martes, agosto 30, 2022

BREVES DE UN LARGO VERANO. A VECES UNO ES LO QUE LES PASA A LOS DEMÁS

En un paseo urbano de dos horas desde Delicias hasta la Avenida de América lo normal es que pase algo. Una ciudad llena de estímulos - personas, animales, coches, escaparates… -, ¿cómo no va a llamarte algo la atención? Esa joven pija en un barrio pijo con pinta de turista internacional de lujo, montada en un patinete eléctrico como deslizándose sin esfuerzo por una ciudad y un mundo que son una alfombra roja tendida ante su juventud, su belleza, su dinero… Uno aventuraría que la vida es fácil para ella, pero quién sabe; como decía aquel culebrón, los ricos también lloran. O quizás es solo una estudiante de intercambio perdida en Ortega y Gasset.

Siempre pasa algo que nos sorprende, como la chica del paseo del Prado del otro día, instalada en una mesa plegable con una máquina de escribir naranja, ofreciéndonos poemas instantáneos. Una retratróspida literaria. Hablamos de las máquinas de escribir; no conocía el origen del tippex, esos papelitos que encuadrábamos delante justo del error para que el tipo dejara su impronta blanca superponiéndose al anterior trazo de tinta…  Si hubiera llevado cuaderno, le habría ofrecido un intercambio - dibujo por poema -, pero no me animé. El precio me pareció caro: pedía la voluntad y yo de eso tengo poco. No hay más que ver el tiempo que llevaba sin publicar nada.

Hoy ha sido distinto. Calle Lagasca; tres mujeres se confabulan para una sesión de fotos. Dos de los roles están claros: la modelo y la fotógrafa. La tercera podría ser una acompañante de la primera, una chica jovencísima de belleza exótica: grandes ojos negros entornados bajo unas cejas poderosas; nariz fina y generosa sonrisa. El óvalo de la cara era precisamente un óvalo, coronado por una melena morena, peinada con raya en medio en todo lo alto, para caer enseguida a ambos lados en dos cascadas onduladas simétricas.  La escena es fascinante, me muero por quedarme de público, pero sería tan raro… Me acuerdo de pronto del cuaderno que llevo paseando en la cartera desde por la mañana con el roller Signo acoplado en la espiral y me entra el ansia de apropiarme de ese momento. Pido permiso como un niño bueno para hacer un retrato mientras la fotografían y la modelo me autoriza alegre e ilusionada.

No ha sido ni de lejos mi mejor trabajo. Es muy frustrante no estar a la altura del modelo que tenemos delante. En mi descargo, alego que la fotógrafa le hacía cambio de gesto y posición cada treinta segundos, y justo después de hacerla seria, la veía sonreír y quería plasmar también esa sonrisa… Como justificando mi presencia hasta el final, le he entregado mis dos intentos con una disculpa y sin la precaución de haberles hecho foto para el archivo. Creo, no obstante, que podría dibujarla de memoria… peor no me iba a salir. Nara, como se ha presentado en el vídeo que también han grabado, ha recogido sus retratos con entusiasta agradecimiento y yo, educado y tímido, le he deseado suerte sin atreverme a elogiarle el encanto que, sin duda, le abrirá muchas puertas.



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