Mi comunidad actual es, y toco madera, una balsa de aceite. A las juntas faltan la mitad de los vecinos, pero el resto siempre estamos y solemos estar de acuerdo. El martes tuvimos un escuetísimo orden del día: aprobar cuentas, aprobar presupuestos, cambio de contadores de agua, cuestiones sobre las bombillas de la comunidad y renovación de junta de gobierno. No hubo discusiones, sólo información, algún intercambio de impresiones, y listo. Incluso el siempre problemático punto de la presidencia de la comunidad se resolvió bien. Un vecino eligió voluntario a otro y se erigió él mismo como vicepresidente. Hay que decir que, esté quien esté, ellos siempre echan una mano. Desempeñaron el cargo hace años durante varios cursos seguidos, pero se borraron por un incidente con una vecina que demandó a la comunidad por un malentendido con los anteriores administradores. Cambiamos de administradores, la vecina fue presidenta, y ellos la ayudaron como a todos. Todo ha vuelto a la normalidad.
La junta duró una hora. Fue en un salón parroquial lejos de la casa y volvimos todos juntos, dando un paseo y charlando amigablemente.
Reconozco que hubiera sido más gracioso describir enfrentamientos, insultos, los argumentos absurdos y enquistados de unos vecinos contra otros, pero no fue así, y lo prefiero. Y lo agradezco. Estas cosas también hay que decirlas, no todo va a ser la crisis.
1 comentario:
Qué suerte tienes, amigo. La de mi mujer es la casa de los horrores... pregúntale a Adolfo que son vecinos.
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