martes, mayo 30, 2006

ELLA NO ERA ASÍ

Ayer vi "Juana la Loca" de Vicente Aranda en la tele y recordé una anécdota. Hace unos años, cuando la estrenaron, coincidí en el cine con una vecina de mi casa, una mujer mayor. Yo iba a ver una comedia ligera y ella a "Juana la Loca". Unos días después, coincidí con la vecina en el portal de casa y, por tener una conversación algo más personal, le pregunté qué le pareció la película. "Bien", me dijo, "pero ella no era así". Me quedé pasmado y no me atreví a preguntar nada más. No había visto la película y no sabía cómo retrataba a Juana la Loca, pero, francamente, tampoco tenía una idea preconcebida de cómo podía haber sido esta mujer. Quizás mi vecina tenía más inquietud histórica que yo, y había leído libros sobre el particular, aunque lo dudo. Y, con todo, cualquier cosa que se diga de un personaje histórico se hará a partir de los escritos que otras personas hayan hecho sobre el mismo. Si ya es difícil conocer a una persona con la que convives, imagínate a una que vivió hace siglos. Sin embargo, la frase de mi vecina creo que es muy representativa de nuestra actitud ante las cosas. La realidad o (como dice un amigo) confirma nuestros prejuicios o es mentira. En este caso, la imagen de Juana la Loca no coincidía con la que tenía de ella mi vecina, así que su opinión sobre la película era, sencillamente que "ella no era así".

viernes, mayo 26, 2006

HOY, PROGRAMA DOBLE

Improviso hoy un nuevo formato: un solo post y dos temas. Pensé que iban a ser tres, pero se me ha olvidado el tercero. Dada la desigualdad de longitudes, y siguiendo con el símil cinematográfico, consideremos la primera nota el "corto" previo y a la segunda la "peli" propiamente dicha.

LOS AMIGOS DE MIS AMIGOS SON AMIGOS DE OTROS AMIGOS MÍOS.

Da vértigo pensarlo, pero nuestros amigos tienen vida propia, conocen a gente por su cuenta sin que nosotros lo controlemos ni tan siquiera a veces lo sepamos. Me informa ahora una amiga de que un antiguo compañero de piso y amigo suyo conoce a otra amiga mía. Ambos me conocen, pero no se han conocido por medio de mí. Qué pequeño es el mundo y qué prescindibles somos.

EL CÓDIGO DA VINCI

Desde que me puse a trabajar muchas horas y empecé a no disponer de tanto tiempo para leer, fui prefiriendo el relato corto al novelón y, desarrollé una especie de "tochofobia" (manía a los libros voluminosos), que aliada con una "popfobia" (reticencia ante lo excesivamente popular), han dado como resultado una "best-seller-fobia".

Todo es justificable. La tochofobia, porque en mi adolescencia, me tragué "La Montaña Mágica" , como si fuera un plato nuevo y extraño (si no te lo terminas en la comida, te lo pongo a la merienda, y, si no, a la cena, y, si no, para mañana... y así varios meses), y creo que no le saqué la sustancia. Al menos, vi que la tenía. En cuanto a la "popfobia", llámenme elitista o esnobista, pero pienso que algo que le gusta a la mayoría de la gente no puede ser malo, de acuerdo, pero tampoco demasiado bueno. Al contrario que un antiguo eslogan de no sé qué producto que rezaba "millones de personas no pueden estar equivocadas", pienso que lo más probable es, precisamente, que lo estén.

Por todo ello, no sentí ninguna curiosidad por leer el código Da Vinci hace un par de años cuando empezaba a ponerse de moda, ni me parece prioritario ver la película. Debo de ser, por tanto, la persona que menos sabe de esta historia en el mundo civilizado. Y sin embargo, viendo la tele (ahora ya no parezco tan esnobista, ¿verdad?), no hago más que encontrarme debates en torno al libro y la película de marras. Por lo que deduzco, el mayor interés de todo el asunto se centra en si Jesús tuvo descendencia con María Magdalena. ¿Estamos locos o qué? ¿Qué más da? Si Jesús fue una persona realizada, el haber mantenido relaciones sexuales ni le quita ni le pone nada. Y en cuanto a los hipotéticos descendientes, ¿qué pasa? ¿Que los hijos del "Hijo de Dios", son "nietos de Dios", y de alguna manera "semidioses"? ¿O la cosa es que alguien nos oculta información? Si la información la queremos para ponernos a hacer "Salsa Rosa" de la Historia, diré que hasta me parece bien. No obstante, no he leído el libro ni he visto la película, así que, seguramente, estaré equivocado.

miércoles, mayo 24, 2006

¿Y SI NOS COLAMOS NOSOTROS?

Parece que el tema de las coladuras ha levantado ampollas. En estas "reglas del juego" no escritas, cada uno cree que su interpretación es la válida. Me pasó una vez en un supermercado, cuando estaba pagando, que una mujer (no es misoginia, es que es así), voceó con mal tono algo como "gracias por guardarme el sitio". Yo no sabía de qué me hablaba, la miré y aguanté un rapapolvo con la mirada de Robert de Niro que sugiere Txopsuey. Querido amigo, eso da igual: esta gente no va al cine. Parece ser que delante de la caja había dejado una cesta de plástico con su compra y se había ido a por algo que se le había olvidado. Ella no estaba cuando yo llegué, y la cesta ni la vi. Aunque hubiera sido absurdo no entrar a pagar por esperar a un fantasma. Y sin embargo, ella daba como ley que basta un objeto para guardar el puesto. Creo que todos coincidimos en que eso sólo puede ser válido - si lo es - si llegas antes de que le toque el turno al siguiente. No sería lo mismo si dejas en tu lugar a otra persona que puede ir pasando la compra e incluso pagar. Ya te arreglarás tú con ella. Por eso hacer la compra uno solo es más complicado. No se te puede olvidar nada. Si no, mala suerte.

Recuerdo mis angustias de pequeño cuando me mandaban a por un recado a la frutería. En otros sitios, basta con que te fijes en quién está antes que tú, y la cola circula fluida y armoniosamente movida por las reglas de la educación y la cortesía. Aquí como se te olvidara pedir la vez se te colaba hasta el Tato. En un ambiente tan hostil, uno aguantaba estoico las interminables tertulias personales de las mujeres con el frutero mientras improvisaban qué podían ir queriendo. Y tú, que tenías superclaro que querías sólo una ramita de perejil y dos limones, aguantando una hora. Luego, para más inri, te decían: ah, si querías sólo eso, haberlo dicho. Decididamente, el gran invento del siglo XX es la máquina de turnos.

Pero la máquina de turnos también presenta su casuística. No ignoraréis, claro, que hay personas que cogen un turno en un puesto, en otro y en otro, y esperan sólo en aquel donde prevén que les llegue antes la vez, para aprovechar el tiempo. Nada que objetar. Pero, ¿y si se les pasa el turno de otro puesto? ¿Puedes, con el 82, pedir después de que hayan atendido al 83, colándote al 84 que ya se frotaba las manos? Y si es así, ¿hasta cuántos números?

Me distraigo de mi propósito. Después de las iras suscitadas sin pretenderlo (yo mismo no las sentí tan fuertes) con el artículo anterior, quería reflexionar si uno mismo no recaerá o habrá recaído alguna vez en pecados similares. Por ejemplo, en el coche. Uno está en un carril de incorporación a una vía atascada. La norma indica esperar a que pase la fila, aunque el sentido común no lo recomienda (no pasarías nunca). ¿Qué hace uno? Ir asomando el morro hasta que la presencia de tu vehículo en la vía principal sea un hecho consumado. ¿Coladura o no? En mi defensa y justificación, diré que cuando estoy en la vía preferente, asumo y llevo a término lo que he venido en llamar el "efecto cremallera". He observado que, de forma orgánica, se va produciendo una especie de turno: pasa uno de la incorporación, uno de la principal, uno de la incorporación, uno de la principal... Evidentemente, esto se forma en parte gracias a la cortesía de los vehículos con preferencia y en parte por la osadía de los otros que van metiendo la cabeza. Yo asumo este efecto cremallera desde ambos lados sin colgarme medallas en un caso ni sentirme culpable en el otro.

Pero, acerquémonos más a los casos propuestos en el post anterior. Tú haces la compra y se te olvida una tontería (a la del otro día no era una tontería lo que se le había olvidado, pero en fin); se te ha olvidado comprar, por ejemplo, una cabeza de ajo. Vuelves a la frutería. Ya antes habías esperado una cola antes de atenderte. ¿Esperarías cola otra vez, o tratarías de exponer tu caso? Y si lo expusieras, ¿lo harías como pidiendo un favor o como asumiendo que te lo van a hacer? Lo paradójico es que el que materializa el favor es el frutero, pero quienes realmente te lo hacen (queriendo o sin querer y sin que nadie les pregunte) son los otros clientes.

¿Y en el teatro? Llegas pronto, compras las entradas, te sientas a tomar algo. Cuando te quieres fijar, ves que se ha formado una cola importante delante de la entrada. Toda (o casi toda) esa gente ha llegado más tarde que tú. Eso sí, no se han sentado tranquilamente, se han currado la espera de pie. Pero, realmente, ¿iríais humildemente desde la cabecera del vestíbulo donde están las mesas, hasta el final de la cola para poneros en vuestro sitio? ¿O más bien intentaríais ir buscando un hueco? Es difícil saberlo. ¿Os habéis puesto a tomar algo a sabiendas de que había una cola aparte u os ha pillado de improviso? Yo, si me hubiera sucedido sin darme cuenta, seguramente hubiera tratado de colarme discretamente, sin pretender ser el primero de la fila y sin pretender tener razón si alguien me lo afeaba, pero creo que lo hubiera hecho. Es parecido a cuando vas en coche y empiezas a ver una cola de coches a la izquierda o a la derecha, y tú sigues circulando, adelantando a todos los que están parados. De pronto, te das cuenta de que la cola es para tomar tu salida o incorporación y que, realmente, deberías haberte puesto el último y tragarte la retención. En este caso no se puede retroceder, de modo que no hay otra que colarse. Cuando eres tú el que espera y lleva media hora para recorrer un kilómetro, tiendes a pensar mal del que quiere colarse casi al final, pero hay que recordar que, por ignorancia, despiste - y a veces por llevar prisa, reconozcámoslo - uno también lo ha hecho. Pensad en ello y veréis con menos odio a los que se os cuelan. Ellos son vosotros.

Queda, por último, hablar de esa trampa que hemos hecho todos y por la que no sentimos ningún tipo de remordimiento: la de colar a alguien. ¿Por qué nos parece tan mal que una persona se cuele a título individual, y toleramos, sin embargo, que la cuele otra persona? Como si el orden en una fila fuera una propiedad con la que negociar. Vamos a ver, si yo estoy el tercero y cuelo a la que está la décima porque la conozco y le tengo simpatía, yo puedo asumir perder un puesto y esperar un poco más, pero ¿por qué puedo obligar a perderlo a las otras seis personas que estaban entre nosotros? La cosa es más grave cuando el producto de la cola es escaso. Quedan diez entradas para los diez primeros. Si yo cuelo a alguien, puede ser que deje sin entrada a alguien que había llegado antes que mi beneficiada. ¿A que no habíais pensado en ello? (Por eso, Liuva, aunque te lo dije en los comentarios, creo que si nos encontramos en una cola no debería colarte. Ni tú a mí. Ya tendremos tiempo de hablar después).

El que esté libre de pecado... (no sé por qué, pero me temo que hoy me vais a lapidar).

lunes, mayo 22, 2006

GENTE QUE SE CUELA

Escribí una nota sobre el sábado sin pararme a hacer una asociación al menos tan casual como la editada. En el mismo día, dos mujeres (tres en realidad) se me colaron. Cada una con sus razones y con toda seguridad creyéndose en posesión de la verdad. Pero se me colaron. Una, favorecida por la dependienta de un comercio con un dudoso sentido de la justicia. Fue, pues, realmente, la tendera quien la coló, pero el resultado es que se me coló. Y en orden a romper este círculo obsesivo, quizá sea mejor que haga el relato concreto de ambas coladas.

Pollería. Una y pico (y pata) del mediodía. Entro a comprar media docena de huevos. Hay dos personas atendiendo, pero me toca esperar. Se va una señora, atienden a otra, y se me despierta la impaciencia. Yo soy el siguiente. Mientras la despachan, entra una mujer. No me parece que sea la que se acaba de ir (pero aunque lo fuera). Aparece teatral y, con muchos aspavientos, dice que qué loca está, que se le va la cabeza, y que se le ha olvidado comprar algo. Así recuerda a clientes y dependientes que ella "ya ha estado allí". Yo me temo lo peor. Me temo lo peor muchas veces, y la mayoría de ellas no llega a suceder, así que, junto con lo peor que me temo, también me espero que ocurra lo correcto; es decir, que al terminar con las clientas que están comprando, me despachen a mí, y, en cuanto hayan terminado con los que estábamos antes, por fin se dediquen a la mujer olvidadiza cuyo turno, por cierto, ella misma había dado por cerrado con anterioridad. ¿No parece razonable? Lo peor que me temo es, por supuesto, que se me cuele. Y se me cuela. La cuela en realidad, ya lo he anticipado, la dependienta, que se dirige directamente a ella. Me parece inaceptable. Podría, por supuesto, haberle dicho algo, pero me pone nervioso reaccionar en estas situaciones en las que no cabe la razón. Quizás hubieran respetado mi turno; quizá no; quizá, en atención a que sólo quería media docena de huevos, me hubieran despachado, en plan favor (inaceptable también, pero me hubiera valido). El caso es que, paralizado, esperé que el olvido de la doña hubiera sido escaso (uno olvida comprar el perejil, no las patatas), pero no pintaba: empezó con un pedido de mayorista y tono de enumeración, y, como antes, volví a temerme lo peor. Y ahora sí era seguro: estaba en racha. Así pues, sancioné a la pollería con mi castigo callado y me fui. Di la espalda a un lugar donde acababan de ofenderme con una tonta injusticia. No soy tan ingenuo como para pensar que los dependientes captaron mi mensaje. Pensarían que, al igual que la señora olvidó comprar algo, yo habría recordado de más, y que en realidad no necesitaba nada. Ahora veo que en la vida todo es riesgo e inversión, hasta en la compra. Para conseguir seis huevos, debería haberle echado un par y, aunque hubiera parecido redundante e incluso paradójico, no debería haberme cortado en montar un pollo en la pollería.

Y luego a la tarde, en el teatro. Voy invitado por la actriz principal (espléndida en su papel Esperanza Elipe, reitero la recomendación: Café, sala Cuarta Pared, calle Ercilla, 17, Madrid), quien me dice que tengo que estar al menos media hora antes para recoger las entradas y me advierte de que éstas son sin numerar y conviene guardar cola un rato para entrar pronto y escoger buen sitio. Obediente a sus recomendaciones, estoy a las ocho y cuarto (la obra es a las nueve), y espero fuera a que llegue mi acompañante.

El vestíbulo del teatro es profundo y amplio. Junto a la puerta de acceso a la sala hay un bar y unas mesas con sillas para tomar algo mientras se espera. Nosotros rehuimos la comodidad y nos quedamos de pie, pendientes de tomar una buena posición en una cola aún no formada. Me parece de mal efecto pegarme a la puerta, aunque hubiera podido. En cuanto vemos que un grupo de personas se arremolina en primera fila ante la entrada, tomamos la segunda posición. A continuación, tras nosotros y un poco al lado se va formando una cola informe que no transmite mucha seguridad sobre el puesto que uno ocupa. No obstante, sí parece que será suficiente para conseguir un asiento centrado. No bien se abren las puertas, las "cigarras" comodonas que eligieron esperar sentadas en las mesas sin hacer cola se ponen de pie como un solo hombre y vienen a invadir las posiciones que como "hormigas" laboriosas nos hemos trabajado otros de pie. La chica de la sala que ha abierto la puerta nos pide paso a todos para dejar entrar a un hombre mayor que viene de las mesas caminado con dificultad. Me parece correcto. Eso sí. No tanto el que, tras él, dos gordas quieran aprovechar el carril abierto como un coche espabilado que siguiera la estela de una ambulancia urgente en medio de un atasco. La primera nos ha adelantado ya por la derecha, mientras que su amiga se mantiene a nuestro lado, en una especie de incorporación con ceda el paso que, obviamente, no se la ve dispuesta a respetar. La fila avanza y nosotros tratamos discretamente de avanzar con ella. La mujer, haciendo palanca con el codo en nuestro espacio personal, se cuela. Podéis creerme que lo asumo y no me importa. Pero, y aquí viene lo gracioso, cuando mi amiga constata: "Se nos ha colado por todo el morro", y yo lo ratifico con resignación "¿Qué iba a hacer, no iba a empujarla?", nos encontramos con que la doña ha seguido nuestra conversación, y una vez dentro, se justifica airada: "Perdona, pero yo no me he colado, que cuando yo he venido no había nadie". Bonito razonamiento para una persona que, además de llevar cuarenta y cinco minutos en el teatro, ha guardado veinte de cola. Eso le contesto: que cuando he venido yo tampoco había nadie, pero que, además, me he puesto a la cola (que es lo que hay que hacer). Por supuesto, no la convenzo, ni lo pretendo. Sólo faltaba que por hacer entrar en razón a una aprovechada de la vida, perdiéramos nuestra capacidad de elección de sitio, tan justamente ganada. La obra es muy ágil y divertida y hace olvidar el incidente. Pero, en algún lugar de la mente, se me queda grabada una pregunta inquieta: ¿por qué estas personas, además de morro, quieren tener razón?

domingo, mayo 21, 2006

ENCUENTROS PROPIOS Y DELEGADOS

Ayer, mientras espero a una amiga en el teatro, observo a la gente. Miro a las chicas sin preocuparme de si lo hago demasiado fijamente. Una me devuelve la mirada y se me queda mirando más fijamente que yo. Casi me asusta, como si me reprobara. En realidad estoy hablando de segundos. La chica en cuestión me pregunta, como identificándome: ¿Fernando? Qué alivio, no es que yo la haya mirado impertinentemente; es ella la que me ha mirado a mí, creyendo conocerme. "No", le digo, "te has debido de confundir". Ella se justifica, un poco cortada: "Es que eres idéntico". Y, yo, por aliviarle el apuro a la mujer, y por decir algo, suelto sin pensar: "Tengo un hermano que se llama Fernando, eso sí". Lo digo como una anécdota, como una casualidad: ese nombre está en mi vida. Pero es el de un hermano como podía haber sido el de mi padre o el de un perro; es decir, que no lo digo creyendo que eso vaya a solucionar la confusión. Ella sí agarra el cabo: "¿y vais por El Espinar?". En efecto, el Fernando al que ha reconocido es mi hermano. Mi hermano que nunca ha llevado barba, como la llevo yo ahora, que no acostumbra a llevar gafas, como hago yo siempre, y que, desde luego, tiene una nariz más grande que la mía, que ya es decir. "Pues sí, claro, de El Espinar". Ella se identifica, enumera amigos comunes de mi hermano y ella, y sale airosa. Y yo me quedo flipado de que, en ausencia de propios, se me presenten encuentros delegados. Luego, porque la cosa no quede así, me encuentro a una conocida propia, guionista de Globomedia. Esa es mi auténtica coincidencia de la tarde.

Me remito ahora al tema con el que comencé mi blog: los parecidos. A mí me sacan muchos parecidos, y no es (no creo) porque tenga una cara demasiado estándar. ¿Es normal que a uno, fuera de las asociaciones familiares (te pareces a tu padre, a tu madre, a tu tío o tu abuelo) le saquen tantos parecidos? En un programa de televisión en que trabajé había una sección de anónimos parecidos a famosos. Un día la hicimos con los compañeros que trabajábamos. Hubo a quien se sacó un parecido más o menos razonable y a quien no hubo manera. Yo hice cinco apariciones: con barba, como El caballero de la mano en el pecho, Cervantes y don Quijote; afeitándome el bigote, y de perfil, emulé a Lincoln, y quitándomela del todo y ayudado de una camiseta de rayas, era Wally (el de ¿Dónde está Wally?). Me han sacado parecidos a mi padre y a mi abuelo materno (al que no conocí, pero por las fotos no me encuentro el aire), al actor John Turturro, a Franco Battiato (de hecho, en un blog amigo me han puesto como nombre para el enlace "El que se parece a Battiato"), recientemente al personaje de Bernardo de Camera Café (y en consecuencia al actor que lo hace), y ayer (no es la primera vez) a mi hermano. ¿Puede alguien igualar este record de parecidos? Ahí va ese reto. Descuento los parecidos anónimos al primo de alguien o al amigo de alma de otro alguien y retiro también, si queréis, los parecidos familiares, que al fin y al cabo, quien más quien menos los tiene igual. Y, por lo demás, quede constancia de este párrafo en sustitución de la foto de carné que no he puesto adornando mis datos personales en el blog.

Por cierto, a los que estéis en Madrid, os recomiendo la obra "Café", en la Cuarta Pared. Mucho ritmo y mucho humor. Un pelín estirada, quizá, como si terminara dos veces, pero se ve con agrado.

viernes, mayo 19, 2006

¿CUÁNDO TERMINA EL PASADO?

El pasado ha pasado y lo único que existe es el presente, pero el presente también pasa y el pasado, a veces, se hace presente.

Aunque hoy precisamente sí me he encontrado con una persona conocida (la conocía poco, esa es la verdad), mi característica encontradiza de que a veces alardeo lleva un tiempo de capa caída. Últimamente cuando camino por la calle o en el metro no se me da con la misma frecuencia eso de encontrarme con amigos, familiares, amigos de amigos, amigos de familiares, familiares de amigos, profesores, condiscípulos, compañeros de trabajo, jefes u otros conocidos de diversa índole. En compensación, se me presentan dos tipos distintos de encuentros:
- En un blog, encuentro (o me encuentran) de forma inopinada personas desconocidas que de otra manera hubiera sido difícil encontrarme en la vida.
- Suena el teléfono, y alguien del pasado vuelve a hacerse presente. Esto segundo me ha sucedido tres veces en lo que va de mes. Qué digo tres; hasta cuatro (O cinco, si tomamos un mail recibido hace más tiempo).

El primero se presentó precisamente como un "vestigio de mi pasado", lo cual así dicho da un poco de susto. Era un antiguo compañero de trabajo. Calculamos que haría unos catorce años desde que trabajamos juntos por última vez. Alguna vez nos habíamos visto en pasillos de Antena 3, pero aunque conservamos la estima profesional el uno del otro y un cierto sentimiento de cercanía, no era una amistad que hubiéramos cultivado. Me llamaba para pedir mi opinión sobre un proyecto de televisión. Dejo aparte el halago y la extrañeza por sentirme buscado como punto de referencia. De salir adelante el proyecto, necesitaría una persona que hiciera un trabajo similar a algo que yo, en su día, hice en ese programa que compartimos. Eso puede explicar la llamada. Y la verdad es que sería divertido.

Curioso es que este amigo es muy amigo de unos conocidos míos, y sin embargo no nos relacionó y removió Roma con Santiago para encontrar mi teléfono. Es agradable saber que en algún lugar entre estas ciudades el número de abonado de uno puede ser localizado. No estamos tan perdidos.

Otra llamada, una humorista cuentachistes y también actriz que intervino como tal en el concurso de chistes de más repercusión en que he participado. De este programa hace menos tiempo (unos doce años), pero hemos coincidido más veces, y había sabido que andaba tratando de vender un proyecto de ficción. Y en eso anda, y por eso también me buscaba: para que le echara un vistazo y lo puliera (Me maravilla la imagen que los demás se crean sobre uno). En todo caso, no dispongo de tiempo para ello, así que no acepté el encargo.

Otro: mi primo. Uno tiene muchos primos, pero siempre hay uno de edad coincidente (o casi). En mi caso, son dos. Ambos nacieron un año después que yo, y con dos días de diferencia (entre ellos), pero uno vivía en el norte (y ahora en el sur) y no nos hemos visto nunca con demasiada asiduidad. Así pues, si digo mi primo es Guillermo. Desde los tiempos de la adolescencia empezamos a distanciarnos y a tener otros amigos y otras vidas, y tampoco hemos cultivado la amistad. ¿Cuánto tiempo podía hacer que no nos veíamos? Igual dos años, a lo tonto. De ahí la sorpresa. Sí habíamos tenido entre medias un par de encuentros "desencontrados". Por un azar desconocido compartimos el mismo homeópata (o sea, que al final, no nos diferenciamos tanto), y una vez estando él en consulta, por otro azar, salió mi ficha en el ordenador y él vio mi nombre. Como si hubiera visto un fantasma. Recientemente, a mí me pasó parecido: estando en consulta yo, su ficha estaba sobre la mesa. Se ve que en ambas ocasiones los dos fuimos el mismo día, pero a distintas horas. Si eso tenía que significar algo, mi primo fue quien recogió el testigo y me invitó a su cumpleaños el sábado pasado. Conocí su casa en el campo y a sus niños, a quienes tampoco había visto apenas. (Tuvimos hace tiempo otro encuentro similar, cuando una amigo me mandó un correo masivo y, entre las direcciones de los destinatarios, vi su nombre y apellido: era él. Y sí, soy un cotilla, que leo los nombres de los destinatarios de los correos que recibo; ¿cómo, si no, va uno a encontrarse con tanta gente).

Más. Siguiendo con cumpleaños. Rosa y Carlos, mis dos primeros compañeros de trabajo (años 88-92, más o menos). Rosa cumple el 15 de mayo, fecha señalada y fácil de recordar. El domingo me acordé y pensé en llamarla al día siguiente. Vano propósito: se pasó el día sin volverme a aparecer la idea. Pero por la noche suena mi teléfono, y es Carlos. Se ha acordado también y la ha llamado, no está en casa y le ha dejado un mensaje en el contestador, y, ya que se ha puesto, ha dicho: pues voy a llamar a Álvaro. Y nos ponemos al día el uno del otro (lo mío es rápido, la verdad). Después se me ocurre llamar a Rosa, que ya ha llegado, y cierro el círculo, no sin reconocerle el mérito del recuerdo a Carlos, que no me gusta colgarme las medallas de otros.

No creo que ninguno de estos encuentros vayan a tener excesiva significación en mi vida ni que le aporten un nuevo rumbo, aunque quién sabe. En todo caso, se da uno cuenta de que su pasado empieza a tener una cierta longitud, una cierta consistencia, y que nunca sabes por dónde te va a salir. Y puesto que cualquier persona que haya aparecido en tu vida puede volver a salir, más vale estar a bien con todos, por la cosa del karma (que en español traducimos como "no la hagas y no la temas"). Sed buenos.

martes, mayo 16, 2006

FUSIONES

Dejo en mi post anterior la evidencia exhibicionista de mi propia torpeza, al tiempo que una pequeña constancia en mi vida y en mi blog de esas "pérdidas" de las que hablaba otro post más atrás. Por hablar de los links, los he perdido, y mis dos últimos temas se han fundido en un pequeñito acontecimiento ligeramente desquiciante. Para este "hombre pulga", la desobediencia informática es otro perro más. Me pediría el cuerpo eliminar el blog de los links y la vergonzante frase: "he aprendido a ponerlos". Puestos estaban, pero, tal y como me indicó un visitante, no funcionaban. Tratando de corregirlos, sólo conseguí hacerlos desaparecer y que dejara de operar correctamente el único que estaba bien. Ni siquiera el intento bienintencionado de otro visitante (dándome las instrucciones ya escritas sólo para copiar y pegar) ha dado resultado. No descarto volverlo a intentar el día de mañana (el día de mañana como frase hecha, se entiende). Me pediría el cuerpo, digo, eliminar el blog como si nunca lo hubiera escrito, pero al menos ahí quedan indicados y recomendados estos amigos de blogspot: loctary.blogspot.com
humoradas.blogspot.com
lanavajaenelojo.blogspot.com
vicisitudysordidez.blogspot.com
http://www.carlosvalles.com/
y, por supuesto, del que no había hablado todavía: http://www.klikowsky.com/,
la página de la telecomedia de ETB en que servidor colabora. Ahí va la reseña: un argentino enamorado pasa del cosmopolitismo tecnológico y postmoderno al ambiente rural y tradicional vasco. Enamorado de su novia y puteado por su suegro, logra hacerse un hueco en la comunidad, y hasta se lo pasa bien. Nosotros, por lo menos, nos divertimos escribiéndola.
Recomendaría también los desechos de Jacobo Bergareche que me aficionaron al mundo del blog, si mi amigo no hubiera cerrado la página.
Saludos.

sábado, mayo 13, 2006

MIS LINKS

Me costó aprender a hacerlo, pero lo conseguí. Desde hace algunos días, ya tengo links, con lo que puedo corresponder a quienes me incluyen como referencia en sus blogs y recomendar a otros que también me parecen interesantes. Y puesto que últimamente no me sé organizar bien y estoy escribiendo demasiado espaciado, creo que es oportuno hablar un poco de mis direcciones favoritas para que el visitante que entre en la Columna de Juguete y no encuentre novedades, pueda reconducirse a estos otros blogs (algunos más regulares que el mío; otros menos) con un poco de conocimiento de causa.

DANI es un buen amigo; su blog, LOCTARY, es cercano al diario personal; escribe habitualmente en primera persona de sus problemas y de sus ilusiones con el trabajo o con la obra de su casa (se la están reformando, pero parece que se la estuvieran construyendo de cero). Entre tanto, nos plantea temas de reflexión como, últimamente, los prejuicios que tiene que sufrir un hombre viudo y mayor por tener una relación con una mujer a la que dobla la edad, o si (como plantea Un mundo feliz ) no sería preferible vivir en una ignorancia feliz en lugar de ser conscientes sufriendo. Eso sí, si quieres comentar algo en su blog, no se te ocurra decir nada en contra de la abominable trilogía de "El señor de los anillos" o de la divertida serie de animación "Los Simpsons".

HUMORADAS es un lugar lleno de cultura y erudición aplicadas al arte de hacer reír. Aún no sé por qué casualidad de la vida, su autor - ENRIQUE GALLUD JARDIEL, me visitó en una ocasión. Encontrar de nuevo los nombres de Enrique y Jardiel, aunque fueran separados por un Gallud, despertó mi interés y curiosidad. A quien no lo sepa, le diré que Enrique Jardiel Poncela ha sido el más grande humorista que ha dado España, entendiendo humorismo en el sentido literario e incluso filosófico del término, y no del significado de cuentachistes que actualmente se le da. El blog de Gallud es un desafío al ingenio. Lo pasaréis bien.

Al autor de LA NAVAJA EN EL OJO - no doy su nombre porque no lo he visto publicado, y de hecho ese masculino debe tomarse como forma no marcada - lo conozco personalmente. No mucho, esa es la verdad, pero no ha sido un encuentro virtual causal en plan: andaba yo por la selva de los blogs, de linkana en linkana, como Tarzán, y llegué hasta aquí. Pues no. El blog me gusta. Da una sensación de claridad y de orden, aunque tiene tantas secciones literarias que uno se perdería. Allí fue el primer sitio en que entré y no lo he explorado al máximo, pero sí lo suficiente para recomendar sus microrelatos. La fantasía y la imaginación no está reñida con la síntesis y la concreción. En los posts que cuelga casi a diario "La navaja en el ojo" nos propone temas de reflexión y conversación, de una forma muy sintética, clara y concreta, y me recuerda que yo, cuando me pongo, me enrollo demasiado.

Aunque no lo tengo en link, porque sinceramente tiene menos que ver conmigo, sí aprovecho para hablar de VICISITUDYSORDIDEZ, también en blogspot, que conocí el mismo día que a la navaja. Vaya por delante que su estilo ingenioso, excesivo, locuaz y un poco desmesurado resulta altamente divertido. Pero tienes que echarle un rato largo (un poco como a mí). Por lo que he leído, trata temas de música rock, heavy y demás (igual me equivoco, tampoco lo he explorado del todo). Lo último que he visto ha sido un test para descubrir qué tipo de "cock-rocker" eres, y creo que no soy ninguno. A mí lo que me pasa es que no controlo nada de eso, y aunque pueda despertarme una sonrisa constante su barroquismo criticón, en el fondo no me entero de nada. Pero echadle un vistazo.

Por último CARLOS VALLÉS, que no es exactamente un blog, sino una página web y no tiene abierta una sección de comentarios, aunque sí le puedes escribir. Para entrar, os tenéis que despojar de todos vuestros prejuicios anticlericales. Llamadme meapilas si queréis, pero aquí me atrevo con dos cojones a recomendaros la página de un cura jesuita que ha trabajado mucho en la India, y que, entre anécdotas personales y bromas zen (sección "os cuento"), nos hace reflexionar sobre la condición humana y sus posibilidades. La cambia el 1 y el 15 de cada mes.

Ahora, cuando me retrase en cambiar mi blog, ya me quedo más tranquilo de que os dejo en buenas manos.

viernes, mayo 12, 2006

PÉRDIDAS

Hay un best-seller folletinesco ambientado en la Edad Media que es el libro favorito de un amigo mío. Una vez me lo regalaron y no desprecié su lectura. Reconozco que la historia te atrapa y quieres saber qué pasa con los personajes: la dama corajuda, el hombre de Iglesia, el artista, el malo malísimo... Toda la historia está jalonada de construcción y destrucción, consecucines y pérdidas, ascensos y caídas... en fin, las típicas cosas que en una novela dan la vida, pero que uno en la propia preferiría mantener alejadas. Nadie quiere tener una vida de novela y pasar del éxito al desahucio de la noche a la mañana.

Me chocó mucho esta cuestión: la inseguridad, sobre todo económica, pero también social y familiar. Un hombre se queda sin trabajo y cuando se traslada con su familia a otro pueblo a buscar un empleo, le asaltan y le roban los pocos ahorros que tenía. Y su mujer se muere. Pero se busca la vida y con el tiempo vuelve a casarse, hace dinero y se hace una casa. Es como si para "volver a empezar" hubiera que desposeerse de todo lo anterior. Si así fuera, ¿cuántos se atreverían? Un noble es asaltado, lo asesinan y toman su castillo. Su hija, hasta entonces una dama, lo pierde todo: techo, familia, posición social, dinero. Pero se busca la vida, se convierte en mujer de negocios, gana dinero, y vuelve a ser, ahora por mérito propio, una importante personalidad de su pueblo. Ambos personajes volverán a perderlo y ganarlo todo al menos una o dos veces más, en medio de un continuo de incendios, destrucciones, desastres y tragedias que interrumpen sus vidas cada vez que parece que hay calma y estabilidad.

A nosotros nos da vértigo no tener trabajo fijo y no saber a ciencia cierta si dentro de tres años, dos o seis meses tendremos un sueldo que llevarnos a la cuenta corriente y a la hipoteca. Y sin embargo, la mayor parte del mundo vive instalada en esa inseguridad e inestabilidad que son inherentes a la vida. La vida es cambio, y nosotros nos empeñamos en forzarla para que sea siempre igual, estable e inmutable. Es comprensible y lícito hacerlo hasta donde uno pueda. Pero si nuestro refugio está en el trabajo, en el sueldo, en el dinero, en la salud, en el respeto social o en tener una familia o una pareja, al final nos estamos engañando: estamos a la intemperie porque sólo nos tenemos a nosotros mismos.

Yo siento fobia a cualquier tipo de pérdida de dinero. Quisiera darle a todo lo que entra el uso y rendimiento óptimos, pagar el precio mínimo por las cosas y sacarles la máxima utilidad. Una especie de "ley del mínimo esfuerzo" económica. En términos médicos, por cierto, se llama economía al conjunto armónico de los órganos y funciones fisiólogicas de un cuerpo. O sea, que "economía" es, simplemente, el buen funcionamiento natural de las cosas. Pero qué difícil es que nunca te timen, que nunca pierdas una moneda, que todo el dinero que prestes te sea devuelto, incluso que te guste todo lo que te compras o que si inviertes en algo, tenga la máxima revalorización. Y luego, por muy ahorrativo que quiera ser uno, ya sabéis lo que dicen: "lo barato sale caro". Claro, que a veces lo barato sale verdaderamente barato, y lo que nunca puede salir barato es lo caro. ¿Por qué uno no tengo ningún problema en aceptar las entradas insólitas o inmerecidas de dinero que a veces se dan - injusticias a favor - y se rebela tanto contra las pérdidas sobrevenidas - injusticias en contra -? No podemos controlarlo todo.

En fin, que vienen todas estas disquisiciones a colación de que una amiga me dijo ayer que ha perdido cierta cantidad de dinero en la estafa del Forum Filatélico. No era el dinero con el que vivía, sino el que le daba seguridad, para cubrir imprevistos, para hacer algún gasto extra, para darle algún impulso necesario a su vida... No ha perdido el pan de hoy, ni siquiera el de mañana... pero sí la seguridad en él. Me ha dado vértigo ponerme en su lugar. Uno cree o quiere creer que estas cosas no pasan, que uno está a salvo, que ahorra dinero y eso le da seguridad y estabilidad, pero luego llega la estafa, la corrupción, un crack de la bolsa, una devaluación de moneda, un corralito, y lo pierde uno todo, o casi. Y eso por no hablar de una enfermedad, un accidente o una guerra, que da más mal rollo todavía.

Siempre recuerdo una frase latina que me enseñaron que dijo no sé quién (si alguien conoce todo el contexto, por favor, que me lo diga) cuando perdió a su casa y su familia en un incendio. "Omnia mea mecum porto" (todas mis cosas las llevo conmigo; o, de otra forma, "lo que soy no es lo que tengo"). Si fuéramos verdaderamente conscientes de esto, nos dedicaríamos más a atesorarnos a nosotros mismos y a darnos el máximo interés, sabiendo que, a pesar de estar invertidos en acciones, podríamos "rescatarnos" siempre que nos necesitáramos.

Termino con un chiste que le escuché a Pepe Carrol: "El dinero no da la felicidad; el que tiene 300 millones - hablaba de pesetas - es igual de feliz que el que tiene 500".

martes, mayo 02, 2006

MI QUERIDA

Todos queremos a la nuestra, y los que no la tienen se esfuerzan en conseguirla. Y qué cara nos sale a todos. ¿Por qué nos empeñamos siempre en ponerles un piso?

A veces me enorgullezco,
como de un hijo, de ti.
En mantenerte me empeño,
pensando en ti yo me crezco,
y por ti me siento dueño.
Ya, dueño yo... ¡Tararí!

Ya soy mayor, responsable,
le doy vida a una criatura...
¡Doy vida a una sanguijuela
que me va a chupar la sangre
y que, de casa, me jura,
no se irá hasta que se muera!

A una criatura doy vida
y ella me la quita a mí.
Le debo lo que me pida;
sin buscarlo, soy su siervo.
Es absurdo, y es así.
Ya dice el refrán... ¡cría cuervos!

Me miro y no te merezco;
no es que a tu altura no esté
o sea poco lo que ofrezco,
no es que piense que yo apesto
es que no imagino qué
haya podido hacer yo para merecer esto.

¿Cómo, di, te las arreglas?
Yo tengo más albedrío
y tengo más libertad.
A ti todo te da igual,
no discutes lo que es mío...
pero tú pones las reglas.

Eres mi eterno retorno,
puntual, simple y sin adorno,
que pide siempre su pan,
aunque no sea mucho plan,
aunque yo esté como un flan...
y aunque no haya puesto el horno.

Eres mi eterno retoño;
en verano y en invierno,
en primavera y otoño,
tú eres mi cielo y mi infierno,
mi carga, mi cruz, mi karma,
mi ensordecedora alarma...

Eres lo que no se ve
ni se oye ni se toca,
pero se sabe que está;
y aunque no eres un bebé
ni crees que soy tu mamá,
me saca el jugo tu boca.

Multiplicación de peces,
milagro en forma de ripio:
siempre te creces con creces,
siendo constante tu cobro,
al final serás el doble
de lo que fuiste al principio.

Tú mi espada de Damocles,
pendiendo sobre mis bucles;
tu reino es el del terror.
Si me vences, la debacle,
y, si no, tan sólo un chicle
masticado y sin sabor.

Del círculo cuadratura
se sabe que no es posible,
¿cómo es que, entonces, criatura,
puedes sentirte tan libre
de emplear tus malas artes
y al alza redondearte?

Si al alza te haces redonda,
las cuentas no son cuadradas.
Juega la ley con espadas,
pero tú pintas en bastos,
y dejas monda y lironda
la hierba de nuestros pastos.

Aunque voy detrás de ti
y voy con la lengua fuera,
y bailo al son que me tocas,
tú no me dejas vivir,
y yo quiero que te mueras;
oye lo que me provocas:

Estoy en deuda contigo,
y - esto te sorprenderá -
conmigo lo estás también;
yo te aguanto, y si no, ¿quién
iba a quererte aceptar?
¡Si tú no tienes amigos!

Compartiremos la casa,
pero tú me caes fatal.
La convivencia es letal,
lo digo sin disimulo.
Eres un grano en el culo
y tu existencia me abrasa.

Si se salva el que nos ama
y el que odia es el que peca,
no miente, pues, quien me llama,
sin dudarlo, pecador.
Odio porque soy deudor,
y te odio a ti, hipoteca.

Nunca seremos iguales
ni nuestra relación sana:
yo podré ponerte verde
y dudar de lo que vales,
que al final seré quien pierde,
pues la banca siempre gana.

No tiene cuerpo; es ficticia,
pero me lleva y me trae,
y si con su nuevo TAE
por casualidad me asfixia,
¡eso no será noticia!
Yo seré uno más que cae.

viernes, abril 28, 2006

EL BLOGGER IMPUNTUAL

Ya sé que no habíamos quedado en nada, que lo mismo puedo aparecer todos los días, que uno de cada tres o sólo semanalmente, pero la pauta que estaba siguiendo era de mayor frecuencia, y ahora tengo un cierto sentimiento de impuntualidad. En el último post, mencionaba el jueves, como un día que llegaría en el futuro. Ese jueves fue ayer (¡joder, y si ayer fue 27, hoy es 28 y es el cumpleaños de mi hermano! Si no me llego a poner a escribir, se me pasa). Bueno, la cosa es que entro todos los días a ver si alguien me ha puesto algo, como un niño levantándose el día de Reyes. Y a lo mejor a mis visitantes les pasa lo mismo: que entran, a ver si ya he cambiado el post. Y nos decepcionamos mutuamente. De pequeño no tuvimos mascotas en casa, porque no había sitio, y porque "no eran un juguete". Luego había que ocuparse de ellas: darles de comer, sacarlas a pasear... En los tiempos modernos se ha inventado el tamagochi, que es como una mascota, pero de plástico y con botones, no abulta nada y si se caga no huele. Y yo he tomado mi blog como una mascota virtual, pero hay algo que me dice que "no es sólo un juguete". El blog también pide comida. Espero que le alimenten estas reflexiones.

Por otro lado, todavía no he definido mi blog - y tampoco lo voy a hacer, que se vaya definiendo solo, por sus contenidos -, pero tengo el día metalingüístico, así que voy a opinar sobre la cosa esta de los blogs y de internet. Si lo que hace uno en la red es navegar (o dejarse caer, en caso de trapecistas), un blogger es un navegante más. Pero ese pequeño territorio que coloniza - su blog - es como una isla desierta que tiene que llenar y habitar y desde la que envía mensajes en una botella que no sabe qué destino tendrán. Hoy dejo, pues, un nuevo post, como un náufrago que enviase sus mensajes , con constancia y tenacidad, porque no sabe qué día el mar tendrá la corriente precisa que envíe la botella al lugar indicado.

Pido disculpas a mis visitantes bloggers a quienes aún no he puesto link. Una vez lo intenté y no me salió. No soy muy bueno yo con las nuevas tecnologías. Para muestra, basta ver las fotos de mi "columna"
(- Pero si no hay.
- Por eso).

Por primera vez, escribo el post directamente en el blog, sin haberlo redactado previamente (hasta ahora primero me lo escribía en word, y luego lo transcribía, así de espontáneo es uno).

Otro día, más. (Lo había escrito sin coma, y de pronto me he visto preso en una cárcel, marcando barrotes y tachándolos en orden cinco o siete, por semanas, para ser consciente del paso del tiempo. No era ésa la intención. Sólo apuntar que otro día escribiré más cosas).

lunes, abril 24, 2006

30

El jueves mi amiga Susana cumplirá 30 años, pero se adelantó y lo celebró el sábado. Nos anticipó que pensaba pedirnos que escribiéramos reflexiones sobre lo que significan los 30. Yo, hombre precavido, me lo curré un poco, y lo llevé ya escrito como para dar el cambiazo. Comparto con vosotros mi redacción rimada.

"Sólo se vive una vez.
De los cero hasta los diez
es cuando el tiempo más dura,
y luego, en la edad madura,
pasa con gran rapidez.

Hoy recuerdo que en el día
en que diez años cumplía,
me deseó cumplir cien
un tío que me quiere bien
- también me quiere mi tía -.

Entre los diez y los veinte
te dan todas en la frente
- quizás alguna en los piños -,
porque ya no eres un niño
ni eres mayor de repente.

Recuerdo con repelencia
mis tiempos de adolescencia:
en vez de granos de acné
yo tuve crisis de fe
y angustia por la existencia.

En mi veinte aniversario
era ya universitario.
Hoy todo se me hace extraño:
estudios y cumpleaños.
Revisaré mi diario.

Al cumplir un año más,
percibí algo que jamás
(aunque ya en sí eran un tocho)
notara a los dieciocho:
la mayoría de edad.

Probablemente esto es
porque justo el día después
comenzaba a trabajar.
Y hasta hoy, casi sin parar,
he seguido. ¡Vaya estrés!

Los treinta son siempre un paso,
pero no les hice caso.
Fin, quizás, de juventud,
yo hice como el avestruz.
No los miré, por si acaso.

Pensé en pasar este trance
donde los treinta no alcancen.
Si cuando lleguen los treinta,
me buscan y no me encuentran,
puede que el tiempo no avance.

Como por cosa de broma,
huí a pasarlos a Roma.
Pero al fin, mal que me pese,
llegó hasta mí el Once-Ese *:
¿Tú eres Álvaro? ¡Pues toma!

Los treinta... qué mal te sientan.
Qué preguntas te atormentan.
¿A los treinta se es aún joven?
¿Era o no sordo Beethoven?
Pues tú eres joven con treinta.

La juventud, ¿cuánto dura?
Después va la edad madura,
tras ella, la senectud.
Prolongar la juventud
sin duda es la mejor cura.

Después de cumplir los treinta
uno llega a darse cuenta
- y descubrirlo da euforia -
de que hay una moratoria
que llega hasta los cuarenta.

Y no temáis, que a esa edad,
tampoco hay caducidad:
de cuarenta y pico abriles,
hay gentes muy juveniles.
Cuando los cumpláis, probad.

Hoy ya es tarde, es una pena;
prometo que en otra escena
contaré, con más quintillas,
cómo ser, cosa sencilla,
joven en la cincuentena."

* Ésa es mi fecha de cumpleaños. Ahora ya lo sabéis.

sábado, abril 22, 2006

PORTERO EN BLANCO

Ayer cumplí un deseo estético que me rondaba la cabeza desde hacía tiempo: vestirme con el traje blanco de esgrima para jugar de portero en un partido de futbito.

Practiqué la espada durante algunos años, con muy poca gracia, por cierto. La constancia no me hizo mejorar, y llegó un momento en que mi falta de técnica dificultaba la diversión. Tiraba siempre a la defensiva y repitiendo un escasísimo repertorio de fintas y paradas, en las que ni siquiera demostraba destreza. Lo dejé, y desde entonces el elegante traje blanco de esgrimista reposaba muerto de risa en el cajón de la ropa de deporte esperando una oportunidad.

De portero, por el contrario, no he dejado nunca de jugar y he de decir que siempre he desempeñado este puesto con solvencia y eficacia. Hace un tiempo, al aportar una cuota para participar en un campeonato, me correspondió una contrapartida en indumentaria que se tradujo en un par de guantes nuevos en colores plata, blanco y negro. Lo cierto es que pegaban más con el uniforme de espadachín que con mis pantalones largos acolchados, siempre negros y mi sufrida camiseta roja de portero. Entonces pensé cómo sería jugar un partido vestido de esgrima. La idea era jugarlo incluso con la máscara (al estilo de los porteros de hockey sobre hielo). Añadiría así un tono enigmático y misterioso a mi personaje que sin duda crearía inquietud en los contrarios. Tengo mis dudas sobre la legalidad de este extremo, aunque no creo, claro, que haya una norma escrita al respecto que indique que a los jugadores haya de vérseles la cara. Lo que sí es cierto es que, siendo como soy de cabeza estrecha y más bien pequeña, y habiendo comprado el material buscando la economía de las tallas estándar, mi careta no me queda precisamente ajustada, y temo que un balonazo mal recibido pueda causarme algún tipo de transtorno cráneo-encefálico. Y una cosa es la tontería de disfrazarse y otra exponerse a peligros innecesariamente.

Otros elementos se han ido sumando recientemente a los guantes. El agujero en la parte interior del empeine del pie derecho y la erosión casi total del dibujo de las suelas me ha hecho jubilar definitivamente las botas de futbito negras con dibujo rojo que tan a juego van con mi uniforme habitual, pero que harían mal efecto con mi nuevo color. Ahora ya tengo zapatillas blancas. Y unas rodilleras que hace poco me pasó un colega guardameta de mayor calibre que yo. Son negras, sin dibujo, y hacen buen juego con los dedos negros de los guantes.

El caso es que, como el traje, yo mismo esperaba cuándo y dónde hacer mi original propuesta artística "Portero vestido de esgrima". La liga municipal en que juego los domingos se desarrolla al aire libre en campos de cemento pintado de rojo. Inclemencias del tiempo, raspones y manchas de pintura no son el destino que quiero darle a mi traje. La "instalación" debe hacerse, sin duda, a cubierto. Y ayer se dio el caso: en el partido de la APA del cole de mis sobrinos, nos tocaba polideportivo. Una pista de material (no sé cuál, una especie de goma dura no agresiva para la ropa) y a cubierto de la lluvia.

Allí me presenté, disfrazado. Al fin y al cabo, ir de esgrimista a jugar al fútbol es como vestirse de smoking para hacer tu jornada laboral en la oficina. Más o menos. Es curioso lo de los disfraces. Para hacer deporte, uno siempre se disfraza de algo, y siendo portero más. No se puede poner uno en la portería de cualquier manera, en plan "pasaba por aquí". Mangas largas, acolchados, rodilleras, guantes, todo tipo de protecciones... De modo que va uno disfrazado. Y yo ayer, redisfrazado. Reinventado. Un portero deconstruido, que diría Ferrán Adriá.

Alguna vez me he preguntado el porqué de los colores de los porteros. Hubo una época en que se puso de moda - yo escapé - una camisetas con estampados multicolores que hacían daño a la vista. Según ciertas teorías, ésa sería su función: hacer daño a la vista, y desorientar a los contrarios. No creo que el fútbol de base sea tan importante que justifique atentar contra la estética. Además, los profesionales siempre demostraron un poco más de gusto. Lo que sí ha permanecido siempre, y yo he participado, es un halo de negrura y agresividad en los colores. Los pantalones, siempre negros, y en las camisetas y los guantes se prodiga mucho el rojo. Los psicólogos insisten en que los colores llamativos como el rojo en guantes y camisetas atraen la atención de las personas y hacen que, de modo inconsciente, los jugadores estallen sus disparos en el cuerpo o las manos del guardameta. Es posible. Yo ayer me la jugué, todo de blanco, menos los guantes (plata, negro y blanco) y las rodilleras (negras). Y la nota discordante, unas coderas de un azul imposible (la chaqueta de esgrima no es acolchada, ¿qué queréis?).

La parte deportiva no tiene mucho interés: un partido disputado contra un enemigo muy competitivo, en el que no nos acompañó la fortuna. Dos de los goles recibidos fueron de rebote en propia puerta, y llegamos a fallar un penalty. Yo hice mi labor, tuve que salir mucho del área y no siempre conseguí ser del todo eficaz. Fuimos siempre por detrás en el marcador, y en las dos o tres ocasiones en que llegamos a reducir la diferencia a sólo un gol, parece como si algo nos impidiera concretar el empate. Como en el "ángel exterminador", no conseguimos salir de la habitación de la derrota. Hay quien habla del "miedo al éxito". ¿Puede haber un "miedo al empate"? Ya me parecería muy patético. En cualquier caso, así fueron las cosas.

De todo ello, me queda la experiencia de que, anoche, por fin, jugué de portero vestido de esgrimista.

miércoles, abril 19, 2006

PASEAR COMO JUGAR

Me gusta caminar como quien juega. A veces fijo la mirada al frente, a larga distancia, camino en línea recta con decisión, y la gente, incomprensiblemente, se aparta a mi paso. Incluso personas que están paradas, mirando hacia otro lado, y no han podido verme, como por arte de magia, apenas un segundo antes de que choque contra ellos, se "disuelven" literalmente. No es así siempre, claro está. También hay señoras despistadas que no se enteran y se empeñan en seguir andando por mi trayectoria. Entonces las esquivo, no es tan grande mi orgullo. Aunque otras veces, en lugar de dar un paso a un lado y continuar, me quedo parado y espero que se cambie el que viene de frente. Si el contrario me arrolla, hará "personal en ataque", como en el baloncesto. Como si el paseo fuera un deporte con sus reglas y sus árbitros y el hecho de ser el receptor o la víctima de una "falta" me diera cierta ventaja moral sobre mis contrincantes.

Para andar, utilizo mucho las manos. No es que vaya haciendo el pino por ahí, pero de alguna forma, remo, me protejo o dirijo el tráfico con ellas. Creo que fue con las señoras bajitas con paraguas con quienes me acostumbré a hacerlo. Agazapadas bajo su pequeño techo impermeable de ocho puntas, y mirando al suelo apenas medio metro por delante, pueden sacarle un ojo a cualquiera que mida veinte centímetros más que ellas. Mis gafas me han servido de escudo en más de una ocasión, pero hace ya tiempo que, en su cercanía, braceo sin pudor y aparto los paraguas de mi paso. Deberían sacarse un carné.

Ahora, cada vez que cruzo una calle, mantengo una mano doblada hacia el tráfico, como reteniendo los coches, especialmente en los pasos de cebra o cuando el semáforo se me ha cerrado antes de llegar a la otra acera. Y cuando espero para cruzar, tiendo a trazar una barrera imaginaria con mi brazo, sujetando con ella la impaciencia de las personas - niños o ancianos, especialmente - que esperan a mi lado.

Con los niños me sucede algo curioso. Siempre que me encuentro a uno en mi camino, le paso una mano por encima, como a un palmo de distancia de su cabeza. No sé por qué. En parte es como si mi mano fuera un avión que cogiera altura para evitar un obstáculo, aunque en la mayoría de los casos nunca hubiéramos chocado. Y no me queda tanto la sensación de haberles protegido de mí como la de sentirme afortunado con el encuentro. Un amigo hace años tenía la superstición de que las monjas eran gafes, y tocaba madera cuando se encontraba una pareja. En relación con los niños, yo siento lo contrario: un pequeño en tu camino da buen rollo. Y en cuanto a las monjas, me inspiran más bien respeto y simpatía que otra cosa.

En medio, en fin, de este juego que construyo yo mismo, la vida me sorprende a diario con el suyo propio. Siempre que salgo de casa coincido con alguien conocido (me propongo, en adelante, llevar un censo periódico de mis coincidencias). Me pregunto cómo es posible. ¿Es que conozco a mucha gente o es que me fijo mucho? Apenas le he encontrado el sentido particular a unos pocos de estos encuentros (a veces "encontronazos"), y sé que tiene que haber un significado mayor para todos ellos, como fenómenos general. Se lo buscaré.

domingo, abril 16, 2006

AL HOMBRE PULGA TODO SON PERROS

En este día conmemora el mundo cristiano el triunfo del hombre (de uno, en realidad) sobre la muerte. Nos es dado a todos, pero estamos muy lejos, me temo, y no creo que ir de procesión sea la mejor manera de avanzar (no lo digo, desde luego, porque se camine despacio, que también). En fin, sírvanos - a mí me sirve - esta humorada de la neurosis como recordatorio y examen de conciencia, y que cada cual se aplique si le presta.

Al hombre pulga todo son perros.

El ladrido estridente
del perro chiquitajo del de abajo
le saca ya del sueño
sin que haya terminado su descanso.

Le llena de pelujos
pardos, grises y oscuros la cabeza;
son pelos que no pesan,
pero estorban la mente, se la ensucian.

Sin darle tiempo apenas
a saber que es un hombre, y a sentirlo,
otro perro que ladra
le pone el antifaz de sufridor.

Es un ladrido ronco,
perezoso y quejica, mantenido
en el aire por inercia.
Dice el perro del tiempo que hay borrasca.

El hombre pulga, entonces,
se siente desvalido e indefenso,
y ante el clima inclemente
guarda luto; es el viudo del sol.

Se esconde el hombre pulga
de sí mismo; cerrada la ventana,
respira aire viciado.
Por todas las rendijas entran perros.

Los dogos, los mastines, san bernardos...
los perros del pasado
le vuelven a ladrar después de muertos;
uno casi le muerde.

Y los perros de ataque tras las verjas:
dobermanes, rotwailers
que imagina sin verlos van tras él.
Está paralizado.

Se le escurre una taza, se le rompe.
Es un perro. Otro más
si se llega a cortar al afeitarse.
Hay toda una jauría.

Parece que ha dispuesto
y que ha puesto de acuerdo el universo
a millones de perros,
y a todos los achucha contra él.

Si se observa sincero,
va a ver el hombre pulga que los perros
no ladran y no muerden
si no les deja el hombre que lo hagan.

Si aguza la mirada,
incluso puede ver que no los ve,
que no hay a qué temer,
que los perros no gruñen y no existen.

Si lo ve el hombre pulga,
no ha de ser hombre pulga por más tiempo.
Al hombre pulga, mientras,
sufrimiento: todo para él son perros.

martes, abril 11, 2006

LA NOTA DISCORDANTE o TRES HOMBRES CON BIGOTE

Me han hablado este fin de semana de una nueva terapia que consiste en someter al paciente a la audición de una y única nota musical (a cada uno la suya). No lo digo con ironía: creo en el poder regenerador del sonido. Otra cosa son los extraños cálculos que se realicen para identificar cuál es la nota concreta que a ti te corresponde.
Pues bien, si hay notas armónicas, también las hay discordantes. Son las notas - o "los notas" - que dan la nota. En estos últimos días, yo he ejercido de nota discordante en relación a los demás e incluso conmigo mismo. Me explico.
Por razones de prioridad largas de explicar, he declinado dos invitaciones a pasar unos días fuera. Una, de mis hermanas, para aprender a esquiar (¡a estas alturas!) con la Asociación de Padres del colegio de mis sobrinos. Otra, con mis compañeros de trabajo, para ver el comienzo de la grabación de la serie que estamos escribiendo. De modo que, por partida doble, he sido el "raro" que no viene.
Castigo de Dios: mientras mis hermanas se divierten esquiando, sometiéndose a mil posibles accidentes, voy yo y, no me preguntéis cómo, al subir un escalón de mi casa, me hace crack la rodilla y se me inflama - luego lo he sabido, yo pensaba que era rotura de menisco - el tendón rotuliano. Y mientras mis amigos, con la excusa del viaje de trabajo, se van de fiesta al País Vasco, a ponerse hasta arriba de chuletones y txacolí, voy yo y me hace crack el estómago. ¿Ha dispuesto el universo en su infinita sabiduría que me ponga malo y me estropee la rodilla yo en vez de ellos? Quizás. Ya pueden agradecérmelo. Me queda ese consuelo... o este otro: que si llego a ir a cualquiera de ambas cosas hubiera sido peor.
Por la mañana estuve en urgencias traumatológicas (que no traumáticas), me hicieron una radiografía y el médico comprobó que no tenía nada roto. En el informe , apuntaba:
. Síntomas: dolor de rodilla (en español, dolor de rodilla)
. Diagnóstico: gonalgia (en español, dolor de rodilla)
Por la tarde, al homeópata (un saludo, Luis, si me estás leyendo y si quieres publicidad te pongo el apellido). Tiene mi médico un ingenioso aparato con el que puede testar qué alimentos le sientan bien o mal a tu cuerpo en un momento determinado. Ayer lunes por la tarde, mi cuerpo no aceptaba nada. Ni huevos ni arroz ni aceite de oliva ni lechuga, de frutos secos sólo las almendras, ninguna carne, poquitas frutas (apenas el pomelo y el melón y algunas fuera de temporada). Después, me tomó el pulso, y me dijo que me lo había dejado en el metro. Vamos que, deprimido o no (que más bien sí), lo milagroso es que estuviera vivo. En resumidas cuentas, que estoy a estricta dieta y convaleciente de mí mismo. ¿Soy o no soy una nota discordante? En cuanto a la rodilla, me puso una infiltración y voy bastante mejor, gracias.
Todo esto es el preámbulo del verdadero asunto que nos ocupa (más breve, sin embargo). Después de la homeopatía, un grupo de rebeldes convecinos de mi comunidad nos habíamos confabulado para ver a un administrador de fincas con objeto de valorar si cambiar a la que ahora nos lleva las cosas, que en realidad no las lleva a ningún sitio, las deja exactamente donde están y cómo están. El candidato nos causó buena impresión: un hombre mayor, bajito, de aspecto bonachón y simpático, con pelo blanco y bigote. Como si fuera un médico de casas, se interesó por la edad, salud, peso y achaques de la finca, y preguntó quiénes nos estaban llevando los papeles. Mis convecinos - y yo arrastrado por ellos - nos desahogamos de mala manera, sacando a relucir el memorial de agravios que cada uno de nosotros teníamos con la administradora. No me siento orgulloso.
En medio de la conversación, por un momento, me salgo de la escena y veo que a mi izquierda Juan Ripoll luce, como siempre, su flamante bigote blanco, como el administrador, mientras que, a mi derecha, Alberto Rodríguez también adorna su nariz con un mostacho, negro en este caso. Y me pregunto: ¿cuántas oportunidades puede uno tener en la vida de formar parte de un grupo de cuatro personas en el que tres tengan bigote? El bigote no está especialmente de moda (ni siquiera lo estuvo cuando Aznar) y, de hecho, los de Juan y Alberto son los dos únicos bigotes de la comunidad. Incluso me planteo si esta confluencia triangular pueda tener algún sentido, pero no logro entenderlo y me mareo.
A mí el bigote me resulta simpático, como si las sonrisas con él fueran más marcadas. Mi tío Augusto tiene, y lo recuerdo jovial y dicharachero. Enrique, un amigo de mi padre con gran sentido del humor, también. Y Tip tenía. Y mi padre lo usó de joven, largo y con guías, como Dalí, y volvió a dejárselo, más discreto, cuando su jubilación. Yo mismo he querido llevarlo alguna vez, y en algún entreacto entre barbado y lampiño, me he quedado a medias, con perilla a veces (como mi homeópata, por cierto, ¡vaya tarde la de ayer!) o sólo con el bigote. La presión familiar, sin embargo, ha sido insoportable. Mi madre y una hermana no lo aprobaban: "con barba estás guapo, sin barba también; con bigote no", como aquel otro axioma materno: "mis hijos, o curas o casados; solteros no". Y aquí me tienes. Quizá elegí mal en qué ser rebelde. El caso es que, si en su día hubiera seguido y mantenido mi instinto bigotil, la reunión de ayer hubiera sido absolutamente bigotuda y nos lo habríamos pasado, sin duda, "de bigotes".
Pero fui la nota discordante.

viernes, abril 07, 2006

VANDALISMO ZEN

"- ¿Usted, que está aquí sentado,
no ha observado
si ha pasado
el corredo
de Bilbado?
- Nodo".

Estas simpáticas rimas contestaban en mi casa a todo aquel que, en la familia o en la tele, por ultracorrección o por mero lapsus linguae intrascendente, colase una "d" intervocálica en palabras que no lo precisasen, como bacalao o Bilbao.

Viene esto a colación de un episodio divertido que me sucedió hace un par de semanas (no existía ni mi blog). Iba en el metro (Madrid), línea 1 (la azul claro), trayecto Iglesia-Gran Vía, cuando pasamos por la estación de Bilbao. Miro a la pared del andén, y me encuentro que el letrero dice "Bilbado". Tuve que volver a mirar para darme cuenta de que el rótulo había sido manipulado, añadiendo un palo a la "o" final de Bilbao y una nueva "o" a continuación, tan perfecta como la original. La imagen me hizo sonreír. Incluso pensé que de alguna forma mágica yo había sido el público destinatario de esa travesura. No vi que nadie en mi vagón se percatara del rótulo, y en cuanto a la gente del andén, no puedo asegurarlo, pero no parecía que a nadie le hubiera llamado la atención. Entre los túneles subterráneos tan dados al ajetreo y a la prisa, y tan poco propicios para pararse a mirar y sonreír, de pronto uno encuentra un regalo como éste. Sólo una palabra, que ni siquiera se repite en el resto de los rótulos del andén. Una sola imagen y sólo una oportunidad para descubrirla.

Uno piensa en que detrás de esa humorada ha estado el ingenio y la idea de alguien, la determinación y la osadía de llevarla a cabo, y, sobre todo, el esmero en realizarla. No hubiera sido lo mismo añadirlo chapuceramente con un rotulador: la gracia está en la perfecta imitación que, por un momento, te hace creer que el rótulo ha sido así impreso. A ojos de los guardias de seguridad y demás gente de orden, el hecho no cabría más que en el inmenso cajón del vandalismo, junto al graffiti de vagones, el "Paco quiere a Luisa" o la quema de papeleras. Como si fuera todo lo mismo. De momento, habría que hacer una cierta gradación: travesura, gamberrada y vandalismo, en función de la intención que los anima y del daño que se produce. En este caso, sin duda, ninguno. El añadido se veía tratado y pegado con mimo, de modo que pudiera despegarse sin mayor problema. Travesura, entonces, como mucho. Juego de niños. El vandalismo se define como "espíritu de destrucción" y el que tuvo "Bilbado" (y quizá sigue teniendo, si continúa ahí, desafiando la mirada que no ve de tanta gente) fue más bien de construcción, de creación o, si lo prefieren los posmodernos, de "deconstrucción" (deconstruir Bilbao para hacer Bilbado). En todo caso, si se quiere considerar vadalismo cualquier manipulación de la propiedad pública, entonces sí, Bilbado fue vandalismo. Pero un un vandalismo incruento, un vandalismo lúdico, sonriente y amable, y, sobre todo, un vandalismo mejor trabajado que muchas ingenierías (se me ocurre, por ejemplo, la del metro del Carmel, en Barcelona). Yo lo llamaría, ya lo he dicho en el título, vandalismo zen.

Gracias, artista.

Por cierto, hablando de chistes visuales (en este caso también poemas), recomiendo la exposición de fotografía de Chema Madoz en la Fundación Telefónica, en Gran Vía ( no sé el número).

lunes, abril 03, 2006

A LOS TOROS, POR LOS CUERNOS

Cada cual cuenta la feria según le va en ella, incluso la de San Isidro, o especialmente ésa. Cuando era pequeño, las corridas de toros en televisión siempre me parecieron un espectáculo usurpador que te quitaba tu programación infantil habitual, tu rutina diaria de dibujos animados, y no podía entender que a mi padre le gustaran. En verano, en El Espinar, como mi casa estaba de camino a la plaza, justo al lado, significaba trasiego de coches y de personas, de pandas en las fiestas, de tambores, trompetas, de banda municipal, de ruido, y al final un reguero imposible de bolsas vacías de patatas, gusanitos, pipas, chicles, caramelos, chocolatinas y demás. Digo esto por delante para que entendáis mi prejuicio de antipatía ante la mal llamada "fiesta nacional" (digo mal llamada porque no nos representa a todos).

El otro día, en el metro, no pude evitar oír la conversación entre dos mujeres. Una de pie contra la puerta, junto a mí, y la otra, que estaba sentada, se levantó al verla. "Ah, ¿pero eres tú? No te había conocido con la gafa (sic) negra; te queda fenomenal la gafa (sic) negra". El caso es que iban ambas a los toros, ilusionadas. Una, por ver a Paula (Rafael de, supongo), al que conocía y admiraba. La otra, no le había visto nunca, pero su padre, de viaje, no iba a llegar a tiempo, y le había autorizado a utilizar su entrada. Se bajaron en Ventas, claro, y entraron, no diré que en su lugar, pero sí de forma complementaria, y ahora me explico, una chica jovencita y dos amigos. Hablaban de una discusión que acaban de tener con una cuarta persona que defendía los toros (las corridas), frente a ellos, a los que les parecía un espectáculo horrible. Y ridiculizaban el argumento que les había dado su interlocutor: los toros de lidia nacen para esto. Me pareció curiosa esta especie de "debate fantasma" entre las dos mujeres y los tres adolescentes. No se encontraron en ningún momento, pero mi presencia como espectador sirvió para que sus argumentos se contrastaran en un mismo lugar y a continuación uno de otro. Y pensé sobre el tema.

Es cierto que los toros de lidia, qué pena, nacen para eso (también muchos otros animales nacen sólo para alimentarnos, pero es otro tema) y entre los defensores de la fiesta (¿fiesta? ¿por qué? más bien "tragedia") se dice que si no hubiera corridas, se perdería la especie. ¡Menudos ecologistas! Digo yo que se reduciría el número de cabezas, claro, pero ya se harían reservas naturales como con muchas otras especies sin otra "utilidad".

Conozco personas, amigos algunos, a quienes tengo aprecio y cuya opinión valoro, a los que les gusta este espectáculo, le ven arte, cultura, tradición, y algo que no sé explicar del valor del hombre frente a la bestia. Bien, nadie le niega el valor a los toreros. Sólo si esa demostración de valor tiene algún sentido, si merece la pena matar a un animal sólo por espectáculo. El "arte", los propios aficionados no siempre se lo ven, y a veces silban y abuchean. La "cultura" se puede encontrar en muchas otras actividades humanas sin sacrificio animal. Y en cuanto a la "tradición", por lo que sé, este tipo de espectáculos han creado rechazo desde hace mucho. ¿O es que a los intelectuales ilustrados podían gustarles estas bárbaras manifestaciones?

Parece que se me ve un poco el plumero, ya lo siento. Pero, claro, ¿qué es, al fin y al cabo, "torear"? Cuando sale del ámbito taurino, significa "marear, dar largas a alguien o burlarse de él". Es cierto también, hay que admitirlo, que la palabra "torero" no tiene más que connotaciones positivas de valor, firmeza, elegancia y saber estar. Qué bueno sería entonces que hubiera toreros sin toros que matar. En todo caso, repugna a mi entendimiento la afición por algo cuya actividad puede resumirse en "un hombre mata a un toro sin necesidad".

¿Y a vosotros qué os parece?

viernes, marzo 31, 2006

AQUEL DE QUIEN SOY DOBLE

Me dicen de hace tiempo que me parezco a un conocido personaje de un conocido programa de ficción de la tele, el mismo casualmente para el que ahora trabajo. Y aunque es caricatura el personaje, debo reconocer que es cierto: me parezco. ¿Me parezco - pregunto - más bien al personaje o al actor? Digamos que a los dos, sin dar más explicaciones.

Ayer, me hacía ilusión, nos fuimos al rodaje y conocí en persona, cara a cara, a mi otro yo, mi sosias. Puesto que él es el conocido, más que "mi doble", lo oportuno es decir "del que soy doble yo". No obstante, en mi pequeño mundo del que soy protagonista, él es la anécdota, sale hoy por casualidad, quizá vuelva otro día, pero no ha de tener mucha presencia. Invirtamos, por tanto, los papeles.

Yo me reconocí - ya lo había hecho -, pero él también en mí. La lástima es saber que el director condujo un poco su prejuicio, y en las presentaciones fui nombrado su "alter ego". No obstante, era muy libre este gemelo mío de haberse rebelado y decir que "ni hablar, no me parezco". Al contrario, asentimos los dos, mudos de asombro, y sin decir palabra convinimos en que era manifiesto el parecido.

Hubo un poco de niño que se mira al espejo y se descubre, y un poco de flechazo narcisista cuando nuestras miradas se encontraban curiosas, constatando de nuevo lo asombroso. Nos pillamos así, el uno al otro, en varias ocasiones, y nos fuimos simpáticos los dos. Incluso nos reímos. Si la empatía es ponerse uno mismo en el lugar del otro, en nosotros eso estaba instaurado de serie. Nada más verle sentí que sabía mucho de su vida. Lo que sé de la mía.

Luego, el anecdotario: que acostumbra a traerse tentempiés al trabajo, como yo. Higos secos, almendras, energía... Me habla de chocolate, pero eso sí, del bueno, y con mucho cacao. Un sibarita mi doble, lo confiesa. Yo hasta de eso me cuido, pero, si he de comerlo, soy de los de su cuerda, de chocolate negro y delicado. Y en la comida, saca sus pastillitas, sin vergüenza: vitaminas, minerales... un poco como yo he hecho en el desayuno. No diré mucho más, pues al hablar de mí hablo también de él e igual confieso cosas que él prefiere guardar. Pero coincide: nuestra fragilidad es la misma. Los males de los que se protege son los que a mí me acechan también en el invierno.

¿Es el carácter el que nos ha hecho así físicamente, o es la constitución la que nos lleva a estos hábitos? ¿Podríamos, entonces, siendo tal como somos, comportarnos distinto? Es curioso pensar que es el cuerpo el principal agente que pone condiciones a tu vida. Y por ese camino que tu cuerpo te marca y te permite es por donde uno debe andar su camino.

Y sin embargo, es nuestro parecido sólo a muy grandes rasgos: la altura, lo delgados o la forma del cráneo y de la cara... Si vas rasgo por rasgo, nuestras fisionomías no son tan similares. Su cara es más estrecha, un poco más huesuda. No tenemos los ojos parecidos, ni la nariz, la boca, las cejas o los dientes... ni la forma del pelo. ¿Quién dice, entonces, y por qué, que somos parecidos? ¿Será como eso de las razas - que todos los chinos nos parecen iguales -, y todos los delgados somos el mismo flaco? ¿Pero cómo es posible que uno mismo, celosos como somos de nuestra identidad, asuma que haya otro igual que él?

¿Qué es parecerse?

Bienvenidos a mi blog, que hoy inauguro.