Si la moderación es constante, rigurosa e inflexible, ¿no es excesiva? Y si es exceso la moderación, ¿no sería entonces moderación el exceso que la interrumpe? O tal vez sólo estoy tratando de justificar mi exceso del viernes, que lo fue consciente, aceptado y querido. No me emborraché, no trasnoché ni me drogué ni me di a vicios. Jugué al fútbol.
- ¿Y eso es exceso?
- Dos partidos.
- Ah.
Y cuando digo fútbol digo fútbol sala, y cuando digo jugué digo de portero, que es de lo que juego. Los excesos se pagan, claro, y así me he pasado el sábado, molido de cuerpo entero, y sin embargo sin sufrir, pues disfruté tanto los partidos que el propio cansancio me resultó, de una extraña y masoquista forma, placentero.
El caso es que estoy en racha y quería aprovecharla. Ya el viernes anterior hice un buen partido y el primero de esta tarde también lo fue. Ningún anal de la historia del deporte escolar habrá de recogerlos, pero en mi historia reciente sentí una recuperación de sensaciones perdidas, pero más conscientes. ¿Que cómo paré? Ni yo mismo lo sé, pues las intervenciones no son premeditadas ni diseñadas, pero sé que me sentí habitando el cuerpo y dominando mi espacio, lo que agradeció la portería. Mi voluntad guió mis reflejos en los disparos a puerta, me animó a salir seguro en los balones altos de los córneres que suelo esperar atrincherado en la línea, y me hizo preciso y oportuno en las salidas a los contraataques, para desesperación de los contrarios, que una y otra vez se estrellaban contra mí en sus intentos de hacer gol. Alguno marcaron, por supuesto, pero eso no enturbia en absoluto la seguridad propia de haber hecho las cosas bien.
Por eso, al acabar, y al ver que los equipos que iban a sucedernos en el campo, cortos de efectivos y sin portero, lanzaban al aire una petición de socorro en forma de invitación a jugar en sus filas, mi satisfacción se sintió insatisfecha y se tentó. Fue una tentación que no podría comparar con nada, pues ni siquiera soy goloso que después de un pastelito quiera otro: con un poco de chocolate, ya estoy harto. La temperatura, aun de invierno, era agradable, y yo me hice pequeño y me repetí a mí mismo en esas tardes de verano de mi infancia en las que todo mi mundo era un balón y jugar al fútbol hasta que se hiciera de noche, y las chicas mayores de la pandilla de mi hermano me llamaban "pagtito", porque siempre andaba buscando gente con quien jugar, con el único gesto de enseñar un balón y preguntar "¿partido?" con una erre mal pronunciada.
Sabía que no debía, que no estoy acostumbrado a tanto exceso físico, que me iba a cansar demasiado, pero... ¡cómo me apetecía! Y como, al fin y al cabo, no tenía compromiso alguno con el absurdo día de san Valentín, al día siguiente, dije "Me quedo".
También hice buen partido este segundo, si se lo preguntan, pero ayer, no podía doblar la espalda más de treinta grados ni avanzar las piernas mucho más, de modo que hice mis recados despacito, que tampoco es mala cosa.
Está bien, vale, no me miren con esa cara. No lo volveré a hacer.