sábado, octubre 28, 2023

INGENUIDAD

Salgo del desayuno dispuesto a pitar para terminar el recreo, cuando me aborda con una urgencia inaplazable un pequeño de 1º. Sigo sintiendo la emoción de ser visto como un superhéroe salvador, pero con el paso del tiempo pesa sobre mí la evidente dificultad de hacer justicia. Y además, es la hora de hacer las filas.


Un mayor de 3º le ha colado una pelota en la azotea. El titular es claro. El cuerpo de la noticia, sin embargo, se vuelve confuso entre el griterío de varios niños que dan su versión. Quizá todos la misma, pero con términos y ritmos diferentes. Un profesor compañero está cerca y conseguimos dilucidar que un alumno de 1º ha dado un balonazo (se entiende que sin querer) a otro de 3º, le ha tirado un zumo, y este, de una patada, le ha colado el balón. Los objetivos, pues, serán recuperar la pelota (para lo que no sé con quién hay que hablar) y sancionar a este Sergio Ramos1 adolescente. Pero yo no doy clase en 3º y es difícil que sepa quién es.


Los niños no conocen su nombre y me temo que impere la ley del silencio. Sin embargo, el sentido de la justicia es mayor en este chico. Lo localiza entre los cientos de caras del patio y corre hacia él con entusiasmo temerario a una velocidad inalcanzable para este señor mayor, que lo sigue a distancia sin perderle de vista. 


Cuando llego a la escena encuentro un cuadro que no había llegado a imaginar. El mayor se apoya en los hombros del pequeño y mirándole a los ojos, con tono de disculpa y diría que con ternura, le asegura que le comprará otro balón igual. El otro, sincero siempre, dice que no era suyo, sino de otro compañero. Se toman los nombres como adultos que firmaran un parte amistoso por un golpe en los coches, y cierran un compromiso. El de 3º me ve y, sin que pregunte nada, me relata los hechos reconociendo que ha reaccionado mal y me explica que va a reparar el daño.


Parece todo tan fácil que una parte resabiada de este señor mayor se aferra a la desconfianza. Pero, como decía el aforista argentino Antonio Porchia, “un poco de ingenuidad siempre me acompaña y es ella la que me protege”, y elijo confiar en su palabra. Al fin y al cabo, es un alumno del cole. Triste sería la vida del profesor si no creyéramos en los efectos de la educación.


No me resisto a elaborar una moraleja para el chico de 1º: “de lo que era un problema, has sacado un amigo mayor”. Me subo a clase con una sonrisa. Entre tanto conflicto y discusión, a veces surge espontánea la concordia. Y lo mejor de todo es que no he tenido que hacer nada. 


1) Podéis cambiar la referencia por la de cualquier otro futbolista que alguna vez haya lanzado un penalty a la grande.

domingo, octubre 15, 2023

ANTIPÁTICO

         Busco unas gafas para parecer antipático – indico a la óptica de la tienda.

            – ¿Qué eres, profesor? – me pregunta.

Es posible, quizá, que haya reelaborado el diálogo, y la pregunta de la dependienta estuviera un poco dirigida por mí, pero la literatura está para perfeccionar la vida, que a veces hace mal los chistes.

Dilaté mi encargo para finales de agosto, a punto de empezar el curso, a pesar de que ya a finales de junio había tomado una decisión, marcada por dos circunstancias: la rotura de mis legendarias gafas redondas de metal, que tanto me costó encontrar en su día y cuyo dibujo las había convertido ya casi en mi imagen de perfil universal para todas las redes sociales, y la voluntad de generar en mis alumnos el mismo temor reverencial que teníamos en nuestros tiempos a los profes en general y a los curas en particular, y que en estos días solo he visto en las clases de algunas compañeras, de inglés para más señas (lo digo con envidia)[i]. Mis gafas se pudieron reparar, pero necesitaba un repuesto.

Había imaginado que la perfecta redondez de mi montura suavizaba las formas de mi rostro y me hacía parecer tan amable y bondadoso que incitaba a los jóvenes a tomarse confianzas por encima de sus posibilidades. En ningún momento se me ocurrió pensar que estas mismas gafas, junto con la barba, habían hecho a mis alumnos confundirme con rostros tan adustos y rigurosos como los de Clarín y Unamuno. En una suerte de pensamiento mágico, imaginé que unas gafas de pasta oscura, de formas rectas y angulosas, podrían hacer un efecto de entrecejo fruncido permanente y mantener acogotados a los impresionables adolescentes.

De momento, dos alumnas me han pedido que vuelva a llevar mis gafas de simpático. Aunque, la verdad, no las veía muy acobardadas mientras fabricaban durante mi clase de Lengua los anteojos de papel que me luego me regalaron. Juran y perjuran que estaban atentas y se enteraban de mis explicaciones. Cuando recogía su obsequio artesanal no podía evitar que me invadiera un oscuro pensamiento: ¡Maldición, ya les he vuelto a caer bien!



[i] Amigos lingüistas, os propongo esta oración de siete líneas para que la analicen sintácticamente nuestros estudiantes.

sábado, septiembre 23, 2023

TETRIS

Después de unos días de clase con el grupo ordenado por orden alfabético de apellidos, los alumnos han empezado discretamente a aprovechar cualquier resquicio para acercarse a sus compañeros más afines: la mesa de un compañero en el extranjero, la enfermedad temporal de otro… A veces incluso pactan entre ellos los intercambios de sitio y me los proponen como un hecho consumado. De momento, si veo que trabajan y no dan guerra, los estoy dejando… y observo.

Observo que una de las columnas queda un tanto esquinada como aquellas entradas de cine de las que hablaba Jardiel Poncela, que hacían ver la pantalla de perfil y todos parecían el asesino, e intento centrar más las mesas en la clase; observo que algún alumno alto ha quedado muy en primera fila y puede restar visibilidad; observo (sobre todo porque me lo han dicho) que algunas alumnas no ven muy bien de lejos (no saben cómo me solidarizo) y, ¡lo nunca visto! preferirían estar en primera fila.

Me he planteado la posibilidad de hacer un primer cambio de sitios y les preguntado por sus filias y fobias, cuál sería su arcadia feliz y su infierno de Dante, por no ponerles las clases más cuesta arriba. Pero es tanta la información que cuando intento colocar sus nombres en la plantilla de la clase empiezan a faltarme sitios por un lado, a sobrarme por otro, y los grupos de amigos adquieren extrañas formas irregulares.

Se me parece entonces la clase a ese exitoso videojuego de mis tiempos jóvenes, el tetris, en el que había que apilar piezas de diferentes y caprichosas formas de manera que ocuparan toda la superficie sin dejar espacios en blanco. Recuerdo que, después de ver jugar las largas partidas de algunos expertos, cuando me acostaba y cerraba los ojos, se me aparecían piezas irregulares de colores cayendo a velocidad creciente, mientras yo trataba de acomodarlas. Lo mismo me pasa ahora. En días como estos, cierro los ojos y veo nombres, caras y peticiones. Encajo a tres aquí, levanto uno de delante, dos de atrás, los cambio por otros, y de pronto me quedan siete sitios que nadie ha pedido, cinco personas que no podrán estar donde querían, doce que protestarán y veinte que me miran ya con odio mientras no concilio el sueño… y recuerdo que en mi cole de “boomer” nos sentábamos de dos en dos por número de clase, en pupitres unidos, y que me pasé cursos enteros junto a mi querido Antonio Lucas, sin siquiera pensar que el mundo pudiera ser diferente.

¿Y si los dejo como están?

LISTAS CERRADAS

 Los alumnos no paran de sorprenderme y obligarme a adaptarme a novedades cada día. Mirándolo en positivo, creo que eso me mantiene joven. Aunque quizá también influya el corte de pelo y las gafas nuevas de antipático que me he hecho. (Spoiler: no han funcionado; les he vuelto a caer bien, ¡maldita sea! Al menos me están diciendo que parezco más moderno).

Esta semana me disponía a proceder a la elección de delegados de mi tutoría. En principio, no parecía haber muchos interesados, pero hace unos días surgió una propuesta con la que no contaba: las listas cerradas. Dos alumnas se presentaban en conjunto, como delegada y subdelegada. Nunca lo había pensado así: siempre se presentaban alumnos de forma individual, y el más votado era delegado y el segundo subdelegado. El caso es que no me ha parecido mal, y he aceptado la presentación de candidatos únicos y en lista cerrada. El resultado: cuatro parejas más otros tres en solitario. Es decir, once personas de 29, ¡más de un treinta por ciento de la clase! Me ha emocionado la implicación de mis tutelados, y lo reñido de las votaciones. Hasta el punto de tener que solicitar el voto por correo (electrónico en este caso) de una alumna ausente por enfermedad porque tres candidaturas han quedado a un voto de distancia.

Ha sido un poco frustrante no llegar a completar las designaciones. Ya me había traído la espada de nombrar caballeros delegados y me he sentido un poco ridículo por no poderla usar. Es un arma deportiva, de esgrima, de cuando practicaba ese noble deporte con toda la torpeza de que soy capaz, que no es poca. Pero la he dejado en el maletero del coche, a la espera de mejor ocasión. Estoy tranquilo porque, salga quien salga, representará bien a la clase. Solo me inquieta que en un control de la policía, me hagan abrir el maletero y tenga que justificar la presencia de un arma blanca de un metro de hoja y me convierta en el nuevo Daniel Sancho.

miércoles, agosto 31, 2022

BREVES DE UN LARGO VERANO: VERANO DE CRISTALES

Parece que los cristales y sus colores – los que lo tengan – influyen mucho en nuestra percepción de la vida. Mis gafas han sido las redondas de siempre en este par de meses que, profesor repelente como soy, se me han hecho largos. Quizá la forma circular de las lentes me haga parecer que siempre vuelve uno a un punto de partida sin avanzar. No me quejo, ha tenido algo mi verano como de película francesa, lenta y de poca acción, pero estética y con diálogos interesantes. Hace un par de fines de semana, sin irme más lejos, asistí a un concierto de música clásica (piano y voz) en el cuidado jardín de un antiguo hotelito reconvertido en academia de música, en la zona noble de San Rafael. Me han faltado, eso sí, una Clara con su rodilla o una playa con su Pauline.

El cristal que sí me ha hecho ver la vida de un modo distinto ha sido el parabrisas de mi coche, amanecido estallado una mañana de sábado de primeros de julio, quien sabe si por vandalismo o accidente, y cuyo repuesto quedó marcado en el taller como “sin fecha”. Por suerte, ni me restaba visibilidad ni he viajado apenas, pero no he podido evitar sentirme como mal vestido al volante de un auto que mostraba su herida sangrante tan a la vista.

Otro cristal: el del baño. Si en casa del herrero, cuchara de palo; en la del cuñado del mamparista llevan años colgando cortinas de baño de plástico que, desde luego, tardo demasiado en cambiar. Por eso, y un poco aprovechando este verano tan de quedarme en casa, por fin me he decidido a poner mampara. Por el empaque que le da, más que nada. Pero, si la luna de mi coche no la mandaban, la de mi bañera sí la enviaron… y se perdió. Nada de importancia para quien, como yo en verano, dispone de todo el tiempo del mundo. Lo cierto es que este cristal sí ha cambiado mi mundo. Parece todo mejor armado, más estable y menos provisional.

El último, el de mis gafas propiamente dichas. Ya me libré un día de que me colocaran un tratamiento antiojeras levantándome de la silla donde llevaban cinco minutos aplicándome una crema en promoción a solo quinientos euritos (algún día tendremos que hablar de los diminutivos). Son los riesgos de pasear por el barrio de Salamanca. Pero hace solo unos días me cazó una vendedora: me pidió las gafas, me dijo que qué sucias, le aplicó un espray con aloe vera con sumo cuidado y me presentó el cristal, nítido como recién salido de fábrica. Siguió con el otro, me pidió el reloj, le puso una crema antiralladuras, le frotó un paño y salió negro, y finalmente lo sumergió en un recipiente con motor lleno del mismo espray verde con que había limpiado las lentes. Que te enseñen que llevas tus joyas llenas de roña desarma a cualquiera, pero yo soy un cliente difícil. ¿Cuánto valía el botecito mínimo de 50 ml? 15 euros. El que lleva cuatro veces más, 20. Ya iba a irme, cuando me hizo la oferta que no podría rechazar; el pequeño, para probar, 10 euros. Han pasado unos días y estamos muy lejos en la distancia para que puedan ustedes ver la cara de primo que se me quedó al llevarme esa enanez que ya he dejado de usar.

Pero a día de hoy veo la vida con limpieza y claridad. Todos los elementos van encontrando su lugar y, sobre todo, su fecha: la vida se ordena, todo es armonía. Hoy la tierra y los cielos me sonríen; hoy llega al fondo de mi alma el sol. El taller Darma ha traído la luna para mí. Ese parabrisas aplazado al menos hasta septiembre, ha llegado adelantado, y hoy mi coche luce por fin como un traje nuevo. Hoy creo en Dios.


martes, agosto 30, 2022

BREVES DE UN LARGO VERANO. A VECES UNO ES LO QUE LES PASA A LOS DEMÁS

En un paseo urbano de dos horas desde Delicias hasta la Avenida de América lo normal es que pase algo. Una ciudad llena de estímulos - personas, animales, coches, escaparates… -, ¿cómo no va a llamarte algo la atención? Esa joven pija en un barrio pijo con pinta de turista internacional de lujo, montada en un patinete eléctrico como deslizándose sin esfuerzo por una ciudad y un mundo que son una alfombra roja tendida ante su juventud, su belleza, su dinero… Uno aventuraría que la vida es fácil para ella, pero quién sabe; como decía aquel culebrón, los ricos también lloran. O quizás es solo una estudiante de intercambio perdida en Ortega y Gasset.

Siempre pasa algo que nos sorprende, como la chica del paseo del Prado del otro día, instalada en una mesa plegable con una máquina de escribir naranja, ofreciéndonos poemas instantáneos. Una retratróspida literaria. Hablamos de las máquinas de escribir; no conocía el origen del tippex, esos papelitos que encuadrábamos delante justo del error para que el tipo dejara su impronta blanca superponiéndose al anterior trazo de tinta…  Si hubiera llevado cuaderno, le habría ofrecido un intercambio - dibujo por poema -, pero no me animé. El precio me pareció caro: pedía la voluntad y yo de eso tengo poco. No hay más que ver el tiempo que llevaba sin publicar nada.

Hoy ha sido distinto. Calle Lagasca; tres mujeres se confabulan para una sesión de fotos. Dos de los roles están claros: la modelo y la fotógrafa. La tercera podría ser una acompañante de la primera, una chica jovencísima de belleza exótica: grandes ojos negros entornados bajo unas cejas poderosas; nariz fina y generosa sonrisa. El óvalo de la cara era precisamente un óvalo, coronado por una melena morena, peinada con raya en medio en todo lo alto, para caer enseguida a ambos lados en dos cascadas onduladas simétricas.  La escena es fascinante, me muero por quedarme de público, pero sería tan raro… Me acuerdo de pronto del cuaderno que llevo paseando en la cartera desde por la mañana con el roller Signo acoplado en la espiral y me entra el ansia de apropiarme de ese momento. Pido permiso como un niño bueno para hacer un retrato mientras la fotografían y la modelo me autoriza alegre e ilusionada.

No ha sido ni de lejos mi mejor trabajo. Es muy frustrante no estar a la altura del modelo que tenemos delante. En mi descargo, alego que la fotógrafa le hacía cambio de gesto y posición cada treinta segundos, y justo después de hacerla seria, la veía sonreír y quería plasmar también esa sonrisa… Como justificando mi presencia hasta el final, le he entregado mis dos intentos con una disculpa y sin la precaución de haberles hecho foto para el archivo. Creo, no obstante, que podría dibujarla de memoria… peor no me iba a salir. Nara, como se ha presentado en el vídeo que también han grabado, ha recogido sus retratos con entusiasta agradecimiento y yo, educado y tímido, le he deseado suerte sin atreverme a elogiarle el encanto que, sin duda, le abrirá muchas puertas.



sábado, agosto 31, 2019

A MÍ CHIQUITO ME COGÍA EL TELÉFONO. PRÓLOGO: "Y CON ESTO YA ACABO"

A nada que tengan ustedes el libro físicamente entre las manos habrán deducido que este título es mentira. Me permitirán la licencia. Imbuido por el espíritu periodístico he decidido reinterpretar el dogma “que la verdad no te estropee una buena noticia” en mi propio beneficio. En este caso la realidad no iba a arruinarme un bonito título. Por otro lado, si bien en sentido estricto no es cierto que con este capítulo acabe el libro, sí es una buena descripción de su contenido, pues he decidido empezar por el final para continuar en un anárquico flashback sin orden ni concierto cronológico, tal como es, por otra parte, la vida del guionista de televisión.

El contenido de este capítulo es piedra angular en la redacción de un libro que ideé hace casi doce años. Si me he resistido a terminarlo ha sido porque difícilmente iba a poder evitar que pareciera una despedida de mi carrera en televisión y yo todavía, como el que se resiste a levantarse de la cama por la mañana para dormir un poquito más, pretendía también poder seguir trabajando aún unos añitos en el medio. Soñaba tal vez con una buena racha de dos o tres años en un mismo programa o enganchando proyectos; quizá un nuevo “Camera Café”, con su estatus de ficción y el reconocimiento público. Y luego ya sí, retirarme como el George Constanza de Seinfeld: “dejándolo en alto”. Ha debido resultarle a mi karma un sueño demasiado ambicioso que yo no merecía, así que me ha tocado una travesía en el desierto que creo haber vivido con dignidad y sin demasiada queja.

Y ahora ya sí, por fin, después de unos años combinando largos periodos de paro con algunos de mis trabajos más breves y a la vez gratificantes, años en los que a menudo me asaltaba la sospecha de que la tele me había prejubilado sin avisar; después de cerrar un círculo al volver a trabajar con mi primer jefe y completar así la ronda de televisiones nacionales en mi curriculum; de volver a abrir el círculo y ser rescatado por otros compañeros de camino, entre ellos mi segundo jefe; después de volver a Canal Sur, de crearme expectativas y cancelarme renovaciones, después de reencontrarme con entornos familiares y llegar a sitios nuevos; de ser un astronauta en Real Madrid Televisión y de volver a Telecinco a las caracolas donde no llegué a trabajar en mi año de Informal; después de intentarme reinventar imaginando oficios creativos sin rentabilidad ni futuro; después de pasear mi incierta suerte entre la alegría y la preocupación, entre aceptando y resignado, con mi poquito de envidia, pero no demasiada, a quien tuvo más fortuna, y mi interna satisfacción por haber hecho bien las cosas y poderme permitir este paradójico lujo de vivir del aire y de milagro; después de todo eso, hoy, por fin, la vida me presenta una oportunidad distinta y me animo a probar suerte en otro mundo que me ofrece lo que tanto me ha faltado: certidumbres, estabilidad… y los niños que no he tenido.

Irónicamente, me ha pillado trabajando y debo renunciar y despedirme de un prometedor y divertido concurso en fase de preproducción que podría ser un éxito y durar bastante tiempo.  Pero lo que en principio me parecía una broma de mal gusto del universo para conmigo, puedo verlo ahora como una magnífica ocasión para salir por la puerta grande y, con la cabeza alta, diciéndole al mundo de la tele: “No me echas tú, me voy yo”.

Y por eso este pequeño capítulo dedicado a “El Bribón”, aún por estrenar, y a los que han sido mis últimos compañeros, me sirve a la vez de despedida y de punto de inflexión para echar la vista atrás y hacer memoria sentimental de mis modestas vivencias a lo largo de más de treinta años.

Cuando tengan ustedes este libro entre las manos, quizá el programa que he dejado esté haciendo historia y yo me tire de los pocos pelos que me quedan o quizá solo haya pasado a la historia y yo pueda resoplar pensando “me salvé”. Por fidelidad y amistad a quienes han sido mis compañeros aun por solo unas semanas, prefiero la primera opción: mucho éxito ¡y que dure! Por lo que a mí respecta, como anticipaba en el título, con esto ya acabo. Bueno, y empiezo.

jueves, abril 14, 2016

ENSAYAR EL HUMOR

Llevo ya unas cuantas ediciones participando en los festivales de Dionisíacas que organizan mis vecinos de Acción-Escena Escuela de Teatro, y la amistad con su director Pablo Baldor me facilitó volver a llevar al escenario mi juguete cómico "Robin Hood Crusoe", 25 años después de su estreno en la facultad de filología de la Universidad Complutense, con bastante éxito de público (se rieron) y de crítica (nadie me criticó).

Durante los ensayos hice una reflexión que quise desarrollar por escrito, pero se me quedó en borrador. Cuando hoy la he retomado, me ha decepcionado encontrarme con que sólo tenía un título y no tenía ni siquiera un hilo que seguir. No importa. Sé de lo que quería hablar.

Aunque la obra es prácticamente un monólogo, por aquel entonces, en 1990, conté con la colaboración de dos compañeros, Ángel Navas y Pedro Ignacio López, que hacían unas introducciones a las distintas escenas y algún diálogo conmigo. Eso nos obligaba a un ensayo conjunto, de modo que las partes monologadas podían tener un observador aunque sólo fuera para pasar el texto. En las funciones del año pasado, en mayo y noviembre, sólo tuve un ensayo con Claudia Mulero, la persona de Acción-Escena que llevó el seguimiento de luces, sonido, atrezzo, decorado... ¡e incluso de apuntadora! (agradecimiento infinito). En el 90 no pudimos ni siquiera tener ensayo general en el teatro; en 2015 sólo tuve ése: un boceto de puesta en escena. 

Qué difícil es ensayar solo. En espacios distintos, sin elementos. O con ellos, pero ¡qué ridículo se siente uno sin nadie enfrente! Hay una suerte de ceguera. No te ves, no te oyes, te da vergüenza dar voces tú solo en casa, qué pensarán los vecinos. Apenas acierta uno a repasar el texto, y por más que alternes el orden siempre acabas diciendo el principio mil veces y el resto tres o cuatro como mucho. Qué difícil, Y si se trata de humor, mucho más.

Si todas las artes se completan con la participación de un receptor, en el caso del humor especialmente. Se pregunta un célebre koan zen si hace ruido el árbol que cae cuando no hay nadie para oírlo. Pueden darle vueltas al tema (y a lo de la palmada con una sola mano) mientras yo lo parafraseo: "¿tiene gracia el chiste que nadie lee o escucha?". La respuesta seguramente es no. Aunque también es sí, porque para hacer un chiste, el humorista tiene que ponerse en los dos lados: no se me ocurriría escribir o dibujar un chiste que a mí mismo no me ha hecho gracia. Y no es poco habitual encontrarme con chistes que me hacen reír, y darme cuenta más tarde de que en realidad los escribí yo mismo hace tiempo y no lo recordaba. También ocurren los plagios involuntarios, pero eso es otra historia.

Al final se encuentra uno sentado ante una mesa, repasando mentalmente los chistes y escribiendo o memorizando alguno nuevo que aparece de improviso, a la espera de poderlo probar el día del ensayo. Pero el día del ensayo, tu colaboradora tiene un millón de cosas que apuntar y a las que atender, y tú ensayas un poco más rápido de lo debido, te ves inseguro con el texto, te entra el vértigo de no saber ni la mitad, y no ves que nadie se ría... ¡y ahora sí que hay alguien al otro lado! Yo mismo empiezo a dudar de la mitad de los chistes. ¿Y esto es ensayar?

El humor no se ensaya; se prueba directamente. Se publica, se representa... ¿Y no te pones nervioso? Me ponía hasta que descubrí que, como tantas cosas en la vida, no importa. ¿Qué es lo peor que me puede pasar? ¿No tener gracia? Es algo bastante asumible comparado con no tener qué comer, dónde dormir o estar enfermo. Algunas comparaciones son odiosas, pero otras son liberadoras. Puedo no ser gracioso y mi vida no cambiaría sustancialmente. No soy cómico profesional, de modo que, si no gusta lo que hago, con no hacerlo más, asunto arreglado. Más difícil es lo contrario: tratar por igual al otro impostor, el éxito, que diría sir Rudyard Kipling en su recordadísimo poema "If".

Al final no era tanto ni tan importante lo que quería decir, pero creí que debía cumplir conmigo mismo antes de acometer mi siguiente nota: Crear es destruir, al hilo de un dibujo que acabo de modificar. Pero cada cosa a su tiempo.

El sábado 16, por cierto, volveré a Dionisíacas con "Que Dimita Rita", "Los Huesos de Cervantes" y "Por Sacar Dinero". No sé a qué hora, no se lo puedo decir. Y en dos días, estas líneas habrán quedado desfasadas, así que ¡lean esto pronto!