"A mí Chiquito me cogía el teléfono" es el título del "Informe de vida laboral de un mercenario de la tele"; es decir, mis memorias de mi vida en la tele, que están avanzadas, pero llevan un tiempo más paradas que yo. No es porque no esté generando capítulos nuevos, que también, aunque aún me quedan episodios por desarrollar. El asunto es que esto de escribir memorias parece cosa de jubilado y no quisiera darme yo mismo por acabado. Al contrario, quiero invocar al espíritu de Chiquito (también vivo, por otro lado) para reclamar un poco de fortuna en esto de trabajar. Aparte de ello, no sé qué habría de hacer con este testamento, si patearme editoriales con las que no ganar un duro, autoeditármelo para vendérselo a los amigos, publicarlo por fascículos en columna de juguete o inaugurar un nuevo blog, ya el tercero. De momento, opto por una primera entrega en este blog abandonado, lo que no anula ninguna de las otras posibilidades, y abro los oídos virtuales para escuchar por escrito sus opiniones. Allá va el primer capítulo, que explica el proyecto.
A MÍ CHIQUITO ME COGÍA EL TELÉFONO
"Hablábamos
Amador Moreno y yo, y salió Chiquito en la conversación. No recuerdo la razón.
En realidad no tiene por qué haber una razón: desde el año 94, Chiquito, con
mención expresa o sin ella, está presente en todas las conversaciones de
guionistas de humor del país. Y de cómicos profesionales. Y de cómicos
aspirantes, y de cuentachistes aficionados, y de animadores familiares. Pero
eso será otra historia. Hablaba, decía, con Amador, cuando mi compañero sacó a
relucir mi relación con el humorista, y en la mesa de al lado se volvió Juanjo
Muñoz, abriendo los ojos como platos, como antes había abierto las orejas para
escucharnos. Emocionado, admirado incluso, me preguntó:
- ¿Conoces a Chiquito?
Hay frases que
lo retratan a uno, que dicen mucho de ti, de tu vida, de tu historia personal.
Si dices, como Julio César, “Llegué, vi, vencí”, es que ganaste a alguien y,
por lo que parece, lo hiciste sin gran dificultad: sólo tuviste que mirar. En
algunas frases dichas sin querer o con toda intención, se resume en ocasiones
el curriculum de uno, y eso es lo que me sucedió a mí aquella tarde en la redacción
de Noche Hache, cuando Juanjo me preguntó con los ojos como platos si conocía a
Chiquito, mirándome casi con devoción, como quien ve en persona a un ser
mitológico o especial. Yo me sentí halagado, y me vine arriba. Tanto, que se me
hizo corto el reconocimiento, y se lo quise matizar lleno de orgullo.
-
¿Que si conozco a Chiquito? ¡A mí Chiquito me
cogía el teléfono!
Recreen la
acción con el índice de la mano derecha estirado, dando vueltas hacia arriba
dibujando un muelle y comprenderán por qué, al instante mismo de terminar mi
frase, estallé en una sonora carcajada con la que me reía de mí mismo al tiempo
que trataba de borrar la vergüenza propia que sentía por mi ataque de soberbia.
Es tonto enorgullecerse
uno del triunfo conquistado por una persona que pasó a tu lado alguna vez. Si
lo miras bien, parece casi la cara amable de la envidia. Y por ser la cara
amable, siento una cierta indulgencia por mí mismo por esta debilidad. Y
también por Juanjo, que confundiendo fortuna con mérito, me miraba con
admiración. Poco le faltó para pedirme un autógrafo. Aunque de éstas también he
tenido.
Ese fue
probablemente el primer momento en que tomé conciencia de mi papel en la
historia de la televisión de nuestro país. Un papel de turista que se hace
fotos junto a los principales monumentos (¡y qué monumentos!, como diría José
Luis López Vázquez, a quien no conocí), y que presume orgulloso ante sus amigos
de la proeza de simplemente haber estado allí.
-
¿Ves la Torre Eiffel? ¡Pues yo estuve allí!
- - ¿Construyéndola?
- -
No, haciéndome una foto.
Eso
significaba que me estaba haciendo mayor. Pero también que por primera vez
comprendía en toda su magnitud que mi azarosa vida por el mundo de la tele podía
despertar un interés no sólo en el profano espectador, sino incluso entre
profesionales. ¡Si hasta a mí mismo me sorprende a veces recordar las cosas que
he vivido!
No puedo
seguir, por cierto, sin aclarar un punto. ¿Qué significa – se dirán ustedes –
eso de que Chiquito me cogía el teléfono? O igual no se lo dicen porque hoy día
todos los teléfonos, fijos y móviles, tienen una pantalla que registra el
número del teléfono que llama. No era así ni mucho menos en aquellos tiempos.
Ya existían los ordenadores, eso sí, pero los móviles eran aún un gadget propio
de James Bond y de unos contados ejecutivos esnobs. Chiquito no era ni lo uno
ni lo otro: era un señor mayor de Málaga, un artista que llevaba toda la vida
trabajando y que era la primera vez que actuaba en televisión. Era una especie
de “yo estuve allí” que, de pronto, se convirtió en el “allí” del que uno podía
presumir por haber estado junto a él. Pero por el momento vivía en su casa de
siempre, con su mujer y su teléfono.
Entonces, ¿qué
mérito tenía que me cogiera el teléfono? ¿Acaso sabía que era yo y no otro
quien llamaba? ¿Acaso no se lo cogía a todo el mundo? ¿Acaso de lo que estoy
presumiendo es simplemente de haber tenido su número de teléfono? No, no y no.
Chiquito empezó a salir por televisión a finales de julio de 1994 y ya en
septiembre empezamos a recibir en la redacción las primeras llamadas queriendo
contratarlo para actuaciones. En octubre, la cuestión ya era insostenible.
Los agentes
consiguieron el teléfono de Chiquito, el teléfono de Chiquito empezó a sonar
como los nuestros, y Chiquito empezó a volverse loco. ¿Pero por qué lo llamaban
a él, no tenía representante? Obviamente no: era un artista que iba de
chiringuito en chiringuito cantando y contando chistes para quien estuviera por
allí y a quien de vez en cuando contrataban para amenizar una cena o una fiesta
privada. Y de pronto, lo veían como diez millones de personas de una sola vez.
Finalmente, consiguió un representante (mejor dicho: un representante consiguió
hacerse con Chiquito, la joya más deseada del momento), pero para solucionar el
problema de las llamadas a su casa, optó por la calzada de en medio: no coger
el teléfono a nadie… salvo las llamadas del programa.
Les intriga
saber cómo podía reconocer Chiquito que era yo mismo quien le llamaba y no un
pesado de una sala de fiestas de un pueblo de Cuenca, ¿verdad? Una opción
hubiera sido llamar siempre a la misma hora, pero eso en televisión es
imposible; en cualquier momento puede haber un cambio, y hay que avisar. Se
decidió crear una contraseña secreta, una clave con la cual Chiquito pudiera
saber inequívocamente que era yo y no otra persona quien le llamaba.
Han pasado
casi veinte años desde entonces, seis o siete generaciones de teléfonos móviles
(en mi mano dos o tres nada más), con posibilidad de poner tonos distintos
según el teléfono que llama, y también han cambiado los terminales de teléfono
fijo, todos ellos ya con identificación de llamadas. Creo, pues, que si
Chiquito quiere tener alguna contraseña para cribar sus llamadas entrantes,
seguramente habrá escogido alguna más sofisticada, así que me veo autorizado
para revelar el gran secreto entre Chiquito y yo. Ahí va: simplemente marcaba
su número, esperaba que sonara una vez el timbre de llamada y colgaba, para
acto seguido volver a marcar y escuchar que al otro lado alguien descolgaba el
aparato.
-
¿Chiquito? – le preguntaba.
-
¿Qué pasa, fenómeno?
Fenómeno, ese era yo. Y a mí Chiquito
me cogía el teléfono, ¿qué os vais a pensar?"
(¿Sigo?)
3 comentarios:
Sigue, claro, sigue!!
Es una delicia leerte. Sigue, sigue...
Queremos masssss. Otro que podría hablar de Chiquito era Luis Gil que le escribía los guiones en El Burladero. Anécdotas entrañables de un señor al que era imposible escribirle un guión porque no reconocía Jarl cuando lo veía escrito no la frase Por la gloria de mi madre le sonaba de nada y todo le parecían tonterías de su “gordito gracioso” que era como llamaba a Luis
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