El germen de
este libro nació, ya lo expliqué, en un momento en el año 2007 en
que vi a mi compañero Juanjo Muñoz sorprenderse y admirarse de que conociera a
Chiquito de la Calzada. Era una nueva constatación de que mi trabajo suscita
asombro y curiosidad (¡La tele! Esos programas y series que vemos todos a
diario y cuyos personajes nos parecen casi de la familia y al mismo tiempo tan
lejanos e irreales. ¿Cómo será trabajar en la tele, conocer en la vida real a
esos personajes?). Pero en este caso era algo más.
Entiendo la
curiosidad de los espectadores, pero la de Juanjo me cogió por sorpresa. Era
una curiosidad nueva, porque él no era ajeno a este mundo; era una
persona del medio, que trabajaba dentro, que escribía para presentadores, y sin
embargo se sentía igualmente ilusionado por haber reducido a dos sus grados de
separación con don Gregorio.
El sentirme
interesante fue halagador, aunque fuera por algo tan poco meritorio como haber
coincidido con alguien, y la idea de publicar mi vida laboral y la relación de
famosos que conozco quedó sembrada en lo profundo de mi inconsciente.
Otro
empujoncito me dio Noelia Bodas, en La Tira, al sugerirme que podría impartir
una clase en un máster de guión. “Si yo no sé nada”, objeté. Pero ella
consideraba mi mera experiencia lo suficientemente interesante como para estar
a la altura de muchas de las clases que recibió como alumna (No seré yo quien
juzgue los planes de estudios de los cursos privados de postgrado). Así será,
pensé yo, y no le di muchas más vueltas.
En posteriores
intermedios entre trabajo y trabajo, la idea volvía a mi cabeza, con un título
claro. Pero algo me
refrenaba, y era un cierto tufillo a despedida, que quisiera si me lo permiten
exorcizar. Señores de la tele: voy estando mayor… ¡pero no me he retirado!
En uno de mis últimos periodos de paro, conseguí un breve paréntesis laboral para preparar en Antena 3
la retransmisión de las Campanadas de Nochevieja para La Sexta (cosas de la
fusión). Las habrían de presentar Sandra Sabatés y Alberto Chicote.
Lamentablemente no conseguí hacer llegar a tiempo al departamento de promos mi
idea de versionar el estribillo de la cabecera de la antigua serie de dibujos
animados “Don Quijote de la Mancha”, cambiando los nombres de Quijote y Sancho
por los de Chicote y Sandra, pero pueden componerlas ustedes en su cabeza a
partir de este corte de youtube (del 00:18 al 00:30)
Me voy por las
ramas. Este trabajo, notorio pero intrascendente (por su propia naturaleza, ni
aunque hubiéramos tenido un 80% de share habríamos podido renovar), fue muy
importante para este libro. Volvía a trabajar en Antena 3, la que durante tanto
tiempo fue mi casa, para una producción propia. El trabajo en la tele te
proporciona la experiencia de la secuencia circular del tiempo. Periódicamente,
uno vuelve otra vez a un mismo punto. Pero no se trata de un círculo cerrado,
sino de una espiral, como los surcos de un disco de vinilo, porque llegas al
mismo punto, pero en un escalón distinto, más adentro o más afuera, quién lo
sabe, pero con evidentes diferencias sobre la primera vez. O sobre la segunda o
la tercera.
En esta vuelta
a Antena 3, esperaba encontrar, como de costumbre, a un montón de amigos, pero
me encontré el hotel del Resplandor. Pasillos vacíos, redacciones abandonadas,
y por aquí y por allá pequeños reductos de trabajadores que se juntaban en un
mismo lugar para no sentirse solos. Con una sensación mixta de asombro y
desolación, día tras día, me fui reencontrando con los pocos amigos que aún
quedaban allí, y recordamos viejos tiempos. Pero sobre todo fue con mi
compañero Fernando del Moral, a cuyo lado trabajé. Fernando, el mítico guionista fijo de
la televisión privada, estaba colaborando en un programa de zapping elaborando
la parte histórica, y recordamos a compañeros y amigos, programas, anécdotas,
modos de trabajo… ¡incluso los sueldos que se pagaban!
A la sensación
de vuelta se añadía que no eran mis primeras campanadas, sino las segundas.
Dieciocho años antes ya trabajé en otra retransmisión, la despedida del año
1994 y bienvenida de 1995, con Pepe Carrol, que en paz descanse, ¡y el propio
Chiquito de la Calzada! Estuvimos cerca de dos horas ensayando los diez o quince
minutos de la retransmisión, una y otra vez repitiendo los mismos chistes: el
de la cosa que está tan mal que estamos friendo las sardinas con saliva; el de
ve preparando las angulas-qué quieres, que me tire una hora pintándole los ojos
a los fideos… Y yo riéndome a carcajadas a cada chiste, exactamente igual todas
las veces, para tratar de arrancarle la risa al público de gala que habíamos
traído, joven, elegante, de buen ver… pero sosito.
Esas
campanadas las retransmitimos desde un estudio virtual, un prodigio tecnológico
que recientemente había incorporado Antena 3 y que sólo usaba para las predicciones
del tiempo, pero que, para la ocasión, había reproducido el interior de un
café en altura en un edificio cercano a la puerta del Sol, cuyo reloj se veía por
una ventana (incrustado en croma).
Recuerdo que
hubo un catering de nivel como merecía la ocasión, y que me recomendaron no
poner muchas pegas a tomar un par de copitas de vino (tres quizás), para facilitar mi
animación y el efecto dominó que queríamos conseguir. Sí, amigos, se me había encargado
la responsabilidad de reírme y contagiar la risa al público. Y no fue tan
fácil, porque en el último ensayo los chistes ya habían perdido para mí todo el
efecto y empezaba a sentir agujetas en la mandíbula. Pero así se hizo, y me
convertí en la risa de las Campanadas de Antena 3, y me oyeron hasta en
Telecinco. Muchos años después, durante la grabación de un piloto, Tomás Summers
me presentó al Sevilla, el cantante de los Mojinos Escozíos, y en el momento en
que me oyó reírme, dijo que reconoció mi risa. No sé si me dijo que la tenía
grabada y todo. Entonces me lo creí; ahora que lo escribo, me temo que el
guasón de Tomás se conchabara con él para embromarme.
Volvemos a
diciembre de 2012 y al encargo de las Campanadas de la Sexta, un trabajo que me
proporcionaba de nuevo la experiencia de las campanadas, pero en esta ocasión,
en vivo y en directo, en el lugar de los hechos, y como Dios manda, ¡con chica!
¡Y qué chica! Yo que pensaba que ya lo había visto todo y me había convertido
en indeslumbrable, descubrí que siempre hay un más allá. Pero dejémoslo: Sandra
merece capítulo aparte.
Hice de
redactor, acudiendo al Intermedio a pedir que nos grabaran unos consejitos que
yo mismo había guionizado, hice también, por primera vez, de reportero de
calle, ¡a estas alturas! Pero, por encima de todo, esta experiencia me brindó
un vínculo, un nombre, un cabo de hilo del que tirar para convertir ya
completamente en incuestionable la necesidad de escribir este libro. Porque no
me digan que no es casualidad que hiciera unas campanadas con Chiquito y años
después… ¡con Chicote! ¡Sólo eso bien merece un libro! Y aquí lo tienen (bueno, lo van teniendo por entregas).
Debo aprovechar, por cierto, para reivindicarme, ya que recientemente una campaña de publicidad de aceitunas ha reunido a Chiquito y Chicote en un mismo spot. No sólo mi idea es previa (exactamente, de diciembre de 2012), sino que mi propia experiencia me avala y me autoriza por encima de ningún otro para establecer esta graciosa relación entre sus nombres (por cierto, no recuerdo que el anuncio aprovechara este detalle, lo que me desconcierta especialmente, porque entonces ¿para qué los juntaron?). En todo caso, dicho queda: la publicidad me copia, ¡me siento realizado!
Antes he
hablado de la teoría de los grados de separación. Se presta aquí hacer un
inciso sobre ello. Me he documentado: la propuso en 1930 un escritor húngaro, Frigyes
Karinthy, y pretende que cualquier persona de la Tierra puede estar conectada
con cualquier otra por un máximo de cinco intermediarios (o seis grados de
separación). En el grado 1 estarían todas las personas que uno conoce directamente,
sin persona interpuesta. El clásico “un
amigo de un amigo”, que precisa de un intermediario y sólo uno, estaría a dos
grados de separación. Y así sucesivamente.
Este grado 2
de separación es particularmente importante y convierte al intermediario en una
persona con poder: el poder de presentarte a la otra persona, sea ésta un
famoso, una mujer que te atrae, un cliente potencial o un profesional de gran
renombre y agenda muy apretada.
Según escribo
esto, me viene a la cabeza que quizá esas miradas de adoración casi devocional
que me prodigan algunas personas cuando se enteran de que trabajo en la tele provienen de la idea inconsciente de que, al conocer a sus ídolos, yo podría
presentárselos, y por tanto, soy para ellas una especie de mago o sacerdote que
tiende puentes entre el brillante e inalcanzable mundo de los famosos y el de
los vulgares espectadores. ¿Pero tú también, Juanjo, compañero mío?
El
interés de este libro, si tiene alguno, habrá de ser un poco éste, que los
lectores crean conocerme y, así, reducir un grado de separación con muchos de
sus adorados personajes televisivos. Advierto, no obstante, y a sabiendas de
que puedo perder muchos lectores potenciales, que hasta el momento de escribir
estas líneas me he ahorrado el trabajar en programas de corazón y
telerrealidad, y no conozco, por tanto, a nadie de Gran Hermano, Mercedes Milá
incluida.
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:)
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