1. TARTA CON CARTA (CUENTO)
El pasado día 1 recibí una tarta individual, de una sola ración en forma circular, con una vela en forma de 1 encima. Simple, de diseño poco esmerado. Seca, de mucho bizcocho y de chocolate amargo excesivamente azucarado. A través del plástico que la envolvía se intuía claramente su fabricación industrial. Pero agradecí el detalle igualmente, siempre es agradable que se acuerden de uno, no siendo para citarlo a un juzgado. Con ella venía un sobre. Era de la empresa que me paga actualmente, y que no acostumbra a mandar cestas de navidad ni ningún tipo de regalos.Dentro del sobre una carta. Logo de empresa, membrete del departamente, data, estimado Álvaro blabla, etcétera, etcétera y en resumidas cuentas una frase:
Feliz cumpleaños y que no cumpla ninguno más.
Y yo, tonto de mí, voy y me emociono.
2. CUANDO SONARON LAS CAMPANADAS, TODAVÍA ESTABA EN PARO (COMENTARIO DE TEXTO)
Me encanta la sencilla estructura del maestro Monterroso: un circunstancial de tiempo para marcar un punto en la historia y un "todavía" dando a entender un largo e incierto pasado de la acción. Me pasaría la vida haciendo cuentos hiperbreves así.
En esta ocasión, además, para menor claridad, se da el caso de que la forma verbal no distingue si es una primera o una tercera persona. Pero es tan misterioso que casi ni dice nada. Podríamos hacer un quiebro en la relación entre los tiempos verbales a modo de licencia poética y conseguir un cuento más real y más literario al mismo tiempo. Hélo aquí: Cuando sonaron las campanadas, todavía estoy en paro.
¿Por qué "estoy", en presente? Porque lo digo desde este momento, ya han pasado unos días desde las campanadas y ese "estaba" podría haber quedado desfasado, pero no. ¿Y entonces por qué hablar de campanadas? Porque son un hito en la línea del tiempo, una puerta a otro espacio, una vuelta a la esquina de la historia, si es que la vida, en lugar de una línea, fuera una manzana (y la muerte, el otro bario, claro está).
Las campanadas son sonoras y ruidosas, visuales, festivas, carnavaleras, un rito mundano que a la vez nos recuerda el paso del tiempo y nos lo hace olvidar. Aún hay más, porque la historia de fondo que nutre este cuento añade un dato más que no quisiera que sonara a queja, pero al que no le falta mala sombra. Mi último trabajo fue la retransmisión de las campanadas el año pasado precisamente.
¿Quién me iba a decir a mí entonces que cuando sonaran las campanadas, todavía estaría en paro?
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Y así, de pronto, cobra sentido este cuento y el anterior. Dos pájaros de un tiro.
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3. CUANDO EL COCHE DEL BUENO ES MÁS LENTO QUE EL CABALLO DEL MALO (DIARIO KÁRMICO)
Recordarán mis lectores habituales que hace unos meses (el 1 de abril, en concreto) conté que los limpaparabrisas delanteros de mi coche me habían desaparecido, probablemente sustraídos, presuntamente por unos desaprensivos. Hemos cambiado de año, pero el karma me persigue. El día 1 por la mañana pude observar que me faltaba la escobilla del parabrisas trasero (apunto en mi agenda mental: comprar limpiaparabrisas). No sé si me la quitarían en la misma nochevieja o si fue antes pero no la eché en falta hasta que cogí el coche y llovió. Eso no importa ahora, sólo quiero fijarme en una cosa: en abril, los de delante; en enero, el de atrás. Me persiguen, sí, pero los estoy despistando.
4. INCONSCIENTE (ENSAYO CLÍNICO)
Me pregunto cuánta consciencia se pierde cuando se pierde la consciencia. Es decir, ¿es uno consciente de haber perdido la consciencia? Y si no lo es, ¿hasta dónde se remonta esa inconsciencia? ¿Conecta con otras inconsciencias de menor escala, como cuando uno se puso al galope de una caballo al que había cinchado sólo por un lado? ¿Y por qué estas preguntas tan a primero de año? Porque me he dado un golpe en la cabeza. ¡Cómo! ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? Sí, tranquilos. Ni me he enterado.
El día de Nochevieja acudía a cenar a casa de mi hermana y al verme en el espejo del ascensor observé una acusada herida en mi cabeza. Larga, pero superficial; superficial, pero ancha, de casi un milímetro. Por un momento me asusté, y mi cuerpo tuvo un pronto de querer sentir dolor, pero no le salió. Ahora con esas. Del susto pasé a la extrañeza: ¿cuándo puedo haberme hecho esto? Y sobre todo: ¿cómo puedo no haberme dado cuenta si era prácticamente una cicatriz de cuatro centímetros? Como siempre que olvido algo, intenté dar marcha atrás mentalmente para encontrarlo. Llegué a un golpe que me había dado por la tarde con una repisa del lavabo al lavarme la cara. Pero no me había hecho mucho daño, y más bien había sido con el pico, no era como para hacer esa perfecta y larga línea recta... El ascensor llegaba a la planta, así que aparqué mis disquisiciones y traté de disimular mi herida con mi tupé de cuatro pelos. Me avergonzaba que me pudieran preguntar cómo me había hecho eso y no saber contestar.
El truco funcionó. Nadie reparó en mi herida. Pero espera: ¿de verdad funcionó? Estamos hablando de una herida incisa contusa en todo lo alto de la frente sólo oculta bajo un débil sombrajo capilar. ¿No sería más bien que me han hecho una delicada operación de cerebro a vida o muerte, que ha salido bien, pero me han borrado el pasado inmediatamente anterior, y que toda mi familia y sus amigos se confabularon para no recordármelo?
Un día después, bajo mi llamativo paraguas naranja que nunca perderé porque si me lo olvido todos recordarán que era el mío, mi pequeño y endeble paraguas que no soporta un embate de viento, observé la forma y anchura de sus varillas, coincidentes con las de mi herida, y recordé haberlo sostenido en alguna ocasión demasiado cerca de mi cabeza. ¿Podría ser que la herida fuera un golpe de paraguas? Eso no lo recordaba. ¿Y que la hubiera causado tan sólo el rozamiento? Qué delicada piel tenemos en la cabeza algunos escritores.
Recuerdo con nitidez la pedrada en la frente que recibí de niño cuando mediaba en un conflicto armado (armado con piedras) entre mi primo, Pelé (un amigo al que llamábamos así) y los nietos de Lorenzo Portal, un vaquero del pueblo de cuando aún pastaban vacas en El Espinar. Si recuerdo un golpe así, sería muy extraño que esta herida hubiera sido causada por un fuerte golpe y que no recordara. Habría que pensar que el golpe que había dejado inconsciente y que no lo recuerdo precisamente porque me dejó inconsciente. Pero qué quieren que les diga, prefiero esa versión a la del paraguas.
5. DIÓGENES Y YO (ENSAYO CÍNICO)
He estado haciendo limpieza. Me gusta terminar el año deshaciéndome de cosas y poniendo orden en casa. Esta vez la tarea ha cabalgado entre el año saliente y el entrante, y entre nubes de polvo, pelusas, gestión de residuos e indultos por si acaso, todo ha terminado prácticamente en una reordenación del inventario y poco más.
Tenía a gala sentirme un joven ecológico y comprometido que separa envases, papel, vidrio y basura y apenas genera residuos para su ciudad, pero he entendido que no. Sí genero basura, claro que genero basura. Lo que pasa es que no la saco.
Y eso de que vivo solo es un mito. Hace ya años que mi síndrome de Diógenes y yo somos pareja de hecho. El día que se muera, heredaré sus cosas y no notaré su ausencia.
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