– Busco unas gafas para parecer antipático – indico a la óptica de la tienda.
– ¿Qué eres, profesor? – me pregunta.
Es posible,
quizá, que haya reelaborado el diálogo, y la pregunta de la dependienta
estuviera un poco dirigida por mí, pero la literatura está para perfeccionar la
vida, que a veces hace mal los chistes.
Dilaté mi
encargo para finales de agosto, a punto de empezar el curso, a pesar de que ya
a finales de junio había tomado una decisión, marcada por dos circunstancias:
la rotura de mis legendarias gafas redondas de metal, que tanto me costó
encontrar en su día y cuyo dibujo las había convertido ya casi en mi imagen de
perfil universal para todas las redes sociales, y la voluntad de generar en mis
alumnos el mismo temor reverencial que teníamos en nuestros tiempos a los
profes en general y a los curas en particular, y que en estos días solo he
visto en las clases de algunas compañeras, de inglés para más señas (lo digo
con envidia)[i]. Mis
gafas se pudieron reparar, pero necesitaba un repuesto.
Había imaginado que la perfecta redondez de mi montura suavizaba las formas de mi rostro y me hacía parecer tan amable y bondadoso que incitaba a los jóvenes a tomarse confianzas por encima de sus posibilidades. En ningún momento se me ocurrió pensar que estas mismas gafas, junto con la barba, habían hecho a mis alumnos confundirme con rostros tan adustos y rigurosos como los de Clarín y Unamuno. En una suerte de pensamiento mágico, imaginé que unas gafas de pasta oscura, de formas rectas y angulosas, podrían hacer un efecto de entrecejo fruncido permanente y mantener acogotados a los impresionables adolescentes.
De momento, dos alumnas me han pedido que vuelva a llevar mis gafas de simpático. Aunque, la verdad, no las veía muy acobardadas mientras fabricaban durante mi clase de Lengua los anteojos de papel que me luego me regalaron. Juran y perjuran que estaban atentas y se enteraban de mis explicaciones. Cuando recogía su obsequio artesanal no podía evitar que me invadiera un oscuro pensamiento: ¡Maldición, ya les he vuelto a caer bien!
[i] Amigos
lingüistas, os propongo esta oración de siete líneas para que la analicen
sintácticamente nuestros estudiantes.
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