Si acaso tengo algún seguidor de A mí Chiquito me cogía el teléfono (-Informe de Vida Laboral de un mercenario de la tele), que no se asuste, que no se ha perdido capítulos. Ni siquiera sé si este ocuparía finalmente el puesto décimo, pues lo cierto es que no llevan una secuencia temporal y son bastante intercambiables. Simplemente, me he acordado de que tenía este capítulo escrito porque ayer en la tele la vi. La vi haciendo de guapa, sin esforzarse, y por lo que me pareció, un poco también de mala... con lo que estaba más guapa. Y como tenía un rato, me he decidido a colgar otra entrega más de estas memorias. Dedicado a ella, a ellas. Ahí va.
¡GUAPA!
No voy a ser
yo quien enmiende la plana a todo un concurso de miss España, que por mucho que
la crisis lo tenga de capa caída y que pueda haber tenido sus polémicas a lo
largo de los años, qué duda cabe que siempre ha descubierto para España y para
el mundo a mujeres realmente guapas. Espectacularmente guapas incluso, diría
yo. Y así lo eras – y lo eres, que quien tuvo retuvo –, Remedios, cuando
presentaste con nosotros los Summersitos tu primer programa de televisión,
grabándolo además en tu tierra, donde contabas (si no recuerdo mal) que de
jovencita habías dejado un puesto de policía municipal para embarcarte en la
aventura del missismo y el modelaje, la aventura, en resumidas cuentas, de
vivir de la belleza, algo que bien te podías permitir.
Málaga fue en
aquellos tiempos mi Hollywood particular, tierra de “dolce vita”, y tú mi
primera estrella famosa en un programa en el que llegaron a participar Rita
Pavone, Jimmy Fontana o Salvatore Adamo. No empiecen a echar cuentas de mi
edad, que por aquel entonces ellos ya eran antiguos, se trataba de un concurso
de “revival” de distintas épocas.
Eras seria, Remedios,
rigurosa, profesional. “Una mujer como las de antes”, que diría Seju, tu
copresentador, con el chascarrillo siempre presto a salir de la lengua. En su
local de salsa (el Café del Mercado, donde hay más carne que pescado) llegamos
a compartir baile. Aunque por unos momentos nada más, que si no me gusta que me
corrijan los pasos en el trabajo, cuando me quiero divertir no se lo aguanto ni
a la mismísima miss España, por mucha razón que tuviera, porque – esa es la
verdad – bailar nunca ha sido lo mío.
Pasamos buenos
momentos en aquel Canal Sur, casi familiar, encerrado en sí mismo con su patio
interior de espaldas a la carretera de Torremolinos a la que estaba pegado.
Recuerdo tu ocurrencia, un día, de preguntarte qué sería de Gracita Morales,
hasta el punto de querer escribir un artículo en un periódico. Ya ves, en eso fuiste pionera,
que creo que aún no habían aparecido los programas de “qué pasó con”. Y tus
aspiraciones literarias no quedaron allí, que llegaste a publicar un libro
sobre el mundo de las misses. Después llegaste a cumplir el sueño de las modelos de
convertirse en actriz y has alcanzado el éxito real: la discreción. Lo tenías
fácil, siempre lo fuiste.
Por todos
estos recuerdos y tu innegable mérito tengo que mencionarte con gran cariño en
esta lista que inauguras, pero, lo siento, Remedios, no encabezas.
Tampoco tú,
Belén, un sol de sonrisa volcada en los demás, a quien tocó presentar un
concurso que aun hoy me parece buena idea. Todo el público participaba, se
levantaba y se distribuía en tres plataformas giratorias, cada una de ellas con
una enorme pantalla de vídeo mostrando una respuesta distinta para una pregunta
planteada. Y tú en medio, entre el público y las respuestas, dirigiendo el
tráfico, siendo arrollada por las señoras que querían tocarte, darte un beso y
llevarse tu luz.
Tenías ese
aire de familia con Emilio, al que venías de acompañar como azafata en un
concurso. El trato fácil, la sonrisa natural, la facilidad para hacerlo todo.
Pasar de azafata a presentadora no fue un reto, fue un paso más en el camino.
Cuatro meses nada más duró nuestro programa doble: A Otra Cosa, contenedor de
tarde, y Tentación, concurso contenido en el contenedor. Hace de ello más de
veinte años y aunque sólo te veo en la pantalla o los papeles, te sigo viendo igual,
a pesar de todo, a pesar de la vida.
No he tenido
el gusto de trabajar contigo en ficción, pero se ve lo mismo, que es otro juego
más para ti. Te esforzarás por aprender, te costará trabajo, no lo dudo, pero
parece que no, que está en ti y te sale naturalmente. Difícil será que volvamos
a encontrarnos en ese otro mundo, el cine, en el que has entrado para dar
dignidad, brillo y calidad a tantas películas. Me alegro por ti y por las
pelis, y lamento que los programas no hayamos sabido merecerte.
Lo tuyo no es
ser guapa, que por supuesto, sino algo de otra calidad. Por ello tampoco me
cuesta decir que no eres tú. Porque tú eres, como aquel programa que hicimos,
otra cosa.
Paula, a ti te
conozco desde los tiempos del Cepillo de Dientes, ese concurso loco en el que
se regalaba un viaje inmediato a personas del público. Lo cierto es que creo
que no lo vi nunca en emisión y que, aunque nuestras grabaciones de Genio y
Figura coincidían con las vuestras en aquel plató del Álamo donde da la vuelta
el aire, tampoco recuerdo que nos viéramos por pasillos ni nadie nos
presentara. Debió de ser en alguna promo o un poco antes, en la misma Antena 3.
Debías de ser jovencísima, ya eras una belleza, pero transmitías un cierto
candor, o quizá soy yo, que me hecho viejo y te imagino así.
Luego
trabajamos juntos en una gala especial de Fin de Año, Que no Decaiga se llamó,
que me lo dejo para otro capítulo. Me discutiste si era conveniente decir que
las Jelly Rolls, un grupo de señoras mayores gordas que hacían un espectáculo
de claqué, habían estado enormes. Yo pensaba que no era para ofenderse, puesto
que ellas jugaban esa baza, pero tú querías ser muy correcta. Si ahora
volviéramos a tener la misma discusión, creo que sería capaz de defender ambos puntos de vista, y que seguramente acabaría dándote la razón, fuera cual fuera
tu idea. Siempre he sido mucho de llevarme bien y economizar esfuerzos para batallas
importantes. Eso, y que la belleza es mi kriptonita particular, y me vuelve
débil.
Nos vimos
mucho por los pasillos de Telecinco cuando hacías el Euromillón y yo estaba en
el Informal. Y cuando me saludabas efusiva y recordando mi nombre, en presencia
de algún compañero, apenas podía contener mi satisfacción. Muy por encima del
latín, siempre has sido un conocimiento del que poder presumir. Y así has
seguido siempre, con tus recuerdos, tus sonrisas y tus efusiones, aunque no
hayamos vuelto a trabajar juntos más que en un Los Más, esos programas de
archivo en formato “de luxe” que con esmero y glamour preparaba el
departamento de galas de Antena 3 que tan bien me acogió siempre.
Tú siempre has
sido y siempre serás un número 1, como aquel concurso de talentos que con tanto
de ello presentaste, pero a pesar de todo, y a riesgo de parecer un fantasma
fanfarrón, no te me enfades si, aun poniéndote en lo más alto, me permito el
lujo de no ponerte arriba del todo.
Bien podrías
ser tú, Silvia, ¿por qué no? Miss también, pero encubierta, pues no supieron
valorarte para ponerte la primera y tú encontraste otra profesión donde lucir
mucho más que el palmito. Perfecta anfitriona en galas y concursos, con la
cabeza bien ordenada y una voz segura y con autoridad. Y todo eso sin perder la
sonrisa y pasándotelo bien.
Nos conocimos
en un programa de reportajes que, visto desde la distancia, fue un laboratorio,
un vivero en el que se crió toda una generación de reporteros y reporteras a
los que el tiempo ha puesto en su sitio: allá arriba. Unas, que hacían sus
pinitos en pantalla, han presentado sus propios programas, otras y otros han
acabado dirigiéndolos. Y el que les habla ha seguido haciendo lo mismo, que es
lo que sabe hacer. Pero no estamos para hablar de mí (bueno, un poquito), sino
de Silvia, contratada para hacer reportajes de moda en un magacine que acabó,
como todos, en diario de sucesos y revista de corazón.
¿Recuerdas el
día que viniste por la mañana con una chupa motera, muy ajustada, y según te la
desabrochabas para quitártela, salí a saludarte dicharachero? “Soy Jacqs, ¿me
buscabas?”, te dije, haciendo alusión a un popular anuncio de colonia en que la
tía buena de turno, en moto y con cazadora, se baja la cremallera dejando
entrever que bajo el cuero sólo hay más cuero, y murmura seductora: “Busco a
Jacqs”. Nos hizo gracia la broma, y ahí quedó la cosa. Ni tú me buscabas ni yo
era Jacqs.
¿Qué más hemos
hecho juntos para que, como con Paula, tenga esa sensación de continuidad en el
tiempo? La gala de presentación de la programación de Antena 3 del año 2000, en
la que anunciabas con Constantino Romero el estreno del que iba a ser tu
concurso durante mucho tiempo: Pasapalabra. Y otro Los Más, también con las
galas.
También estás,
claro, en la nómina de nominadas, y de ahí la mención, pero hay un punto
incierto que no sé describir que me inclina la balanza hacia otro lado. No eres
tú. Ni siquiera soy yo. Es ella.
Y tú
sonreirás, como siempre, y te reirás con esa risa abierta pretendidamente
ingenua e inequívocamente coqueta, Inma. “La niña”, que decía, para mi callado
disgusto, el que mandaba en El Informal. Sin saber, te inventaste un género
nuevo, un tipo de reportera desinformada que desarmaba y retrataba a todo
político macho que se le pusiera a tiro. Qué torpes muchos de ellos en no
encontrar el justo medio entre la hosquedad y la entrega babeante a tu
adulación. No sé si te dabas cuenta del juego, pero lo jugabas muy bien.
Qué divertido,
visto con los años, esa especie de celos colectivos que le entraron a todo el
programa - e incluso a la productora - cuando se te descubrió en la prensa
cotilla una relación personal que mantenías con un veterano de la tele de
amplias filias pero mayores fobias. La ficción de las presentaciones incorporó a
ese personaje, ese “él”, que ponía celoso al gordito gracioso de la pareja
conductora.
Me gustó eso
que me dijiste un día al llegar, cuando te saludé desde la mesa. Sin dejar de
sonreír (soy incapaz de recordar tu cara sin sonrisa) me dijiste con sorpresa y
agrado que siempre te miraba a los ojos. No había reparado en ello, supongo que
porque es lo normal cuando miras a la gente, pero si te diste cuenta sería
porque en general las personas ponían el foco más abajo, y no se lo reprocho.
Bueno, sí, se lo reprocho. Eso no está bien, y menos con una compañera. Así que
tomé tu comentario casi como una medalla militar al respeto y al compañerismo.
Que no quiere ello decir que no valore tu belleza completa, ni mucho menos.
Seguramente
fuiste un sex-symbol para toda una generación de adolescentes y no tan
adolescentes, de modo que tu orgullo está suficientemente alimentado como para
encajar esto. Por otro lado, siempre he pensado que tu alegría de vivir estaba por
encima de esas cosas y que no te quitaba el sueño un voto más o menos en la
encuesta de la chica más sexy de la tele. Por eso, con todo mi cariño, te tengo
que decir Inma que, en lo que a mi carrera se refiere, tú has podido ser lo
más, pero no la más. Y debo cambiar de tema.
¿Y pensar,
Mar, que fue otro quien te descubrió para mí? Mi compañero Paco, gay reconocido
por más señas, no descubro nada, en los tiempos muertos de los viernes, me
llevaba al plató donde grababais, y yo te saludaba como un escolar maravillado
y tú nos recibías simpática y agradeciendo la visita. Tú decías “Mírame”, y yo
obedecía. Como todos.
¿Y pensar –
pensaba - que tuve la oportunidad de estar allí? Sí, porque, en un momento
dado, en un mismo mes de marzo, me invitaron a trabajar en “Ver para creer” y
“Mírame”, dos programas que empezaban en Antena 3 (dos propuestas en el mismo
mes, ¿dónde quedaron esos tiempos?). Yo estaba en “El Informal”, y aunque
quince días antes hubiera dicho que sí sin pensarlo, entonces me lo pensé. Y me
quedé.
Era Silvia,
por cierto, quien presentó esa primera temporada, y luego llegaste tú, y yo no
estuve ni en la primera ni en la segunda, porque Ver para Creer volvió a
tentarme y vosotros no, y esta vez sí me fui con ellos. Pero esas visitas de
los viernes, con el ritmo tranquilo de la grabación, tu glamour, tu naturalidad,
tu simpatía, me hicieron querer trabajar en tu programa. Y así se hizo. En la
temporada siguiente, yo escribí tus líneas.
Te mandaba los
jueves el guión por fax (qué gracia me hace recordar esa tecnología de
entonces), con los pasos todos seguidos, apretados, en arial narrow, cuatro o
cinco en cada folio. Cosa mía de ahorrar papel y de facilitar el envío. Y el
viernes por la mañana, a las diez, entraba en maquillaje a ver visiones. Nunca
me creí del todo que yo estuviera allí ni que fueras de verdad ni que el
vestido de un día pudiera superarse a la semana siguiente. Ni siquiera me
reconozco escribiendo esto y apreciando modelitos.
Lo del plató
era digno de verse: tú sola, como una reina, rodeada de todos los eléctricos, cámaras, el realizador, yo mismo… Y el realizador, con el único
apoyo de un fondo blanco, unas letras corpóreas de colores en dos tamaños y una
cámara caliente (se llama así, no era cosa de la situación), te hacía todo tipo
de tomas en las posturas más inverosímiles y desde ángulos impensables. Entre
quince y veinte pasos por programa, a trece programas por trimestre, y todos
diferentes. Y yo, escuchándote decir mis palabras, un poco trabalenguas algunas,
que habías tenido que aprender porque (esto no lo sabe mucha gente) no había
autocúe.
Compartimos
plano un par de veces, en esos sketchs finales que le gustaban a Irene, la
directora, y quise que nos inmortalizaran juntos, con foto de testigo. En una
de las minificciones representaba ser el retrato de un cuadro expuesto en un
museo del que tú eras guía turístico. ¿O era al revés? En la otra, emulabas al
Schindler del cine, elaborando una lista, en esta ocasión con los créditos del
programa, siempre tan poco visibles, mientras yo, con bata de linotipista,
tecleaba los nombres en una máquina de escribir antigua y ruidosa.
No recuerdo en
qué momento mi natural rancio, parco en expresiones, se animó de pronto, y
empezó a jalearte de tanto en tanto, dos o tres veces por programa, tampoco
más, y a decirte “¡guapa!”, como el público de una folclórica. Lo hacíamos un
poco medio en broma, yo el decirlo, tú el escucharlo, pero el caso es que
acuñamos esa costumbre, y nos pareció divertido. Tanto fue así que un día en
que no pude acudir a la grabación - no recuerdo el motivo, una visita médica,
supongo - te incluí los piropos por escrito, salpicados en dos puntos del guión
que te envié por fax.
Sí, Mar,
quince años después de “Mírame”, sigo sin tomarme la molestia de dudar cuando
me preguntan por la presentadora más guapa con la que he trabajado, y al igual
que te halagué de viva voz y por escrito en aquel guión de mi ausencia, aquí te
he dedicado la cabecera “¡Guapa!” de este capítulo.
Aunque… Bueno,
no, será que en este momento es la última guapa con la que he trabajado
y la he idealizado.
Pero no,
porque no suelo idealizar a las presentadoras con las que trabajo. ¿Quizá es porque
fue en las Campanadas de Fin de Año, y las fiestas y los vestidos de noche
lucen mucho? También, pero
no ha sido la primera presentadora a la que he visto en traje de noche. El caso
es que fue una sorpresa, porque al verla en la tele a diario sí me parecía una
chica guapa, pero no a esos niveles, y sin embargo en persona me pareció que la
cámara no le hacía la suficiente justicia. Más alta y esbelta, el pelo más
largo, los ojos más brillantes, la boca más de comerse el mundo… qué sé yo. ¿Será la
novedad? ¿Será la juventud? ¿Será mi madurez, que empiezo a hacerme viejo y a
coger color verde? El caso, Sandra, es que ahora que lo pienso, y perdóname,
Mar, me haces dudar.
Y perdónenme
ustedes, que he hablado de todas como si las conocieran, porque evidentemente
las conocen, pero me he hecho el confianzudo, y a lo mejor sólo el nombre de
pila desnudo es poco para ustedes. Repartan entre ellas a su buen juicio los
apellidos Cervantes, Rueda, Vázquez, Jato, del Moral, Saura y Sabatés, y verán
el puzzle completado.
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