miércoles, abril 19, 2006

PASEAR COMO JUGAR

Me gusta caminar como quien juega. A veces fijo la mirada al frente, a larga distancia, camino en línea recta con decisión, y la gente, incomprensiblemente, se aparta a mi paso. Incluso personas que están paradas, mirando hacia otro lado, y no han podido verme, como por arte de magia, apenas un segundo antes de que choque contra ellos, se "disuelven" literalmente. No es así siempre, claro está. También hay señoras despistadas que no se enteran y se empeñan en seguir andando por mi trayectoria. Entonces las esquivo, no es tan grande mi orgullo. Aunque otras veces, en lugar de dar un paso a un lado y continuar, me quedo parado y espero que se cambie el que viene de frente. Si el contrario me arrolla, hará "personal en ataque", como en el baloncesto. Como si el paseo fuera un deporte con sus reglas y sus árbitros y el hecho de ser el receptor o la víctima de una "falta" me diera cierta ventaja moral sobre mis contrincantes.

Para andar, utilizo mucho las manos. No es que vaya haciendo el pino por ahí, pero de alguna forma, remo, me protejo o dirijo el tráfico con ellas. Creo que fue con las señoras bajitas con paraguas con quienes me acostumbré a hacerlo. Agazapadas bajo su pequeño techo impermeable de ocho puntas, y mirando al suelo apenas medio metro por delante, pueden sacarle un ojo a cualquiera que mida veinte centímetros más que ellas. Mis gafas me han servido de escudo en más de una ocasión, pero hace ya tiempo que, en su cercanía, braceo sin pudor y aparto los paraguas de mi paso. Deberían sacarse un carné.

Ahora, cada vez que cruzo una calle, mantengo una mano doblada hacia el tráfico, como reteniendo los coches, especialmente en los pasos de cebra o cuando el semáforo se me ha cerrado antes de llegar a la otra acera. Y cuando espero para cruzar, tiendo a trazar una barrera imaginaria con mi brazo, sujetando con ella la impaciencia de las personas - niños o ancianos, especialmente - que esperan a mi lado.

Con los niños me sucede algo curioso. Siempre que me encuentro a uno en mi camino, le paso una mano por encima, como a un palmo de distancia de su cabeza. No sé por qué. En parte es como si mi mano fuera un avión que cogiera altura para evitar un obstáculo, aunque en la mayoría de los casos nunca hubiéramos chocado. Y no me queda tanto la sensación de haberles protegido de mí como la de sentirme afortunado con el encuentro. Un amigo hace años tenía la superstición de que las monjas eran gafes, y tocaba madera cuando se encontraba una pareja. En relación con los niños, yo siento lo contrario: un pequeño en tu camino da buen rollo. Y en cuanto a las monjas, me inspiran más bien respeto y simpatía que otra cosa.

En medio, en fin, de este juego que construyo yo mismo, la vida me sorprende a diario con el suyo propio. Siempre que salgo de casa coincido con alguien conocido (me propongo, en adelante, llevar un censo periódico de mis coincidencias). Me pregunto cómo es posible. ¿Es que conozco a mucha gente o es que me fijo mucho? Apenas le he encontrado el sentido particular a unos pocos de estos encuentros (a veces "encontronazos"), y sé que tiene que haber un significado mayor para todos ellos, como fenómenos general. Se lo buscaré.

9 comentarios:

sho dijo...

Me gusta tu página. Seguiré pasando por aquí. Enhorabuena.

Anónimo dijo...

Me ha gustado este post. Muy visual.

Yo, al contrario que tu, que a simple vista suelo pasar por un tio más lanzado, siento como un defecto incorregible el caminar siempre con la vista fija en el suelo. Yo lo achaco a mi vista corta y que quizá adquirí la costumbre de (Más) joven, de antes de llevar gafas y descubrir que las lineas entre los ladrillos de los edificios aún podían ser visibles más allá del segundo piso. Pero ahora, tras años llevando gafas, noto que aún voy con la mirada en los adoquines. Una pena. Y por supuesto, me hago a un lado en cuanto algún Álvaro de mirada hacia el horizonte se interpone en mi camino.

Un abrazo!

Galahan dijo...

Puf.
Yo soy un intolerante peatonal.
¡Me pongo de los nervios!

No soporto a la gente que va andando por ahí sin ningún sentido del respeto. No se, deben ser ya muchos años de conductor (que anda que ahí también) y ya interpreto la calle como una carretera, con su código no escrito y demás...

Pero es que, es matemático. Salgo a la calle y siempre están:

- El tío que va andando de espaldas sin mirar por dónde va.
- El mismo tío que, cuando pasas a su lado esquivándole, justo se da la vuelta violentamente y choca contigo. (Murphy total)
- El tío que anda de frente mirando hacia un lado y pasa por un cruce.
-Las 3 abuelas con un paraguas cada una que van en paralelo ocupando toda una acera.
-El grupo de 3 o 4 personas que se las apañan para ir ocupando toda la acera con varias capas con lo que el adelantamiento es más que incómodo (al final pasas entre ellos que, justo, en ese momento, deciden juntarse, para chocar).
-El tío que va a cierta velocidad en un lugar muy estrecho, donde vamos varios y, de pronto, decide pararse en seco sin preocuparse por quién va detrás, a abrocharse un botón o mirar la hora.

Y así... mil.
Ya, soy un neurótico...
Algún día haré un post de esta neurosis..

Galahan dijo...

A todo esto, me ha gustado mucho tu post. Sobretodo lo del crio. A mi también me pasa, me dan buen rollito y les paso la mano por encima.

Aunque me pasa lo mismo con las personas bajitas en general. Aunque ahí tiendo a disimular...

El Autor dijo...

Vale, lo reconozco. Me he partido de la risa con Txopsuey. ¡Como guionista no eres muy divertido, pero es tan creible lo que de que pegues a los niños cuando no te ven las madres que... joer :-D

Por otro lado. ¡¿Qué es eso de pasarle la mano por encima a los niños?! Me viene a la cabeza la imagen del Papa pasando su mano por encima de las cabezas de las personas, y que lo haga Álvaro -que tiene como rollito místico energético, vale que vale- Pero que también lo hagas tú, Galahad. Me ha dejado de piedra.

Anónimo dijo...

Barbara dijo que por fin ha entrado en tu blog, y que últimamente ha estado tan liada y tan dispersa entre unas cosas y otras que ni se ha parado a mirar a la gente por la calle ni ha tenido el detalle de entrar a leer a sus amigos, pero Bárbara dice que ya está de vuelta.

Bárbara.

Anónimo dijo...

Por cierto, Txopsuey, eso de mirarte con complicidad por coincidir con otro salido (sin acritud), me suena un poco a cuando los coches se tocan el cláxon por carretera porque son de la misma ciudad. Menos mal que en el fondo tú también eres muy... sensible.

Bárbara.

Álvaro dijo...

Bueno, voy por orden. Bienvenida, Marisol, gracias por tu visita. Te la devolveré pronto.

Galahan, ¿coges el metro? supondré que sí. ¿Qué me dices de esa gente que espera en el andén y se apelotona delante de la puerta, ignorando la ley - antes escrita y ahora lamentablemente no - de "antes de entrar dejen salir". Yo salgo entonces juntando los brazos por delante y hago ademán de separarlos de mi paso.

Por supuesto, Txopsuey, a mi sensibilidad no se le escapa la simpatía que desbordan algunas mujeres de la calle (de las que caminan por la calle, quiero decir). Aunque en esos casos mis manos no hacen ningún tipo de gesto.

¿Quoque te, Dani, fili mi? ¿Me estás comparando con el papa?

Anónimo dijo...

Hola Alvardicto XVI. O sea que vas dando bendiciones por la calle. Antes, a los que iban hablando solos por la calle y gesticulando se les tomaba por los locos del pueblo, pero ahora, con lo del móvil, todo ha tomado otra dimensión, hay que fijarse bien en cada caso pues es posible que la gesticulación y la voz tenga un fondo financiero. Los locos de antes viendo el panorama han decidido callarse y no mover los brazos. Es todo muy confuso. Ya no se sabe quién está loco y quién cuerdo.

Lo que no ha cambiado es el complejo de guardia de la circulación, a quién no le gustaría ponerse en medio de la calle y empezar a mandar a los coches y a los peatones para aquí y para allá. Esa sensación de tener el mundo en tus manos es impagable, juegas a ser un Todopoderoso.

Lo mejor de una monja (y puede que lo único bueno) es que si lo lees al revés da jamón. Comprendo que a ti las monjas te inspiren simpatía ya que sueles ir a esquiar con la Asociación de Padres de Alumnos de un colegio de monjas.