martes, mayo 21, 2013

SIETE MÉDICOS PARA UN APRENSIVO

Hace unos meses visité por primera vez a mi médico de la Seguridad Social, por ver qué era eso antes de que nos lo quitaran. Me mandó unos análisis, me dio el colesterol alto, me dijo que hiciera dieta y que me repitiera los análisis a los tres meses. A los tres meses he vuelto, y el médico no estaba. Se había jubilado. ¡Enhorabuena!
 
Me mandaron a la consulta 13. Después de esperar media hora y ver pasar a los que habían llegado ants que yo y a un par de después, el médico me preguntó si le esperaba a él, le dije que sí, y me contó que seguramente me correspondía otra consulta de la planta, que siempre se equivocaban. Consultó en su ordenador, y tampoco. Mi consulta era abajo, que entrara directamente, que me estaban esperando. Así hice. Toqué la puerta, abrí, la doctora hablaba por teléfono y me pidió que esperara. Al rato, un buen rato, colgó, me hizo entrar, deshicimos el entuerto, me recetó los análisis y, cuando le pregunté su nombre para pedir la cita otro día, no me lo dio, porque sólo estaba de paso, supliendo al titular (cuyo nombre ya ni pedí, por no enredar).
 
Y pese a todo, no es a este baile de médicos a lo que me quiero referir con el curioso título que encabeza este artículo, sino al no menos curioso caso de desdoblamiento múltiple de personalidades de mis médicos. Sí, señores, porque mi primer médico, de apellido Aniceto, que también es nombre propio, tenía además nombre compuesto: Julio María. O sea, tres nombre: Julio, María, Aniceto... y Romo, para romper la secuencia. Me hubiera encantado verlo en otro entorno, contando chistes, para poderle hacer uno yo: ¡Muy agudo, Romo! (Este chiste será entendido por las generaciones venideras que se acojan a la nueva ley de educación).
 
Pero para más Inri, el nuevo médico que me corresponde, que es, por cierto, el de la consulta 13 que se quiso deshacer de mí la semana pasada, también es de nombre doble, Juan Ignacio, y de apellido dos veces nominativo, San Vicente y Domingo. ¡Toma castaña! ¡Cuatro nombres propios, y uno de ellos canonizado! Mejor imposible: Si los doctores Juan, Ignacio y Domingo no llegan a acertar, ya obrará el milagro San Vicente. Empezamos con mal pie, pero no puedo estar en mejores manos.
 
De modo que, después de pasarme toda una vida como paciente autodidacta, sin pisar la consultas patrias, en apenas tres meses encuentro dos médicos de familia, un carrusel de doctores, y una lista de siete nombres de galeno para atenderme. Pues menos mal que soy paciente sencillo, de pocas dolencias, fácil diagnóstico y buen conformar, que si me da por hacerme el impertinente y empezar a pedir una segunda opinión, me llevo siete.
 
Y digo yo: Cuando privaticen la gestión... ¿le harán recortarse el nombre?

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