viernes, mayo 17, 2013

BREVES PERO INTENSOS

AUTOIMPACIENCIA
 
Entro en la página de columna de juguete para ver si he escrito algo últimamente, veo que no y me decepciono. Por lo menos en San Isidro, los ángeles podían haberme hecho el trabajo, como cuenta la leyenda que le hicieron al santo patrón.
 
En estos días de diálogo y confrontación entre sindicatos y patronales, me parece cuanto menos curiosa la historia. Un día Isidro el labrador, a quien todavía no habían canonizado, dejó el campo sin trabajar por ir a misa (¿dónde estaba en aquellos días, el mandato de "Primero la obligación y después la devoción"). Por milagro, cuando volvió todo estaba hecho. Como él era católico, no habían sido los duendes, sino los ángeles, pero el resumen es claro: un trabajador deja de trabajar y se convierte en patrón. Santo Patrón, pero patrón al fin y al cabo.
 
Por cierto, los chicos que se aprendan esta historia, que a partir del año que viene les entra en selectividad.

INFIDELIDAD

¿Se puede ser infiel a una frutería? Yo tenía ese sentimiento de culpabilidad, que casi era más una sensación, y liviana, cuando hace años compraba en el súper una bandeja de champiñón laminado o unas manzanas, por ahorrarme el tiempo de visitar otra tienda. 
 
Y sin embargo ahora, con total desvergüenza, me he aficionado a la frutería ecológica, y mi frutería de siempre (bueno, de los últimos catorce años, tampoco exageremos) se ha convertido en "la otra". No creo que lo sepan, pero algo deben de intuirse. Las cosas no están bien entre nosotros. ¡Hasta me reprendieron un día por palpar un aguacate! Como si no supiera yo tocar la fruta, y como si no me hubieran dado alguna vez sin querer uno de esos que tienen un lado pocho.
 
Todo pasa, nada permanece.
 
Sobre todo, los aguacates.
 
NÚMEROS: 11,11
 
Y ya que hablamos de fruterías, el otro día conseguí el premio especial al precio redondo, un premio honorífico sin dotación económica ni reconocimiento público, pero que llena de satisfacción a quien lo consigue. Dejar tu coche aparcado cuando el cuentakilómetros marca 50.000 kilómetros exactos, por ejemplo (hace más de veinte años que no tengo un coche con menos de esos kilómetros, por cierto). Pues en la frutería, la "otra" que ahora es la "una", después de que me hicieran un descuento de un 5% sobre el valor de mis diez últimas compras, cuadré un ticket en once con once: once euros con once céntimos, que así escrito con letra no dice nada, pero en número hay que verlo: 11,11. ¿Quiere eso decir algo? Quizá debí comprar un cupón de la once. Se me acaba de ocurrir. ¿Ya es tarde?
 
La otra noche, por cierto, escuché a un vidente de la tele dar números concretos de lotería a las personas para que compraran porque les iba a tocar. Me apunté uno. Luego me pareció entenderle que sabía el número pero no el día en que saldría ganador. Ni tampoco el sorteo: ¿Lotería nacional, ONCE? ¿Y qué se supone que hay que hacer? ¿Ir a una administración y pedir un décimo de ese número para quince días, un mes, mes y medio...? ¿Cuánto tiempo debes esperar sin que toque para dejar de comprarlo? Una señora le llamó enfadada porque hacía varias semanas que le había dicho que iba a entrar dinero en su casa, y no había ni llamado al telefonillo. El vidente le dijo que eso no era inmediato, echó unas cartas y dijo que le llegaría en octubre o así. Sí, claramente estaba "ganando tiempo", pero nuestro Gobierno no se atreve ni con octubre. Hasta el 2015 no bajará el paro, dice. O sea, que no les molestemos con el temita hasta dentro de año y medio. Para eso prefiero a Sandro Rey, que por lo menos es más optimista. Le podríamos hacer Presidente del Gobierno, y nos convertiríamos en una monarquía con dos reyes: uno en la Zarzuela y otro en la Moncloa.
 
UNA HIPÓTESIS
 
La cajera pizpireta esta tarde volvía a estar en el Eroski, y me he pasado por su caja. Dado que ella está quieta y no se puede mover, y yo tengo la facultad de elegir por qué caja pagar, se me ocurre una hipótesis. ¿No seré yo quien la busca a ella y no al revés? No es probable, ya lo sé, pero tiene sentido.
 
Hoy estaba menos joven. Se le ha puesto un poco de voz de señora mayor en una frase. No toda la frase, como a picos, cada seis u ocho sílabas. No sé explicar qué era: un gangueo, un resabio, qué sé yo; sin duda se está contagiando por el entorno. Qué lástima de erosión.
 
El cliente inmediato anterior a mí ha visto que su antecesor se dejaba un envase de queso de untar y le ha llamado. El comprador olvidadizo ha vuelto y se lo ha llevado, y Rocío (casi se me olvida el nombre, ¡qué ligero es el recuerdo!) ha dicho que las cosas ¿chiquitinas?, ¿chiquitajas?, ¿chiquitujas?, algo así, se olvidan con facilidad. ¿Como a mí su nombre? Se me ha hecho de señora mayor el adjetivo. ¡Que alguien le ponga en una recepción de hotel, de guía turístico o algo antes de que se eche a perder!
 
MÁS NÚMEROS: 66
 
Es mi peso. Llevo desde el año 2000 queriendo engordar, superar la barrera de los 62 kilos a los que apenas alcanzaba a llegar ocasionalmente, mientras me movía con frecuencia por los 60 y bajando: 59, 58... Desde hace unos meses ya me he instalado por encima de los 65. 67 a veces, incluso, pero diría que mi peso más habitual es 66.
 
Si encuentro que estoy en 66 dos tercios de las veces en que me peso, y en 67 el otro tercio,  el promedio resultante sería que mi peso medio es de 66,6. ¡El peso del diablo! ¿No les da miedo? Es posible que últimamente sea peor persona, lo que pasa es que como salgo poco a la calle no se me nota, pero he sido infiel a mi frutería, y estoy dibujando mujeres desnudas en mi otro blog. ¡Y confieso que disfruto! ¿Es posible que, mientras otros venden el alma al diablo yo simplemente le haya vendido mi cuerpo? Y al peso, además.
Es claramente otra hipótesis, quizá no tan descabellada como la anterior, pero sin mucho fundamento.
Al diablo le gusta disfrutar de la vida, y yo ya no estoy para muchos trotes. Empiezo a recordar una alegre cancioncilla que a veces cantaba mi padre, y que comenzaba "Me siento caduco, me miro al espejo, ya voy para viejo y estoy solterón", y me siento reflejado. Tengo a mi madre tratando de recordar el resto. Por internet no lo he encontrado, si a algún otro caduco, más caducado que yo, le suena la letra, por favor póngase en contacto conmigo.
 
Del pelo ni hablamos.
 
Y de trabajo, igual que de pelo.
 
¡VECINAS!
 
Cuando he vuelto esta tarde de la sala de torturas (Pilates nivel 0), he tomado el ascensor de mi casa. No suelo hacerlo, así hago ejercicio, pero venía cargado de la compra (me remito al parágrafo titulado "Una hipótesis"). Al pararse en mi piso, he oído follón, ruido de personas. Me he extrañado, vivo en un descansillo muy silencioso: a un lado, la nonagenaria doña Rosario, que sigue creyendo que yo no vivo en la casa, después yo mismo (que tampoco creo que doña Rosario viva en la suya), luego Juliana, y a la vuelta el piso vacío de aquel matrimonio que murieron. Permítanme la concordancia ad sensum, pero cada miembro murió a su hora. De hecho, por lo que sé, a un miembro le tuvieron que amputar un par de miembros (las piernas, por ser más exactos) por enfermedad. Lo digo por no perder el chiste, no por morbo, porque yo no llegué a verlo, cuando eso sucedió ya no vivían en la casa. En el tiempo que llevo en este edificio, el piso ha estado vacío casi siempre.
 
Y mira por dónde cuando salgo del ascensor, me encuentro con una mujer hablando hacia atrás con otras dos o tres: Treinta y pico, sesenta, veinte-treinta y una última quizá cuarentona. ¿Qué es todo esto? Por el tono de la conversación y porque han hablado de cifras, parece la típica visita de una agente inmobiliaria y sus clientes. Parecía que la primera, la que me ha abierto la puerta del ascensor porque quería entrar ella, era la profesional, pero la que ha hablado de los millones ha sido la última. ¿Podría entonces ser la visita de una joven acompañada de su madre, y guiada no por una sino por dos agentes inmobiliarios? Parece más razonable que pensar que se va a instalar una familia desestructurada de mujeres de distintas edades.
 
Mi casa es extero-reflexiva. El término me lo acabo de inventar: quiere decirse que tiene ventanas exteriores y otras que dan a un patio interior, por las que veo otras dependencias de mi propia casa. Sí se ven, claro, las ventanas correspondientes a las otras alturas de mi misma letra, pero no se distingue nada ni subiéndote a una escalera. Además, mi piso no tiene una sola pared colindante que el que se está vendiendo, de modo que por ese lado poco vamos a coincidir, y en las zonas comunes es improbable, porque lo cierto es que mis horarios coinciden más con la generación de los mayores, jubilados y prejubilados, que con sus hijos y los jóvenes alquilados de la comunidad.
 
Pero ¿qué quieren? Soy un consumista de novedades, y ver de pronto tanta vida en mi rellano me ha dado una alegría.

No hay comentarios: