Años escribiendo un blog en un noventa por ciento sobre mis movidas personales para que el único personaje que despierte interés en mi público sea una cajera políglota y pizpireta que atiende en un Eroski center de mi barrio. En fin, por aclamación popular... y porque ha vuelto a entrar en la escena de mi vida, hablaré de ella.
No sé cómo decirlo. Me acosa. Eso es: me acosa. Lo he sabido decir. Pero me acosa sin agresividad, sin persecución, más poniéndose delante que yendo detrás de mí. ¡Haciéndose la encontradiza conmigo!
Tras descubrirla en el supermercado un día por la tarde, el pasado martes entré casualmente a comprar dos tonterías por la mañana. Adivinen quién estaba en una caja. Efectivamente: ella. Son ustedes unos linces. No sé cómo pudo saber que yo iría esa mañana a comprar ni cómo se las arregló para cambiarle el turno a alguien y coincidir conmigo. Y eso precisamente es lo que más me inquieta, las molestias que se toma.
Tras descubrirla en el supermercado un día por la tarde, el pasado martes entré casualmente a comprar dos tonterías por la mañana. Adivinen quién estaba en una caja. Efectivamente: ella. Son ustedes unos linces. No sé cómo pudo saber que yo iría esa mañana a comprar ni cómo se las arregló para cambiarle el turno a alguien y coincidir conmigo. Y eso precisamente es lo que más me inquieta, las molestias que se toma.
Las colas de las cajas estaban más o menos así así, pero ya que había hecho el esfuerzo me pareció mal no pasar por el puesto de Rocío. Sí, amigos, la cajera, ahora, tiene nombre. El martes se había puesto una chapita en el pecho y buen cuidado tuvo de que la viera, así como quien no quiere la cosa, mientras atendía a la clienta inmediata anterior a mí. Luego conmigo estuvo tímida, la pobre. Simpática, alegre, sonriente, sí, pero sin atreverse a entrar en más conversación. Que si quiero una bolsa por cinco céntimos y yo que no, mostrándole las dos bolsas arrugadas que traía en los bolsillos para evitarme el gasto a mí y al planeta.
Si lees esto, Rocío, que sepas que no me disgusta, ni mucho menos, encontrarte en el Eroski. De hecho, tu presencia nacional me resulta pradójicamente exótica, me maravilla que te llames Rocío y no tengas acento sevillano y que, sabiendo inglés como lo sabes, trabajes con esa alegría en la línea de cajas me devuelve la fe en el ser humano y la decepción por el mercado laboral. Me halaga tu interés y me enternece tu disimulo, pero no quiero dar alas a una falsas ilusiones y hacerme cómplice de tu futura frustración. Lo nuestro es imposible, pertenecemos a dos mundos distintos: tú al de la juventud con idiomas, a las nuevas tecnologías, a los lectores de código de barras y al manejar dinero, al mundo real, en definitiva, mientras que yo... yo pertenezco al mundo de inventarme las cosas para divertirme un rato.
Y a ustedes, lectores, siempre les quedará la duda de si alguna vez existió en un Eroski center una cajera pizpireta llamada Rocío.
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