempo en las colas que los hombres y así, tienen más oportunidades de ejercer la coladura. También hay que tener en cuenta que en la vida diaria la “colada” es casi exclusivamente femenina.

Aunque no es lo mismo que se te cuelen en una pollería que en un teatro. En las tiendas, y en la compra en general, hay que reconocer que las mujeres atesoran años de experiencia y le dan mil vueltas a cualquier jovencito que se acerque a comprar un pollo. Luego, es muy normal y hasta conveniente diría yo, que las mujeres se cuelen por todos los lados.

En cambio en un teatro la cosa no es igual, tanto mujeres como hombres tienen la misma experiencia y capacidad colativa y jode mucho que se te cuelen, ya que se supone que la gente que va al teatro es más fina y educada.

La última pregunta que haces “¿por qué estas personas, además de morro, quieren tener razón?” Igual es para auto justificar la cara dura.

Álvaro dijo...

Lo último que quería era hacer apología del colarse. Si coincidimos en una cola, ya te cuelo yo si quieres, Liuva. Siempre es mejor hacerlo voluntariamente.

Anónimo dijo...

Tomo nota

Vicisitud y Sordidez dijo...

Suelo colocar mis codos de tal forma que quien quiera colarse va a recibir tremendo ostiazo en el abdomen. Me hace feliz.

Montando un capítulo de la serie "Supervillanos", también me hizo feliz una escena en la que una señora se colaba ante el estupor de las dos alienígenas protagonistas. La catarsis del espectador fue grande cuando la chica, Kira le calzó semejante sopapo a la "colona" que le hizo perder los dientes y teñir de sangre la pared del fondo.

Tu artículo subleva mi vena más Lordi-heay metal. ¡A por ellos!