miércoles, julio 12, 2006

EL CINE ESTÁ ENLADRILLADO

No es el comienzo de un trabalenguas, sino la triste realidad. No tengo cámara digital para incluiros una foto, pero la verdad es que impresiona. Si alguno tenéis ocasión de pasar por la calle General Oraa, podéis ver como han emparedado las dos entradas contiguas y simétricas del cine Dúplex (en lenguaje inmobiliario estricto, debería ser "adosado" o "pareado" más bien). La imagen me recuerda la escena de la película "Solas" (creo que la vi en ese cine, solo, por cierto), en que María Galiana abre la ventana de la habitación de su hija y se encuentra una pared de ladrillos. No estaba el cielo ni el sol al otro lado, ni están ya las películas dentro del cine. Lo malo es que no me extraña. Cuando me acercaba muchos martes por la noche (su día del espectador), a menudo tenía un pase privado para mí solo. Cuando estaba el hombre mayor (dueño o gerente, no sé), era un poco más estricto, y no pasaba la peli si no había un mínimo de tres o cinco personas de público. Parece que hay una normativa al respecto. Qué gusto de sesiones, que ya no disfrutaré. Hacía algún tiempo que habían puesto un cartel agorero de "Se Vende", pero yo esperaba que nadie lo comprase y el cine siguiera como estaba, a mi disposición para los pases privados de los martes. No ha podido ser. Me queda el temor de que dentro de poco lasofertas que presente este local no sean un reducción de precio un día a la semana, sino unos prosaicos 3 x 2 en latas de atún y detergente para lavadoras. Espero equivocarme. Los chinos que están al lado, también lo esperan.

viernes, julio 07, 2006

BISES

Por invitación de una amiga, estuve el otro día en el concierto de un cantautor. Un lugar pequeño, pero muy bien aprovechado. A decir del artista, el mejor garito. No quiero hablar de sus canciones, ingeniosas, emotivas, bonitas, tristes y también duras; de amor, desamor, altibajos emocionales y desgarro; entre lo brillante a veces, y lo sensiblero siempre. Arrastró mucho público incondicional que se sabía las letras, a menudo complicadas. Tampoco se trata ahora de sacar pegas a la excesiva optimización del espacio en el local, aunque la incomodidad fue la que me llevó a la reflexión que ahora os traigo.

Después de hora y media larga de música, solo, con un bajo, con un batería, o con el batería y un bajo, por fin el cantante anunció su última canción. Y la cantó. Le aplaudimos.La canción había estado bien, el concierto había estado bien... incluso ya estaba bien de concierto. Él y sus amigos desaparecieron de la escena no se sabe bien por dónde, y la gente aplaudió pidiendo más. Yo me congratulé de ver que ellos ya no estaban. Pronto podríamos salir de ese microespacio reducido. Se encendieron las luces. Los aplausos ya eran muy dispersos. De vez en cuando, alguien gritaba: Otra, otra... y despertaba las palmadas y las reclamaciones de más música por parte de otros fans. Todo muy intermitente, sin un entusiasmo general muy sólido. Pero los provocadores eran tenaces y siguieron, y poco a poco consiguieron un aplauso más continuado y que el "otra, otra" tomara cuerpo. Y entonces salió el artista, volvió al escenario y cantó tres o cuatro canciones más.

Y digo yo: ¿a qué viene ese juego tonto entre público y cantantes? Si dices que terminas, termina, y si vas a cantar más, cántalo ya y no nos hagas sufrir ni a los que te quieren seguir escuchando ni a los que soñamos con verdaderamente has terminado. Podía haberme ido, pensaréis... Era difícil entre ese mar de taburetes. Además, había venido con gente, y estaba un poco obligado.

Son cosas extrañas estos añadidos postizos que nos encontramos en la vida: la coletilla del torero, la propina del camarero, las tomas falsas de las películas o series de televisión, que cada vez son más falsas y menos tomas, los bises y las posdatas. Curioso tema este de las posdatas. Inventadas para las cartas manuscritas, para poder añadir algo, una vez firmadas, y no tener que reescribirlas enteras de nuevo, adquieren un carácter un poco absurdo en la era informática, en que se puede editar, poner y quitar palabras a nuestro antojo antes de imprimirla en papel. Entonces, si la carta se firma después de la posdata... ¿por qué la posdata es posdata, habiendo habido ocasión de que fuera antedata? He visto - probablemente yo mismo he escrito - posdatas en un e-mail. ¿Qué sentido tiene eso?

Al final, todo se trata de tradiciones, rutinas y complicidades creadas. El cantante con su público, sabiendo ambos que aunque diga que termina, luego seguirá si le ruegan un poquito; el camarero con sus clientes, que sabe que sabe que éstos se van a dejar alguna moneda de más sobre lo marcado en la cuenta porque hay una ley no escrita que lo manda; el remitente y el destinatario de un e-mail, que juegan a imitar en su mensaje una realidad de referencia: la carta manuscrita de siempre, sin firma, sello ni sobre, pero con posdata.